Nadie me esperaba en el porche para recibir mi informe la siguiente vez que acudí a la casa blanca. ¿Seguían en estado de alerta?
Todo está en calma, pensé con fastidio.
Enseguida atisbé un pequeño cambio en un escenario ahora muy conocido: la pila de prendas de colores claros sobre el escalón más bajo del porche. Alargué el paso para investigar cuanto antes. Contuve el aliento, ya que la pestilencia a vampiro se aferraba a las ropas como una garrapata. Revolví la pila con el hocico. Alguien las había colocado allí. Eh. Edward debía de haber presenciado mi momento de irritación, cuando hice trizas los pantalones al salir a toda prisa por la puerta. Bueno, aquello era un detalle bonito, y de lo más extraño.
Anduve con pies de plomo mientras tomaba la ropa entre los dientes, puaj, y me oculté detrás de los árboles por si sólo era una bromita de la rubia psicópata y tenía por allí a un montón de chavalas. Le encantaría ver el pasmo de mi rostro humano mientras estaba en bolas sosteniendo uno de esos trajes de playa que llevan las chicas.
Solté la pila de ropa pestilente y recobré la forma humana una vez estuve a salvo de miradas detrás de los árboles. Agité las prendas y luego intenté quitarles el olor golpeándolas contra un árbol. No había duda de que eran prendas de tío: pantalones de color café y camisa blanca con botones. No parecían muy largas, pero sí lo suficientemente anchas. Debían de pertenecer a Emmett. Doblé los puños de la camisa, pero poco podía hacer con el dobladillo de los pantalones. En fin.
Me vi en la obligación de admitir que me sentía mejor con ropa, incluso aunque oliera mal y no fuera de mi talla. Resultaba duro no poder siquiera volver a casa y echar mano a un par de pantalones de chándal usados cuando los necesitas. Otra vez el asunto de andar sin casa y no tener adonde regresar, ni tampoco posesiones. Ahora no me preocupaba lo más mínimo, pero lo más probable era que acabara por ser una lata más pronto que tarde.
Ascendí los escalones del porche muy despacio, a causa de la fatiga, con mis lujosas ropas de segunda mano, pero dudé al llegar a la puerta. ¿Debía llamar? Era una estupidez, pues ellos estaban al tanto de mi presencia. Me pregunté por qué nadie reconocía lo evidente y me decía «entra» o «piérdete». Me encogí de hombros y entré.
Encontré más cambios en el cuarto de estar. Había recuperado la normalidad con respecto a los últimos veinte minutos. La pantalla de plasma volvía a estar encendida, aunque el volumen se oía muy bajo. Estaban echando una de esas pelis para tías, pero nadie la veía. Carlisle y Esme se hallaban de pie junto a las ventanas de la parte posterior, las que tenían vistas al río, nuevamente abiertas. Alice, Jasper y Emmett no estaban a la vista, pero escuchaba sus murmullos escaleras arriba. Bella se hallaba en el sofá, al igual que el día anterior. Le habían quitado todos los cables, salvo uno, y el gotero estaba detrás del sofá. Un par de gruesos edredones la envolvían como la tortilla de trigo a los frijoles y la carne de un burrito. Junto a su cabeza, Rosalie se sentaba con las piernas cruzadas en el suelo. Edward se sentaba en el otro extremo y tenía en el regazo las piernas envueltas en los edredones. Él alzó la vista y curvó levemente los labios a modo de sonrisa cuando yo aparecí, como si se alegrara de verme.
Bella no me había oído. Únicamente levantó la vista cuando lo hizo su esposo; entonces me dedicó otra sonrisa. Lo hizo con verdadera energía y el rostro iluminado por la felicidad. Ni me acordaba de cuánto hacía que no mostraba semejante alegría al verme.
