Soy brillante

No sé cuánto de todo esto contarle a Renée —admitió Charlie, vacilando con un pie ya fuera de la puerta. Se estiró y entonces su estómago gruñó.

Yo asentí.

—Ya lo sé, pero será mejor que no le dé un ataque. Y además así la protegemos. Estas cosas no son para la gente pusilánime.

Sus labios se torcieron hacia un lado con ademán arrepentido.

—Habría intentado protegerte a ti también, si hubiera sabido cómo. Pero supongo que tú nunca has entrado en la categoría de los pusilánimes, ¿verdad?

Le devolví la sonrisa, impulsando un aliento abrasador a través de mis dientes.

Charlie se palmeó el estómago con gesto ausente.

—Ya pensaré en algo. Tenemos tiempo para discutir esto, ¿no?

—Así es —le prometí.

En algunos sentidos había sido un día muy largo, pero en otros, demasiado corto. Charlie llegaba tarde a cenar, ya que Sue Clearwater iba a cocinar para él y Billy. Ésa iba a ser, sin duda, una tarde algo incómoda, pero al menos tomaría comida de verdad. Estaba contenta de que alguien intentara salvarle de morir de inanición, dada su poca habilidad como cocinero.

La tensión había hecho que los minutos pasaran lentamente a lo largo del día, tanto era así, que Charlie no había relajado ni un momento los hombros, pero tampoco se había apresurado a marcharse. Se vio dos partidos completos, y gracias a los cielos estuvo tan absorto en sus pensamientos que hizo caso omiso a los sugerentes chistes de Emmett que, a medida que pasaba el tiempo, se alejaban del fútbol e iban con más mala intención. También se quedó a ver los comentarios de después del partido y luego las noticias, y no se le ocurrió moverse hasta que Seth le recordó la hora.

—¿No dejarás tirados a mi madre y a Billy, no, Charlie? Venga, Bella y Nessie estarán aquí mañana. Vamos a pillar algo de manduca, ¿eh?

Había quedado bien claro en los ojos de Charlie que no se fiaba para nada de la afirmación de Seth, pero dejó que le precediera al salir. La duda seguía presente cuando se detuvo. Las nubes iban menguando y la lluvia había desaparecido. Al parecer, el sol haría justo su aparición para ponerse.

—Jake me dijo que os ibais por mí —masculló al salir.

—No quería hacer eso si había alguna manera de evitarlo. Ése es el motivo por el que aún estamos aquí.

—Me dijo que podríais quedaros un poco más sólo si soy capaz de resistirlo y mantengo la boca cerrada.

—Sí, pero no puedo prometerte que no tengamos que irnos en otra ocasión, papá. Es bastante complicado.

—No necesito saberlo —me recordó.

—Vale.

—Entonces, ¿me visitarás si tenéis que marcharos?

—Te lo prometo, papá. Ahora que ya sabes lo suficiente, creo que esto puede funcionar. Me mantendré tan cerca como quieras.

Se mordió el labio durante medio segundo y después se inclinó con lentitud hacia mí, los brazos extendidos de forma cautelosa. Cambié a Renesmee al brazo izquierdo, ahora que se estaba echando un sueñecito, apreté los dientes, contuve el aliento y pasé mi brazo derecho sin apretar mucho alrededor de su cálida y blanda cintura.

—Pues mantente cerca de verdad, Bells —murmuró entre dientes—. Cerca de verdad.

—Te quiero, papá —susurré también entre dientes.

Él se estremeció, se apartó, y yo dejé caer el brazo.

—Yo también te quiero, nena. Sea lo que sea lo que haya cambiado, eso sigue igual —tocó con un dedo la mejilla rosada de Renesmee—. Se te parece muchísimo.

Mantuve mi expresión aparentemente despreocupada, y sólo comenté:

—Se parece más a Edward, creo —vacilé, y después añadí—. Tiene tus rizos.

Charlie comenzó a decir algo pero luego bufó.

—Mmm. Supongo que sí. Mmm, abuelo —sacudió la cabeza con incredulidad—. ¿Podré cogerla alguna vez?

Pestañeé de pura sorpresa y luego me recuperé. Después de considerarlo durante medio segundo y juzgar el aspecto de Renesmee, que estaba del todo dormida, decidí que igual podía forzar mi suerte al límite, ya que las cosas parecían estar yendo tan bien…

—Toma —le dije y se la pasé.

