Suerte que tengo un estómago de hierro

Carlisle y Rosalie salieron disparados escaleras arriba en un abrir y cerrar de ojos. Los escuché debatir sobre la conveniencia de calentar o no la sangre antes de suministrársela. Puaj. Me pregunté qué tipo de atrezo de casa del terror tendrían guardado por allí. Una nevera llena de bolsas de sangre. ¿Qué más podía haber? ¿Una cámara de tortura? ¿La estancia de los féretros?

Daba la impresión de que a Edward le faltaba la energía para mantener viva la llama de la esperanza que antes había prendido en él. Se quedó junto a su esposa. Ambos se tomaron de la mano y se miraron a los ojos, pero no era la típica escena pastelosa. Era como si estuvieran manteniendo una conversación. Me recordó a las de Sam y Emily. No, no era pastelosa, pero eso lo hacía aún más duro.

Sabía que a Leah le ocurría lo mismo: tenía que presenciar cosas como aquélla de continuo y oírlas en la mente de Sam. Todos nos sentíamos fatal por ella, por descontado, no éramos monstruos (bueno, al menos no en ese sentido) pero supongo que sí podíamos culparla por lo mal que lo encajaba, pues nos increpaba a todos en un intento de hacernos sentir tan mal como ella.

Jamás volvería a echarle la culpa. ¿Cómo puede alguien no extender ese tipo de desdicha a su alrededor? ¿Cómo no va a intentar cualquier persona aliviar una parte de su carga, descargando un poco sobre los demás?

Y si eso implicaba que yo hubiera de tener mi propia manada, ¿con qué derecho iba a culparle por arrebatarme la libertad? Yo haría exactamente lo mismo. Si hubiera una vía de escape para ese dolor, también yo la usaría.

Rosalie bajó como un bólido al cabo de un segundo y entró en la habitación como una racha de viento tras hacer un alto en la cocina, donde oí el chirrido de la puerta de una alacena. Removía un líquido caliente.

—No la elijas transparente, Rosalie —murmuró Edward, y luego puso los ojos en blanco.

Bella miró con curiosidad, pero Edward se limitó a negar con la cabeza.

La interpelada volvió sobre sus pasos a través del cuarto de estar y desapareció de nuevo en la cocina.

—¿Ha sido idea tuya? —susurró Bella con voz rasposa. Hizo un esfuerzo para hablar con el volumen necesario para que pudiera oírla olvidando lo fino que andaba yo de oído; no terminaba de gustarme que, tan a menudo, pasara por alto el hecho de que yo no era del todo humano.

Me aproximé un poco para no obligarla a hacer esfuerzo alguno.

—A mí no me culpes de esto. Tu vampiro ha elegido unos cuantos comentarios sarcásticos de mi mente.

—No esperaba verte de nuevo —admitió, a la vez que sonreía un poco.

—Tampoco yo —reconocí.

Me sentí un poco raro, allí de pie en esa estancia. Los vampiros habían retirado todo el mobiliario para instalar en su lugar un equipo médico. Imagino que eso no les molestaba. Estar de pie o sentado no importa mucho cuando eres de piedra. A mí también me hubiera dado un poco igual de no haberme encontrado tan cansado.

—Edward me ha contado lo que te has visto obligado a hacer. Lo siento.

—Está bien. Probablemente era cuestión de tiempo que yo estallara por alguna misión que me encomendara Sam —le mentí.

—Y Seth —apostilló ella en voz baja.

—De hecho, está encantado de echar un cable.

—Lamento meterte en problemas.

Solté una risotada que tenía más de ladrido que de risa. Bella suspiró débilmente.

—Supongo que eso no es nuevo, ¿verdad?

—No, la verdad es que no.

—No tienes por qué quedarte a ver esto —comentó, sin articular apenas las palabras.

Podía salir, y hasta parecía una buena idea. Pero si lo hacía, a juzgar por el aspecto de la enferma en aquel momento, lo más probable es que me perdiera los últimos quince minutos de su vida.

—En realidad, no tengo ningún sitio adonde ir —repliqué, haciendo un gran esfuerzo para que mi voz no delatara emoción alguna—. Esto de ser lobo mola mucho menos desde que se nos ha unido Leah.

—¿Leah…? —preguntó ella sin aliento.

—¿No se lo has contado? —inquirí a Edward.

Éste contestó con un encogimiento de hombros y no apartó los ojos de Bella. Me pispé de que Leah no era una noticia relevante y que no la consideraba a la misma altura de los demás hechos que se estaban produciendo.

Bella no se lo tomó tan a la ligera. Pareció considerarlo como una mala noticia.

—¿Por qué? —se interesó.

No quise soltarle la versión entera, más larga que un domingo sin pan.

—Para tener vigilado a Seth.

—Pero ella nos odia —susurró Bella.

«Nos». Se incluía ya entre los vampiros. Guay. Sin embargo, pude ver que tenía miedo.

—No va a chinchar a nadie —salvo a mí, pensé—. Ahora forma parte de mi manada —hice una mueca al pronunciar esas palabras—. Por tanto, acepta mi liderazgo —puaj. Bella no pareció muy convencida—. ¿Te asustas de Leah y haces buenas migas con la rubia psicópata?

