Tenía algo similar a un plan mientras corría hacia el garaje de los Cullen. La segunda parte del mismo se centraba en el coche del chupasangre durante mi viaje de vuelta.
Pulsé el botón del mando a distancia del vehículo y me quedé a cuadros cuando me di cuenta de que el automóvil de luces parpadeantes del que procedían los pitidos no era el Volvo de Edward, sino otro coche, uno que destacaba y sobresalía en la larga hilera de vehículos que te hacían babear, cada uno a su manera.
¿Perseguía algún propósito especial al entregarme las llaves de un Aston Martin V12 Vanquish o era pura casualidad?
No me detuve a considerarlo para no cambiar la segunda parte de mi proyecto, por lo que me limité a dejarme caer sobre el suave asiento de cuero y puse en marcha el motor mientras me peleaba con el volante, que me rozaba en las rodillas. Cualquier otro día habría gemido de gusto al oír el ronroneo de ese motor, pero en aquel instante lo único que podía hacer era concentrarme a tope para ser capaz de conducirlo. Encontré el botón de ajuste del asiento y me hundí hacia atrás mientras le metía un pisotón al acelerador. El deportivo salió hacia delante rápido como una bala.
Recorrí el estrecho y sinuoso camino en un periquete, pues el coche respondía de tal modo que daba la impresión de que estuviera conduciendo con la mente en vez de con las manos. Atisbé durante unos instantes el lobuno rostro gris de Leah asomado con desasosiego entre los helechos cuando salí del camino flanqueado por la frondosa vegetación y me desvié hacia la autovía.
Durante unos segundos me pregunté qué pensaría y luego comprendí que me importaba un comino.
Conduje hacia el sur, porque no tenía humor ni paciencia para soportar tráfico, transbordadores o cualquier otra cosa que me exigiera levantar el pie del acelerador.
Aquél era mi maldito día de suerte, si se entiende por fortuna tomar a doscientos por hora una autovía espaciosa sin indicios de un solo poli ni de zonas de control de velocidad, de los que hay siempre en las inmediaciones de los núcleos urbanos, donde no se puede rebasar los cincuenta por hora. Menudo bajonazo. Me habría venido bien una pequeña persecución policial, por no mencionar que la licencia del coche estaba a nombre de la sanguijuela. Seguro que se las habría arreglado para salir bien librado, pero quizá le habría ocasionado algún que otro inconveniente.
La única señal de vigilancia con que me topé fue un pelaje marrón vislumbrado entre los bosques que corrió en paralelo a mí durante unos pocos kilómetros en el área meridional de Forks. Tenía toda la pinta de ser Quil. Y también debió de verme, ya que desapareció al cabo de un minuto sin dar la voz de alarma. Me pregunté qué habría sido de él antes de que invadiera de nuevo una absoluta indiferencia.
Recorrí la larga autovía en forma de «u» de camino a la ciudad, la de mayor tamaño que había podido pensar. Ésa era la primera parte de mi plan. Aquello parecía no acabar jamás, probablemente porque seguía dando vueltas en un lecho de cuchillos afilados, pero la verdad es que ni siquiera necesité dos horas antes de estar conduciendo por esa expansión urbana descontrolada que era en parte Tacoma y en parte Seattle. Levanté en ese momento el pie del acelerador, ya que no deseaba atropellar a ningún viandante.
El plan era una auténtica sandez y no iba a funcionar, pero recordaba las palabras de Leah cada vez que me devanaba los sesos en busca de una solución a mi dolor: «La imprimación te alejaría de ella, ya sabes, y ya no tendrías que sufrir por su causa».