De forma automática creó una torpe cuna con los brazos y yo coloqué allí a Renesmee. La piel de mi padre no estaba tan caliente como la de la niña, pero hizo que me hormigueara la garganta al sentir cómo fluía el calor bajo la fina membrana. Allí donde mi piel rozó la suya, se le puso la carne de gallina.

No estaba segura de si era una reacción a la nueva temperatura de mi piel o algo totalmente psicológico.

Charlie gruñó por lo bajo cuando sintió su peso.

—Está… bien fuerte.

Yo puse mala cara, porque para mí era ligera como una pluma, aunque quizá mi capacidad de medición no resultaba muy útil en este caso.

—Pero eso es estupendo —comentó Charlie, al ver mi expresión. Y entonces murmuró para sus adentros—. Más le vale ser bien recia, rodeada de toda esta locura —meció los brazos lentamente, de un lado a otro—. Es la niña más bonita que he visto en mi vida, incluyéndote a ti, nena. Lo siento, pero es la verdad.

—Ya sé que es así.

—Qué bebé más precioso —repitió de nuevo, pero en este caso era algo más cercano a un arrullo que a otra cosa.

Lo vi en su rostro, pude observar cómo iba creciendo allí. Charlie era igual de vulnerable a la magia que desprendía mi hija que el resto de nosotros. Dos segundos en sus brazos y ya era suyo.

—¿Puedo volver mañana?

—Claro que sí, papá. Claro, estaremos aquí.

—Será mejor que sí —dijo con dureza, aunque la expresión de su rostro era dulce, mirando todavía a Renesmee—. Nos vemos mañana, Nessie.

—¡No, tú también, no!

—¿Qué?

—Se llama Renesmee. Como Renée y Esme, juntos. Y no hay variaciones —luché por mantener la calma, pero sin respirar profundamente como antes—. ¿Quieres oír cuál es su segundo nombre?

—Claro que sí.

—Carlie, con «c». Como Carlisle y Charlie juntos. Aquella sonrisa de Charlie que sembraba de arruguitas sus ojos me cogió con la guardia baja.

—Gracias, Bells.

—Gracias a ti, papá. Han cambiado tantas cosas y tan deprisa que a veces la cabeza no deja de darme vueltas. Si no te tuviera aquí conmigo, no sabría cómo mantenerme cerca de… la realidad —había estado a punto de decir «quien siempre he sido», pero eso era más información de la que él necesitaba.

El estómago de Charlie gruñó.

—Ve a comer, papá. Estaremos aquí —y recordé entonces cómo se sentía uno al hacer esa primera e incómoda inmersión en la fantasía, una sensación de que todo podría desaparecer a la luz del sol cuando sale.

Charlie asintió y después me devolvió a Renesmee a regañadientes. Echó una ojeada a la casa a mis espaldas y sus ojos se disgustaron durante un minuto al pasear la mirada por el gran salón.

Todo el mundo estaba allí aún, además de Jacob, al que escuché haciendo una incursión en el frigorífico de la cocina. Alice estaba repantigada en el último escalón de la escalera, con la cabeza de Jasper en su regazo; Carlisle tenía la suya inclinada sobre un grueso libro que había apoyado en los muslos; Esme tarareaba para sus adentros, dibujando en un cuaderno de notas, mientras que Rosalie y Emmett ponían los cimientos de una casa de naipes monumental bajo las escaleras. Edward se había instalado en su piano y tocaba algo muy bajito para él. No había evidencia alguna de que el día estuviera tocando a su fin, de que fuera hora de comer o de comenzar la preparación de las actividades apropiadas para el final de un día. Algo intangible había cambiado en la atmósfera. Los Cullen no estaban intentando parecer humanos con tanto interés como de costumbre, y aunque esa charada se había relajado muy poco, fue suficiente para que Charlie sintiera la diferencia.

Se estremeció, sacudió la cabeza y suspiró.

—Nos vemos mañana, Bella —luego puso una cara rara y añadió—. Quería decirte que… no es que no tengas buen… aspecto. Creo que podré acostumbrarme.

—Gracias, papá.

Charlie asintió y caminó pensativo hacia su coche. Le observé mientras conducía, alejándose. Y no fue hasta que sentí que las cubiertas del coche abordaban la autopista cuando me di cuenta de que lo había conseguido. Había logrado pasar todo el día sin herir a Charlie. Todo yo sólita. ¡Quién decía que yo no tenía un superpoder!

