Kylie cerró los ojos para tranquilizarse antes de volver a centrarse en el montón de memorándums que tenía delante. Aún oía la reprimenda de Chessy: no quería que volviera a trabajar el lunes. Ni el martes. Ahora ya era miércoles y tal vez su amiga se habría dado cuenta de que era imposible obligarla a quedarse en casa porque no la había llamado por la mañana como los otros días, ni había ido a convencerla para que no fuera a trabajar.
Debería consolarla que Jensen se preocupara hasta el punto de llamar a Chessy para que fuera a verla a casa, que no quisiera que estuviera sola, pero que su amiga la viera en su peor momento la humillaba aún más. Chessy había insistido en pasar la noche con ella y estaba allí cuando se despertó gritando en plena noche por culpa de una pesadilla. Joder, que alguien la viera de esa guisa la ponía enferma.
Le sobraba con que Jensen hubiera presenciado dos colapsos ya.
Abrió los ojos, aunque los papeles seguían moviéndose. Le dolía muchísimo la cabeza, consecuencia de las noches sin dormir. En lugar de descansar, se había obligado a permanecer despierta porque no quería tener pesadillas. Estaba a salvo siempre y cuando no durmiera y pudiera controlar sus ideas, sus recuerdos. Su pasado la atormentaba únicamente cuando dormía.
Al final tendría que dormir y para entonces esperaba estar tan cansada que el cuerpo se le apagara solo y pudiera dormir sin soñar.
Si era sincera consigo misma, reconocía que echaba de menos la presencia de Jensen en la oficina. Sin él, todos estos días que había estado fuera, la oficina le parecía más grande, más silenciosa e incluso intimidante. No se había dado cuenta hasta ahora de lo segura que se sentía cuando él estaba al fondo de la sala. O en su despacho, molestándola.
Imaginaba que fuera lo que fuera lo que había pasado entre Jensen y ella, o lo que fuera que él quisiera, era imposible ahora. Seguramente mantendría las distancias, ¿y quién podía culparlo? ¿Quién quería tratar con una lunática?
Miró el reloj de pared deseando que pasaran las horas. No para volver a casa y a la soledad —y evitar a Chessy y sus preocupaciones—, sino porque contaba las horas que faltaban para el regreso de Jensen.
Mañana. Lo que significaba una noche más de esforzarse al máximo para permanecer despierta. Se notaba el cansancio en las venas, le cargaba los hombros y le volvía la cabeza pesada y embotada.
Apoyó la cabeza en la mesa, sobre el montón de papeles que tenía que clasificar. Solo cerraría los ojos un ratito. Solo necesitaba eso.
Suspiró y cerró los ojos poco a poco, pero los volvió a abrir al oír la puerta de su despacho. Levantó la cabeza de repente, algo de lo que se arrepintió al momento. La estancia empezó a dar vueltas en el mismo instante en que vio a Jensen, en el umbral, con una expresión seria.
Se le aceleró el corazón y se avergonzó al mismo tiempo por el alivio que la invadió al saber que había vuelto. Un día antes. Estaba aliviada, pero se sentía muy débil.
—¿Pero qué diantre te has hecho? —le preguntó con una voz ronca por la preocupación—. Joder, Kylie, ¿has dormido mientras estaba fuera?
Ella se incorporó, a la defensiva, mientras apretaba los puños sobre la mesa.
Empezó a decir que se encontraba bien y que no era asunto suyo cuando, de repente, el despacho se oscureció a su alrededor y tuvo que volver a sentarse.
Oyó cómo Jensen soltaba un improperio junto a la puerta —que ahora le parecía muy lejana— y, sin saber cómo, se vio en el suelo.
Su último recuerdo consciente fue ver a Jensen llamándola, preocupado. Pero la oscuridad la envolvió, arrullándola con su silencio, y ella se dejó llevar porque en ella encontraba la paz. Por fin. Jensen estaba ahí. Estaba a salvo. Ahora podía descansar.
Jensen la cogió entre sus brazos, se la acercó al pecho y comprobó que respiraba. Imaginaba que había estado trabajando hasta la extenuación y seguramente ni siquiera había dormido durante todo el tiempo que él había estado fuera, pero no podía saberlo.
Sus exhalaciones suaves y el leve subir y bajar de su pecho templaba su humor y su preocupación.
Tenía un aspecto horrible y a pesar de todo era la mujer más hermosa que había visto nunca. Las ojeras siempre marcadas de forma permanente bajo sus ojos. Le parecía que tenía la cara más fina y contraída. Si pensaba que parecía frágil antes, ahora aún más.
