Dieciséis

Nerviosa, Kylie esperaba a que Jensen terminara de aparcar. Llevaba esperando su llegada desde que regresara de comer con sus amigas. Cuando la llamó para decirle que llegaría antes de lo previsto, se puso contentísima.

No estaba segura de si eso era buena o mala señal, si era indicativo de cómo había ido la charla con Dash.

Fue a recibirlo a la puerta y se lanzó a sus brazos. A él le encantó esa muestra espontánea de afecto y la abrazó con fuerza. Entonces, ella tomó la iniciativa y lo besó, pero no fue como los besitos que le daba él: le comió la boca, hambrienta, lamiéndole los labios e introduciéndole la lengua.

—Vaya —dijo con la respiración entrecortada cuando ella se retiró un poco—. Esto sí que es un recibimiento.

—Te he echado de menos —dijo sin tapujos. A él podía reconocerle cosas que no admitiría a nadie. No se sentía tan vulnerable o expuesta con él.

Se sentía… segura.

Era algo que se decía ella muy a menudo y que también le había dicho a él una y otra vez. Sin embargo, era algo tan alucinante que era digno de repetición. Ella, que no se sentía segura con nadie, se sentía completamente a salvo con Jensen.

—Yo también te he echado de menos.

Entonces, fue él quien la besó tomándose su tiempo, sin prisas. Kylie sentía calor por todo el cuerpo. Ahora que había decidido que intentaría tener una relación física con él, no podía pensar en otra cosa. Se moría de ganas porque eso sería algo enorme para ella, igual que el ofrecimiento de Jensen de cederle todo el control.

—Me he acostumbrado a tenerte cerca estos cuatro días —susurró ella.

Él gimió.

—Dios, cielo, si quieres que salgamos, tendrás que parar porque estoy a punto de cogerte en volandas, llevarte al dormitorio y esposarme al cabecero de la cama.

Ella se echó a reír alegre y despreocupadamente. ¿Tanto había avanzado que podían bromear sobre sus complejos y reírse de sí misma? Si en algún momento había dudado de si amaba a este hombre, las dudas acababan de esfumarse.

—Estoy lista para salir —dijo sonriendo—. Me dijiste que me pusiera informal, pero tampoco quería ir con un trapillo.

Él se apartó un poco como si, en ese momento, se diera cuenta de lo que llevaba puesto. Le encantaba que no le prestara atención al envoltorio. Solo estaba centrado en ella, en la mujer y en lo que había en su interior, por muchos líos que hubiera ahí.

—Si eso es tu definición de «informal», me muero por ver qué no lo es. —Su aprecio y valoración eran patentes en el tono de voz.

Llevaba un vestido de cóctel que le quedaba por encima de las rodillas y con el que enseñaba las piernas. Era sencillo y podía considerarse informal: negro y sin mangas, tenía un escote modesto que solo insinuaba la sinuosidad de sus pechos.

Lo más llamativo eran los zapatos. Solía llevar calzado plano y nunca usaba tacones. Sin embargo, ese día se sentía valiente y atrevida, así que de camino a casa paró en una tienda y se compró un par de zapatos de tacón con clavitos y brillantes que le quedaban de vicio. Solo esperaba no caerse de bruces cuando intentara andar con ellos.

—Quería estar guapa para ti —le dijo entre titubeos.

Él la atrajo hacia sí, con cuidado para que no tropezara.

—Cielo, estás preciosa te pongas lo que te pongas, pero te aseguro que estás guapísima. Soy un cabrón con suerte por que me vean contigo. Voy a cambiarme la ropa de trabajo y salimos. ¿Crees que podrás bailar una lenta con esos zapatos?

Ella sonrió al captar esa mirada de aprecio que colmaba su ego femenino. Ni siquiera sabía que lo tenía hasta entonces.

—Si estoy muy cerca de ti no me caeré.

Él se le acercó entonces y le susurró:

—No permitiré que te caigas nunca, cielo.

El corazón le dio un vuelco con esa promesa; sabía que no la rompería. Literal y metafóricamente hablando, no la dejaría caer. No si estaba cerca. Era más fuerte con él, gracias a él. Se sentía con ánimo de comerse el mundo por la confianza que él depositaba en ella.

Se moría de ganas de decirle todo lo que sentía, pero sabía que aún les quedaba un largo trecho por delante y que no sería fácil. Todavía tenían que superar algunos obstáculos, pero por primera vez era optimista por la oportunidad de recuperar las riendas de su vida. Y en parte se lo debía a él. No, se lo debía todo a él.