Parecía demasiado bueno para ser cierto. ¿Es que acaso iba a poder tener a mi nueva familia y retener algo de la anterior? Y yo que había pensado que el día de ayer había sido perfecto.

—Guau —susurré. Pestañeé y sentí cómo se disolvía el tercer par de lentillas.

El sonido del piano se detuvo de repente, los brazos de Edward envolvieron mi cintura, y su barbilla se apoyó en mi hombro.

—Me has quitado la palabra de la boca.

—¡Edward, lo he conseguido!

—Claro que sí. Eres increíble. Toda esa preocupación por convertirte en una neófita y resulta que todo sale a la perfección —se echó a reír quedamente.

—Yo ni siquiera estoy seguro de que sea de verdad un vampiro, así que mucho menos uno reciente —intervino Emmett desde las escaleras—. Es demasiado comedida.

Volvieron a resonar en mis oídos todos los comentarios embarazosos que había hecho delante de mi padre y es probable que fuera buena idea el que continuara con Renesmee en brazos. Pero fui incapaz de controlar del todo mi reacción, así que le rugí entre dientes.

—Uy, qué susto —se rió Emmett.

Yo siseé y Renesmee se removió. Pestañeó varias veces, luego miró alrededor, con la expresión llena de confusión. Olisqueó y luego alzó la mano hasta mi rostro.

—Charlie volverá mañana —le aseguré.

—Excelente —replicó Emmett, y esta vez Rosalie se echó a reír con él.

—No es que hayas estado precisamente brillante, Emmett —replicó Edward con resentimiento, extendiendo las manos para que le diera a Renesmee. Él me guiñó un ojo cuando yo vacilé y, con una cierta confusión por mi parte, se la entregué.

—¿Qué quieres decir? —exigió Emmett.

—¿No te parece un poco torpe por tu parte hacer enojar al vampiro más fuerte que hay en la casa?

Emmett echó la cabeza hacia atrás y bufó.

—¡Venga ya, por favor!

—Bella —murmuró Edward para mí mientras Emmett escuchaba de cerca—, ¿te acuerdas de que hace unos cuantos meses te pedí que me hicieras un favor cuando fueras inmortal?

Esto hizo sonar unas lejanas campanas en mi mente. Buceé en aquellas borrosas conversaciones humanas. Un momento más tarde, recordé y exclamé con un jadeo:

—¡Oh!

Alice gorjeó una larga carcajada y Jacob asomó la cabeza por la esquina, con la boca llena de comida.

—¿Qué? —gruñó Emmett.

—¿De verdad? —le pregunté a Edward.

—Confía en mí —replicó él.

Yo inhalé un gran trago de aire.

—Emmett, ¿qué te parece si hacemos una pequeña apuesta? Se puso de pie en un instante.

—Formidable. Vamos allá.

Me mordí el labio un segundo. Es que él era tan enorme…

—Claro, a menos que tengas miedo… —sugirió él.

Cuadré los hombros.

—Te echo un pulso en la mesa del comedor. Ahora mismo.

La sonrisa de Emmett se extendió a todo lo ancho de su cara.

—Esto, Bella… —se apresuró a intervenir Alice—. Creo que a Esme le gusta mucho esa mesa. Es de anticuario.

—Gracias —replicó Esme, articulando la palabra con los labios.

—Sin problemas —repuso Emmett con una sonrisa resplandeciente—. Vamos por aquí, Bella Le seguí por la puerta trasera hacia el garaje y escuché cómo todos los demás caminaban a nuestra espalda. Había una gran roca de granito erguida entre un amontonamiento de piedras, al lado del río, y ése era el claro objetivo de Emmett. Aunque la roca era algo redondeada e irregular, serviría para la ocasión.

Emmett colocó su codo sobre la roca y me hizo gestos con la otra mano para que avanzara.

Me puse nerviosa cuando observé contraerse los gruesos músculos de su brazo, pero mantuve una expresión indiferente. Edward me había prometido que sería la más fuerte de todos al menos durante una temporada, y parecía muy confiado en esa idea. Además yo me sentía muy fuerte, pero ¿tan fuerte?, me pregunté al mirar los bíceps de Emmett. Sin embargo, yo ni siquiera tenía dos días, y eso debía de contar algo, aunque claro, conmigo nada estaba resultando normal. Quizá yo no fuera tan fuerte como cualquier otro neonato y por eso me resultaba tan fácil conservar el control.

