—Kylie, ¿puedes venir a mi despacho? —preguntó Jensen por el intercomunicador.
Sabía que la convocatoria la sacaría de quicio, pero como ella le había dejado muy claro que no quería que entrara en su despacho, su espacio, tendría que hacer que viniera a él. No era una petición tan irracional, al fin y al cabo él era el jefe y ella su asistente personal.
—Ahora mismo, señor —respondió en un tono tajante que lo hizo sonreír.
Estaba empecinada en mantener su relación —si es que se podía decir que tenían una relación— estrictamente impersonal y confinada a la de jefe y empleada.
Sabía que no le gustaba nada que Dash estuviera fuera de la oficina durante tanto tiempo porque él hacía las veces de mediador entre Jensen y Kylie. La mayoría de las órdenes provenían de Dash, hasta las que tenían que ver con él, porque este siempre trataba de protegerla.
Pero se acabó. Si iban a trabajar juntos a largo plazo, y eso era lo que él pretendía, Kylie tendría que aprender a tratarlo. Quería tantearla. Era muy inteligente. Hasta tenía un máster en Administración de Empresas que, en su opinión, desaprovechaba en su puesto actual. Ella se sentía cómoda desempeñando ese trabajo; sabía que a ella ya le gustaba estar así.
No le gustaba salirse de su zona de confort. Le encantaba la rutina, rasgo que compartían, aunque a ella le fastidiara pensar que tuvieran algo en común.
Sin embargo, tenían mucho más cosas en común de lo que Kylie sabía o quería reconocer. Ambos eran trabajadores disciplinados, amantes del control. No dudaría en embarcarse en una lucha de voluntades, una pelea que estaba dispuesto a ganar. Solo esperaba no atosigarla demasiado y que quisiera dejar el trabajo.
Al cabo de un momento, Kylie apareció por la puerta, con el rostro inexpresivo, y lo miró con frialdad.
—¿Querías algo, jefe?
—Déjate de «jefes» —repuso él, seco—. A Dash no lo llamas así. Con mi nombre basta. Llámame Jensen o nada.
Ella apretó los labios y él suspiró.
—¿Es que todo van a ser tiranteces, Kylie? Te he pedido algo muy sencillo. Dilo. Di mi nombre —la retó—. No te hará daño.
—¿Qué querías…, Jensen?
El nombre sonó algo ahogado, como si hubiera tenido que arrancárselo de la boca. Por algo se empezaba.
Él le hizo un ademán para que se sentara en la silla frente a su mesa. A regañadientes, la muchacha tomó asiento y entrelazó las manos con aire remilgado. Tenía una mirada de miedo, como la del animal que está preparado para salir por patas a la primera señal de peligro. Jensen dudaba de que ella supiera que se le notara tanto el miedo. Tenía unos ojos enormes, las fosas nasales más abiertas y casi le veía el pulso latiendo con fuerza en el cuello.
—No voy a saltar por encima de la mesa para atacarte —murmuró.
Ella entrecerró los ojos con gesto de fastidio.
—Te daría una paliza si lo intentaras siquiera.
Jensen echó la cabeza hacia atrás y se rio; ella abrió los ojos aún más, sorprendida. Parecía… impactada.
Recobró la compostura y la miró, curioso.
—¿Y esa mirada?
Ella la bajó inmediatamente y se quedó callada.
—¿Kylie?
Ella suspiró y levantó la cabeza, echó el mentón hacia delante y adoptó una mirada rebelde.
—Solo es que nunca te he visto reír. Ni sonreír, vaya. En el despacho, hace un rato, ha sido la primera vez que te he visto un aire de ligero interés. No sueles demostrar las emociones. Nadie sabe nunca en qué estás pensando.
Él arqueó una ceja. Así que lo había estado estudiando. Lo conocía bastante para saber que se había pasado mucho tiempo observándolo, a él y sus reacciones.
Jensen volvió a sonreír y reparó en que ella volvía a sorprenderse.
—Más de uno me ha acusado de ser un cabronazo estirado —comentó, divertido—. Será que consigues sacarme ese lado que nadie más ve.
Ella puso mala cara.
—Bueno, ¿querías algo? —preguntó, visiblemente deseosa por terminar la reunión.