Al parecer, lo peor del mundo no era quedarte sin opciones. Lo peor que podía pasarle a uno era sentirse así. Pero yo había visto a todas las chicas de La Push y de la reserva de los makah y de Forks. Necesitaba ampliar el campo de acción de la caza. Pero ¿cómo encontrar a tu alma gemela por azar en medio del gentío? Bueno, para empezar necesitaba una multitud. Por eso estaba dando un garbeo en coche a la búsqueda de un lugar adecuado. Pasé por delante de un par de centros comerciales que probablemente habrían sido lugares estupendos para encontrar chavalas de mi edad, pero no tuve cuerpo para detenerme.
¿De veras quería experimentar la imprimación con una chica que se pasara todo el día metida en un centro comercial?
Continué hacia el norte, donde había más y más gente. Al final, encontré un enorme parque atestado de niños, familias, aficionados al monopatín, ciclistas, chavales jugando a hacer volar una cometa, gente de picnic y un poco de todo lo demás. Hacía un día estupendo, pero no me había dado cuenta hasta ese momento. Brillaba el sol, y la gente había salido a disfrutar de un día despejado. Dejé el deportivo en medio de dos plazas de minusválidos, sólo mientras iba en busca de un tique, y me uní a la multitud.
Estuve caminando por la zona un tiempo indefinido, pero se me hizo eterno. Di tantas vueltas que el sol pudo cambiar de lado en el cielo. Estudié la cara de todas las chicas que pasaron cerca de mí y me obligué a mirarlas de verdad, a advertir cuál era guapa, cuál tenía ojos azules, a cuál le favorecía el top de tirantes, y cuál se había maquillado en exceso. Hice un gran esfuerzo para encontrar algo interesante en cada rostro, quería estar seguro de que lo había intentado de verdad, y estuve pensando en cosas de este estilo: «Esa chica tiene una nariz bien bonita»; «ésa debería apartarse el pelo de los ojos»; «ésa de ahí, si tuviera un rostro tan bonito como los labios, podría protagonizar anuncios de pintalabios…».
Alguna que otra me devolvía la mirada. En ocasiones, se mostraban asustadas; a juzgar por el careto parecían pensar: «¿Quién es esa bestia parda que me está mirando?». Sin embargo, algunas otras mostraban cierto interés, quizá fuera cosa de mi ego, que andaba un tanto descontrolado.
De un modo u otro, el resultado fue el de siempre: nada, no sentí absolutamente nada ni siquiera cuando mis ojos se encontraron con los de la tía más buena del parque (y probablemente de la ciudad) y ella me contempló con un gesto especulativo que quizá fuera interés. Bueno, sí sentí algo, la misma urgencia de buscar una salida a mi dolor Comencé a percibir ciertos defectos en los semblantes a medida que transcurría el tiempo, entendiendo por tales todo cuanto me recordaba a Bella. Una tenía el mismo color de pelo. El parecido de los ojos de esa otra era excesivo. Los pómulos de aquella otra se le marcaban en el rostro del mismo modo. El ceño de la de ahí delante era igualito, lo cual me llevaba a preguntarme cuál era su preocupación…
Fue entonces cuando me rendí. Era una estupidez rayana en la locura pensar que había elegido el lugar y el momento oportunos y que iba a topar con mi alma gemela mientras daba un paseo sólo porque estaba desesperado.
De todos modos, encontrarla allí iba contra la lógica. Si Sam estaba en lo cierto, el mejor lugar para encontrar a mi compañera genética era La Push, donde tenía más que claro que ninguna daba el tipo. Y si era Billy quien tenía razón, entonces ¿quién sabía qué haría de mí un lobo más fuerte?
Anduve distraído de vuelta al coche. Me apalanqué sobre el capó y estuve jugueteando con las llaves.
Es posible que yo fuera eso que Leah pensaba de sí misma, un punto muerto genético, algo que no debía pasar a la siguiente generación. O también podía ser que mi vida fuera una broma macabra y cruel y no hubiera forma de escapar al colofón de la misma.
—Eh, tú, el del coche robado, hola, ¿estás bien?
Tardé un poco en darme cuenta de que la voz iba dirigida a mí, y otro poco más en decidirme a levantar la cabeza.