¿Qué le pasaba? Por decirlo alto y claro: ¡estaba casada! Y más todavía, felizmente casada. Su amor hacia el vampiro iba más allá de los límites de la cordura, y era incuestionable. Y también estaba embarazada, embarazadísima. Por tanto, ¿a santo de qué venían esos júbilos al verme? A tenor de esa reacción, parecía que le había salvado el maldito día por el simple hecho de cruzar la puerta.
Sería mucho más fácil permanecer lejos si a ella no le preocupara, o mejor aún, si no me quisiera por allí cerca.
Edward parecía estar de acuerdo con el hilo de mis pensamientos. Daba la impresión de que, en las últimas horas, él y yo estábamos en la misma longitud de onda. El vampiro torció el gesto al estudiar el rostro de su esposa mientras Bella me sonreía resplandeciente.
—Venían a hablar, nada más —informé, arrastrando la voz a causa de la fatiga—. No preveo ataque alguno durante los próximos días.
—Sí —repuso Edward—. He escuchado la mayor parte de la conversación.
La frase me despertó un poco. El encuentro se había producido a unos cinco kilómetros largos del edificio.
—¿Cómo es pos…?
—Ahora te leo la mente con mayor claridad. Es una cuestión de familiaridad y de concentración. Además, resulta más fácil sintonizar tus pensamientos cuando adoptas forma humana. He oído casi todo lo que habéis hablado.
—Ah —me sentó como una patada en la tripa, y no por un motivo concreto. Me encogí de hombros—. Bien. No me gusta repetirme.
—Te diría que durmieras un poco —intervino Bella—, pero supongo que vas a salir por la puerta en cuestión de seis segundos, así que probablemente pedírtelo no tenga sentido.
Resultaban asombrosas la gran mejoría experimentada y la fuerza recuperada. Seguí el olor de sangre fresca hasta ver otra copa en manos de la enferma. ¿Cuánta habría bebido para recuperarse? La reserva se les iba a acabar en algún momento. ¿Necesitarían merodear por el vecindario en busca de más?
Me encaminé hacia la puerta, y mientras andaba, llevaba la cuenta de los segundos en voz alta a fin de que Bella la oyera.
—Todos cuentan hasta seis en el arca de Noé: uno… dos… tres…
—¿Dónde está el Diluvio, chucho callejero?
—¿Sabes cómo se ahoga a una rubia, Rosalie? —le pregunté sin detenerme ni volverme a mirarla—. Pega un espejo en el fondo de una charca.
Mientras cerraba de un portazo, llegué a escuchar la risa entre dientes de Edward, cuyos cambios de humor coincidían exactamente con la evolución de la salud de Bella.
—Ya lo había oído —gritó Rosalie detrás de mí.
Bajé con pesadez los escalones sin otro objetivo que arrastrarme hasta los árboles, lo bastante lejos para que el aire volviera a ser puro y respirable. Planeé enterrar las ropas a una distancia conveniente de la casa para un uso futuro, lo cual me convenía más que atarlas a la pata, pues así tampoco tendría que olerlas. Mientras jugueteaba con los botones de la camisa, caí en la cuenta de por qué los engorrosos botones nunca estarían de moda entre los hombres lobo.
Oí las voces mientras caminaba trabajosamente entre la hierba.
—¿Adónde vas? —preguntó Bella.
—Se me ha olvidado decirle una cosa.
—Deja dormir a Jacob, lo que sea puede esperar.
Sí, por favor, deja dormir a Jacob.
—Será sólo un momento.
Me volví con lentitud. Edward ya había salido por la puerta y se acercaba a mí con una expresión de disculpa escrita en las facciones.
—Bueno, ¿y ahora qué?
—Lo siento —se excusó. Luego se mostró dubitativo, como si no lograra verbalizar lo que le pasaba por la sesera.
¿Qué tienes que decir, lector de mentes?
—He estado retransmitiendo a Carlisle, Esme y los demás los avatares de tu encuentro con los delegados de Sam —murmuró—. Están preocupados…
—Mira, no tenemos intención de relajarnos, ¿vale? No tenéis que creerle como hacemos nosotros, pero en todo caso, vamos a mantener los ojos bien abiertos.