Intenté mantener una fachada de despreocupación cuando puse también mi codo sobre la piedra.

—Vale, Emmett. Si gano, no volverás a hablar de mi vida sexual con nadie, ni siquiera con Rose. Ninguna alusión, ni indirectas, ni nada.

Entrecerró los ojos.

—Trato hecho, pero si gano yo, las cosas se te van a poner bastante peor.

Oyó cómo de repente se detenía mi respiración y sonrió con verdadera maldad. No había ningún farol en sus ojos.

—¿Te vas a echar para atrás tan fácilmente, hermanita? —me provocó—. No hay mucho de salvaje en ti, ¿eh? Te apuesto a que no le habéis hecho a esa cabaña ni un arañazo —se echó a reír—. ¿No te ha contado Edward cuántas casas echamos abajo Rose y yo?

Apreté los dientes y agarré su mano gigantesca.

—Una, dos…

—Tres —gruñó él y empujó contra mi mano. No ocurrió nada.

Oh, bueno podía sentir la presión que estaba ejerciendo. Mi nuevo cerebro parecía bastante bueno en toda clase de cálculos, de modo que era capaz de decir con toda claridad que si no hubiera encontrado algún tipo de resistencia, su mano se habría empotrado contra la roca sin ninguna dificultad. La presión se incrementó y me pregunté al azar si un camión de cemento que fuera a sesenta kilómetros por hora en una cuesta en pendiente podría haber tenido la misma fuerza. ¿Y si fueran setenta y cinco? ¿Y ochenta? Probablemente era más. Pero no lo suficiente para moverme. Su mano empujaba la mía con una fuerza demoledora, pero no me resultaba nada desagradable. De una manera extraña, incluso me sentía bien. Había tenido tanto cuidado con todo desde la última vez que me desperté, intentando con tanto interés no romper nada, que esto era un raro alivio para mis músculos, el permitir que la fuerza fluyera con naturalidad en vez de estar reteniéndola todo el tiempo.

Emmett gruñó, se le arrugó la frente y todo su cuerpo se tensó en una línea rígida contra el obstáculo de mi mano inmóvil. Le dejé sudar, en sentido figurado, durante un momento mientras disfrutaba de aquella fuerza enloquecida que corría por mi brazo.

Fue cuestión de unos cuantos segundos, hasta que me aburrí un poco. Entonces flexioné el brazo y Emmett perdió unos centímetros. Me eché a reír. Él rugió con aspereza entre los dientes.

—Sólo se trata de que mantengas la boca cerrada —le recordé y entonces aplasté su mano contra la roca. Un crujido ensordecedor lanzó su eco entre los árboles.

La roca se estremeció y un trozo, aproximadamente de un octavo de su masa, se desprendió a lo largo de una invisible línea de fractura y cayó con gran ruido contra el suelo. De hecho, cayó sobre el pie de Emmett y yo me reí para mis adentros. También escuché las risas sofocadas de Edward y Jacob.

Edward pateó los trozos de roca hacia el río, que partieron en dos un joven arce antes de caer con un golpe sordo contra la base de un gran abeto, donde rebotaron y fueron a parar a otro árbol.

—Quiero la revancha. Mañana.

—No va a desaparecer tan rápido —le dije—, quizá sería mejor que te diera un mes.

Emmett rugió, mostrando los dientes.

—Mañana.

—Eh, eh, lo que te haga feliz, hermano.

Cuando se volvió para marcharse a grandes zancadas, Emmett golpeó el granito, produciendo una gran avalancha de fragmentos y polvo. Fue una especie de rabieta infantil.

Fascinada por la prueba innegable de que era más fuerte que el vampiro más fuerte que había conocido en mi vida, coloqué la mano con los dedos bien extendidos contra la roca. Entonces apreté los dedos lentamente, aplastando más que excavando y la consistencia me recordó a la del queso duro. Terminé con un montón de grava en las manos.

—Guay —mascullé.

Con una sonrisa ensanchándose en mi rostro, giré en una vuelta repentina y le di un golpe de kárate a la roca con el borde de la mano. La piedra chirrió, y crujió y con una gran humareda de polvo, se partió en dos.

Empecé a reírme.

No presté atención a las otras risitas que se oían a mis espaldas cuando golpeé y pateé el resto de la gran roca hasta que la reduje a fragmentos. Me lo estaba pasando genial, sin dejar de reírme todo el rato. No fue hasta que escuché la última risita, como un repique muy agudo de campanitas, cuando dejé mi juego de tontos.

