Eh, Jake, tenía entendido que querías que volviera al anochecer. ¿Cómo no has hecho que Leah me despertase antes de quedarse frita?
Seth ya se estaba dirigiendo hacia la mitad norte del perímetro, la que había elegido.
¿Alguna novedad?
No. Nada de nada.
¿Has explorado algo?
Se había percatado de uno de mis trayectos alternativos. Se fue derecho hacia el nuevo sendero.
Sí, estuve dando una vuelta por ahí, ya sabes, sólo para comprobar si los Cullen iban a salir de caza.
Bien pensado.
Seth dio media vuelta y se encaminó hacia el perímetro principal.
Resultaba más cómodo correr con él que con Leah. Todos los pensamientos de la joven Clearwater tenían un punto cortante, a pesar de que ella intentaba controlarse. Y lo intentaba de veras, pero la realidad era que la muchacha no quería estar allí, toleraba a regañadientes la moderación de mi postura hacia los vampiros y tampoco acababa de digerir la confortable camaradería establecida entre su hermano y los Cullen, cuyos vínculos de amistad eran cada día más fuertes.
Resultaba, como poco, curioso, ya que había temido ser yo el principal obstáculo. La loba y yo siempre habíamos andado a la greña cuando estábamos en la manada de Sam, pero ahora no había rechazo alguno contra mí, sólo contra los Cullen y Bella. ¿Por qué? Tal vez la respuesta se reducía a una cuestión de mera gratitud por no obligarla a marcharse o quizá porque ahora yo comprendía mejor su hostilidad. Fuere como fuere, patrullar con Leah no resultaba tan malo como había esperado, ni por asomo.
Aunque seguía siendo quisquillosa en todo lo demás. La comida y las ropas enviadas por Esme habían ido a parar al río de inmediato, a pesar de que yo me había comido mi parte para dar ejemplo de abnegación y sacrificio; sólo por eso, y no porque tuviera un olor de lo más apetitoso una vez lejos del ulcerante hedor vampírico. Además, a eso del mediodía había cazado un alce pequeño, pero la presa no había satisfecho del todo su apetito y le había puesto aún de más mala leche, porque a Leah le reventaba comer carne cruda.
¿Y si damos una pasada rápida por el este?, sugirió Seth. Nos adentramos bien hondo y verificamos si están o no al acecho en esa zona.
Algo así estaba pensando, coincidí, mientras empezábamos a corretear, pero dejémoslo para cuando estemos despiertos los tres. No quiero bajar la guardia. En todo caso, deberíamos hacerlo antes de que los Cullen hagan una salida. Tendrá que ser pronto.
Vale.
Aquello me hizo pensar.
Si los vampiros eran capaces de abandonar sin percances las inmediaciones de la casa, en realidad no tenían problema para seguir viaje. Lo cierto es que lo más conveniente habría sido que se hubieran marchado en cuanto vinimos a avisarles. Seguro que tenían medios para permitirse otras guaridas y también contaban con amigos en el norte. La respuesta era manifiesta: «Tomad a Bella y marchaos». Parecía la solución obvia a todos sus problemas.
Tal vez se lo sugiriera yo, aunque tenía pánico de que me hicieran caso, pues no deseaba que Bella se fuera de allí y no saber jamás si lo había logrado o no No, eso era una estupidez. Debía aconsejarles que se marcharan. La permanencia de los Cullen en Forks carecía de sentido y sería mejor para mí que Bella se marchase. No es que fuera a dolerme menos, pero resultaría más saludable.
Ahora bien, era muy fácil decirlo allí, cuando Bella no estaba presente; ella, que se estremecía de alegría al verme y se agarraba a la vida con uñas y dientes.
Ah, eso ya se lo he preguntado yo a Edward, me informó Seth.
¿Qué?
Quise saber por qué no se habían ido todavía. Podían haberse pirado con el aquelarre de Tanya o algo parecido, a cualquier sitio lo bastante lejos como para que Sam no los persiguiera.
Me obligué a no olvidar que yo mismo había resuelto dar ese consejo a los vampiros por ser la opción más adecuada, y por tanto, no debía enfadarme con él si me había librado del muerto.
Así que nada de malos modos.
¿Qué te dijo? ¿Esperan el hueco oportuno para escapar?
No, no se marchan.
Aquello no tenía pinta de ser una buena noticia precisamente.
¿Por qué no? Quedarse es una estupidez.
En realidad, no, repuso Seth, ahora a la defensiva. Requiere cierto tiempo acondicionar un lugar con los medios técnicos que Carlisle tiene aquí, donde dispone de todo el material necesario para cuidar de Bella y las credenciales para conseguir más. Ésa es una de las razones por las que quieren organizar una salida de caza. Carlisle cree que pronto va a necesitar más sangre para Bella, pues está a punto de acabar con todas las bolsas de sangre acumuladas para ella. No le gusta el ritmo de disminución de la reserva de O negativo y va a ir a comprar más. ¿Sabías que es posible comprar sangre si eres médico?