Me llegó un siseo desde el segundo piso. Estupendo, me había oído.

Bella me puso cara de pocos amigos.

—No. Rose me… entiende.

—Sí, ya —refunfuñé—. Lo que ésa entiende es que vas a estirar la pata y le importa un bledo mientras consiga salir de ésta con su engendro mutante.

—Deja de comportante como un burro, Jacob —replicó entre dientes.

Al parecer, estaba demasiado débil para enfadarse, por lo que probé a dedicarle una sonrisa.

—Lo dices como si fuera posible.

Bella intentó no devolverme la sonrisa durante un segundo, pero no logró evitarlo al final y sus labios, de un blanco caliza, se curvaron en las comisuras.

Entonces, asomaron la jeta por allí la psicópata en cuestión y el doctor Carlisle. Éste llevaba en las manos una copa de plástico cubierta con una tapa y una paja flexible para beber. Vale. «No la elijas transparente». Ahora lo pillaba. Edward no deseaba que su esposa tuviera que pensar en sus actos más de lo necesario. No podía verse el contenido de la copa de modo alguno, pero se olía.

Carlisle vaciló y mantuvo el brazo de la copa medio extendido. Su paciente le miró. De nuevo tenía cara de pánico.

—Siempre podemos intentar otro método —ofreció Carlisle con sosiego.

—No —susurró Bella—. Voy a probar éste primero, no tenemos tiempo…

Pensé que había visto algún indicio sobre el contenido y por fin se había preocupado por sí misma, pero luego movió la mano sobre su estómago abultado.

Bella alargó el brazo y se hizo cargo del recipiente. Su mano tembló ligeramente y alcancé a oír el sonido del líquido en su interior. Intentó apoyarse sobre un codo, pero apenas si logró alzar la cabeza. Un golpe de calor me subió por la espina dorsal cuando tomé conciencia de lo mucho que se había debilitado en menos de un día.

Rosalie pasó el brazo por debajo de los hombros de Bella y le sostuvo también la cabeza, tal y como se hace con los recién nacidos. Era toda una madraza, parecían encantarle los niños.

—Gracias —musitó Bella, cuyos ojos se dirigieron hacia nosotros, todavía consciente de nuestra presencia. Apuesto a que se hubiera puesto roja como un tomate de no haber estado tan escasa de fuerzas.

—Haz como si no estuvieran —la instó Rosalie.

Aquello me hizo sentir incómodo. Debí haberme ido cuando Bella me ofreció esa posibilidad.

No pertenecía a aquel lugar ni formaba parte de aquello. Sopesé la posibilidad de desaparecer, pero entonces comprendí que se lo iba a poner más difícil a Bella. Le iba a resultar más duro pasar por aquel trance si sospechaba que estaba demasiado a disgusto como para quedarme, lo cual, por otra parte, era casi cierto.

Me callé como un muerto. No pretendía reclamar la paternidad de esa idea, pero tampoco quería ser un cenizo y gafarla.

Bella alzó la copa hasta la altura de la nariz y olisqueó el extremo de la pajita. Dio un respingo e hizo una mueca.

—Bella, mi amor, podemos hallar una vía más sencilla —dijo Edward al tiempo que tendía una mano para recoger el vaso de plástico.

—Tápate la nariz —sugirió Rosalie mientras miraba la mano tendida de su hermano como si se la fuera a arrancar de un mordisco.

Me entraron ganas de que lo hiciera. Apostaba a que él no se iba a quedar de brazos cruzados, y me hubiera encantado ver cómo le arrancaban una extremidad a la rubita.

—No, no es eso, sólo que… —Bella suspiró hondo—. Huele bien —admitió con la boca chica.

Hice un esfuerzo enorme por tragar saliva y ocultar el careto de disgusto.

—Eso es estupendo —le dijo la Barbie con entusiasmo—. Significa que vamos por el buen camino. Haz la prueba.

Después de ver la expresión de la rubia, me extrañó que no se pusiera a celebrarlo con ese bailecito de los jugadores cuando anotan un touchdown.

Bella se metió la paja entre los dientes, cerró los ojos con fuerza y arrugó la nariz. Pude oír el borboteo de la sangre. El pulso volvía a temblarle. Dio un sorbo en un segundo y profirió un gemido bajo sin abrir los ojos.

Edward y yo dimos un paso hacia delante al mismo tiempo. Él le tocó el rostro y yo me llevé las manos a la espalda antes de cerrar los puños.

—Bella, cariño…

—Estoy bien —musitó. Abrió los ojos y le miró con expresión de súplica y de disculpa. Estaba asustada—. También sabe bien.

Se me llenaron las tripas de bilis hasta el punto que pensé en que iba a echar hiel por la boca.

Apreté los dientes.

—Eso es estupendo —repitió la Barbie, todavía encantada—, y una buena señal.

Su esposo le acarició la mejilla, curvando los dedos para adaptarse a la forma de los frágiles huesos de Bella.

La enferma suspiró y se llevó la pajita a los labios de nuevo; esta vez se metió un buen trago para el cuerpo. Ya no la dominaba la debilidad. Era como si el instinto estuviera tomando el control.