—No, no, Jacob, no tiene nada que ver con eso. Confiamos en vuestro buen juicio. La cosa va por otro lado. Las incomodidades por las que ha de pasar tu manada han causado una gran turbación a Esme, que me ha pedido que hable contigo en privado.
Eso me pilló en fuera de juego.
—¿Incomodidades…?
—Me refería sobre todo a las privaciones propias de vivir sin un hogar. Le contraría que estéis tan… desvalidos.
Bufé. La vampiresa resultaba ser como una gallina clueca con sus polluelos…
—Somos duros. Dile que no se preocupe.
—Aun así, le gustaría hacer todo lo posible. Tengo la impresión de que Leah prefiere no alimentarse en su forma lobuna, ¿es cierto?
—¿Y qué…? —inquirí.
—Bueno, tenemos comida normal en casa, Jacob. La compramos para cubrir las apariencias y, por supuesto, para Bella. Leah es bienvenida si así lo desea. Todos lo sois.
—Se lo diré.
—Leah nos odia.
—¿Y…?
—Pues intenta transmitirle esta información de una forma que le permita considerarlo y aceptar, si no te importa.
—Haré cuanto pueda.
—Y luego está el asunto de la ropa. Bajé la mirada hacia las prendas que llevaba.
—Ah, sí, gracias.
Me daba el barrunto de que no iba a ser muy educado por mi parte mencionarle el pestazo de su ropa. Él esbozó una leve sonrisa.
—Bueno, nos resultaría muy fácil ayudaros a cubrir ciertas necesidades. Alice rara vez permite vestir la misma ropa dos veces. Tenemos pilas y pilas de prendas destinadas a las tiendas de ropa y artículos de segunda mano. Además, he calculado que Leah es del tamaño de Esme, más o menos…
—No estoy seguro de cómo va a encajar eso de aceptar ropa usada de los chupasangres. No es tan pragmática como yo.
—Confío en que a la hora de presentarle la oferta le sabrás dorar la píldora. La oferta se extiende a cualquier otra necesidad física que podáis tener, como transporte u otra cosa, como las duchas, dado que preferís dormir al aire libre. Por favor, no os consideréis privados de los beneficios de un hogar.
Pronunció la última línea en voz baja. Esta vez no intentaba aparentar calma, quería controlar alguna emoción real.
Le miré fijamente durante un segundo, bizqueando con sueño.
—Esto… bueno… Muy amable de vuestra parte. Dile a Esme que apreciamos la… idea, pero que el río pasa varias veces por el perímetro, por lo que podemos mantenernos bastante limpios, gracias de todos modos.
—En cualquier caso, apreciaría mucho que informaras de la oferta a tus compañeros.
—Claro, claro.
—Gracias.
Me giré para apartarme de su lado, pero me quedé seco como si me hubiera alcanzado un rayo al oír un débil gemido de dolor procedente de la casa blanca. El vampiro se había esfumado para cuando volví la vista atrás.
¡¿Qué pasaba ahora?!
Fui tras él, arrastrando los pies como un zombi y usando el mismo número de neuronas que uno, eso también. Me abrumó la sensación de no tener otra alternativa. Algo se había torcido y yo debía averiguar qué era. No podría hacer absolutamente nada y entonces me sentiría todavía peor.
Parecía irremediable.
Me arrastré de nuevo hasta el interior del edificio. Bella jadeaba, aovillada alrededor de la protuberancia de su vientre. Rosalie la sostenía mientras Edward, Carlisle y Esme revoloteaban alrededor. Mis ojos captaron un atisbo de movimiento: era Alice en lo alto de las escaleras, desde donde miraba el cuarto de estar y mantenía las manos fijas en las sienes. Resultaba de lo más chocante, era como si tuviera vedada la entrada.
—Dame un segundo, Carlisle —jadeó Bella.