Todavía no estaba preparado para mostrarme lógico.
Me sigue pareciendo una completa gilipollez. ¿Acaso no pueden llevarse la mayoría de los bártulos? Siempre pueden robar lo que les falte, vayan donde vayan. ¿A quién le preocupa la mierda de las leyes cuando se es un redivivo?
Edward no quiere correr el riesgo de trasladarla.
Está mucho mejor.
De veras que sí, coincidió Seth. Pero ya sabes, tampoco es que pueda moverse demasiado. La cosa esa no deja de dar patadas, y se las está haciendo pasar canutas.
Se me llenó de bilis la garganta y tuve que hacer un esfuerzo por tragar y que volviera al estómago.
Ya, ya lo sé.
Le ha roto otra costilla, me confió con tono sombrío.
Me fallaron las patas y la cadencia del trote bajó, me tambaleé un poco antes de recuperar mi ritmo.
Carlisle la ha vendado otra vez. Ha dicho que sólo es otra rotura, y entonces, va Rosalie y suelta no sé qué sobre que es un hecho sobradamente conocido que hasta los bebés humanos normales rompen a veces alguna costilla de la madre. Edward la fulminó con la mirada como si fuera a arrancarle la cabeza.
Lo malo es que no lo hizo.
Seth se había puesto en modo «informativo», sabedor de lo mucho que me interesaba todo aquello, aunque yo jamás le había pedido que pusiera la oreja a ver qué pescaba.
Bella ha tenido fiebre de forma intermitente a lo largo del día. Han sido unas décimas. Suda, tiene frío, y así… Carlisle no está muy seguro de cómo actuar. Podría tratarse sólo de náuseas. Quizá los mecanismos del sistema inmunológico de la madre no atraviesen su mejor momento.
Sí, estoy seguro de que es una coincidencia.
Ella está de muy buen humor, pese a todo. No deja de gastar bromas cuando habla con Charlie, y se ríe y todo eso.
¿Charlie? ¿Qué…? ¿A qué te refieres con eso de que habla con Charlie?
Ahora le tocó a Seth vacilar. Mi rabia le sorprendió.
Imagino que él la telefonea a diario para charlar con ella, y a veces también su madre. Bella ahora tiene mucho mejor aspecto, y eso se nota en la voz, de modo que ella le asegura que está en vías de reponerse.
¿Reponerse? ¿En qué diablos están pensando los Cullen? ¿Cómo pueden alentar las esperanzas del padre para que todo sea peor cuando ella muera? ¡Pensé que le estaban preparando para lo peor e intentaban que el pobre hombre se fuera haciendo a la idea! ¿Por qué embauca Bella a su padre de ese modo?
Quizá no muera, apuntó Seth con cuidado.
Respiré hondo y procuré calmarme.
Si sale con bien de todo esto, Bella jamás volverá a ser una mujer, Seth. Ella lo sabe tan bien como los demás. Si ella no la palma, va a tener que hacer una muy convincente imitación de un cadáver, muchacho. Eso o desaparecer. Creí que iban a intentar ponérselo fácil a Charlie. ¿Por qué…?
Me da la impresión de que es idea de Bella. Su marido preferiría hacer frente a las cosas de otro modo.
Una vez más estaba en la misma longitud de onda que esa sanguijuela.
Corrimos en silencio durante unos minutos. Comencé a explorar un nuevo camino, un poco hacia el sur.
No te alejes demasiado.
¿Por qué?
Bella me sugirió que te pidiera que la visitaras.
Encajé con fuerza los dientes en las mandíbulas.
Y Alice también quería verte. Me dijo que estaba hasta las narices de andar dando vueltas por el ático como un murciélago en el campanario de una iglesia. Seth soltó una risotada. ¿Sabes? Estuve turnándome con Edward para hacer de conmutador, para que Bella mantenga una temperatura estable. Le aportamos frío o calor, según lo requiriera la ocasión. Supongo que puedo regresar yo si tú no deseas ir.
No, es cosa mía, le espeté.
Vale.
Seth no hizo más comentarios y se concentró con mucha intensidad en el bosque vacío.
Continué andando hacia el sur en busca de alguna novedad y no di media vuelta hasta percibir los primeros indicios de población; todavía no estábamos cerca de Forks, pero era mi deseo evitar el rebrote de los rumores sobre avistamientos de lobos. Ya llevábamos siendo invisibles desde hacía bastante tiempo.