—¿Qué tal el estómago? —quiso saber Carlisle—. ¿Tienes náuseas?

—No, ni pizca —contestó ella con un hilo de voz al tiempo que negaba con la cabeza—. Por ahora, ¿no?

—Excelente —Rosalie estaba radiante.

—Me parece prematuro aventurar esa conclusión, Rosalie —le atajó el doctor.

Bebió otro largo trago de sangre y luego lanzó una mirada a Edward.

—¿Esto entra en mi cómputo o empezamos a contabilizar cuando ya sea vampiro?

—Nadie te lleva la cuenta, Bella, y en todo caso, nadie ha muerto a resultas de esto —le dedicó una sonrisa desfallecida—. Tu hoja sigue en blanco.

No les entendía nada.

—Te lo explicaré más tarde —contestó Edward, hablando para el cuello de su camisa.

—¿Qué…? —susurró Bella.

—Nada, nada, hablaba conmigo mismo —mintió con voz suave.

Si aquel experimento tenía éxito y Bella vivía, Edward no iba a ser capaz de despistarla de ese modo, pues ella tendría unos sentidos tan agudos como los suyos. Debería hacer un esfuerzo para ser más sincero.

Los labios de Edward se curvaron, luchando por contener una sonrisa.

Bella apuró sin pausa unos cuantos tragos más con la vista fija en la ventana, sin mirarnos. Lo más seguro es que fingiera que no estábamos allí. O tal vez sólo yo, pues era el único del grupo que encontraba censurable su conducta y lo más probable es que ellos las estuvieran pasando canutas para no arrancarle el vaso de las manos.

Edward puso los ojos en blanco.

Caramba, ¿cómo podía alguien vivir con él? ¡Qué lástima que Edward no le pudiera leer los pensamientos a su esposa! Entonces, él daría la murga contándoselos a todos y ella no tardaría en acabar harta y dejarle.

Edward soltó una risilla entre dientes. La enferma volvió los ojos hacia él de forma inmediata y esbozó una media sonrisa al descubrir un atisbo de humor en su rostro. Supuse que Bella no había visto en él una nota de alegría en mucho tiempo.

—¿Qué te divierte tanto? —suspiró.

—Jacob —le contestó.

Ella alzó la vista y me dedicó otra sonrisa que reflejaba su cansancio.

—Jake es la monda —admitió. Guay, ahora era el bufón de la corte.

—¡Tachan! —murmuré en una mala imitación del débil sonido del plato de la batería.

Me dedicó otra sonrisa y dio otro trago de la copa. Pegué un respingo cuando la succión de Bella provocó un borboteo bien audible, indicativo de que no había más líquido.

—Lo conseguí —anunció la enferma, que parecía complacida. Su voz era más clara y fuerte, no como el susurro con el que había hablado hasta ahora—. Si tolero esto, ¿me quitarás las agujas, Carlisle?

—En cuanto sea posible —prometió él—. Lo cierto es que ahora mismo tampoco están siendo de mucha utilidad.

Rosalie palmeó la frente de Bella y ambas intercambiaron una mirada de esperanza. Estaba a la vista de todos que el vaso lleno de sangre humana había tenido un efecto inmediato. Bella estaba recuperando el color, ya podía verse una pincelada rosa en sus facciones de cera, y había dejado de necesitar la ayuda de Rosalie para sostenerse, respiraba con menos dificultad y habría jurado que el latido de su corazón era más fuerte y constante.

El espectro de la alegría en los ojos de Edward se había convertido en algo tangible.

—¿Te gustaría tomar un poco más? —la presionó Rosalie.

La aludida bajó los hombros.

Edward fulminó a su hermana con la mirada antes de dirigirse a Bella.

—No tienes por qué beber más ahora mismo.

—Ya, ya lo sé, pero… quiero hacerlo —admitió con abatimiento.

Rosalie acarició el pelo lacio de Bella con esos dedos suyos largos y puntiagudos.

—No te avergüences por eso, Bella. Tu cuerpo tiene antojos, y todos lo comprendemos —al principio, habló con acento suave, pero su voz adquirió un tono ronco cuando agregó—: Quienquiera que no lo comprenda no debería estar aquí.

Eso iba por mí, obviamente, pero no iba a dejar que la Barbie me desplazara. La mejoría de Bella me alegraba, así pues, ¿qué más daba si los medios para lograrlo me revolvían las tripas? No era como si yo hubiera dicho algo.

Carlisle tomó la copa de las manos de Bella.

—Enseguida vuelvo —anunció.

Bella me miró en cuanto se marchó el doctor.

—¡Qué mal aspecto tienes, Jacob! —soltó con voz cascada.

—Mira quién fue a hablar.

—Lo digo en serio, ¿cuánto hace que no duermes?

Lo consideré durante unos momentos.

—Eh… Lo cierto es que no estoy del todo seguro.

—Ay, Jake, no quiero echar a perder también tu salud. No hagas estupideces —rechiné los dientes. ¿Ella tenía permitido dejarse morir por un monstruo y yo no podía perder unas cuantas noches de sueño para vigilarla?—. Tómate un descanso, por favor —continuó—. Arriba tienes unas cuantas camas, túmbate en la que más te apetezca.