—He oído un chasquido, muchacha. He de examinarte.
—Lo más seguro… Ay… es que sea una costilla. Oh. Uf. Sí, justo ahí.
Ella señaló un punto del costado izquierdo, teniendo mucho cuidado de no tocarlo.
La cosa había empezado a romperle los huesos.
—Necesito una placa de Rayos X. Tal vez queden astillas y no queremos que perforen nada.
Bella respiró hondo.
—De acuerdo.
Rosalie alzó en vilo a Bella con sumo cuidado. Edward hizo ademán de discutir, pero su hermana le enseñó los colmillos y gruñó:
—Ya la llevo yo.
Ahora, Bella tenía más fuerza, pero también el feto. Era imposible hacer morir de hambre a uno sin que el otro corriera la misma suerte y a la hora de fortalecerlos ocurría tres cuartos de lo mismo. No había victoria posible.
La Barbie llevó escaleras arriba a Bella. Edward y Carlisle le pisaron los talones. Ninguno de ellos se percató de mi presencia en el umbral, donde me quedé sin habla.
¿Tenían los Cullen un banco de sangre y una máquina de Rayos X? Supuse que el doctor se llevaba trabajo a casa.
No me quedaban fuerzas ni para seguirlos ni para marcharme. Me apoyé sobre la pared y me dejé resbalar hasta el suelo. Me había dejado la puerta abierta; orienté hacia ella mi nariz, agradecido por el soplo de aire fresco que se colaba por la abertura. Recliné la cabeza contra el marco y agucé el oído.
Escuché el zumbido de la máquina de Rayos X en la planta de arriba. O tal vez sólo fue un sonsonete cualquiera y me imaginé que era eso. En ese momento, unas pisadas ligeras descendieron por las escaleras. No me molesté en mirar para saber qué vampiro las bajaba.
—¿Quieres una almohada? —me preguntó Alice.
—No —farfullé.
¿Qué se proponían con esa hospitalidad tan insistente? Se acercó con sigilo.
—Esa postura no parece muy cómoda —observó.
—No lo es.
—Entonces, ¿por qué no te mueves?
—Estoy reventado. ¿Por qué no vas al piso de arriba con los demás? —le espeté de inmediato.
—Por la jaqueca —respondió.
Apoyé la cabeza en la pared y la giré para observarla.
Alice era realmente menuda. Parecía tener el tamaño de uno de mis brazos.
—¿Los vampiros tenéis jaquecas?
—Los normales, no.
Resoplé. Vampiros normales.
—¿Cómo es que ya nunca estás con Bella? —quise saber, formulando la pregunta con el tono de una acusación. Hasta ese momento no se me había ocurrido, porque tenía la cabeza muy ocupada con otros marrones, pero se me hacía extraño que Alice jamás estuviera junto a Bella. En ese caso, quizá Rosalie no hubiera permanecido con ella—. Pensé que erais uña y carne. —Junté dos dedos.
—Te lo he dicho: jaqueca.
Se acomodó encima de una baldosa a poca distancia de mí y rodeó las delgadas piernas con los brazos, no menos finos.
—¿Bella te provoca jaqueca?
—Sí.
Torcí el gesto. No estaba para muchas adivinanzas. Dejé rodar la cabeza a fin de que recibiera el aire fresco y cerré los ojos.
—En realidad, no es Bella —rectificó—. Se trata del… feto.
Ah, alguien más sentía lo mismo que yo. Y mira que era fácil de ver. Ella había pronunciado la palabra «feto» a regañadientes, igual que Edward.
—No puedo verle —me hablaba a mí, pero en realidad podría estar conversando misma, como si yo ya me hubiera marchado—. No veo nada acerca de él. Me ocurre igual que contigo.
Sentí una sacudida y apreté los dientes. No era plato de mi agrado verme comparado con la criatura.
