Diecisiete

Kylie observaba fascinada a Jensen mientras se desvestía y sacaba después una cuerda de un cajón.

Era apuesto. Emanaba una masculinidad descarnada. Era perfecto y parecía no importarle estar ahí desnudo. Ni tener el pene erecto en pleno apogeo.

Por mucho que intentara mirar hacia otro lugar —donde fuera—, no podía dejar de mirar su erección. Curiosamente no la aterraba; la fascinaba, de hecho. Era como él, increíble.

Se ruborizó al reparar en la idiotez de considerar increíble su pene, pero pertenecía a un hombre guapo, de modo que no podía ser de otro modo. Este hombre no tenía defecto alguno: era la perfección física en persona.

Él se dio la vuelta y le tendió la cuerda. Ella la cogió, nerviosa, sin saber exactamente lo que tenía que hacer con ella. Gracias a Dios, él tomó la iniciativa. Tal vez ella se creyera al mando, pero no lo estaba. Seguía sus indicaciones y con mucho gusto, cabía añadir.

Él se tumbó de espaldas en la cama, estirándose tan grácilmente como un gato, y quedó allí expuesto y vulnerable. Colocó los brazos por encima de la cabeza y acercó las manos a las barras del cabecero.

—Átame, cielo —dijo él con una voz áspera que le hizo sentir escalofríos en la espalda—. Y luego podrás hacer lo que quieras.

Ay, Dios. Este macho alfa era suyo y podía hacer lo que quisiera. ¡Y qué ganas tenía! Lo deseaba tanto que hasta le dolía.

Se subió a la cama y empezó a enrollarle la cuerda a una muñeca. Entonces tiró la cuerda hacia la otra mano y se la ató también. Comprobó la tensión de la cuerda aunque no tenía miedo de que le hiciera daño. Aún necesitaba cierta seguridad mental. Su cabecita necesitaba saber que estaba a salvo.

Cuando terminó, se sentó y contempló su cuerpo. Había tanto para admirar, para tocar, para saborear. De repente lo quiso todo y a la vez. Era como un festín ante una mujer hambrienta.

Primero le tocó el torso. Le pareció el sitio más seguro para empezar y por allí pasó las manos, sobre sus músculos, exploró los pectorales y su fuerte abdomen.

Él contuvo la respiración cuando le tocó. Se movió bruscamente y ella apartó las manos pensando que había hecho algo mal.

—No pares, cielo. Me encanta que me toques. Si supieras lo mucho que he esperado que me tocaras así. No pares. Puedes tocarme y explorarme todo lo que quieras. Está en tus manos. Te garantizo que no habrá nada que no te guste.

Animada por la intensidad —y la sinceridad— de su voz, se centró en su cuerpo; esta vez se dedicó a sus hombros, sus costados, cada vez más cerca de ese lugar que quería tocar.

Su pene, completamente erecto, le rozaba el vientre. Solo tenía que bajar los dedos un poco más para tocarlo.

Cambió de postura para tenerlo cara a cara; quería ver su reacción cuando por fin le cogiera el miembro con las manos.

Le recorrió un lado con el dedo, siguiendo la vena hinchada. Él gimió y levantó las caderas para acercarse más a ella. Envalentonada, Kylie llevó una mano a la base y poquito a poco fue tirando hacia arriba. Cuando llegó al capullo, brotó una gota de la punta que le mojó la mano.

—Eres tan guapo —susurró—. Me encanta tocarte.

—Y a mí me encanta que me toques —dijo en un tono de voz ronca—. Estas guapísima tocándome. No dejo de preguntarme qué he hecho para merecer esto. Una diosa dándome placer cuando debería ser yo quien te lo diera a ti.

Ella sonrió.

—Ya llegaremos a eso. Espero.

Él la miró con seriedad.

—Claro que sí. No tenemos prisa y no quiero que te sientas obligada a darme lo que no puedes. Esperaré porque el resultado lo vale. Tú lo vales.

A ella se le hizo un nudo en el pecho. Al decirlo así, lo hacía parecer todo muy fácil y suponía que en el fondo así era. Tiempo. Tenían todo el que quisieran. Le había dejado muy claro que la deseaba y que esperaría lo que fuera menester. ¿Era consciente del enorme regalo que le hacía?

Se inclinó y acercó los labios a su vientre, solo un poquito más arriba de donde descansaba su miembro. Él dio un grito ahogado como dándole ánimos para que lo rozara con la boca.

Con sumo cuidado, lo besó en la punta, igual que había hecho en su vientre y, en un arrebato, se la lamió.

—Joder —exclamó él—. Me matas.

Sintiéndose poderosa, empezó a succionarle la punta, dejándola dentro un buen rato mientras le lamía el líquido preseminal. Entonces, empezó a hacerle una mamada disfrutando de su reacción instantánea.

Carecía de experiencia, pero su instinto la guio y siguió tocándolo con las manos mientras le daba placer con la lengua y con la boca.

Jensen respiraba pesadamente y volvía a levantar las caderas para introducirle el pene en la boca, más adentro. Movía los brazos tensando la cuerda que le inmovilizaba las muñecas y tenía el rostro contraído.

—Mastúrbame con las manos, cielo. Estoy a punto de correrme —dijo con la respiración entrecortada.

Ella obedeció y lo tocó con ambas manos; notaba la fuerza y la dureza de su polla. Era como terciopelo sobre acero. Lo acarició hacia arriba y hacia abajo, cada vez más fuerte. Se inclinó después para lamerle los testículos; le gustó la sensación rugosa del escroto en la lengua.

Su grito rasgó el silencio al llegar al orgasmo. El semen se esparció por su vientre y le moteó la piel con gotitas cremosas. Ella observaba con fascinación cómo se corría mientras seguía acariciándole hasta que finalmente empezó a perder la erección.

