Veinte

Kylie y Jensen estaban sentados junto a la ventana en Cattleman’s. Ella había empezado con los nachos del entrante cuando un hombre apuesto se acercó a su mesa.

A su lado, había una mujer muy atractiva con ojos azules y melena azabache. Formaban un contraste muy llamativo. Parecían una pareja de modelos y estaba claro que él estaba forrado.

No parecía ostentoso ni se le antojaba de los que van haciendo alarde de su riqueza. Sin embargo, emanaba cierta autoridad y llevaba ropa de diseño muy cara y que le sentaba fenomenal. Luego estaba el pedrusco que ella llevaba en el anular, que brillaba y destellaba de tal forma que casi la dejó ciega.

De acuerdo, tal vez estaba exagerando, pero algo así era. No se equivocaba: este hombre, y su mujer, eran ricos. Se había movido en ciertos círculos con Carson y sabía distinguir esas cosas. Se le daba bien detectar a los «quiero y no puedo», los que intentaban aparentar que tenían más dinero y mejor estatus social del que en realidad tenían.

—Jensen, me alegro de verte —dijo el hombre al llegar a su mesa.

Inmediatamente atrajo a la mujer a su lado en un gesto que parecía practicado y automático. Estaba claro que era muy posesivo. Se notaba en su lenguaje corporal y en la forma que tenía de mirarla.

Jensen levantó la vista y se le suavizó la expresión al reconocerlo, esbozó una cálida sonrisa y se levantó. Kylie se quedó sentada, no sabía qué hacer. ¿Debía levantarse? En ese momento, Jensen le apretó la mano cariñosamente como si quisiera tranquilizarla.

Le encantaba eso de él. Era muy atento y estaba siempre al quite para lo que necesitara.

—Hola, Damon. Serena —le dijo a la mujer. Entonces, se dio la vuelta y miró a Kylie con aire posesivo como diciéndoles que era suya—. Os presento a Kylie, una persona muy especial para mí.

Le embargó un sentimiento de felicidad al oír semejante declaración.

—Kylie, te presento a Damon Roche y su esposa, Serena.

—Me alegro de conocerte, Kylie —dijo Damon que por el tono de voz parecía encantador. Sin embargo, en su tono también se adivinaba la autoridad que antes le había notado. Tenía algo que la fascinaba, pero la hacía recelar al mismo tiempo.

Dominación.

Le vino la palabra a la cabeza de inmediato. Su instinto le decía que era dominante. Parecía que últimamente todos los que la rodeaban eran dominantes o sumisos. El mundo era un pañuelo.

—Hola, Kylie —dijo Serena con una sonrisa en su bello rostro.

—Hola —la saludó ella con timidez—. Un placer conoceros.

—No queremos entreteneros —dijo Damon a Jensen—, pero hacía tiempo que no te veía y quería venir a saludarte al menos.

Jensen negó con la cabeza para quitarle importancia y luego le dio un beso a Serena en la mejilla. Kylie les dijo adiós con la mano, tras lo cual se dieron la vuelta y se fueron por donde habían venido. Jensen volvió a sentarse y ella lo miró inquisitivamente.

—¿Quiénes son?

—Unos conocidos —respondió sin más—. No hace mucho que los conozco. Me los presentó Dash.

Notó cierto picor en la nuca. De repente, el nombre de Damon le sonó de algo. Joss le había hablado de él. Si no recordaba mal, era el propietario del sitio al que Joss se había apuntado para su búsqueda en el mundo de la dominación. Y si Jensen lo conocía…

—¿Eres miembro de ese club? —le preguntó en voz baja.

Él no hizo amago de esconderle la verdad. Era muy directo, algo que apreciaba. Con él no tenía que preguntarse a qué atenerse, qué pensaba o qué sentía, porque nunca se guardaba o se contenía con nada.

Salvo con la dominación.

Hizo una mueca al recordar que estaba negando una parte de sí mismo por ella.

—Soy miembro, sí, pero de momento no he participado en nada y no tengo intención de hacerlo.

—Chessy, Tate, Joss y Dash van —murmuró ella.

—Sí, lo sé —repuso él tranquilamente—, pero nunca los he visto allí, de hecho, solo he ido un par de veces y fue por el tema de hacerme socio y por ver las instalaciones.

Ella hizo un mohín con los labios; dudaba de si quería saber la respuesta a la siguiente pregunta. Conocía aquel estilo de vida. Había oído las conversaciones de Chessy y Joss, de modo que tenía una buena idea de lo que pasaba allí, si bien no conocía los detalles más explícitos. Para empezar, no sabía por qué le picaba la curiosidad.

—¿Qué se hace allí exactamente? —preguntó al final—. A ver, Chessy y Joss han hablado del sitio, pero la mayoría de las veces he cambiado de tema porque no he querido saber nada. Me preocupé mucho por Joss cuando me dijo que iba a ir.

—¿Y por qué quieres saberlo? —preguntó con dulzura. Ella se encogió de hombros.

—Por curiosidad, supongo. No es que esté interesada en ir. Mira, dejémoslo, no me gusta tampoco recordarte algo que estás negando.