—Bella se ve envuelta por el influjo del feto, por eso la noto… poco definida, como la imagen de una tele que recibe mal la señal. Es como intentar fijar los ojos en los actores borrosos de la pantalla. Verla me hace polvo la cabeza, y no lo soporto más de unos pocos minutos al día. El feto forma parte importante de su futuro. Cuando ella decidió… Bella desapareció de mi vista en cuanto supo que quería tenerlo. Me llevé un susto de muerte —Alice se mantuvo en silencio durante un segundo, y luego agregó—: He de admitir que es un alivio tenerte cerca a pesar de tu olor a perro mojado. Se borran de mi mente todas las imágenes. Es como si cerrara los ojos. El dolor de cabeza se aletarga…
—Encantado de servirla, señorita —murmuré.
—Me preguntó qué puede tener en común contigo la criatura… No entiendo por qué estáis en la misma onda.
De pronto, estalló una oleada de calor en el centro de mi anatomía y tuve que cerrar los puños para controlar los temblores.
—No tengo nada en común con ese devorador de vida —repliqué entre dientes.
—Bueno, ahí hay algo.
No le contesté. El calor empezaba a atenuarse y estaba demasiado hecho polvo como para continuar enfadado.
—No te importa que me siente cerca de ti, ¿verdad? —inquirió.
—Supongo que no. El hedor está por todas partes.
—Gracias —contestó—. Ésta es la mejor cura de todas, supongo, dado que a mí no me hacen efecto las aspirinas.
—¿Podrías controlarte? Intento dormir.
Ella no contestó, pero de inmediato se sumió en un silencio absoluto. Me quedé sopa en cuestión de segundos.
Soñé que me moría de sed y tenía un gran vaso de agua helada enfrente de mí. La condensación se acumulaba en los lados del recipiente. Lo agarré y bebí un gran trago, sólo para averiguar enseguida que no era agua, sino lejía. La escupí de golpe y lo pringué todo. El efluvio se me metió por la nariz, quemándola hasta hacerme sentir que estaba en llamas.
El dolor nasal me despertó lo bastante como para acordarme de que me había dormido. El olor era fuerte si considerábamos que había sacado la cabeza y tenía la nariz fuera de la casa.
Uf. Había mucho ruido. Alguien se estaba riendo con demasiada fuerza. Las carcajadas me resultaban familiares, pero no eran de alguien que estuviera relacionado con ese olor. Ese efluvio no le correspondía.
Gemí y abrí los ojos. Era de día a juzgar por el color gris apagado del cielo, pero no había indicios para poder determinar la hora. Tal vez estuviera a punto de anochecer, dada la escasez de luz.
—Ya iba siendo hora —murmuró la Barbie no demasiado lejos de allí—. Empezaba a estar harta de la escandalera de tus ronquidos.
Giré sobre mí mismo y me contorsioné para sentarme en el suelo. Averigüé en el proceso dónde procedía el hedor. Alguien me había puesto debajo de la cabeza un cojín de plumas en un probable intento de ser amable, supuse, a menos que hubiera sido cosa de Rosalie.
Percibí otros aromas en cuanto alejé el rostro de la pestilencia de las plumas. El aire olía a canela y a panceta, todo entremezclado con el efluvio a vampiro. Parpadeé mientras intentaba captar la estancia.
Las cosas no habían cambiado demasiado, excepto que ahora Bella se sentaba en medio del sofá y que le habían quitado las agujas intravenosas. La rubia se sentaba a sus pies, con la cabeza apoyada en las rodillas de la embarazada. Era una memez dadas las circunstancias, bien que lo sabía, pero me seguía dando dentera la forma en que los vampiros tocaban a Bella. Edward estaba junto a ella y le cogía la mano. Alice se hallaba en el suelo, de la misma guisa que Rosalie.
Su rostro no delataba contrariedad alguna y era fácil saber el motivo: había encontrado otro «analgésico».
—Eh, Jake, ven aquí —cacareó Seth.
El pequeño de los Clearwater se sentaba al otro lado de Bella, sobre cuyos hombros le había pasado el brazo con ademán despreocupado. Sostenía en el rezago un plato de comida lleno hasta los bordes.