Había llegado a ese punto álgido, ese punto que tanto temía. Y ahora le tocaba a él involucrarse, asumir el mando y asegurarse de que recibía los cuidados que necesitaba.
Se incorporó y cargó con su peso pluma. Sin importarle salir del despacho sin echar la llave, la llevó al aparcamiento y la dejó en la parte trasera de su coche. Cuando se cercioró de que estaba cómoda, se sentó al volante y encendió el motor. Salió del aparcamiento lo más rápido que pudo teniendo en cuenta la seguridad.
Solo tenía una dirección en mente: su casa, y no la de ella. Esta vez no. La llevaría donde sabía que podía mantenerla a salvo, donde podría asegurarse de que descansaba y recibía los cuidados que necesitaba. Y evidentemente no dejaría que fuera a trabajar en lo que quedaba de semana.
Él podría trabajar desde casa y apagar todos los fuegos que surgieran. Como conocía a Kylie y sabía lo eficiente que era, se había asegurado de que todo lo demás estuviera ya bien atado. El resto se podría pudrir. Dash volvía a casa el fin de semana y podía asumir el control el lunes por la mañana. Si dependía de él, Kylie no haría nada durante unos días. Y eso intentaría.
Kylie había tocado fondo y le dolía pensar que él la había empujado al borde. Le horrorizaba, seguía teniendo un nudo en el estómago por haberle recordado heridas antiguas. Le sacaba de quicio. Solo quería enmendar su error, costara lo que costara. Y solo había una manera de hacerlo.
Tenía que empujarla un poco, pero de un modo distinto. Solo quería cuidarla, dejar que se apoyara en otra persona, algo que estaba convencido de que no había hecho nunca. Era una figura solitaria, un reflejo de él en muchos aspectos. Dos almas solitarias y heridas. Tal vez, juntos pudieran sanarse.
De alguna manera, tenía que romper sus barreras, seguir el camino a su corazón y a su alma y demostrarle que podía confiar en él, que podía apoyarse en él porque nunca le haría daño. Ahora mismo en su cabeza no tenía cabida el sexo. Eso podía esperar. Para siempre si era necesario.
Esto no iba de sexo o de hacer el amor. No podía mentir y decir que no la deseaba, que no se pasaba las noches despierto anhelando hacerle el amor. Pero no estaba preparada. Cuando llegara el momento, él sabía que tendría que hacer algo que no había hecho con ninguna otra mujer.
Ceder el control.
No era un pensamiento muy cómodo. Le hacía sentir… vulnerable. Pero por muy vulnerable que se sintiera, la emoción que sentía por Kylie era muchísimo mayor. Por ella, podría y haría el mayor de los sacrificios. Valía la pena. Lo sabía en el fondo de su ser.
Algunas cosas tenían que pasar y con él y Kylie era así. Lo supo en cuanto la conoció. Ella había sido incapaz de mirarlo a los ojos. Estaba inquieta cuando él andaba cerca, y con razón. Pero su fragilidad y, a la vez, el núcleo de hierro que veía; la determinación y la fuerza que albergaba a pesar de lo frágil que parecía, le llegaban al alma.
Esta mujer estaba hecha para él y esperaba estar hecho para ella.
Nunca había creído mucho en el destino, pero en cuanto la vio se dio cuenta de que ella era su destino. Lo malo era saber si él sería el suyo.
Llegó al camino de entrada a su casa y salió del coche a toda prisa, abrió la puerta: Kylie seguía inconsciente, tumbada en los asientos traseros. Se preguntó de nuevo si había dormido en su ausencia. Necesitaba llamar a Chessy. Solo le había dado un toque, a la mañana siguiente, y esta le había contado que había pasado la noche con Kylie, y que se había despertado gritando por las pesadillas.
Cerró los ojos un instante al recordar el dolor de esa conversación telefónica. Saber que le había hecho eso, que la había presionado demasiado y demasiado pronto. Había sido descuidado al no preguntarle más a Chessy cómo estaba, pero el sentimiento de culpa le había impedido volver a llamar. Había sido un imbécil. No volvería a cometer un error semejante. Nunca.
Esta vez dependería de ella. Estaría al mando de todo, salvo en cuestión de salud. Entonces él cogería las riendas sin dudar. No sentía ningún remordimiento por aquello en lo que se estaba embarcando. Kylie necesitaba a alguien y ese alguien sería él.
La cogió entre sus brazos, la llevó adentro y cerró con fuerza. Cruzó el salón y la llevó directamente al dormitorio, donde la dejó cuidadosamente sobre la cama.