—Kylie. Mírame, cielo.

Ella levantó la vista y lo miró a los ojos. Tenía una mirada intensa y completamente centrada en ella. Emanaba seriedad a raudales.

—No me estoy negando a nada. He elegido y no me arrepiento. Ya no me interesa The House. Lo que quiero y necesito está delante de mí.

Aunque lógicamente ya lo sabía, se sintió muy aliviada y se notó una tirantez en el pecho casi dolorosa.

—¿Me crees, cielo?

Ella asintió lentamente.

—Sí, te creo, pero no te mentiré. A veces, me preocupa que hayas renunciado a tanto por mí.

—Tal vez deberías fijarte en lo que he ganado —señaló—. Porque por mi parte no he renunciado a nada y he ganado mucho más de lo que había soñado.

Algo más tranquila por su sinceridad, se lanzó de cabeza.

—Entonces, ¿qué pasa allí dentro? —preguntó con aplomo. Saberlo no le haría ningún daño porque no tenía nada que ver con ella. Más que nada lo preguntaba para satisfacer su curiosidad por el estilo de vida de sus mejores amigas.

—The House es un sitio donde la gente puede permitirse todo tipo de fantasías sexuales. Hay cabida para prácticamente todo. Dentro de los límites de lo razonable, claro. No solo hay dominación y sumisión. Hay muchas otras fantasías en las que se deleita la gente. Es un lugar donde se puede disfrutar libremente y de una forma segura.

—Pero ¿es público? Quiero decir, ¿la gente que va ahí escenifica sus fantasías delante de los demás?

Era alucinante imaginarse a Chessy y Joss haciendo a saber qué delante de todo el mundo; tal vez, en parte, tampoco quería imaginarse a sus amigas en esas situaciones. Tendría que lavarse el cerebro con lejía después.

—Algunas personas sí, otras no. Hay lugar para ambas cosas —dijo encogiéndose de hombros—. Hay una sala común en la que todo es público, pero también hay salones privados con control por cámara para que nadie se haga daño.

—Suena… distinto —repuso sin saber qué decir exactamente sobre algo que no entendía. La idea de follar en público le provocaba urticaria. Si apenas podía reunir el valor para hacerlo en privado, aún menos para que lo viera todo dios.

Él soltó una carcajada.

—Es distinto, sí, pero no tanto para la gente que va allí. A ellos les resultan muy normales esas prácticas sexuales. Es lo que les funciona. Siempre y cuando sean sanas y consensuadas, cada uno va a lo suyo.

Eso la puso en su sitio, desde luego. No tenía que ser tan prejuiciosa. ¿Quién era ella para juzgar a los demás? Tenía tantos complejos que un psicólogo tardaría años en arreglárselos todos, así que no era quién para hablar.

—No tienes nada de qué preocuparte —la tranquilizó Jensen—. No me plantearía nunca llevarte allí. Ese sitio no me llama la atención. Cuando conocí a Dash y hablamos de esto, me intrigó, sí, incluso quise hacerme socio, pero luego te conocí. Bueno, mejor dicho, te conocí, luego me hice miembro y en cuanto lo fui, se me quitaron las ganas de ir. Te prefería… a ti.

—Nunca entenderé por qué —repuso ella sinceramente—. Pero me alegro de que no fueras y de que me quieras a pesar de mis problemas. Me das esperanzas. Es la primera esperanza real que he tenido en la vida de disfrutar de una relación normal. O todo lo normal que pueda llegar a ser, supongo.

No pudo evitar el tono de tristeza en su voz.

—¿Y quién necesita lo normal? —preguntó en voz baja—. Lo normal es lo que nosotros definamos y no los demás. Así que lo que cada uno considera normal puede diferir. Lo nuestro será siempre lo que nosotros decidamos. Además, si no estar contigo es lo considerado normal, que le den a la normalidad. Prefiero ser anormal contigo.

Ella sonrió; le había cambiado el humor de repente. Pensando en los planes de más tarde, parecía que quisiera sabotearse a sí misma e impedir esa normalidad de la que hablaba.

Les sirvieron la cena y Kylie empezó a comer deprisa. Pensaba en el resto de la velada y la comida era lo último que tenía en mente. Levantó la vista y vio que Jensen ya había terminado, así que habló antes de perder el coraje.

—¿Estás listo para ir a casa? —preguntó, ansiosa por seguir con los planes de la noche.

A él se le encendió la mirada. Se había dado cuenta. ¿Tanto se le notaba? ¿Tan desesperada estaba? La idea le hizo gracia porque nunca se hubiera descrito como desesperada antes de conocerlo. Ahora, lo único en lo que podía pensar era en desnudarlo y sentirlo piel contra piel.

Un escándalo cerca de la puerta hizo que Kylie levantara la cabeza de repente para ver de qué iba la cosa. Se le torció el gesto al ver cómo a un hombre visiblemente borracho intentaba sacarlo del bar su compañera, muy agobiada.

Apartó la vista porque no quería que su noche se fuera al traste.

Jensen pagó la cuenta, se incorporó y tendió la mano a Kylie. La atrajo hacia sí y se fueron derechos a la salida.