Si no la hubiera presionado, si no hubiera sido tan obstinado, seguiría viviendo al día, escondiéndose del mundo con la cabeza en la arena.

Ahora salía. Tenía otra cita, solo que en esta ocasión esperaba un resultado mejor. No era tan ingenua como para pensar que consumarían esta noche, pero quería intentarlo. Ya era algo, ¿no? No tenía miedo de intentarlo. Solo temía fracasar, pero no iba a usar eso como excusa para no hacerlo. Se enfrentaría a sus miedos de cara y no permitiría que se adueñaran de ella nunca más.

Jensen no tardó nada en cambiarse. Se puso unos vaqueros y un polo que le sentaba con un guante. Se ajustaba a la perfección al pecho y a los hombros, y acentuaba su físico esbelto a la par que musculoso.

Y su olor… No sabía si se había puesto colonia o tal vez fuera solo el aftershave. No olía muy fuerte; olía a hombre. Le encantaba.

Fueron a un club de jazz del centro. Cada noche tocaba una banda y la iluminación era tenue y romántica; solamente se oían los armónicos compases de la música mezclados con las conversaciones de los demás.

Era un lugar íntimo y acogedor. Cómodo y perfecto. Un preludio ideal para lo que esperaba que vendría después. Estaba nerviosa e impaciente por ver dónde les llevaría la noche. Quería hablar con él, preguntarle lo del control y si de verdad estaba dispuesto a cederlo.

Lo quería su corazón y su cuerpo. Ahora solo esperaba que lo deseara su mente también.

Pidieron las bebidas e intercambiaron miradas por encima de sus copas. Después de pedir la cena, Jensen se incorporó y le tendió la mano.

—Es hora de ver cómo bailas con esos zapatos y si puedo sostenerte —dijo con un tono pícaro.

Ella se entregó a sus brazos sin pensarlo, captando la intensa esencia masculina y la fuerza que su cuerpo le ofrecía. Él la abrazó de tal modo que apenas tenía espacio para moverse. No le importó demasiado.

Empezaron a moverse lentamente al ritmo de la música, con la cabeza apoyada bajo la barbilla de Jensen. Cerró los ojos y se le acercó más, dejó que la abrazara.

Se le cortó la respiración cuando notó su erección en el vientre. Incluso a través de la tela vaquera, notaba su pene duro y hasta con pulso.

Él le acarició la espalda arriba y abajo, rozándola con los dedos como si le susurraran a su piel igual que en un sueño. Ella gimió suavemente, un ruidito de satisfacción y de placer que le vibró en el pecho.

—Me matas, cielo.

Esas palabras la hacían estremecer entera.

Levantó la cabeza para poder susurrarle también y él se agachó ligeramente para acercarse a sus labios.

—Tú también me matas.

La sonrisa de Jensen fue inmediata. Era una sonrisa maliciosa, como de depredador, que tendría que haberla aterrorizado, pero no lo hizo. Esa sonrisa le decía que estaba en peligro… pero del bueno.

Le puso una mano en la nuca y la otra en su esbelta espalda. Su instinto femenino estaba en alerta. Se notaba tensa de las ganas; se notaba los pechos pesados del deseo.

Entonces, sin soltarla, se inclinó y la besó en los labios. Fue tan tierno, tan gentil, que casi le entraron ganas de llorar. No había nada más perfecto que su aquí y ahora. En sus brazos, con las notas de jazz envolviéndolos.

La intimidad los rodeaba, los cubría, los abrazaba. Ella se dejaba llevar en sus brazos, completamente absorta en el momento. Quería que se detuviera el tiempo, que ese ambiente no cambiara nunca.

Él parecía tan reacio como ella cuando se apartó y miró en dirección a la mesa con una mueca.

—Ya ha llegado la cena.

—¿Qué cena? —preguntó ella con la voz ronca.

Él sonrió y la besó en la comisura de los labios.

—Venga, vamos a darle de comer a mi niña.

La embargó una sensación vertiginosa de alegría por ese mote cariñoso. Su niña. Como si le perteneciera y fuera la destinataria de todos sus cuidados.

Se comportaba como una adolescente que apenas podía controlar las hormonas.

La llevó de vuelta a la mesa donde les aguardaban los entrantes, pero Jensen se acercó el plato de Kylie y se sentó un poquito más cerca de ella. Le cortó el bistec y le dio un bocadito.

Al principio le dio vergüenza que un hombre le diera de comer a una mujer ya crecidita. Miró alrededor rápidamente, pero nadie les prestaba la más mínima atención. Todos estaban enfrascados en sus conversaciones.

—Relájate, Kylie. Ya te doy yo de comer. Me encanta.

