Kylie se despertó despacito del sueño pesado que aún la envolvía y se dio cuenta de que algo había cambiado. Curiosamente no le entró el pánico, sino una sensación de bienestar. Se sentía cómoda y segura.
Suspiró, tranquila, y se acurrucó entre los fuertes brazos que la rodeaban como la más gruesa de las mantas.
—¿Estás despierta?
Ella parpadeó, sorprendida, y encontró una mirada cálida que le resultaba muy familiar.
¿Jensen?
Se esforzó por recordar lo que había pasado. ¿Dónde estaba?
—No te asustes, cielo. Estás a salvo. Estás conmigo.
Su murmullo de consuelo la tranquilizó, pero frunció el ceño.
—Te desmayaste en el despacho. ¿Te acuerdas?
Enfocó algo más la mirada y se dio cuenta de que estaban en la cama, juntos. Y que no era su cama.
Kylie se incorporó como pudo, sorprendida por la fuerza que tenía que hacer con los brazos para una acción tan simple.
—Cuidado. No te muevas muy deprisa —le advirtió—. Ve despacito. Respira, ¿de acuerdo?
—Estoy bien —susurró—. Solo estoy confundida. ¿Dónde estamos?
—En mi casa. Te traje porque me tienes muy preocupado. ¿Cuándo dormiste por última vez? Llegaste al límite de tus fuerzas. Suerte que estaba yo allí cuando pasó.
Ella miró alrededor y captó el aire masculino de la habitación: los muebles, los colores y la enorme cama que compartían. Estaba acurrucada a su lado con las piernas entrelazadas.
Inmediatamente miró hacia abajo y la alivió saber que iba vestida. Seguro que se acordaría si hubieran hecho el amor.
Él le levantó la cabeza con un dedo en la barbilla y la miró con sinceridad.
—No ha pasado nada, cielo. No me aprovecharía de ti en ese estado. Te desmayaste en el despacho, te traje a casa y te acosté. Has dormido dieciséis horas seguidas.
Ella puso los ojos como platos, primero asustada y después aterrorizada.
—¡Ay, mierda! ¡Tendría que estar trabajando! ¿Qué hora es?
Él entrecerró los ojos e hizo un mohín.
—No te emociones. No te acercarás a la oficina. Lo que tienes que hacer es quedarte aquí y descansar todo lo que no has descansado. No levantarás un dedo siquiera en los próximos días y no, no es negociable.
Ella no tenía nada que decir, al parecer. ¿Cómo podría? Lo miró estupefacta. ¿Por qué estaba ahí? ¿Por qué no la había dejado y se había lavado las manos?
—¿En qué piensas? —murmuró con el ceño fruncido, concentrado.
—Me pregunto por qué estás aquí o, mejor dicho, qué hago yo aquí —le espetó—. No entiendo por qué no saliste disparado después de lo que pasó.
Su expresión se suavizó y le acarició el brazo hacia abajo, lentamente, hasta la cadera.
—No pienso irme a ningún sitio, cielo. Y de momento tú tampoco.
—Es imposible que quieras estar conmigo después de lo que pasó —susurró.
—Quiero y lo haré —repuso sin más—. Tendrás que esforzarte muchísimo más para asustarme y que huya despavorido. Lo nuestro es inevitable, Kylie. Yo ya lo he aceptado. Ahora tienes que hacerlo tú.
De pronto le entró calor por todo el cuerpo y, con él, alivio. Un alivio tremendo, alucinante y arrollador. Se recostó en la almohada; se quedaba sin fuerzas. ¿Por qué estaba tan aliviada? ¿No tendría que estar cabreada? ¿No debería discutirle eso? ¿No debería convencerle de que lo suyo no era posible y que la dejara en paz?
¿Qué quería decir que su única reacción ante semejante petición despótica fuera el alivio?
—Parece que cuando estás cerca solo sé asustarme y tener ataques —murmuró—. Debes de ser masoca para querer más.
A Jensen le brillaban los ojos.
—Lo superaremos juntos.
Su corazón se vio abrumado por un anhelo que no había sentido antes. Y por la esperanza, una esperanza genuina y sin trabas. No iba a renunciar a ella. Estaba aguantando carros y carretas, y eso que la había visto en su peor momento. Si soportaba eso, podría con cualquier cosa, ¿verdad?