Ver cómo se corría había sido una sensación vertiginosa y muy distinta a todo lo que había experimentado en la vida. La dejó inquieta, tensa e insatisfecha. Lo deseaba tanto que se notaba un cosquilleo en los pechos y el pulso en el clítoris, pero no sabía cómo llegar al clímax. Ahora que había dado el paso no sabía qué más hacer o si debía hacer algo para aliviar su insatisfacción.

—Quítate la ropa, cielo.

Sorprendida, levantó la vista.

—Sigues al mando —dijo para tranquilizarla—, pero necesitas llegar y me gustaría ver tu precioso cuerpo. Recuerda que sigo atado. Va, quítate la ropa y acuéstate a mi lado, quiero ver cómo te corres.

Algo temblorosa, se levantó e hizo lo que le pedía. Sin mirarle, se quitó la ropa poco a poco y dudó al quedarse en braguitas y sostén. Sentía como si las cicatrices de hacía décadas pudieran vérsele en la piel. Se sentía muy vulnerable, pero a la vez tenía ganas de obedecer.

Miró rápidamente a Jensen y encontró una mirada comprensiva en sus ojos oscuros. De haberla mirado de otro modo, se hubiera asustado, pero fue esa comprensión lo que le permitió seguir adelante.

Él veía su corazón. Él sabía lo duro que le resultaba desnudarse y eso le daba fuerzas para no dejar que la dominaran sus miedos.

Antes de echarse atrás, se quitó el sostén y las braguitas. Luego, volvió a la cama y se arrodilló a su lado antes de volver a mirarlo a los ojos.

—Tócate —murmuró—. Date placer. Quiero ver cómo llegas al orgasmo.

Ella abrió bien los ojos. Por un instante no supo qué hacer.

—Tócate los pechos. Acarícialos y luego rózate los pezones. Descubre qué te gusta y hazlo —la alentó.

Seducida por su tono ronco y las ganas que tenía de que acabara satisfecha, se fue acariciando el vientre hasta los senos, que se apretó para abarcarlos bien. Con el pulgar se rozó los pezones y dio un gritito ahogado al notar el chispazo que de repente parecía haberle dado.

—Ahora imagina que te los estoy chupando —le pidió en voz baja—. Imagina mi boca en tus pechos y mi lengua lamiéndolos.

Cerró los ojos y gimió, dejándose llevar por el espíritu de la seducción.

—Ponte una mano entre las piernas. Sepárate bien los pliegues, enséñame bien ese precioso sexo tuyo. Con la otra mano, sigue jugando con el pecho y el pezón.

Con los ojos cerrados, porque no quería romper el hechizo, bajó una mano por el vientre hasta los muslos. Se estremeció cuando se rozó el clítoris con los dedos y, entonces, tal como le había pedido, se levantó un poco para que lo viera bien.

—Precioso —murmuró—. Tócate, cielo. Quiero que te corras. Córrete para mí.

Gimió mientras empezaba a tocarse y a hallar el ritmo perfecto. Arqueó la espalda, incapaz de quedarse quieta. Movía las caderas mientras seguía ejerciendo cierta presión en el clítoris con el dedo anular.

—Así, muy bien —la animaba él—. Siéntete bien, Kylie. Dios, eres tan guapa. Eres tan bonita.

Esa voz tan suave y sensual aumentaba su placer y la elevaba más y más, casi al borde del éxtasis.

Notaba el cosquilleo de algo maravilloso. El cuerpo se le tensaba entero y se notaba los pechos cada vez más sensibles con cada roce y cada respiración. Apretaba el vientre y el sexo, y la sensación se intensificaba. Con cada caricia y cada palabra de Jensen se veía más cerca.

Echó la cabeza hacia atrás; se sentía salvaje y exótica. No era ella misma. Se había convertido en otra persona completamente distinta. Alguien sexual, una seductora. Alguien con el control de su sexualidad.

Nunca se había sentido tan libre y tan descansada. Aquí nada podía maltratarla, herirla o asustarla. Aquí estaban solo Jensen y ella. Y sus fantasías más secretas y excitantes.

—Eres tan guapa —murmuró.

Abrió los ojos y lo miró; de repente se sentía desinhibida, no tenía miedo. Quería compartir ese momento con él.

—Córrete para mí, cielo. Quiero ver tu placer. Y saborearlo.

Se introdujo un par de dedos para comprobar lo húmeda que estaba y se los ofreció a él después. Él se metió un dedo en la boca y lo succionó con ganas. Se lo dejó bien limpio y gimió en señal de satisfacción.

Rápidamente volvió a introducírselos en el sexo porque estaba a punto. Muy, muy a punto. No quería perder la ocasión.

Más rápido, más fuerte. Ejerció más presión y luego volvió a echar la cabeza hacia atrás. Ya llegaba. Ya estaba allí y se dejaba llevar.

Gritó y se estremeció cuando el orgasmo se desató en su interior como una ola gigante. Se inclinó hacia delante y se apoyó con ambas manos en la cama, jadeando.

De repente quería que Jensen la abrazara, que la tocara. Quería su fuerza y sentirse segura.

Tiró de los nudos, pero apenas tenía la fuerza para desatarlos. En cuanto le liberó una mano, él pudo desatarse la otra; parecía igual de desesperado que ella por abrazarla.

Kylie se lanzó a sus brazos. Le daba igual que ambos estuvieran desnudos. Había hecho un sacrificio por ella. Nunca le haría daño y lo sabía.

—Abrázame —le susurró—. Por favor. Te necesito.

—No pienso soltarte —le prometió—. Te abrazaré todo lo que quieras, siempre que lo necesites. No me voy a ningún lado.