Ni siquiera se movió cuando apartó las sábanas y la recolocó para que la cabeza descansara bien sobre la almohada. Le quitó los zapatos pero la dejó vestida. No iba a aprovecharse de su estado de indefensión; bastante se asustaría ya al despertarse en una cama ajena. No quería que se le pasara por la cabeza ni un momento que la había tocado siquiera.
La tapó con el edredón y le apartó con ternura los mechones de pelo de la cara.
Se quedó un buen rato mirándola y sintiéndose muy bien. Ella estaba bien en su cama. Y en su casa. Ella aún no lo sabía, pero era aquí donde más segura estaba. Donde él podría protegerla de lo que fuera que pudiera hacerle daño. Removería cielo y tierra para asegurarse de que se sintiera protegida.
¿Se habría sentido realmente segura con alguien que no fuera su hermano? Sabía que tenía buenos amigos, un círculo íntimo de personas, muy poquitas. Pero se preguntaba si alguna de ellas la conocía tanto. Si ella les había confiado sus más oscuros secretos y temores.
Todo lo que sabía de ella había sido a través de una tercera persona. Pero quería que Kylie confiara lo suficiente en él para compartir su pasado. No porque tuviera una curiosidad morbosa; lo que ya conocía le revolvía el estómago. Solo quería ganarse su confianza y ella no se la daría tan fácilmente.
Sin embargo, ya le había dicho que confiaba en él hasta cierto punto. Le había dicho algo azorada que le confiaba cosas que no solía explicarle a nadie más. Eso tenía que significar algo, ¿verdad?
Solo el tiempo lo diría. Era un hombre paciente cuando la recompensa valía la pena. No había alcanzado el éxito del que disfrutaba ahora siendo impulsivo ni impaciente. Y sabía que Kylie le supondría el mayor desafío de su vida. Así pues, adelante con la mayor prueba de paciencia y aguante.
Tendría que ser fuerte por los dos porque ella lo necesitaba de verdad. Y tal vez así él también pudiera acabar con sus demonios. Kylie suponía un reto en su estilo de vida y en su aspecto dominante, cosas que normalmente nunca dejaría en manos de ninguna mujer.
Ella necesitaba un tratamiento especial. Lo sabía. Era un territorio nuevo para él y sabía que sería difícil. ¿Para qué engañarse? Jensen necesitaba control, no es que lo deseara sin más. No era una rareza con la que disfrutara: era un componente necesario de su existencia y, a pesar de eso, estaba dispuesto a obviarlo sin dudar por esa frágil mujer que estaba tumbada en su cama.
Desconcertaba reconocer algo semejante. Sintió miedo porque, por primera vez en la vida, contemplaba dejar lo que consideraba más importante de todo: el control. No era algo que hiciese a la ligera. De hecho, no lo había pensado hasta ahora.
Amar era sacrificarse. Era comprometerse en serio.
¿Amor? ¿Era eso lo que sentía por Kylie?
Negó con la cabeza, confundido. No estaba seguro de lo que sentía por ella. Era demasiado pronto para estar enamorado. La relación era débil aún. De momento, se tenían una confianza incipiente que había ido aumentando, pero que tal vez se hubiera venido abajo con lo sucedido en su última noche juntos.
Estaba claro que sentía más por ella que por cualquier otra mujer. Eso sí tenía que reconocerlo. No obstante, no creía haber estado enamorado de nadie antes. Estarlo sería ceder el control y desatar sus emociones. Y nunca había contemplado esa opción. Hasta ahora. Hasta Kylie.
—Mierda —murmuró.
Estaba bien jodido. Y no era un camino de rosas precisamente. El camino que le esperaba era largo, tortuoso e incierto. Sería el mayor desafío de su vida y, al final, volvía todo a la primera pregunta: ¿realmente valía la pena?
Pero al volver a formular la pregunta, la respuesta seguía siendo la misma.
Sí, valía la pena. A saber por qué, pero así era. No podía dejarla sin más, aunque ese fuera el camino más fácil.
Estaba atorado, por decirlo de algún modo. Entre la espada y la pared, vaya. Su destino, su futuro, estaba en manos de esta delicada mujer y lo peor era que ella no tenía ni idea. No sospechaba que lo tenía tan angustiado.
Se masajeó la nuca; el cansancio empezaba a hacerle mella. Había terminado el trabajo en Dallas un día antes de lo previsto porque tenía ganas de regresar y ver con sus propios ojos cómo estaba Kylie. Ahora, se daba cuenta de que nunca debió marcharse, aunque el contrato fuera importantísimo para la empresa. Ella lo necesitaba y él le había fallado, igual que lo había hecho la última noche juntos.
Eso había terminado porque, de ahora en adelante, ella sería su preocupación principal.