A nuestro regreso, traspasé el perímetro y me encaminé hacia la casa. Fui incapaz de detenerme a pesar de saber que estaba cometiendo una estupidez. Lo mío debía de ser masoquismo o algo por el estilo.
Eres un tío de lo más normal, Jake, lo que ocurre es que la situación es de lo más atípica.
Cierra esa bocaza, Seth, por favor.
Cerrada.
Esta vez no vacilé delante del umbral y lo crucé como si estuviera en mi propia casa. Supuse que eso iba a enojar a Rosalie, pero mi esfuerzo fue en vano, ya que ni la Barbie ni Bella se hallaban a la vista. Miré a diestro y siniestro con la esperanza de no haber reparado en ellas, pero no estaban; el corazón empezó a golpetearme las costillas de un modo alocado y extraño.
—Se encuentra bien —musitó Edward—, o estable, debería decir…
El vampiro se hallaba en el sofá con la cabeza entre las manos. No había levantado la mirada ni siquiera cuando me dirigió la palabra. Esme no se apartaba de su lado y le apretaba con fuerza los hombros.
—Hola, Jacob —me saludó—. Me alegra tenerte de vuelta.
—Y a mí también —dijo Alice con un hondo suspiro.
Bajó las escaleras pavoneándose y me dedicó un mohín de reproche, como si llegara tarde a una cita.
—Eh… Hola —contesté. Me sentí de lo más raro mientras me esforzaba por ser amable—. ¿Dónde está Bella?
—En el servicio —me respondió Alice—. La mayoría de su dieta es fluida, ya sabes. Además, tengo entendido que ése es uno de los efectos del embarazo.
Me quedé allí como un pasmarote, balanceándome, adelante y atrás.
—Qué bien —refunfuñó Rosalie. Ladeé la cabeza a tiempo de verla llegar desde una sala semioculta por las escaleras. Acunaba a Bella entre los brazos con ternura, pero a mí me puso mala cara—. Sabía que algo apestaba.
Y entonces, igual que la otra vez, el rostro de Bella se iluminó como el de un niño la mañana de Navidad. Me miró como si le hubiera traído el mejor de los regalos.
Aquello era muy injusto.
—Has venido, Jacob —jadeó.
—Hola, Bells.
Esme y Edward se levantaron. Observé el cuidado con el que la Barbie depositaba a la embarazada en el sofá. A pesar del esmero empleado, Bella se puso blanca como la cal y contuvo la respiración, como si se propusiera no emitir queja alguna por intenso que fuera el dolor.
Edward le frotó la frente con los dedos y luego llevó la mano al cuello. Intentó hacer pasar el gesto como si le estuviera arreglando el pelo, pero a mis ojos aquello tenía la pinta de una inspección médica en toda regla.
—¿Tienes frío? —murmuró.
—Estoy bien.
—Recuerda el consejo de Carlisle, Bella: no le restes importancia a las molestias —le instó Rosalie—. Eso no nos ayuda a cuidar de ti.
—De acuerdo, tengo un poco de frío. ¿Puedes pasarme esa manta, Edward? Puse los ojos en blanco.
—¿No está eso un tanto fuera de lugar estando yo aquí?
—Acabas de entrar, y seguro que después de tirarte el día entero de un lado para otro —repuso Bella—. Descansa un minuto. Probablemente se me pasará el frío en un visto y no visto.
La ignoré y me senté en el suelo, junto al sofá, mientras ella todavía estaba diciendo qué debía hacer. Aunque llegados a ese punto, no supe cómo moverme, pues tenía un aspecto tan frágil que me daba grima la idea de moverla o incluso de pasarle el brazo por el hombro. Al final me acomodé en el sofá, me recliné con sumo cuidado contra ella y dejé que mi brazo descansara sobre toda la extensión de los suyos al tiempo que le tomaba de la mano. Entonces, puse la otra mano sobre su rostro. No era fácil determinar si estaba más fría de lo habitual.
—Gracias, Jake —dijo con una nota de escalofrío en la voz.
—De nada —repuse.
Edward se sentó junto al brazo del sofá, a los pies de Bella, y no perdía de vista el rostro de su esposa.
Era demasiado esperar que nadie oyera los ruidos de mi estómago, con los oídos tan finos que se gastaban todos los presentes en la habitación.
—¿Por qué no le traes a Jacob algo de comida, Rosalie? —pidió Alice, a quien no veía por haberse situado detrás del respaldo del sofá.
Rosalie no salía de su asombro y dirigió una mirada fulminante hacia el lugar de procedencia de la voz.
—Te lo agradezco mucho, Alice, pero preferiría no comer nada donde Rosalie haya podido escupir. Seguro que mi cuerpo metaboliza el salivazo como si fuera veneno.
—Rosalie jamás avergonzaría a Esme con semejante falta de hospitalidad.