Una chica de aspecto normal me estudiaba con la mirada. Parecía un pelín ansiosa. Lo sabía porque reconocía su rostro, ya lo había catalogado después de toda una tarde de mirarlas a todas: chica de piel blanca, pelo rojo áureo y ojos color canela, con la nariz y las mejillas llenas de pecas rojas.
—Si sientes remordimientos por haber mangado ese coche, siempre puedes entregárselo a la poli —continuó ella, con una sonrisa tan grande que se le formó un hoyuelo en la barbilla.
—No lo he robado, me lo han prestado —le espeté con una voz espantosa, como si hubiera estado llorando o algo así. Patético, colega.
—Seguro que puedes alegarlo delante del juez.
La fulminé con la mirada.
—¿Necesitas algo?
—En realidad, no. Oye, tío, que estaba de broma con lo del coche. Es sólo que… Tienes pinta de estar preocupado y… Ah, perdona, me llamo Lizzie —me tendió la mano y yo la contemplé hasta que la bajó—. De todos modos, me preguntaba si podía ayudarte… —continuó, bastante más cortada—. Antes, parecías estar buscando a alguien.
La chica señaló el parque con un gesto y se encogió de hombros.
—Sí.
Ella esperó.
—No necesito ayuda alguna —suspiré—. Ella no está aquí.
—Vaya, lo siento.
—También yo —murmuré.
Le dirigí una segunda mirada. Lizzie. Era mona y lo bastante amable como para intentar echarle un cable a un desconocido gruñón con pinta de estar como una regadera. ¿Por qué no podía ella? ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado? Una chica guapa, agradable y con aspecto de ser divertida. ¿Por qué no?
—Es un deportivo precioso —comentó—. Es una auténtica vergüenza que los hayan dejado de fabricar. Me refiero a que el diseño del Vantage también es estupendo, pero hay algo que sólo lo tiene el Vanquish…
Una chica agradable. Y encima entendía de coches. La caña. La miré a la cara con más intensidad, muriéndome de ganas de saber cómo hacer que funcionara lo de la imprimación.
Vamos, Jake, imprímala ya…
—¿Qué tal se conduce…? —quiso saber.
—Mejor de lo que puedas imaginar —le aseguré.
Me dedicó una de esas sonrisas amplias adornada con un hoyuelo, claramente complacida de haberme logrado sacar una respuesta medio civilizada. A regañadientes, pero al final acabé por devolverle la sonrisa.
Pero la sonrisa de Lizzie no conseguía mitigar el dolor infligido por los cuchillos afilados. No importaba lo mucho que lo intentara; no iba a juntar los pedazos de mi existencia de ese modo.
Yo no era capaz de alcanzar ese estadio más sereno y cuerdo en el que se hallaba Leah. Tampoco iba a ser capaz de enamorarme de una chica normal, no cuando bebía los vientos por otra persona. Tal vez habría sido capaz de sobreponerme a toda la aflicción y haber recompuesto mi vida si el corazón de Bella hubiera dejado de latir diez años atrás. En tal caso, quizás habría podido invitar a Lizzie a dar una vuelta en un deportivo y hubiéramos hablado de marcas y de modelos para saber algo más sobre ella y descubrir si me gustaba como persona.
Pero eso no iba a suceder, ahora no.
La magia no iba a salvarme. Iba a tener que soportar el suplicio como un hombre. Me tocaba aguantar.
Lizzie esperó, tal vez con la esperanza de que le ofreciera dar esa vuelta, o tal vez no.
—Más vale que le devuelva el coche a quien me lo prestó —murmuré.
—Me alegra saber que vas a ir por el buen camino —repuso con una sonrisa.
—Sí, me has convencido.
Me vio entrar en el coche, todavía con la preocupación cincelada en el semblante, pues yo debía de tener la pinta de quien se va a tirar por un barranco. Y quizá lo habría hecho si eso hubiera servido para un hombre lobo. Ella se despidió con la mano mientras seguía el coche con la mirada.