No se había dado cuenta de lo mucho que deseaba algo así hasta entonces. Se había preparado para su rechazo. Sabía con total certeza que la dejaría igual que se dejan los malos hábitos después del numerito en la cita. Pero ahí estaba él con una determinación patente en sus hermosos ojos.
—Juntos —susurró ella.
La esperanza ardía también en sus ojos. ¿Estaba él tan convencido de que ella lo dejaría como a la inversa?
—¿Tienes hambre? —preguntó él—. Está claro que no has dormido desde que me fui, pero ¿a que tampoco has comido?
Ella trató de recordarlo, de traspasar esa bruma que nublaba sus últimos días.
—Interpretaré eso como un no —murmuró—. De acuerdo, quédate aquí quietecita. Ni se te ocurra salir de la cama. Tengo una camiseta y unos pantalones de chándal para que te cambies, pero ya está. Levántate lo justo para cambiarte si quieres, pero luego vuelve a acostarte hasta que te traiga algo de comer.
—Sí, señor —dijo ella secamente.
Él sonrió y le alborotó el pelo con cariño.
—Me gusta esa actitud, cielo.
Entonces Jensen salió de la cama y vio que él también iba completamente vestido. Le conmovió saber que lo había hecho para asegurarse de que ella no tuviera ninguna duda de lo que había pasado al traerla a su casa.
Ese hombre debía de tener más paciencia que un santo porque era evidente que estaba chiflada.
Ella lo siguió con la mirada mientras se alejaba y luego miró la ropa que le había dejado a los pies de la cama. Se sintió sucia y le apetecía darse una ducha, pero eso la metería en problemas porque él le había insistido mucho en que se quedara en la cama. Y, bueno, la sola idea de levantarse y ducharse la cansaba. Seguía exhausta y quedarse en la cama sonaba fenomenal. ¿Y lo de desayunar en la cama? Eso era aún mejor.
Se cambió a toda prisa porque no quería arriesgarse a que volviera y se la encontrara desnuda. Dejó a un lado la ropa de trabajo y se puso la camiseta y los pantalones, que eran muchísimo más cómodos.
Las prendas olían a él. Era casi tan bueno como cuando la abrazaba. Casi pero no igual, claro.
Volvió a meterse en la cama e inspiró hondo, gozando de su aroma en la almohada que tenía al lado.
Fue una ridiculez, pero cambió rápidamente su almohada por la de él, mirando hacia la puerta con culpabilidad para cerciorarse de que no la había visto. Quería su almohada, quería que la envolviera su olor.
Se recostó, cerró los ojos y disfrutó de la calidez y la comodidad de su cama, su almohada y su ropa. Él.
Al cabo de un momento, Jensen entró en el dormitorio con una bandeja. Ella se sentó rápidamente y se ahuecó la almohada en la espalda mientras él le ponía la bandeja delante.
Gofres y beicon. Perfecto.
—Tiene una pinta estupenda —dijo ella con la voz ronca—. Gracias.
Él se sentó en la cama a su lado, para estar codo con codo.
—Va, come —le instó—. No quiero que quede ni una migaja.
Ella sonrió mientras tragaba un bocado delicioso del desayuno.
—Reconócelo, te encanta darme órdenes. Es todo eso del rollo dominante que te va.
Él pareció sorprendido por la naturalidad con la que hablaba del asunto. A ella también la sorprendió y debería asustarla, como todo lo demás. Sin embargo, en el fondo sabía que este hombre nunca le haría daño a propósito. Puede que no supiera mucho más, pero de eso sí estaba convencida. Tal vez fuera una ingenua, pero se sentía a salvo con él. La había visto en sus momentos de mayor vulnerabilidad y no la había tratado con prepotencia ni superioridad. No había tratado de aprovecharse. La había tratado con sumo cuidado, como si fuera alguien valiosísimo, con una ternura que no lograba comprender pero que agradecía infinitamente.
—Con el tiempo comprenderás que tienes todo el poder por lo que a mí respecta —dijo con tono serio—. Y que yo no tengo nada.
Tragó saliva; la comida le había hecho un nudo en la garganta al oírlo. Todo él infundía autoridad, ¿pero le estaba diciendo que era ella la que tenía el poder? ¿Cómo era posible?