—Por supuesto que no —espetó la rubia con una voz aterciopelada de la que desconfié en el acto.
Se levantó y salió en estampida de la habitación.
Edward suspiró.
—Me dirás si le ha echado veneno, ¿no? —le pregunté.
—Sí —prometió él.
Y por no sé qué extraña razón, le creí. Se produjo una escandalera en la cocina, era un redoble extraño, como si el metal protestara por el maltrato. Edward suspiró otra vez, pero una sonrisa le curvó un poco los labios. Entonces, Rosalie estuvo de regreso antes de que yo pudiera darle más vueltas. Con una burlona sonrisa de complacencia, depositó un cuenco plateado en el suelo, junto a mí.
—Hala, disfruta, perrito.
Aquello debía de haber sido una fuente o una ensaladera, pero ella lo había vuelto del revés hasta lograr que tuviera exactamente la forma de un plato para perros. La rapidez y la maña me impresionaron, no pude evitarlo, y también el amor al detalle demostrado por Rosalie, que había escrito la palabra «Fido» en un lado con una letra excelente.
La comida parecía magnífica: nada menos que un bistec con patatas y una completa guarnición.
Por eso, le dije:
—Gracias, rubita.
Ella me bufó.
—Eh, ¿sabes cómo se llama a una rubia con cerebro? —le pregunté, y le contesté sin esperar respuesta—: Golden Retriever.
—Ése también lo había oído —repuso, ya sin sonreírme.
—Lo seguiré intentando —le prometí antes de centrarme en la comida.
Ella torció el gesto con desagrado y puso los ojos en blanco. A continuación, se sentó en uno de los brazos del sofá y comenzó a hacer zapping en la enorme televisión a tal velocidad que era totalmente imposible que estuviera buscando algún programa.
La comida estaba buenísima a pesar de la hediondez a vampiro que flotaba en el ambiente, y lo cierto era que empezaba a habituarme, por mucho que no me muriera de ganas de adquirir ese hábito. En fin.
Estuve considerando la posibilidad de ponerme a dar lametones al cuenco sólo para hacer rabiar a la Barbie, pero en ese momento noté los dedos helados de Bella recorriéndome el pelo hasta llegar al final del cuello.
—Tal vez ha llegado la hora de cortármelo, ¿no te parece?
—Te estás poniendo un tanto peludo, sí —dijo ella—, tal vez…
—Déjame adivinar, alguien de por aquí ha cortado el pelo en una peluquería parisina…
Ella rió entre dientes.
—Es probable.
—No, gracias —le atajé antes de que pudiera hacerme una oferta en firme—. Estoy bien todavía para unas cuantas semanas.
Aquel diálogo me llevó a preguntarme durante cuánto tiempo iba a estar bien ella y empecé a darle vueltas a cuál sería el modo más amable de formular esa pregunta.
—Esto… Oye… ¿Cuándo es la gran fecha? Ya sabes, el día previsto para que nazca el monstruito —me dio un manotazo en la nuca que me hizo el mismo efecto que el roce de una pluma al caer. Pero no me respondió—. Hablo en serio —le insistí—. Me gustaría saber cuánto voy a tener que estar por aquí.
Y cuánto tiempo te vas a quedar, añadí para mis adentros. Entonces, me volví para mirarla. Volvía a fruncir el ceño y tenía un brillo pensativo en los ojos.
—No lo sé —admitió en un murmullo—. No exactamente. Es obvio que aquí no van a aplicarse los nueve meses convencionales y los ultrasonidos tampoco nos sacan de dudas, por lo que Carlisle hace cábalas tomando como referencia el volumen de mi vientre. Se supone que en los embarazos normales se llega a unos cuarenta centímetros cuando el bebé está completamente desarrollado —me informó mientras llevaba el dedo al centro de su abultada tripa—. Eso hace un centímetro por semana, ¿no? Pues esta mañana volvía a estar muerta de sed y he ganado dos centímetros en un solo día, y a veces he aumentado incluso más…
¿El feto crecía en un día lo de dos semanas? Los días pasaban volando. La vida se le iba a marchas forzadas. ¿Cuántos días podían quedarle a Bella si la cuenta terminaba al llegar a los cuarenta centímetros? ¿Cuatro? Necesité más de un minuto para acordarme de respirar.
—¿Estás bien? —me preguntó Bella.
Me limité a asentir, pues no estaba muy seguro de la voz que me iba a salir.
Edward miró en otra dirección cuando escuchó mis pensamientos, pero pude verle el semblante en el reflejo de la pared de cristal. Volvía a ser el de un hombre consumido.
Resultaba curioso cómo tener una fecha límite hacía aún más intolerable la posibilidad de irme o de que se fuera ella. Me alegraba de que Seth me hubiera puesto al tanto, pues así sabía que se iban a quedar allí. Habría sido insoportable estar preguntándome si iban a marcharse en uno, dos o tres de esos cuatro días. Mis cuatro días.