Rosalie puso una cara que dejaba bien claro que no estaba de acuerdo, lo cual me llevó a preguntarme si, de todos modos, la Bella Despierta necesitaría una cama. ¿O es que era muy posesiva con sus cosas?

—Gracias, Bella, pero preferiría dormir sobre el suelo, lejos del hedor, ya sabes.

Hizo un mohín.

—De acuerdo.

Entonces regresó Carlisle; Bella extendió la mano para recoger la nueva dosis de sangre con aire distraído, como si estuviera pensando en alguna otra cosa, y empezó a beber con el mismo gesto ausente.

Cada vez tenía mejor aspecto. Se inclinó hacia delante con todo cuidado para no tener problemas con los tubos y se deslizó hasta sentarse en la cama. La Barbie se inclinó sobre ella, con las manos preparadas para cogerla si le fallaba el cuerpo, pero la embarazada ya no la necesitaba. Se terminó el segundo vaso de sangre enseguida, respirando hondo entre un trago y otro.

—¿Cómo te sientes ahora? —preguntó Carlisle.

—Ya no me encuentro mal. Únicamente siento como si necesitara tomar algo más, aunque no estoy segura de si se trata de comer o beber, ¿sabes a qué me refiero?

—Mírala un momento, Carlisle —murmuró Rosalie tan pagada de sí misma como un pavo real con la cola desplegada—. Parece evidente qué le pide el cuerpo, ¿no? Debería beber más.

—Sigue siendo humana, Rosalie, y también necesita comida. Démosle algo de tiempo para ver los efectos y luego quizá probemos a darle alimentos otra vez. ¿Hay algún plato que te guste especialmente, Bella?

—Los huevos —replicó Bella de inmediato.

Luego, intercambió una mirada y una sonrisa todavía frágil con su esposo, pero su rostro tenía mucha más vida que antes.

En ese momento, empecé a parpadear y casi me olvidé de abrir otra vez los ojos.

—Deberías dormir algo, Jacob, de veras —me pidió Edward—. Tal y como dijo Bella, estás invitado a hacer uso de las comodidades de esta casa, aunque lo más seguro es que te encuentres más a gusto fuera. No te preocupes de nada, te prometo ir a por ti si surge cualquier necesidad.

—Claro, claro —mascullé; podía darme el piro ahora que a Bella parecían quedarle más de unas horas de vida. Me acurrucaría debajo de cualquier árbol lo bastante alejado como para que no llegara la pestilencia a vampiro. El chupasangre me despertaría si algo se torcía. Lo había prometido.

—Y lo haré —me aseguró Edward.

Asentí al tiempo que ponía una mano sobre las de Bella, heladas como la nieve.

—Mejórate —le dije.

—Gracias, Jacob.

Ella giró la mano para estrechar la mía. Sentí el aro fino del anillo de boda girando suelto sobre su dedo huesudo.

—Tapadla con una manta o algo por el estilo —comenté mientras me dirigía a la puerta. Dos aullidos rasgaron el velo de la tranquila mañana antes de que hubiera salido del edificio. El tono perentorio de los mismos era inconfundible. Esta vez no cabía duda alguna.

—Maldita sea —bufé…

… crucé la puerta a toda pastilla y lancé todo mi cuerpo hacia delante para atravesar el porche de un salto. Me dejé tomar por el fuego del cambio de fase mientras estaba en el aire y los pantalones acabaron hechos jirones. Mierda. No tenía más ropa. En fin, eso no importaba ahora.

Caí sobre las zarpas y marché hacia el oeste a la carrera.

¿Qué ocurre?, pregunté en mi fuero interno.

Invitados, contestó Seth. Un mínimo de tres.

¿Se han dividido?

Voy a correr en línea recta hacia Seth a la velocidad de la luz, prometió Leah, a quien oí resoplar con furia mientras avanzaba a una celeridad de vértigo que convertía el bosque circundante en un manchurrón.

Hasta ahora, no hay otro punto de intrusión. No los desafíes, Seth. Espérame. Han aminorado la velocidad. Agh, qué rabia no poder oírlos… Creo… ¿Sí…?

Me da la impresión de que se han detenido. ¿A la espera del resto de la manada?

Calla. ¿Notas eso?

Absorbí las impresiones de mi compañero. Percibí un ligero y callado estremecimiento en el aire.

¿Alguno ha cambiado de fase?

Da esa impresión, coincidió Seth.

Leah volaba en dirección al espacio abierto donde su hermano permanecía a la espera. Hundía las pezuñas en el suelo y derrapaba como un coche de carreras.

Yo te cubro las espaldas, hermano.

Se acercan, anunció Seth, hecho un manojo de nervios. Caminan despacio.

Ya casi he llegado, les informé mientras intentaba correr tan deprisa como Leah. Sentí una sensación horrible al verme separado de Leah y de Seth con un peligro potencial más cerca de ellos que de mí. Eso estaba mal. Yo debería estar con ellos, o entre ellos y el peligro en ciernes.

Mira quién se está volviendo paternal, pensó Leah con sarcasmo.

Céntrate, Leah.

Son cuatro: tres lobos y un hombre, afirmó Seth. El chaval tenía un oído muy agudo.