¿Qué rayos estaba…?
—Vino a buscarte —me aclaró Edward mientras yo me ponía en pie— y Esme le convenció de que se quedara a desayunar.
Seth me miró a la cara y se percató de mi mosqueo, por lo que se apresuró a explicarse.
—Exacto, Jake. Vine a ver si estabas bien, ya que ni siquiera habías cambiado de fase y Leah empezaba a estar preocupada. Le dije que probablemente te habrías quedado frito en tu forma humana, pero ya la conoces. Y claro, bueno, ellos tenían aquí toda esta comida, y maldita sea —continuó mientras se volvía hacia Edward—, tú sí que sabes cocinar, tío.
—Gracias —murmuró el aludido.
Respiré despacio mientras intentaba calmarme y dejar de apretar los dientes, pero no era capaz de apartar la vista del brazo de Seth en torno a Bella.
—Bella se estaba quedando fría —expuso Edward en voz baja.
Vale. En cualquier caso, no era de mi incumbencia, ya que ella no me pertenecía.
Seth escuchó el comentario de Edward, miró mi careto de malas pulgas y de pronto se acordó de que necesitaba las dos manos para comer. Retiró el brazo y se puso a manducar con verdadero entusiasmo. Caminé hasta ponerme a un par de metros del sofá mientras seguía intentando recobrar la compostura.
—¿Sigue Leah de patrulla? —le pregunté a Seth, con voz aún pastosa a causa de la modorra.
—Sí —contestó él sin dejar de masticar. El joven Clearwater llevaba también ropas nuevas, y encima le sentaban mejor que a mí—. Sigue en ello, no te preocupes. Aullará si ocurre algo. Nos turnamos a eso de la medianoche. He corrido doce horas.
El tono de voz dejaba a las claras cuánto se enorgullecía de ello.
—¿Medianoche…? Aguarda un momento… ¿Qué hora es…?
—Está a punto de amanecer —contestó él tras lanzar una mirada por la ventana para asegurarse. Maldición. Había dormido el resto del día y una noche entera. No había cumplido mi parte.
—Mierda. Lo siento mucho, Seth. De verdad. Deberías haberme despertado de una patada.
—No, tronco, necesitabas dormir de verdad. ¿Desde cuándo no te habías tomado un respiro? ¿Desde la noche que patrullaste para Sam? ¿Lo dejamos en cuarenta horas? ¿Cincuenta? No eres una máquina, Jake. Además, no te has perdido nada de nada.
¿Nada de nada? Lancé una rápida mirada hacia Bella. Había recobrado el color y ahora estaba como yo la recordaba: pálida, sí, pero con esa pincelada sonrosada en la piel y los labios también estaban rosáceos. Incluso el pelo estaba más lustroso. Me evaluó con la mirada y luego me dedicó una ancha sonrisa.
—¿Qué tal la costilla?
—Vendada y sujeta. Ni siquiera la siento —me contestó.
Puse los ojos en blanco mientras oía el rechinar de dientes de Edward. Imaginé que esa actitud de quitarle importancia al asunto le disgustaba tanto como a mí.
—¿Qué? ¿Qué has desayunado? —inquirí, un poco sarcástico—. ¿O negativo o AB positivo?
Me sacó la lengua. Volvía a ser ella por completo.
—Tortilla —contestó, pero lo hizo con la mirada gacha…
… y vi la copa de sangre entre su pierna y la de Edward.
—Tómate algo de desayuno, Jake —me instó Seth—. Hay un montón de cosas ricas en la cocina. Debes de estar con el depósito vacío.
Examiné el plato de comida situado encima de su vientre. Una tortilla de queso ocupaba la mitad de la escudilla y la otra mitad, un rollito de canela del tamaño de un cuarto de Frisbee.
Empezó a sonarme el estómago, pero lo ignoré.