También era extraño que estuviera cada vez más enganchado a ella, más y no menos, incluso a sabiendas de que todo estaba a punto de acabar. Daba la impresión de guardar cierta relación con su creciente barriga, como si al engordar, ganase también fuerza gravitatoria.
Intenté mirarla con cierta distancia durante cerca de un minuto a fin de mitigar su poder de atracción. Supe que no era cosa de mi imaginación, que mi necesidad de ella era más fuerte que nunca. Y eso…, ¿a santo de qué? ¿Porque se estaba muriendo o porque sabía que, incluso aunque sobreviviera, el mejor de los escenarios posibles, iba a cambiar hasta convertirse en otra cosa, algo que no iba a comprender ni a conocer?
Bella recorrió mi pómulo con el dedo. Cuando me tocó, yo tenía el rostro bañado en sudor.
—Todo va a ir bien —me canturreó.
No importaba la falta de significado de las palabras. Ella las pronunció como quien canta esas nanas sin sentido a los niños. Duérmete niño, duérmete ya.
—Fijo —musité.
Ella se reclinó sobre mi brazo y apoyó la cabeza en mi hombro.
—Todavía no me creo que hayas venido. Seth me lo aseguró, y Edward también, pero no les creía.
—¿Por qué no? —pregunté con cierta brusquedad.
—No estás a gusto aquí, pero has venido igualmente.
—Querías que viniera.
—Lo sé, pero no tenías que haber venido, porque no está bien que yo desee tenerte aquí.
Debería haberlo comprendido.
Se hizo el silencio durante cerca de un minuto. Edward volvió a la posición anterior, con el rostro mirando a la televisión mientras Rosalie seguía cambiando de un canal a otro. Debía de llevar seiscientos por lo menos. Me pregunté cuánto tardaría en volver al primer canal.
—Gracias por venir —susurró Bella.
—¿Puedo preguntar algo?
—Por supuesto.
Edward daba el pego y parecía no prestarnos atención alguna, pero él sabía cuál era mi pregunta, a mí no me engañaba.
—¿Por qué quieres que esté aquí? Seth podía haberte mantenido caliente y probablemente ese pequeño rebelde habría estado feliz de rondar por la casa. Pero tú vas y sonríes como si yo fuera tu preferido en el mundo entero cuando cruzo esa puerta.
—Eres uno de mis preferidos.
—Eso chafa, y tú lo sabes.
—Sí —suspiró—. Lo siento.
—Vale, pero aun así sigues sin responder: ¿por qué?
—Me siento completa cuando estás cerca. Tengo esa sensación propia de cuando está reunida toda la familia… Bueno, quiero decir, la sensación que se debe de sentir, porque nunca antes había tenido una familia numerosa. Es guay —sonrió durante una fracción de segundo—. Y no está completa si faltas tú.
—Bella, yo jamás he formado parte de tu familia.
Podía haber ocurrido y habría estado a gusto en ese lejano futuro que murió antes de tener una oportunidad de vivir.
—Tú siempre has formado parte de mi familia —discrepó ella.
Rechiné los dientes.
—Menuda birria de respuesta.
—¿Y cuál habría sido buena?
—Algo así como: «Disfruto de tu dolor, Jacob».
Ella dio un respingo.
—¿Y a ti eso te parece mejor?
—Más cómodo y llevadero, seguro que sí. Podría comprenderlo, sería capaz de asumirlo.
Bajé los ojos para contemplar su rostro, tan cerca del mío. Apretaba con fuerza los párpados cerrados y fruncía el ceño.
—Hemos perdido el hilo en algún momento, Jacob. Nos hemos descompensado. Se suponía que tú ibas a formar parte de mi vida. Puedo sentirlo y también tú —hizo una pausa de un segundo sin abrir los ojos, como si estuviera a la espera de que yo lo negara. Continuó al comprobar que no decía nada—. Pero no de este modo. Hemos hecho algo mal. Yo lo he hecho. Cometí un error y dejamos de estar en la misma onda.
Se le apagó la voz y el ceño de preocupación se suavizó hasta convertirse en una simple arruga en la comisura de los labios. Esperé a que ella echara más vinagre en mis heridas, pero en ese momento, desde el fondo de su garganta llegó un leve ronquido.
—Está agotada —intervino Edward en voz baja—. Ha sido un día largo y duro. Creo que se hubiera tendido a dormir antes, pero estaba esperándote.
No le miré.
—Seth me ha dicho que tiene rota otra costilla.
—Sí, y eso le dificulta la respiración.
—Genial.
—Infórmame cuando vuelva a subirle la temperatura.