Llegué al claro en ese momento y me dirigí de inmediato al lugar donde se hallaba Seth, que suspiró de alivio y se enderezó, ocupando ya su lugar a mi flanco derecho. Leah se situó en el izquierdo con mucho menos entusiasmo.

Así que ahora estoy bajo las órdenes de Seth, refunfuñó para sus adentros.

Funciona por orden de llegada, pensó Seth, jubiloso. Además, nunca antes habías sido el tercero de un Alfa, por lo que aun así, también asciendes.

¿Qué ascenso es ése de estar bajo las órdenes de mi hermano pequeño?

¡Callaos!, me quejé. No me preocupan vuestras posiciones. Callaos y estad preparados.

Aparecieron ante nuestros ojos pocos segundos después. Venían andando, tal y como había intuido Seth. Jared marchaba al frente con las manos en alto. Paul, Quil y Collin le seguían a cuatro patas. No había agresividad alguna en sus ademanes. Se mostraron vacilantes detrás de Jared, con las orejas tiesas; estaban alerta pero tranquilos.

Me extrañó que Sam enviara a Collin en vez de a Embry. Yo jamás haría ese movimiento si enviara una legación en son de paz a territorio enemigo. No mandaría a un crío, sino a un luchador curtido.

¿Y si es un movimiento de distracción?, preguntó Leah. ¿Estaban Sam, Embry y Brady efectuando un movimiento en solitario? No parecía muy probable. ¿Quieres que eche un vistazo? Puedo recorrer todo el perímetro y estar de vuelta en un par de minutos.

¿Debo avisar a los Cullen?, inquirió Seth.

¿Y qué pasa si el encuentro sólo tiene como fin dividirnos?, les contesté. Los Cullen saben que se está cociendo algo y están preparados.

Sam no sería tan estúpido…, pensó Leah mientras el miedo hacía mella en su ánimo, pues se imaginaba a Sam lanzando un ataque contra los vampiros con sólo dos lobos junto a él.

No, no lo es, le aseguré, aunque la imagen de su mente también me puso malo.

Jared y los tres lobos permanecieron mirándonos todo el tiempo, a la espera de nuestra reacción. Resultaba estremecedor no oír lo que se decían entre ellos Quil, Paul y Collin. Sus expresiones vacías eran inescrutables.

Jared carraspeó para aclararse la garganta y luego asintió en mi dirección.

—Bandera blanca… Hemos venido a hablar.

¿Crees que es cierto?, preguntó Seth.

Tiene sentido, pero…

Exacto, coincidió Leah, pero.

No nos relajemos.

Jared torció el gesto.

—Sería más fácil hablar si también pudiéramos escucharos.

Clavé los ojos en él. No cambiaría de fase hasta que me encontrara cómodo con la situación, hasta que tuviera sentido. ¿Por qué había enviado a Collin? Ésa era la parte que más me inquietaba.

—De acuerdo. Supongo que entonces sólo voy a hablar yo —dijo Jared—. Queremos que vuelvas, Jake.

Quil soltó un suave aullido a su espalda, secundando su afirmación.

—Has separado a la familia. Esto no tiene por qué ser así.

Yo no estaba en total desacuerdo con eso, pero lo chungo estaba ahí, en la existencia de unas cuantas diferencias de opinión pendientes entre Sam y yo.

—Conocemos tu forma de sentir, en especial en lo tocante a la situación de los Cullen. Somos conscientes de que es un problema, pero esto que has hecho es pasarse de la raya.

¿Pasarse?, refunfuñó Seth. ¿Y atacar a unos aliados sin previo aviso no lo es?

Seth, ¿sabes lo que es un rostro inmutable? Serénate.

Perdón.

La mirada de Jared se posaba en Seth y luego volvía a mí.

—Sam está dispuesto a tomarse esto con tranquilidad, Jacob. Se ha calmado y ha hablado con los ancianos de la tribu. Ellos han decidido que una acción inmediata en este momento no beneficia a nadie.

Traducido: ellos ya han perdido el factor sorpresa, pensó Leah.

Resultaba extraño la concepción tan diferente que teníamos de nuestra unión. La manada ya era la manada de Sam y nosotros ya nos referíamos a sus componentes como «ellos», algo externo y ajeno, y resultaba especialmente anómalo que Leah pensara de ese modo, tenerla como una parte sólida del «nosotros».

—Billy y Sue están de acuerdo contigo, Jacob, creen que podemos esperar a que Bella… se separe del problema. Ninguno de nosotros se siente cómodo con la idea de matarla.

Aunque había reprendido a Seth por gruñir hacía un instante, no pude contener un bufido. De modo que ninguno se sentía «cómodo con la idea de matarla». No me digas.

Jared alzó las manos de nuevo con ademán conciliador.

—Calma, Jake. Sabes a qué me refiero. El tema es que vamos a esperar y reconsiderar situación, ya decidiremos más tarde si existe algún problema con… la criatura.

Ja, menuda sandez, replicó Leah.

¿No te lo tragas?

Sé qué se traen entre manos, Jake, sé qué piensa Sam. Ellos dan por hecho que Bella va a morir de todos modos, y se imaginan que vas a tener un ataque de ira y…

… que yo mismo lideraré el ataque cuando eso suceda.