Él no pensaba dejarla volver a su despacho, donde se refugiaría de todo el mundo. Sabía que se iba directa a casa cada día, que no tenía vida social salvo las comidas con Chessy y Joss, sus dos mejores amigas. De hecho, Kylie solo se relacionaba con su círculo de amistades.
Debía de ser una vida muy solitaria y no le gustaba nada eso para ella. No le gustaba que su pasado moldeara su futuro —que siguiera moldeándolo incluso ahora— y que la muchacha no fuera capaz de poder librarse de las ataduras de su infancia.
Ordenó el montón de papeles que tenía delante.
—Quiero que repases estos perfiles. Como te he comentado antes, S&G Oil va a reducir el personal en una de sus refinerías. Necesitan recortar el gasto en cien millones de modo que quieren ver cómo combinar los puestos de trabajo. Pretenden eliminar unos treinta cargos, al menos, y recortar gastos innecesarios; y quieren que nosotros los identifiquemos.
Kylie se quedó estupefacta.
—Pero, Jensen, yo no sé nada de esto. Soy administrativa.
Él volvió a sonreír mientras observaba su reacción. Sabía que no le era indiferente y que eso la cabreaba aún más.
—Quiero que aprendas —le explicó—. Cuando Carson vivía, Dash y él querían buscar a un tercer socio. El negocio era seguro e iba bien. Al morir Carson, fue demasiado para Dash y tuvo que espabilarse para mantenerlo solvente hasta que me contrató. Aún necesitamos a un tercer socio y tú tienes las credenciales necesarias. Lo único que te falta es experiencia.
Se quedó boquiabierta y sin habla. Él se hinchó de orgullo por haber causado tal anomalía: a la chica nunca le faltaban las réplicas.
—¿Quieres que sea socia? —preguntó en un tono estridente.
—No puedo prometértelo —repuso él con diplomacia—. Tómate esta oportunidad como una prueba de fuego. No pasará ni hoy ni mañana, ni siquiera durante los próximos meses, pero no nos hace falta buscar a otro socio si ya tenemos a una persona que trabaja para nosotros y es perfectamente capaz. Sabes todo lo que pasa en esta oficina, Kylie. Todo pasa por ti. Conoces a nuestros clientes, programas nuestras reuniones y conoces los entresijos del negocio. No veo motivos para que no puedas optar a un ascenso.
Ella bajó la vista a los papeles que le había pasado por la mesa. Era la información que ella misma había recopilado y organizado para él y Dash. Sí, estaba familiarizada con el caso.
Creyó ver una chispa de excitación en su mirada, pero se apagó antes de poder verla bien.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó ella con una voz ronca.
—Tenemos una reunión con el director financiero de S&G dentro de tres días. Quiero que me acompañes. Dispones de tres días para conocer su empresa: los cargos, los sueldos y las responsabilidades de cada uno de los empleados de la lista. Sus gastos generales y cada céntimo que invierte en lo que sea. Quiero que redactes tu plan y me lo presentes dentro de dos días. Quiero ver tus ideas y luego las barajaremos antes de reunirnos con el director.
Ella lo miraba, incrédula.
—¿Me confiarías este contrato?
—Aún no he dicho si estaré de acuerdo con tus ideas o no —repuso suavemente—, solo te he comentado que quiero verlas. Luego quedaremos, veremos en qué nos ponemos de acuerdo y redactaremos un plan de acción que incorpore nuestras ideas antes de asistir a esa reunión.
—No me lo esperaba —musitó ella.
Reparó en el brillo de su mirada. Le encantaban los retos tanto como a él. No se equivocaba. Estaba desaprovechada como administrativa. Era un cargo demasiado seguro; podía desempeñar esas funciones dormida, incluso. Necesitaba algo así, algo que le bombeara la sangre con más fuerza y le recordara que aún estaba viva.
—Tengo fe en ti, Kylie. ¿Puedes decir lo mismo de ti misma?
Esta vez su mirada era de fuego puro y él tuvo que contener una sonrisa de triunfo. Sí, la apasionaban los retos; quizá nunca le habían lanzado un desafío semejante. Dash le había puesto las cosas demasiado fáciles. No esperaba que fuera un gilipollas con ella, pero la había tenido entre algodones desde que Carson había muerto. Y por lo que le había dicho el mismo Dash, Carson también la había protegido del mismo modo. Ninguno de los dos había querido hacer nada que pudiera herir a esta frágil mujer.