—Sí.
El brazo en contacto con mi cuerpo se había entibiado, pero Bella tenía el otro con carne de gallina. Apenas había levantado la cabeza en busca de una manta cuando Edward tomó una del brazo del sofá y la extendió para cubrirla.
En ocasiones, la capacidad telepática de Edward salvaba algunos momentos difíciles. Por ejemplo, en ese instante. Tal vez yo no hubiera sabido expresar bien mi opinión sobre lo que estaban a punto de hacer con Charlie. Menudo lío. Él únicamente tuvo que hacerse eco de mi rabia…
—Sí, no es una buena idea —coincidió.
—En tal caso, ¿por qué…?
¿Por qué Bella le contaba a su padre que estaba en vías de recuperación cuando eso únicamente iba a hacerle sentir más miserable a la larga?
—No soporta la ansiedad de Charlie…
—¿Y por eso es mejor…?
—No, no es mejor, pero en este momento no voy a obligarle a hacer nada que la entristezca. Ahora, ella se siente mejor actuando de este modo. Ya me encargaré del futuro en su momento.
Aquello no tenía buena pinta. No era propio de Bella marear la perdiz y posponer la pena de Charlie para que fuera otra persona quien la encarase. Incluso aunque estuviera agonizante, esa actuación no parecía suya. O yo no la conocía, o ella tenía otro plan.
—Está muy convencida de que va a salir con bien de ésta —dijo Edward.
—Pero no como humana —protesté.
—No, como humana, no, pero de todos modos espera ser capaz de ver a Charlie de nuevo.
Vale, la cosa pintaba cada vez mejor.
—Ver… a… Charlie —al final, le miré echando chispas por los ojos—. ¿Cómo va a ver a Charlie cuando tenga la piel de un blanco centelleante y unos relucientes ojos rojos? Yo no soy una sanguijuela y tal vez me esté perdiendo algo, pero elegir a Charlie como su primera comida me parece de lo más extraño, la verdad.
Edward suspiró.
—Es consciente de que no va a poder acercarse a su padre durante al menos un año. Alberga la esperanza de andarse con rodeos y decirle que ha tenido que ir a un hospital especial en las antípodas. Vamos, mantener el contacto a través de llamadas telefónicas…
—Eso es una locura.
—Sí.
—Charlie no es un estúpido. Incluso aunque Bella no le mate, ¿acaso crees que no va a notar la diferencia?
—Pues ella confía en algo por el estilo —le fulminé con la mirada a la espera de una explicación—. Ella no va a envejecer, por supuesto, por lo cual tiene un tiempo limitado, incluso aunque Charlie se trague todos los embustes justificativos de sus alteraciones —esbozó una sonrisa casi imperceptible—. ¿Recuerdas cuando intentaste contarle a Bella lo de tu transformación? ¿Cómo conseguiste que lo adivinara…?
Cerré la mano libre hasta convertirla en un puño.
—¿Te ha contado eso?
—Sí, cuando me estuvo explicando su… idea. Verás, no se le permite contarle a su padre la verdad, pues eso sería demasiado peligroso para él, pero Charlie es un hombre listo y práctico, por lo que Bella supone que él será capaz de hacerse su composición de lugar y que llegará a una conclusión equivocada —Edward lanzó un bufido—. Después de todo, resulta difícil meter a los Cullen en el estereotipo de los vampiros. Seguro que realiza alguna conjetura errónea sobre nosotros, igual que ella en un principio, y nosotros la vamos a secundar. Ella espera ser capaz de verle en persona… de vez en cuando.
—Menuda chifladura…
—Sí —admitió otra vez.
Dejar que Bella fuera a su bola en este tema para tenerla contenta era una flaqueza por parte de Edward. No podía terminar bien.
Lo cual me hacía pensar que lo más probable era que él no esperara que su esposa viviera para poner en práctica ese plan suyo sin pies ni cabeza. Entretanto, la aplacaba a fin de que fuera feliz un poco más.
Algo así como cuatro días más.
—Lidiaré con ese problema cuando toque —susurró; luego, volvió el rostro y miró a lo lejos para que ni siquiera pudiera ver el reflejo de su semblante—. Ahora no quiero causarle el menor dolor.
—¿Son cuatro días…?
—Más o menos —repuso sin levantar los ojos.
—Y entonces, ¿qué?
—¿A qué te refieres?
Me acordé de las palabras de Bella sobre el feto envuelto y protegido por unas membranas tan fuertes como la piel de vampiro. ¿Y cómo funcionaba eso? Dicho de otro modo, ¿cómo iba salir ese feto del útero materno?
—No hemos podido investigar mucho, pero a juzgar por la información disponible, parece ser que las criaturas usan los dientes para escapar de la matriz —susurró.