Agaché las orejas. Daba la impresión de que Leah había dado en el clavo, y sonaba muy plausible. Cuando esa cosa…, bueno, si esa cosa mataba a Bella, iba a ser muy fácil pasar por alto todo cuanto yo sentía por la familia de Carlisle. Probablemente volvería a considerarlos enemigos a todos ellos, y a mis ojos no pasarían de ser simples sanguijuelas chupasangres.

Yo te lo recordaré, apostilló Seth.

Sé que lo harás, chaval, la cuestión es si yo te voy a escuchar o no.

—¿Jake? —preguntó Jared. Resoplé con furia.

Leah, haz una ronda para cerciorarnos. Voy a tener que hablar con él y quiero estar seguro de que no hay nadie más por ahí mientras estoy en la otra fase.

Dame un respiro, Jacob. Puedes adoptar forma humana delante de mí. Por mucho que me he esforzado por evitarlo, he tenido que verte desnudo. No significa mucho para mí, así que… no te preocupes.

No pretendo proteger la tierna inocencia de tus ojos, intento cubrirnos las espaldas. Sal de aquí ahora mismo.

Ella resopló una vez y se precipitó en dirección al bosque. Escuché cómo sus garras abrían surcos en la tierra mientras adquiría más velocidad.

La desnudez era un inconveniente inevitable de la vida en manada al que no le concedimos importancia alguna hasta que se produjo la incorporación de Leah, momento a partir del cual resultó un tanto bochornoso. La chica tenía un control aceptable de sus nervios pero cuando los perdía, tardaba el tiempo habitual en estallar y romper la ropa para salir de fase. Todos nosotros habíamos tenido algún atisbo de su anatomía; y claro, la cuestión no era si verla merecía o no la pena, que la merecía, sino si la merecía lo suficiente cuando Leah te pillaba pensando en ella después.

Jared y los demás siguieron contemplando el lugar por donde la loba había desaparecido, entre los matojos, con gesto de recelo.

—¿Adónde va? —quiso saber Jared.

Le ignoré, cerré los ojos y recuperé mi ser de nuevo. Sentí cómo el aire se estremecía a mi alrededor y se removía en torno a mi cuerpo en pequeñas olas. Me alcé sobre los cuartos.

traseros y elegí el preciso momento en que me hallaba totalmente enhiesto para adoptar mi forma humana.

—Vaya —dijo el portavoz de Sam—. Hola, Jake.

—¿Qué hay, Jared?

—Gracias por hablar conmigo.

—Ya.

—Queremos que vuelvas, tío.

Quil volvió a soltar un gimoteo de los suyos.

—No lo veo fácil, Jared.

—Ven a casa —pidió mientras se inclinaba hacia delante con aire de súplica—. Podemossolucionar esto. Tú no perteneces a este lugar. Deja que Seth y Leah regresen a sus hogares también.

Me eché a reír.

—Vale. Como si no se lo hubiera pedido desde el principio.

Seth bufó detrás de mí.

Jared recapacitó sobre mi afirmación; volví a ver en sus ojos una nota de cautela.

—Bueno, entonces, ¿ahora qué…?

Le estuve dando vueltas durante cerca de un minuto mientras él aguardaba mi respuesta.

—No lo sé, pero tampoco estoy seguro de que las cosas puedan volver a ser como antes, Jared.

No conozco muy bien cómo funciona el asunto ese de los Alfa, pero me da la impresión de que no es como encender y apagar un botón, tiene pinta de ser algo más… permanente.

—Tu sitio sigue estando a nuestro lado.

Enarqué las cejas.

—Dos Alfa no pueden pertenecer al mismo lugar, Jared. ¿Recuerdas lo poco que faltó la última noche?… El instinto es demasiado competitivo.

—¿Vais a quedaros por aquí el resto de vuestras vidas? —inquirió—. No tenéis hogar alguno en estas tierras y ya os faltan hasta las ropas —apuntó—. ¿Permaneceréis en forma lupina todo el tiempo? Ya sabes que a Leah no le hace ni pizca de gracia comer así.

—Ella puede comportarse como le venga en gana cuando tenga hambre. Ha venido aquí por elección propia y yo no pienso decirle a nadie lo que debe hacer.

Jared suspiró.

—Sam lamenta lo que te hizo.

Asentí.

—Ya no estoy enfadado.

—¿Pero…?

—Pero no tengo intención de volver, no por ahora. Vamos a esperar un poco y ver cómo queda la cosa. Y también vamos a proteger a los Cullen tanto tiempo como sea necesario y esto, a pesar de lo que creáis, no es sólo por Bella: protegemos a quienes hay que proteger, lo cual también se aplica a los Cullen.

Bueno, no todos, pero al menos a un buen número de ellos. Seth soltó un aullido en señal de anuencia.

Jared torció el gesto.

—Entonces, no queda mucho más por decir.

—Ahora no, pero ya veremos cómo se desenvuelven los acontecimientos.

Jared se volvió hacia Seth y se concentró sólo en él, sin hacerme caso.