No se dio cuenta de nada hasta que él se puso tenso. Miró en dirección hacia donde miraba y se sobresaltó al oír un gruñido que le salía del mismo pecho.

La pareja que había visto antes seguía con su altercado en el aparcamiento. El hombre agarraba a la mujer por el pelo y le estaba gritando obscenidades.

Entonces observó horrorizada cómo le propinaba un puñetazo y la tiraba al suelo.

Jensen se abalanzó sobre el hombre y lo hizo caer de un golpe. Este aterrizó con dureza. Kylie se quedó inmóvil, incapaz de reaccionar mientras Jensen se arrodillaba junto a la mujer y la ayudaba a incorporarse.

Le latía el corazón con fuerza y el sudor le resbalaba por la frente. Le entraron náuseas y se notó un nudo en el estómago; tuvo que tragar saliva para no echar la cena.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó a la mujer con suavidad—. Deje que la ayude. Llamaré a la policía para que encierren a ese cabronazo.

—¡No! —gritó la mujer—. Váyase, por favor. ¡Lo empeorará aún más!

Su tono era suplicante. Le cogió la mano y lo zarandeó: la desesperación era patente en sus ojos y en sus palabras.

Jensen la miró, horrorizado, y luego se giró hacia donde había dejado al hombre, tumbado y mascullando.

—¿Que me vaya después de lo que le ha hecho? —preguntó él con voz ronca.

—Váyase, se lo ruego —le imploró—. Me lo llevaré a casa. No quería hacerlo. Se ha emborrachado y ya está. No tiene idea de lo que ha hecho y por la mañana ni siquiera se acordará.

—¿Y cómo le va a explicar el moratón de la mejilla? —le preguntó.

La mujer miró asustada al hombre, que ahora intentaba ponerse de pie.

—No pasa nada, ¿de acuerdo? Lárguese. Yo me ocupo de él. No era su intención. Váyase. Será peor para mí si se entromete.

Kylie pudo moverse y hablar por fin. Se acercó a Jensen por la espalda y le cogió la mano. Él se dio la vuelta como si de repente hubiera reparado en su presencia. Una oscuridad abismal se asomaba a sus ojos. La rabia lo consumía y estaba muy tenso.

—Vámonos, Jensen —susurró—. Le hará más daño. Además, no quiere que llames a la policía.

—Eso, escúchela —apremió la mujer—. No es nada que no haya vivido antes. Se arrepentirá por la mañana, si es que se acuerda.

—Pero eso no es excusa —repuso él, tajante—. Debería meterlo en la cárcel y pedir una orden de alejamiento.

Kylie le tiró de la mano, ansiosa por salir del brete antes de que la cosa empeorara. El hombre, que logró incorporarse tras varios intentos, empezó a dar vueltas, buscando a su compañera. La mujer a la que acababa de dar un puñetazo.

La mujer les lanzó una última mirada de desesperación y se acercó al hombre, al que ayudó para que no volviera a caerse.

Jensen empezó a renegar en voz baja. Le temblaba el cuerpo entero y le apretaba la mano con tanta fuerza que se dio cuenta de lo mucho que le costaba controlarse.

Tiró de él otra vez, preocupada por si decidía volver a por el hombre. Para su alivio, esta vez cedió y se fue con ella. Se giró varias veces de camino al coche; la preocupación era patente en su mirada mientras buscaba a la pareja.

—Joder, estas cosas me ponen enfermo —murmuró él mientras acompañaba a Kylie a su asiento.

Ella se sentó y se quedó mirando por la ventanilla cómo la mujer luchaba por sentar al hombre en el asiento del pasajero. Se le encogió el corazón al imaginarse el tipo de vida que debía de llevar. Una vida llena de excusas para los malos tratos de su novio o marido. Cerró los ojos; solamente quería dejar de ver las imágenes que la bombardeaban por todos lados.

La velada se había arruinado y el optimismo que sentía al principio se había desvanecido.

El trayecto hacia casa se vio enturbiado por un silencio pesado. Jensen se aferraba al volante con fuerza y tenía la vista fija al frente mientras conducía. Ella lo miró varias veces, pero él no apartó la vista de la carretera.

La tensión se podía cortar con un cuchillo. Había visto la rabia en sus ojos y luego… un profundo dolor. Su mirada era pura tristeza y congoja.

¿Qué oscuridad moraba en su pasado? No habían hablado mucho. Él había dejado entrever que tenía demonios contra los que luchar y la única vez que se lo preguntó, le contestó que ya se lo explicaría en otro momento y cambió de tema.

Ahora se daba cuenta de que necesitaba saberlo. Ahora, y no en otro momento.

Estaba tan sumida en sus asuntos que ni siquiera había pensado en los de él, algo que pensaba subsanar de forma inmediata.

Si es que se abría a ella.

Kylie hizo una mueca; no se había abierto a Jensen, pero esperaba que él desnudara su alma. Él conocía algo de su pasado, pero ella no sabía nada del suyo. Si querían tener la opción de seguir adelante, no solo tenían que acabar con los demonios de ella, sino también con los de él. Y tenían que empezar ahora mismo.