Necesité un tiempo para tragar la bilis.
—¿Investigar…? —pregunté con voz decaída.
—No has visto por aquí a Jasper ni Emmett por ese motivo, y eso es lo que está haciendo ahora Carlisle: descifrar antiguas historias y mitos a fin de tener algo con lo que trabajar aquí. Buscan cualquier cosa que pueda ayudarnos a predecir la conducta de la criatura.
¿Historias…? Si había mitos antiguos, eso significaba…
—… que tal vez no sea la primera de su clase —comentó Edward, anticipándose a mi pregunta—. Quizá. Todo es de lo más impreciso. Es fácil que muchos mitos tengan su origen en el miedo y en una imaginación calenturienta, aunque… —llegado a este punto, la voz le flaqueó—. Los mitos humanos son ciertos, ¿no? Bueno, puede que éstos también lo sean. Parecen estar localizados y vinculados…
—¿Cómo los habéis encontrado…?
—Conocimos a una mujer sudamericana versada en las tradiciones de su pueblo. Estaba al tanto de los avisos contra tales criaturas en las viejas historias que habían pasado de una generación a otra.
—¿En qué consistían tales avisos?
—Había que matar a la criatura nada más nacer, antes de que cobrara demasiada fuerza.
Exactamente lo que pensaba Sam. ¿Y si terminaba por tener razón?
—Las leyendas dicen lo mismo de nosotros, por supuesto, que somos unos asesinos desalmados y debemos ser destruidos.
Dos de dos.
Edward soltó una risotada entre dientes.
—¿Qué cuentan esas historias acerca de las madres…?
El dolor crispó las facciones de Edward, a quien se le quedó un careto que echaba de espaldas.
Supe que no iba a darme una respuesta. Dudaba que fuera capaz de articular palabra.
Rosalie había permanecido callada y tan quieta que casi había llegado a olvidarme de su presencia, pero fue ella quien metió baza en la respuesta.
—Ninguna sobrevivió, por supuesto —contestó sin hacer amago de ocultar la nota de mofa procedente del fondo de su garganta. «Ninguna sobrevivió». Directa e indiferente—. Parir en medio de los marjales infestados de enfermedades sin otra asistencia que la de un brujo que les untaba la cara con saliva de perezoso para alejar los malos espíritus jamás ha sido el más seguro de los métodos. La mitad de los partos normales acababan mal. Ninguno de ellos tuvo a su disposición lo mismo que este bebé: cuidadores con una idea de sus necesidades, capacitados para atender sus carencias, un médico con un conocimiento sin parangón sobre la naturaleza vampírica, y un plan pensado para conservar al niño lo más a salvo posible. El bebé va a estar bien y la madre cuenta con la ponzoña de vampiro para reparar los daños. Esas otras madres hubieran sobrevivido con toda probabilidad si hubieran contado con los mismos medios… Si es que esas madres han existido, que de eso no estoy yo nada convencida.
Olisqueó con desdén.
Y dale, el bebé, el bebé. Era como si no importara nada más. La vida de Bella era un detalle menor para Rosalie, algo de lo que uno podía desentenderse.
El rostro de Edward estaba blanco como la pared y tenía las manos engarfiadas a modo de garras. Rosalie se giró en su sillón para poder estar de espaldas a él, con un egoísmo absoluto y una plena indiferencia. Él cambió de postura y se inclinó hacia delante.
Permítemelo, le sugerí.
Hizo una pausa y enarcó una ceja.
Tomé el cuenco de perro del suelo en silencio y luego lo lancé con un giro de muñeca fuerte y veloz contra la nuca de la Barbie, donde impactó de lleno, en medio de un gran estruendo, antes de salir rebotado y cruzar toda la habitación para acabar partiendo el tope redondeado del grueso poste de la escalera, que cayó a los pies de la misma.
Bella se removió, pero no llegó a despertarse.
—Estúpida rubia —murmuré.
Rosalie volvió la cabeza muy despacio. Tenía unos ojos llameantes.
—Me has manchado el pelo de comida.
Pues sí, eso había hecho…
Empezar una bronca. Me alejé de Bella a fin de no perturbarla y me reí con tantas ganas que comenzaron a caerme lagrimones por la cara. Enseguida noté la risa musical de Alice, que se unía a mis carcajadas desde detrás del sofá.
Me pregunté por qué Rosalie no saltaba, pues me esperaba algo así, pero entonces me di cuenta de que el ruido había terminado por despabilar a Bella.
—¿Qué es tan gracioso? —murmuró.
—Le he llenado el pelo de comida —le dije, riendo de nuevo en voz alta.
—No voy a olvidar esto, chucho —masculló Rosalie.
—Está chupado borrarle la memoria a una rubia —repliqué—. Basta con soplarle por el oído, tiene la cabeza tan hueca que se le van las ideas.