—Sue me ha pedido que te diga que vuelvas a casa, bueno, pedido no, me lo ha implorado. Tiene el corazón destrozado por tu culpa, Seth. Está totalmente sola. No sé cómo Leah y tú habéis podido hacerle esto. Mira que abandonarla de esa manera cuando tu padre acaba de morir…

Seth lloriqueó.

—Baja esos aires, Jared —le avisé.

—Le cuento las cosas como son, sólo eso.

Resollé.

—Vale —Sue era la persona más dura que había conocido en mi vida, más que mi padre y más que yo. Lo bastante para jugar con los sentimientos de sus hijos si pretendía hacerlos volver a casa. Pero no estaba bien usar a Seth de esa manera—. En este momento, ¿cuánto hace que está al tanto de la situación? ¿Y no ha pasado la mayor parte de ese tiempo en compañía de Billy, el Viejo Quil y Sam? Sí, claro, estoy convencido de que languidece de soledad. Eres libre de irte cuando quieras, Seth, eso ya lo sabes.

Seth sorbió por las narices…

… y un segundo después alzó una oreja en dirección norte. Su hermana debía de hallarse muy cerca. Jesús, pues sí que era rápida. La loba irrumpió dos latidos después, frenó en seco al llegar a los matojos de las lindes, a pocos metros del claro, y se detuvo. Entró al trote y se situó enfrente de Seth. Mantuvo erguido el hocico, haciendo ostentación de no mirar en mi dirección.

Me gustó el detalle.

—¿Leah? —dijo Jared.

Las miradas del portavoz y de la loba se encontraron. La recién llegada echó hacia atrás el hocico, dejando entrever los dientes.

Jared no pareció sorprendido por su hostilidad.

—Sabes que en realidad no deseas estar aquí, Leah.

Ella le gruñó. Dirigí una mirada de aviso a Leah, pero ella no la vio. Seth gimoteó y la rozó con el lomo.

—Perdón, no debería darlo por sentado, pero vosotros no tenéis atadura alguna con los chupasangres, ¿a que no?

Leah miró de forma deliberada primero a su hermano y luego a mí.

—De modo que quieres vigilar a tu hermano, vale, eso lo pillo —repuso Jared, quien me miró de refilón durante un segundo antes de centrarse en ella, probablemente preguntándose, al igual que yo, el significado de esa segunda mirada—. Ahora bien, Jake no va a dejar que le pase nada y Seth no tiene miedo alguno a quedarse aquí —Jared hizo un mohín—. De todos modos, por favor, Leah, vuelve. Queremos que regreses. Sam desea tu vuelta.

El rabo de la loba se tensó en señal de disgusto.

—Sam me dijo que te lo suplicara de rodillas si era necesario, como suena. Desea que vuelvas adonde perteneces, Lee-lee.

Ella se sobresaltó cuando Jared empleó el viejo apodo con que Sam se dirigía a ella; erizó la pelambrera del cuello cuando el portavoz pronunció las últimas palabras y se puso a pegar aullidos entre dientes. No necesitaba adoptar mi forma lobuna para leerle la mente, sabía la sarta de palabrotas que le estaba dedicando a Jared, y éste también. Casi era posible oír los tacos de Leah.

Esperé a que terminara.

—Me arriesgaré a suponer que Leah pertenece adonde elija.

Leah gruñó mientras fulminaba a Jared con la mirada. Imaginé que eso significaba que estaba de acuerdo.

—Mira, Jared, seguimos siendo una familia, ¿a que sí? Debemos superar las desavenencias, pero convendría que no abandonarais vuestro territorio hasta que eso suceda. Para evitar malentendidos, ¿vale? Ninguno tenemos ganas de bronca, ¿verdad? No es eso lo que quiere Sam, ¿me equivoco?

—Por supuesto que no —me espetó Jared—. Nosotros seguiremos en nuestro territorio, pero ¿cuál es el tuyo? ¿La tierra de los vampiros?

—No, Jared, por el momento andamos sin casa ni hogar, pero no te preocupes, esto no va a durar siempre. ¿De acuerdo? —tomé aire—. No queda mucho tiempo, ¿vale? Luego, supongo que los Cullen se irán y Seth y Leah volverán a casa.

Leah y Seth aullaron al unísono, volviendo los hocicos hacía mí en perfecta sincronía.

—¿Y qué hay de ti, Jake?

—Volveré al bosque o eso pretendo. En realidad, ya no puedo rondar por La Push. Dos machos Alfa generarían demasiada tensión. Además, yo ya he seguido ese camino antes de que se armara este embrollo.

—¿Y qué hacemos si necesitamos hablar con vosotros? —inquirió Jared.

—Aullad, pero desde vuestro lado de la frontera, ¿vale? Ya acudiremos nosotros. Ah, y otra cosa, Sam no necesita enviar una legación tan numerosa. No buscamos pelea alguna.

Jared puso cara de pocos amigos, pero asintió. Le reventaba que yo le impusiera condiciones a Sam.

—Ya nos veremos por ahí, Jake. Bueno, o no —concluyó mientras se despedía con la mano sin entusiasmo alguno.

—Aguarda, Jared. ¿Se encuentra bien Embry? La sorpresa cruzó el rostro del emisario.

—¿Embry…? Claro que sí, está perfectamente. ¿Por qué?