—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó en voz baja.
Él la miraba con decisión, la intensidad era tal que notaba el calor en su rostro como si fuera un rayo de sol.
—Quiere decir que tú mandas, cielo. Pase lo que pase, depende de ti. Significa que cuando hagamos el amor, si lo hacemos, tú tendrás el control de todo y yo estaré a tu merced. Quiere decir que por lo que a ti respecta, no soy dominante ni tengo ningún deseo de serlo. Y que, en efecto, estoy a tus pies.
Vaya. ¿Cómo tenía que responder a algo así? La emoción se le agolpaba en la garganta y de repente le entraron ganas de llorar. No porque estuviera triste, sino porque estaba abrumada por la magnitud de lo que le estaba ofreciendo. No era un hombre que hiciera concesiones de este tipo a la ligera. Todo él emanaba masculinidad y control. Y a pesar de todo, por ella estaba dispuesto a suprimir su esencia.
No merecía este tipo de regalos. No se los merecía. Y que se lo ofreciera destruía cualquier muro que hubiera construido entre ambos. No tenía defensas para ese alarde de generosidad y desinterés.
—No sé qué decir —dijo ella entrecortadamente.
—Lo primero que quiero que digas es que te quedarás conmigo los próximos días. Deja que te cuide. Deja que me esfuerce por construir la confianza entre los dos.
—¿Y lo segundo?
—Quiero que le des una oportunidad a lo nuestro.
—¿Hay algo nuestro? —susurró.
—Quiero que lo haya —contestó con sinceridad—. Pero tú también tienes que desearlo. Con que lo desees la mitad que yo, ya será una buena manera de empezar.
Ella contuvo la respiración hasta que empezó a sentirse mareada y entonces, antes de tener tiempo para acobardarse y salir corriendo —como hacía en los demás aspectos de su vida—, decidió arriesgarse.
—Sí y de acuerdo. —Las palabras salieron a borbotones.
Él parpadeó.
—Sé un poquito más específica. Necesito saber a qué te refieres. Esto es demasiado importante para suponer o pensar que dices algo que no es.
Ella inspiró y soltó el aire poco a poco para tranquilizarse antes de que le diera otro ataque.
—Sí, me quedaré contigo; y de acuerdo, le daré una oportunidad a lo nuestro.
El alivio era tan evidente en su mirada que casi fue como un golpe en el estómago. No se había dado cuenta de lo mucho que él lo deseaba… la deseaba, mejor dicho. Era alucinante que hubieran pasado de enemigos a posibles amantes, o algo más que meros conocidos, vaya. Interiormente, no podía dar el salto a amantes porque la última noche seguía demasiado presente.
Le cogió la cabeza delicadamente con ambas manos para que lo mirara a los ojos. Le acarició los pómulos con los pulgares y luego agachó la cabeza y la besó con ternura. Luego le lamió el sirope de los labios en una pasada tan suave que le hizo ver hasta las estrellas.
Su cuerpo lo deseaba. Ahora solo tenía que hacerlo su mente. Su corazón estaba de acuerdo con su cuerpo, pero tenía que conseguir que su cerebro dejara de alarmarse cuando las cosas se calentaban.
Tal vez sí debería ir al loquero. Nunca había contemplado la idea, nunca había tenido una razón de peso para abordar esas cuestiones. Jensen se la daba ahora. Le daba esperanza, le daba muchas cosas que nunca creyó que querría.
—¿A qué te referías cuando has dicho que, esto…, si hacíamos el amor yo tendría el control? —preguntó con vacilación.
Él volvió a acariciarle la cara y le apartó el pelo mientras la miraba a los ojos.
—Me refiero a que si decidimos dar ese paso, me pondré en una posición vulnerable para que tú te sientas completamente a salvo. Haré lo que sea, pero, cielo, no tiene que ser ahora. No hace falta que sea pronto. Será cuando estés preparada para que suceda. No quiero que te sientas presionada para darme algo que no estás preparada para darme. Tenemos todo el tiempo del mundo.
—¿Y esperarías tanto?
Intentó que no se le notaran las dudas en la voz, pero sabía que había fracasado estrepitosamente. A pesar de todo, no parecía ofendido ni enfadado por su escepticismo. Al contrario, la miraba con ternura.