—A ver si buscas chistes nuevos —me espetó.
—Venga, Jake, deja tranquila a Rosal… —Bella se interrumpió a mitad de frase e inhaló con un ruido agudo.
Edward se apoyó en mí y se acercó a ella en un instante, rompiendo la manta en el camino. Su esposa parecía tener convulsiones y arqueaba la espalda, que ya no reposaba sobre el respaldo del sofá.
—Sólo se está estirando —jadeó ella.
Tenía los labios blancos como la cal y apretaba con fuerza las mandíbulas; daba la impresión de que intentaba contener los gritos.
Edward le puso una mano en cada mejilla.
—¿Carlisle…? —llamó al patriarca con voz baja y tensa.
—Aquí estoy —contestó el doctor.
Ni le había oído venir.
—Estoy bien, creo que ha pasado —dijo Bella. Seguía respirando con fatiga—. El pobre niño no tiene bastante espacio, eso es todo. Está creciendo mucho.
Había que tener tragaderas para soportar ese tono de adoración con el que hablaba de la criatura que la iba a rasgar, sobre todo después de la insensibilidad mostrada por Rosalie. Me entraron ganas de tirarle algo también a Bella.
Ésta no se dio cuenta de mi estado de ánimo.
—¿Sabes…? Me recuerda a ti —dijo entre jadeos, todavía con esa voz almibarada.
—No me compares con esa cosa —le espeté entre dientes.
—Sólo me refería al estirón que pegaste —replicó; parecía que mi comentario había herido sus sentimientos. Excelente—. De pronto, te hiciste altísimo. Cada minuto eras más alto, podías verlo. Él es así también. Crece demasiado deprisa.
Me mordí la lengua para no decirle lo que pensaba con tanta fuerza que me hice sangre. Sanaría antes de que terminara de tragarla, por supuesto. Eso era lo que Bella necesitaba, ser fuerte como yo y tener capacidad para curarse…
Respiró con algo más de calma y, ya otra vez en el sofá, se tumbó con el cuerpo desmadejado.
—Mmm —murmuró Carlisle.
Descubrí los ojos del doctor fijos en mí cuando alcé la vista.
—¿Qué…? —inquirí.
Edward ladeó la cabeza cuando supo la idea que le rondaba al médico por la mente.
—Como ya sabes, me devanaba los sesos pensando en la composición genética de las células fetales, Jacob, y en los cromosomas del feto.
—¿Y qué?
—Bueno, tomando en consideración vuestras semejanzas…
—¿Semejanzas? ¿Qué semejanzas? —refunfuñé. No me gustaba ni un pelo el uso del plural.
—El crecimiento acelerado y la imposibilidad de que Alice pueda veros.
Me quedé pasmado. Había olvidado totalmente la otra.
—Bueno, me estaba preguntando si a partir de ahí era factible obtener una respuesta, si las similitudes son genéticas.
—Veinticuatro pares de cromosomas —concluyó Edward por lo bajinis.
—No lo sabe.
—No, pero es una hipótesis interesante para especular —dijo Carlisle con voz conciliadora.
—Ya, claro, fascinante.
Bella reanudó su suave ronquido, acentuando a la perfección el sarcasmo de mi frase.
Entonces, se enfrascaron en una conversación sobre genética tan profunda que llegó un momento en el que únicamente era capaz de comprender los artículos y las preposiciones, y mi propio nombre, por descontado. Alice se unió a ellos, efectuando algún que otro comentario con esa vocecita de pájaro tan llena de vida.
Incluso a pesar de ser el tema de la conversación, no intenté averiguar las conclusiones a las que estaban llegando. Tenía otras preocupaciones, otros hechos que debía poner en razón.
Primer hecho: Bella había mencionado la existencia de una membrana fuerte como la piel de un vampiro; protegía a la criatura y era impenetrable tanto para los ultrasonidos como para las agujas.
Segundo hecho: Rosalie había mencionado un plan para conseguir sacar a la criatura sana y salva.
Tercer hecho: Edward había hablado de la existencia de otras criaturas similares a este engendro en los mitos; seres que se abrían camino desde el útero materno a mordiscos.
Me estremecí.
Eso era lo que confería una lógica retorcida a todo aquello, porque, cuarto hecho, había muy pocas cosas capaces de cortar algo tan duro como la piel de un vampiro. Los dientes de la criatura a medio formar eran bastante fuertes si se daba crédito a los mitos. Yo tenía unos dientes muy fuertes.
Y un vampiro también.
Resultaba muy difícil hacer la vista gorda, pero me hubiera encantado ser capaz, ya que me hacía una idea bastante aproximada del método ideado por Rosalie para sacar del útero a la cosa sana y salva.