Conduje de manera mucho más prudente durante los primeros kilómetros, pues no tenía prisa ni un destino adonde ir. Volvía a esa casa y a ese bosque, al dolor del que había escapado. Regresaba a la angustia de pelear a solas con esa criatura.
Vale, me estaba poniendo en plan folletín. No iba a estar solo del todo, pero la cosa se presentaba chunga. Leah y Seth iban a tener que pasarlo conmigo. Me alegraba que no fuera a durar mucho, porque el chaval no se merecía que le arruinara la paz de espíritu para los restos; ni tampoco Leah, claro, pero al menos se trataba de algo que ella comprendía. El padecimiento no era ninguna novedad para ella.
Suspiré con fuerza al recordar lo que la joven Clearwater quería de mí, sobre todo porque sabía que se iba a salir con la suya. Seguía mosqueado con ella, pero no podía dar la espalda al hecho de que estaba en mi mano hacerle la existencia más fácil, y ahora que la conocía mejor, pensaba que de estar las tornas al revés, probablemente ella sí lo hubiera hecho por mí. Al menos, sería tan interesante como extraño tener a Leah como compañera, y como amiga, pues una cosa era segura, nos íbamos a meter el uno en la piel del otro, y un montón. Ella no iba a dejar que me revolcara por los suelos de autocompasión, y eso yo lo valoraba positivamente. Lo más probable era que yo necesitara a alguien que me pateara las tripas de vez en cuando, pero a la hora de la verdad, ella era la única amiga que tenía alguna oportunidad de comprender por lo que yo estaba pasando.
Pensé en la caza matutina y en la proximidad de mentes que habíamos alcanzado durante un momento. No había estado mal. Era algo diferente. Asustaba un poco y daba algo de corte, pero aunque fuera raro, no había resultado desagradable.
Yo no tenía por qué estar solo del todo.
Y también sabía que a Leah le sobraban redaños para encarar conmigo los meses venideros. Meses y años. Me cansaba sólo de pensarlo. Me invadía una sensación similar a la del nadador que contempla el océano que ha de cruzar de una orilla a otra antes de poder descansar otra vez.
Con tanto tiempo por delante, y aun así, qué poco faltaba antes de que comenzara todo. Quedaban tres días y medio antes de empezar, antes de arrojarme a ese océano, y ahí estaba yo, malgastando el escaso tiempo restante.
Volví a conducir a toda pastilla.
Vi a Sam y Jared apostados como centinelas, uno a cada lado del camino, mientras subía por la carretera que conducía a Forks. Se habían escondido a conciencia entre el denso ramaje del sotobosque, pero les estaba esperando y sabía qué buscaba. Los saludé con un asentimiento de cabeza cuando pasé entre ellos sin que me preocupara lo más mínimo qué habrían hecho durante mi día de viaje.
También envié un saludo a Leah y a Seth cuando circulé a velocidad moderada por el camino de acceso a la casa de los Cullen. Empezaba a oscurecer y a este lado del estrecho los nubarrones eran espesos, pero fui capaz de ver el brillo de sus ojos cuando reflejaron las luces de los faros. Más tarde se lo explicaría todo. Me iba a sobrar tiempo.
Me sorprendió que Edward me esperase en el garaje. No le había visto separarse de Bella en días. Pero a ella no le había pasado nada malo a juzgar por la expresión de su rostro. De hecho, su semblante era mucho más tranquilo que los días de atrás. Se me formó un nudo en el estómago cuando recordé de dónde procedía esa paz.
Se me había olvidado la segunda parte del plan: estampar el coche. ¡Qué mal! Bueno, probablemente tampoco habría tenido narices para destrozar ese coche tan estupendo, y tal vez él se lo había imaginado, de ahí que me lo hubiera prestado.