Pensado de ese modo, se sentía como una arpía por dejar que ese breve instante de incomodidad se interpusiera en la intimidad que se estaba estableciendo entre ambos y que cada vez era mayor.

Se esforzó por tranquilizarse como le había pedido y dejó que prosiguiera ese íntimo acto de darle de comer.

—¿Ves? No está nada mal —le dijo en un tono convincente.

Ella negó con la cabeza y miró el plato de él, que ni siquiera había tocado.

—¿Te doy de comer yo a ti? —le dijo bromeando.

Él se sorprendió, pero luego pareció complacido.

—Si quieres…

Ella se inclinó hacia delante, cogió el cuchillo y el tenedor y empezó a cortarle la carne. Entonces le fue dando bocaditos mientras él no dejaba de mirarla.

Lo que al principio era una experiencia algo incómoda para ella, se convirtió en un acto muy íntimo. El ambiente sensual que les rodeaba era casi tangible y se volvía cada vez más intenso, como si se estuviera fraguando algo.

Lo quería. Lo quería. Desear tanto a un hombre era nuevo para ella. Nunca había tenido tantas ganas de dejar atrás su pasado como ahora. Lo había usado como una barrera protectora, un muro infranqueable. Pero ahora quería bajarla ella misma, no quería que lo hiciera él. Quería ser dueña de ese momento; quería ser ella quien lo hiciera.

—¿Quieres volver a casa? —susurró ella.

Se dio cuenta de que tal vez no quedaba claro a casa de quién se refería, pero llevaba días con Jensen y no tenía ganas de irse a la suya. Además, allí ya le había dado un ataque. Quizá en casa de él, un sitio en el que ya se sentía segura y a salvo, pudiera vencer a sus demonios.

—Pues claro —murmuró él.

Sacó unos billetes de la cartera y los dejó en la mesa junto a los platos. Se levantó y le tendió la mano. Ella se la cogió, se puso en pie y se fueron corriendo al coche.

El trayecto de vuelta a casa fue en silencio, pero de algún modo a ella la tranquilizaba esta tensión entre ambos. Estaba claro que se tenían ganas. Ninguno de los dos trataba de ocultarlo.

Cuando llegaron a la entrada, Kylie tuvo un momento de duda que se apresuró a aplacar. Quería seguir adelante con esto. Tenía preguntas y quería tener una imagen más clara de lo que le había prometido.

En cuanto entraron en casa, ella tomó la iniciativa y se fue derecha al salón. Se sentó en el sofá y le dio un golpecito al cojín de su lado.

Él se sentó, ella se dio la vuelta y se tragó todos sus miedos. Con este hombre podía ser ella misma. Con este hombre podía sentirse completa otra vez. Bueno, otra vez no. Mejor dicho, por primera vez.

—Quería… necesitaba pedirte algo —dijo titubeante.

Él le acarició la mejilla con suavidad y de un modo la mar de tranquilizador, aunque su tacto era puro fuego.

—Pídeme lo que quieras, cielo. No hay nada de lo que no podamos hablar.

Ella sonrió, alentada por su sinceridad.

—Quiero… —Inspiró hondo y fue a por todas—. Quiero volver a intentarlo. Contigo, vamos. Pero quería saber antes a qué te referías con lo de darme el control.

A Jensen le brillaban los ojos con una intensidad y un calor casi palpable. Deseo. Satisfacción. Alivio.

—A eso mismo me refería —repuso él—. Si te apetece esto, puedes atarme a la cama, con las dos manos por encima de la cabeza, y seré tuyo para que hagas lo que te plazca. Y con eso me refiero a lo mucho o lo poco que quieras. Empecemos poquito a poco y así verás qué ritmo te va mejor, pero no te presiones. No quiero que te enfades si no puedes con todo al principio. No tengo prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo, así que quiero que te relajes, que vayas despacio y que hagas solo aquello con lo que te sientas cómoda.

Kylie dejó caer los hombros, aliviada. Él parecía muy sincero.

—Entonces hagámoslo —susurró—. Quiero intentarlo. No quiero hacerte promesas que no pueda cumplir, así que de momento veamos qué pasa.

La sonrisa de Jensen era tremendamente gentil y comprensiva.

—Lo que tú ordenes y mira que yo no hago estas ofertas a la ligera. Solo por ti. Siempre para ti.

—¿Entonces qué hago ahora?

Él se levantó, le tendió las manos en un gesto de apoyo y solidaridad.

—Nos vamos al dormitorio y cogeré cuerda para que me ates a la cama. El resto depende solo de ti, cielo.