—¿Qué ha almorzado Leah? —le pregunté con ánimo censor.
—Eh, le he llevado comida antes de probar bocado —se defendió Seth—. Aseguró que prefería comerse un animal atropellado en la carretera, pero apuesto a que al final cae… Estos rollitos de canela…
Pareció extraviarse en esas palabras.
—En tal caso, iré a cazar con ella.
Seth suspiró mientras me giraba con ánimo de marcharme.
—¿Tienes un momento, Jacob?
Era Carlisle quien me lo pedía, por lo cual mi rostro fue bastante menos irrespetuoso de lo que se habría encontrado cualquier otro que hubiera pretendido detenerme.
—¿Sí?
El doctor se me acercó mientras Esme se dirigía a otra habitación. Carlisle se detuvo un poco más lejos de lo habitual entre dos humanos que conversan. Le agradecí que me concediera ese espacio.
—Hablando de caza —empezó con tono lúgubre—, verás, este tema va a ser de cierta importancia en mi familia. Doy por hecho que el armisticio no es operativo en la tesitura actual, por lo cual deseaba pedirte consejo. ¿Nos dará caza Sam fuera del perímetro que has creado? Nuestro deseo es no correr el riesgo de herir a nadie de tu familia ni de perder a uno de los nuestros. Si te calzaras nuestros zapatos, o sea, si estuvieras en nuestro lugar, ¿cómo actuarías?
Me quedé pasmado y me eché hacia atrás cuando me soltó aquello. ¿Qué iba a saber yo de las andanzas de los vampiros ni de sus zapatos de lujo? Bueno, por otro lado, conocía perfectamente a Sam.
—Corréis un riesgo —contesté, procurando olvidar que todos los demás habían fijado en mí mirada, y seguí hablándole sólo a él—: Ahora mismo, Sam se ha calmado un poco, pero estoy más que convencido de que en su fuero interno considera el tratado simple papel mojado. En cuanto se le meta entre ceja y ceja que la tribu u otro humano cualquiera están en peligro, no se va a cortar un pelo, no sé si me explico, pero entretanto, su prioridad sigue siendo La Push. Ahora no son tan numerosos como para vigilar a la gente y al mismo tiempo organizar partidas lo bastante grandes como para causaros un daño real. Apostaría a que va a mantener el culo cerca de casa.
Carlisle asintió con ademán festivo.
—Entonces, supongo que yo te recomendaría… no cacéis en solitario, sólo por si acaso —continué—. Tal vez convendría también que fuerais de día, ya que a causa de todas esas supersticiones sobre los vampiros, esperan que salgáis por la noche. Sois rápidos, podéis peinar las montañas y cazar lo bastante lejos como para que no haya ocasión de algún posible encuentro con alguien que Sam haya enviado lejos de la reserva.
—¿Y dejar a Bella desprotegida?
Bufé.
—¿Qué somos, hígado picado?
Carlisle rió, pero luego su semblante adoptó la seriedad de antes.
—No puedes enfrentarte a tus hermanos, Jacob.
Entorné los ojos.
—No digo que vaya a ser fácil, pero seré capaz de detenerlos si vienen con ánimo de matarla.
Carlisle sacudió la cabeza, presa de la ansiedad.
—No, no, no pretendo decir que seas incapaz, sino que sería un error muy grave. No puedo tener ese peso en mi conciencia.
—El peso estaría en la mía y no en la suya, doctor, y lo puedo asumir sin problemas.
—No, Jacob. Vamos a asegurarnos de que nuestras acciones hagan imposible esa situación —frunció el ceño con gesto caviloso—. Iremos de caza de tres en tres —decidió después de un segundo—. Probablemente eso sea lo mejor.
—Lo dudo, doctor. La división en dos grupos no me parece la mejor estrategia.
—Contamos con algunos dones adicionales que igualarán las cosas. Si Edward es uno de los tres cazadores, es capaz de brindarnos varios kilómetros de seguridad.