Pero su fragilidad enmascaraba a la mujer inteligente y fogosa debajo de ese caparazón y Jensen estaba dispuesto a sacarla de ahí. Dash le daría una buena si supiera lo que estaba haciendo, pero, durante dos semanas, él estaba al cargo de todo y Dash no tendría ni idea de lo que pasara en la empresa, como era debido, claro. Jensen pensaba aprovechar al máximo todo ese tiempo.
—Puedo hacerlo —contestó ella con determinación—. ¿Cuándo quieres que quedemos para repasar mi propuesta?
—El miércoles por la noche. Cenaremos en Capitol Grill. Sé que a ti y a las chicas os gusta el Lux Café, pero prefiero algo más tranquilo y más íntimo ya que vamos a hablar de temas confidenciales. Reservaré una mesa en un rinconcito tranquilo donde no nos oiga nadie.
Kylie frunció el ceño y casi pudo ver cómo se movían las ruedecillas dentadas en su cabeza.
—¿Qué podría ser más privado que aquí en el despacho? —preguntó—. Creo que no hace falta salir a cenar.
—No —convino él—, pero es lo que quiero.
Ella no le dijo nada, aunque él vio que no le hacía mucha gracia salir a cenar juntos.
—Haré la reserva a las siete —continuó como si no fuera consciente de su incomodidad—. Leeré tu propuesta antes y hablaremos del tema durante la cena. Prepararé el análisis final antes de la reunión con el director financiero. Te recogeré en tu casa a las ocho de la mañana del martes e iremos juntos a la reunión con él a su despacho de S&G.
Notaba que estaba librando una lucha interna. No quería cenar con él ni siquiera verle fuera del trabajo, no quería ir con él a la reunión, pero tampoco quería dejar pasar la oportunidad que le brindaba.
Se mordió el labio, consternada, y a él le entraron unas ganas tremendas de acariciarlo con el dedo y besárselo después para aliviar el daño que se estaba haciendo en la tierna carne del labio. Su pene reaccionó a esa imagen y se alegró de estar sentado a la mesa donde ella no pudiera ver la reacción física que le provocaba. Huiría con el rabo entre las piernas como alma que lleva el diablo y le llegaría su renuncia al cabo de una hora.
Él suspiró e interiormente le pidió a su polla que se comportara. No es que sirviera de mucho ya que esa mujer era pura excitación y ni se lo explicaba. Reto. Era un reto. Eso debía de ser porque no podía resistirse a los retos. Y aunque trataba de rebatir la atracción inexplicable que sentía por esa mujer, en absoluto recíproca, sabía que se estaba mintiendo.
Le despertaba el instinto de protección; hacía que quisiera tratarla con delicadeza, amarla y protegerla de todo lo que pudiera hacerle daño, ya fuera física o emocionalmente.
Joder, quería enseñarle que no todos los hombres eran unos capullos. Que no todos los dominantes se centraban únicamente en los aspectos físicos de la dominación. Él iba tras la entrega emocional de Kylie. Nunca la marcaría; nunca la ataría; nunca acercaría el látigo a su piel suave. Nunca haría nada que la asustara o la hiciera sentir tan vulnerable como en el pasado, en manos de un monstruo. Nunca haría nada que le hiciera recordar los abusos sufridos de niña. Antes prefería morir que permitir que eso ocurriera. Él también tenía demonios con los que lidiar, y se le revolvería el estómago literalmente si alguna vez le hiciera a una mujer cualquier cosa que pudiera considerarse un abuso.
La quería… sin más.
—De acuerdo —dijo ella al final con una voz ronca que le excitó más aún por la rendición que oía en sus palabras. No era sumisión, pero se le acercaba y eso hacía que la sangre le fluyera con más fuerza porque esta vez había ganado.
—Quedamos a las siete en el restaurante —dijo ella.