—¿Acaba ella de reírse?

Todo el mundo se había quedado contemplando a Renesmee con la misma mirada estupefacta que debía de haber en mi rostro.

—Sí —dijo Edward.

—Pero ¿quién no se estaba riendo? —masculló Jacob, poniendo los ojos en blanco.

—Dime que tú no te dejaste ir un poco en tu primera carrera, perro —bromeó Edward, pero sin que hubiera un antagonismo real en su voz.

—Eso es distinto —repuso Jacob, y observé sorprendida cómo le daba un puñetazo amistoso en el hombro a Edward—. Bella se supone que es una mujer madura, casada, madre y todo eso. ¿No debería mantener una actitud más digna?

Renesmee puso mala cara y tocó el rostro de Edward.

—¿Qué quiere? —pregunté.

—Menos dignidad —replicó Edward con una gran sonrisa—. Se lo ha pasado, por menos, tan bien como yo viendo cómo disfrutabas.

—¿Es que tengo un aspecto divertido? —le pregunté a Renesmee, apresurándome en su dirección y tendiéndole mis brazos del mismo modo que ella los tendía hacia mí. La saqué del regazo de Edward y le ofrecí el trozo de roca que tenía en la mano—. ¿Quieres probar tú?

Ella sonrió con aquella reluciente sonrisa suya y cogió la piedra con las dos manos. Apretó y se formó una pequeña arruga entre sus cejas mientras se concentraba. Se escuchó un pequeño sonido, como un chirrido y vimos un poco de polvo. Ella puso mala cara y me devolvió el trozo.

—Yo lo haré —le dije, y aplasté la piedra hasta reducirla a polvo.

Ella palmoteo y rió, y ese sonido delicioso hizo que todos nos uniéramos a ella.

El sol salió repentinamente entre las nubes, lanzando unos largos rayos de color oro y rubí sobre nosotros diez, y de inmediato me perdí en la belleza de mi piel a la luz del crepúsculo, asombrada por el espectáculo.

Renesmee acarició las suaves facetas brillantes como un diamante y después puso su brazo al lado del mío. Su piel tenía una tenue luminosidad, sutil y misteriosa. Nada que la obligara a recluirse en pleno día soleado como las refulgentes chispas que yo despedía. Me tocó el rostro, pensando en la diferencia que había entre nosotras y sintiéndose contrariada.

—Pero tú eres la más hermosa —le aseguré.

—Pues yo no estoy seguro de estar de acuerdo con eso —replicó Edward y cuando me volví para responderle, el reflejo de la luz del sol en su rostro me aturdió tanto que me quedé en silencio.

Jacob se había puesto la mano sobre los ojos, simulando protegerlos del fulgor. —Bella la friqui— comentó.

—Qué criatura tan sorprendente es —murmuró Edward, como si estuviera de acuerdo con él, aunque tomándose el comentario de Jacob como un cumplido. Estaba tan deslumbrante como deslumbrado.

Era un sentimiento extraño para mí, aunque supongo que no sorprendente, puesto que todo lo sentía ahora de forma rara. Lo extraño era que lo sentía como algo natural en cierto sentido.

Cuando era humana, nunca había sido la mejor en nada. Llevaba muy bien mis relaciones con Renée, pero probablemente habría mucha gente que lo hubiera hecho mejor que yo. De hecho, Phil parecía estar haciéndolo mejor que bien. Era una buena estudiante, pero nunca la mejor de la clase, y obviamente, no se podía contar conmigo para nada referido al deporte. Tampoco tenía ningún talento particular en lo artístico ni en lo musical. Nadie me dio nunca un trofeo por leer libros y después de dieciocho años de mediocridad, estaba más que acostumbrada a ser una medianía. Me di cuenta en ese momento de que hacía mucho tiempo que me había resignado a no brillar jamás en nada. Hacía lo mejor que podía con lo que tenía, pero sin terminar de encajar nunca del todo en mi propio mundo.

Sin embargo, esto era completamente distinto. Me había vuelto algo sorprendente, tanto para ellos como para mí misma. Era como si hubiera nacido para ser vampiro. Esa idea me hizo querer echarme a reír, pero también me dieron ganas de cantar. Había encontrado mi verdadero lugar en el mundo, el lugar en el que por fin encajaba, el lugar donde podía brillar.