—Por la mujer adecuada, esperaría la vida entera.
Le salió como una promesa de lo más solemne. No había duda en su voz y su convicción parecía inquebrantable.
Ella sacudió la cabeza, estupefacta.
—No lo entiendo. No entiendo nada. He sido muy borde contigo. ¿Cómo puedo caerte bien siquiera?
Él sonrió y le puso una mano en el corazón.
—Porque pude ver más allá de las barreras protectoras y disuasorias, vi a la mujer que hay en ti y me gustó. No me engañaste ni un segundo, cielo. Puede que los demás sean más fáciles de engañar o bien no se dignen a mirar más que el exterior. Yo no soy así.
—Me gustas —reconoció ella—. Mucho, de hecho. Y sé que crees que no confío en ti, pero sí lo hago. No lo sabría explicar, pero me siento segura contigo y te cuento cosas que no cuento a los demás.
Él sonrió aún más.
—Me alegro de que te sientas segura conmigo, cielo, porque lo estás. Siempre, no lo dudes. Haré lo que esté en mi mano para tenerte a salvo, no solo físicamente, sino también emocionalmente. Y me honra que me hayas dado tu confianza. Es un regalo que no me tomo a la ligera. Me esforzaré para que no te arrepientas nunca de habérmela regalado.
Suspiró y se echó hacia atrás, con la mirada fija en él. Lo absorbía. Qué rápido se había convertido en su amuleto. Qué fácil le resultaba contarle cosas que no le había contado nunca a nadie.
—Te he echado de menos —admitió—. Contaba las horas y los minutos hasta que volvieras. No quise dormir después de aquella noche. Tenía demasiado miedo porque sabía que tendría pesadillas y no estabas allí. No me sentía a salvo.
Él recogió la bandeja y la dejó en el suelo a su lado. Entonces se volvió hacia ella, la rodeó con los brazos y Kylie apoyó la cabeza en su hombro.
—No tendría que haberte dejado —dijo en voz baja—. Siento haberte decepcionado, cielo. No volverá a pasar porque tú eres lo primero. Yo también te he echado de menos. Lo acabé todo antes de tiempo para poder volver a casa y estar contigo. Nunca he tenido a nadie a quien deseara volver a ver después de un viaje. Era una sensación agradable. Pero cuando te vi casi se me para el corazón. Me diste un buen susto.
—Lo siento —susurró—. Sé que puedo ser difícil. No quiero serlo, quiero ser mejor, Jensen. Puedo serlo contigo, lo noto. Por primera vez, siento que puede ir bien, que no tengo que seguir viviendo como hasta ahora. Da miedo y es emocionante a la vez. No reacciono muy bien a los cambios, como ya habrás notado.
—Somos el uno para el otro —dijo él—. Nos parecemos más de lo que crees. Te entiendo más de lo que piensas y con el tiempo tú me entenderás también.
—Eso quiero —repuso ella con sinceridad.
Levantó la cabeza para verlo.
—Una vez me dijiste que tú también tenías demonios. ¿Me lo contarás?
Jensen le cogió la mano y se la llevó a sus labios.
—Algún día, sí, pero ahora mismo no. No quiero fastidiar el momento, ahora que estás en mis brazos, que estamos juntos. Dejemos esa conversación para otro día.
Kylie no insistió porque sabía que si se lo contaba, ella también tendría que hacerlo y, al igual que él, no tenía ganas de arruinar la escena. Se recostó entre sus brazos y bostezó.
Él le acarició el pelo para tranquilizarla y que pudiera conciliar el sueño.
—Descansa, cielo. Tienes que recuperar horas de sueño. Te despertaré más tarde para comer y luego puedes estar despierta hasta la hora de cenar. Cenaremos aquí, veremos una película, lo que sea. Pero por ahora descansa, estás a salvo.
—Podría enamorarme de ti tan fácilmente, Jensen —susurró—. Y me asusta. Nunca le he permitido a nadie que esté en disposición de hacerme daño. No estoy segura de que me guste.
Le besó la cabeza.
—Establecer la confianza es eso. Cuando aprendas a confiar en mí del todo, la idea de quererme no te asustará tanto porque sabrás que nunca haría nada que pudiera herirte.