Kylie levantó la cabeza y lo miró desafiante, como si le retara a discutírselo. Él se limitó a sonreír. Le permitiría esta pequeña victoria porque la mayor ya era suya. Una cena. Los dos solos. Sí, hablarían de negocios, pero también pensaba saber más de esta intrigante mujer. Quería averiguar qué la movía, qué la empujaba a vivir. Y al día siguiente la recogería y la llevaría a la reunión, lo que significaría que dependería de él todo el día.
Le gustaba esa idea. Le gustaba demasiado, incluso, que dependiera de él. No la defraudaría, no quería que se arrepintiera de esa confianza que había depositado en él a regañadientes. Sí, sabía que aún no confiaba en él; ese sería el mayor escollo. Bueno, paso a paso. Victoria a victoria, por muy pequeña que fuera.
—A las siete, entonces —convino él.
Ella estaba sorprendida, se le notaba en la cara. Seguramente esperaba una discusión porque tenía los hombros rígidos y la barbilla hacia arriba con aire desafiante. Hasta eso le excitaba y de qué manera.
Le gustaban las mujeres sumisas, pero sumisas no quería decir que fueran como un felpudo que se puede pisotear. Le encantaban las mujeres independientes perfectamente capaces de tomar sus propias decisiones. Las sumisas, al menos con las que había estado, lo eran porque así lo habían decidido. Optaban por ofrecerse y ponerse en sus manos; eso era algo muy fuerte.
Quería una mujer fuerte. Alguien que no le necesitara a él ni a lo que le ofrecía, pero que lo quisiera. La diferencia principal radicaba en eso. Quería a alguien que no necesitara a nadie, que fuera decidida y no se echara para atrás. Alguien con quien tener un mano a mano y que entendiera también su punto de vista.
¿Y que ganaría ella? Le pondría el mundo a sus pies. No habría nada que no le diese. La mimaría, la adoraría, la amaría.
Ardía en deseos de hacer eso por Kylie. Lo ansiaba desde que la viera por vez primera en aquella cena con Dash. Entonces reparó en las sombras bajo sus ojos; vio el tormento que le escondía al mundo y le entraron ganas de ser el bálsamo para el dolor que había padecido y que aún padecía hoy.
Pero eso requeriría una paciencia infinita por su parte. La paciencia nunca había sido una de sus cualidades, pero para la mujer adecuada podía ser más paciente que el santo Job.
Ella recogió los papeles y empezó a leerlos con avidez. Veía como su mente trabajaba a destajo para absorberlo todo. Sabía que era una mujer inteligente con mucha vista para los negocios. Igual que sabía que estaba desaprovechada en su puesto de trabajo actual. Aunque no funcionaran las cosas entre ambos de la forma que él pensaba, seguía siendo un activo muy valioso para la empresa como socia. Eso si no la ahuyentaba antes.
—Si no hay nada más —dijo con aire ausente, aún absorta en los papeles—, volveré a mi despacho y empezaré a repasar todo esto. Tendré las ideas listas para la cena del miércoles.
Él volvió a sonreír y contempló sus bellas facciones. Por un momento, las sombras que parecían instaladas en su mirada se disiparon y un destello de determinación le iluminó los ojos. Notaba que estaba emocionada y que tenía ganas de abordar el proyecto. Quería demostrarse a sí misma que era capaz. De momento, estaba llevando muy bien el reto y estaba deseoso de ver los resultados.
Sabía que no le decepcionaría y que era mucho más inteligente de lo que creían Carson o Dash. Ninguno de los dos la había menospreciado nunca ni habían desconfiado de su capacidad, pero habían estado demasiado implicados emocionalmente y su instinto había sido protegerla. Lo entendía e incluso estaba de acuerdo hasta cierto punto.
Pero no le habían hecho ningún favor al protegerla con tanto empeño. Necesitaba desafíos. Necesitaba una salida para su inteligencia y su mente analítica. Hasta un mono podría hacer su trabajo: coger el teléfono, acordar citas, redactar contratos para su posterior firma y llevar la oficina.
Él le ofrecía muchísimo más.
Igualdad.
¿Cuándo se había sentido igual que otra persona en la vida? Vivía como una víctima. Con motivo, sí, pero era hora de sobreponerse y convertirse en una superviviente. Una superviviente que superara su pasado y le diera una buena paliza a su presente.
Y si conseguía formar parte de eso, entablaran o no una relación, estaría tremendamente orgulloso.