Ambos nos volvimos hacia el recién casado. Su expresión hizo que Carlisle echara marcha atrás enseguida.
—Y estoy persuadido de la existencia de otros caminos —apostilló Carlisle, pues quedaba bien a las claras que, en ese momento, no había fuerza capaz de separar a Edward de Bella—. Alice, imagino que podrías saber qué rutas debemos evitar, ¿no?
—Es muy fácil —contestó ella, asintiendo—, las que desaparezcan de visión.
Edward se había puesto muy tenso con la primera parte del plan, pero ahora se relajó bastante.
Bella miraba con tristeza a Alice, que había arrugado el ceño como hacía siempre que estaba estresada.
—De acuerdo, entonces —acepté—. Está decidido. Me limitaré a ir por mi cuenta. Seth, te espero de regreso al anochecer para que puedas dar una cabezada, ¿de acuerdo?
—Claro, Jake, cambiaré de fase en cuanto me haya terminado esto. A menos que… —vaciló y se volvió para mirar a Bella—. ¿Me necesitas?
—Tiene mantas —le espeté.
—Estoy bien, Seth, gracias —se apresuró a decir Bella.
Esme regresó con sus rápidos andares. Traía un plato cubierto en las manos. Se detuvo con indecisión al llegar junto al codo de Carlisle y fijó en mi rostro sus enormes ojos oscuros. Me tendió el plato y dio un paso hacia mí con timidez.
—Soy consciente de que la idea de comer aquí te resulta poco apetecible, Jacob, dado que el olor no es de tu agrado —dijo con voz menos aguda que la de los demás—, pero me sentiría mucho mejor si te llevaras algo de comida cuando te fueras. Estoy al tanto de que no puedes volver a casa por nuestra culpa. Por favor, alivia un poco mi remordimiento. Acepta algo de sustento.
Me tendió el plato con una muda súplica escrita en sus suaves facciones y no sé cómo lo hizo, porque a pesar de tener una apariencia de veintitantos años y un rostro blanco marfileño, su expresión de pronto me recordó a la de mi madre.
Vaya.
—Eh, claro, claro —murmuré—. Supongo, bueno, tal vez Leah siga con apetito y tal…
Tomé el plato y lo sostuve con una mano, manteniéndolo lo más lejos posible, todo cuanto daba de sí mi brazo. Iba a tener que vaciarlo al pie de un árbol o algo por el estilo. No quería que se sintiera mal. Entonces me acordé de Edward.
¡No le digas ni pío a Esme! Déjale creer que me lo he comido.
No le miré para ver si estaba o no de acuerdo. Más le valía estarlo. El chupasangre me lo debía.
—Gracias, Jacob —repuso Esme con una sonrisa. Cielo Santo, ¿cómo podía tener hoyuelos un rostro de piedra?
—Eh, de nada —contesté con las mejillas al rojo vivo, más calientes de lo habitual.
El problema de alternar con vampiros era que terminabas acostumbrándote a ellos y acababas por hacerte un lío en cuanto a la forma de ver el mundo. Al final, pensabas en ellos como amigos.
—¿Vas a volver luego, Jake? —preguntó Bella mientras yo intentaba huir.
—Eh, no sé.
Frunció los labios para contener una sonrisa.
—Por favor, ¿y si tengo frío…?
Inhalé profundamente por la nariz, y en ese instante me di cuenta de que no había sido una buena idea. La peste a vampiro se me metió por la nariz. Contraje la cara a causa del asco.
—Puede que sí.
—¿Jacob? —me llamó Esme. Retrocedí hacia la puerta mientras ella proseguía a unos cuantos pasos de mí—: He dejado una cesta de ropa en el porche. Es para Leah. Las prendas están recién lavadas y he procurado tocarlas lo menos posible —frunció el ceño—. ¿Te importaría llevársela?
—Enseguida —murmuré.
Acto seguido, me escabullí por la puerta antes de que nadie me hiciera sentir culpable por algo más.