—Me preguntaba por qué Sam envió a Collin en vez de a él, sólo eso.

Estudié su reacción. Continuó mostrándose receloso hasta que un brillo fugaz de los ojos me indicó que había comprendido por dónde iba, pero no era como el que yo esperaba.

—Eso ya no es de tu incumbencia, Jake.

—Supongo que no, era simple curiosidad.

Observé con el rabillo del ojo cómo uno de los lobos torcía el hocico, pero fingí no percatarme a fin de no desenmascarar a Quil, que había reaccionado de inmediato ante la simple mención.

—Informaré a Sam de tus… instrucciones. Adiós, Jacob.

Suspiré.

—Vale. Adiós, Jared. Eh, dile a mi padre que estoy bien, ¿lo harás? Y dile también cuánto lo siento y que le quiero.

—Se lo diré.

—Gracias.

—Vámonos, chicos —ordenó Jared.

Debido a la presencia de Leah, se dio media vuelta y se alejó de nosotros antes de cambiar de fase. Paul y Collin le pisaron los talones, pero Quil vaciló. Aulló quejumbroso. Me acerqué un paso.

—Sí, yo también te echo de menos, hermano. Quil vino al trote, meneando la cabeza con lentitud. Le palmeé el lomo.

—Estaré bien.

Él gimoteó.

—Dile a Embry que echo en falta teneros a mis flancos.

Asintió y me acarició la frente con el hocico. Quil alzó los ojos cuando Leah resopló, pero no la miró a ella, sino detrás de él, hacia el lugar por donde se habían marchado los demás.

—Sí, vuelve a casa —le dije.

Quil aulló otra vez y luego echó a correr en pos de los otros. Seguro que Jared no iba a esperarle con demasiada paciencia. Busqué el fuego en mi interior y lo extendí para que fluyera por mis miembros. Tras un estallido de calor, volví a estar a cuatro patas.

Por un momento pensé que te ibas a dar el lote con él, se mofó Leah.

La ignoré.

¿Qué tal lo he hecho?, les pregunté. Me preocupaba haber hablado por ellos de ese modo, cuando no podía oír su mente y, por tanto, ignoraba qué pensaban. No deseaba dar por hecho nada. No quería parecerme a Jared en eso. ¿Dije algo que hubierais preferido que callara? ¿Callé algo que debería haber dicho?

¡Estuviste genial, Jake!, me alentó Seth.

Podías haberle atizado un mamporro a Jared, agregó Leah. No me habría importado.

Supongo que ahora sabemos por qué no han dejado venir a Embry, pensó Seth.

No fui capaz de comprenderle.

¿No le han dejado?

¿Has visto a Quil, Jake? Estaba hecho polvo, ¿vale? Apostaría diez a uno a que a Embry le ocurre otro tanto, quizá más, pero Embry no tiene a Claire, no hay nada que le retenga. No hay forma de que Quil elija estar fuera de La Push, pero Embry sí podría. Por eso, Sam no se va a arriesgar a que se deje convencer para cambiar de bando. No desea que nuestra manada sea mayor de lo que ya es.

¿De veras? ¿Tú crees? Embry no vacilaría en despedazar a algunos de los Cullen.

Pero él es tu mejor amigo, Jake. Él y Quil preferirían apoyarte en una lucha antes que enfrentarse a ti.

Bueno, me alegra que Sam le retenga en casa. Esta manada ya es bastante grande. Suspiré. Vale, entonces. Estamos bien como estamos por ahora. Seth, ¿te importaría mantenerte alerta? Leah y yo necesitamos dar una cabezada. Jared y los demás parecían de fiar, pero nunca se sabe. Quizá sea un movimiento de distracción.

No siempre había sido tan paranoico, pero recordaba la estrechez de miras y la obsesión de Sam por destruir todo peligro que se ponía al alcance de su mirada. ¿Se aprovecharía del hecho de que ahora podía mentirnos?

¡Sin problemas! Seth estaba impaciente por hacer todo lo que estuviera en su mano.

¿Quieres que me acerque para explicar lo ocurrido a los Cullen? Probablemente estarán nerviosos.

Eso es cosa mía; de todos modos, quiero comprobar cómo van las cosas.

Ellos empezaron a tomar imágenes de mi cerebro extenuado.

Seth aulló de sorpresa.

Vaya.

Leah movía la cabeza adelante y atrás en un intento de sacarse la imagen de la cabeza.

Es la cosa más horripilante y repulsiva que me he echado a la cara en la vida. Puaj. Habría echado la pota de haber tenido algo en el estómago.

Son vampiros, supongo, se permitió decir Seth al cabo de un minuto para compensar la reacción de Leah. Quiero decir, tiene sentido, y si eso de la copa de sangre ayuda a Bella, es algo positivo, ¿no?

Tanto Leah como yo le miramos fijamente.

¿Qué?

A mamá se le cayó demasiadas veces de pequeño, me confió Leah. Y parece que los porrazos se los dio todos en la cabeza. También solía roer y chupetear las barras de la cuna.

¿Llevaban una mano de plomo?

Tiene toda la pinta, respondió ella.

Seth bufó.

Muy divertido. ¿Por qué no cerráis el pico y os vais a dormir los dos?