—Debemos hablar de un par de cosas, Jacob —me soltó en cuanto apagué el motor.
Inspiré hondo y aguardé cerca de un minuto antes de salir del coche y lanzarle las llaves.
—Gracias por el préstamo —contesté con acritud; al parecer, debía devolver el favor—. ¿Qué quieres ahora?
—En primer lugar, sé cuánto te revienta imponer tu autoridad en la manada, pero…
Pestañeé atónito. ¿Cómo se le ocurría hablar de eso ahora?
—¿Qué…?
—Si no puedes o no quieres controlar a Leah, entonces yo…
—¿Leah? —le interrumpí, hablando entre dientes—. ¿Qué ha sucedido?
—Se presentó en casa para averiguar por qué te habías marchado tan de repente —contestó con rostro severo—. Intenté explicárselo. Supongo que no podía haber acabado bien.
—¿Qué hizo?
—Cambió de fase y se convirtió en mujer para…
—¿De veras? —le interrumpí, francamente sorprendido. ¿Que Leah había bajado la guardia en la guarida del enemigo? No daba crédito a mis oídos.
—Quería hablar con… Bella.
—¿Con Bella?
—No voy a dejar que vuelva a desquiciarla —ahora sí, Edward sacó toda la mala leche y el cabreo acumulados—. Me da igual que ella se crea cargada de razones. No le hice daño, por supuesto, pero la expulsaré de la casa si esto vuelve a suceder. Pienso tirarla de cabeza al río…
—Aguarda. ¿Qué dijo?
Nada de aquello tenía sentido. Edward aprovechó que inspiraba hondo para recobrar la compostura.
—Leah empleó un tono de innecesaria crueldad. No voy a fingir que comprendo las razones por las que Bella no te deja ir, pero sé que no se comporta de ese modo con el propósito de hacerte daño. Ella sufre por el dolor que nos inflige a ti y a mí, al pedirte que te quedes. Las recriminaciones de Leah estaban fuera de lugar y de tono, y Bella rompió a llorar…
—Espera un momento… ¿Me estás diciendo que Leah se puso a pegarle gritos a Bella por mí?
El vampiro asintió una sola vez con brusquedad.
—Tuviste en ella una defensora de lo más vehemente.
Vaya.
—Yo no se lo pedí.
—Lo sé.
Puse los ojos en blanco. Por supuesto que lo sabía, el telépata estaba al tanto de todo lo que se cocía.
Pero esto tenía que ver con Leah. Ver para creer. ¿Quién se la habría imaginado metiéndose con su forma humana en la madriguera de los chupasangres para quejarse por el mal trato que me daban?
—No puedo prometerte que vaya a controlar a Leah —repuse—. No pienso hacerlo, pero sí tengo intención de hablar con ella muy en serio, ¿vale? Y no creo que se repita. Leah no es de las que se muerden la lengua y se lo guardan dentro, así que probablemente lo habrá soltado todo hoy.
—Eso puedo asegurártelo.
—De todos modos, también hablaré con Bella. No ha de sentirse mal, pues esto sólo tiene que ver conmigo.
—Ya se lo he dicho.
—Ya lo creo que se lo habrás dicho. ¿Se encuentra bien?
—Ahora duerme. Rose está con ella.
De modo que la psicópata ahora se llamaba «Rose». Él se había pasado completamente al lado oscuro.
Ignoró ese pensamiento y continuó enrollándose a gusto a la hora de contestar a mi pregunta.
—En cierto modo, ahora se encuentra mejor, si dejamos a un lado el ataque de culpabilidad que le provocaron las diatribas de Leah —mejor. Ya. Los dos tortolitos estaban acaramelados ahora que Edward podía oír al monstruo. Qué bonito—. Es algo más que eso —continuó él con un hilo de voz—. Ahora que puedo oír los pensamientos del bebé, sabemos que él, o ella, goza de unas facultades mentales muy desarrolladas. Nos entiende, bueno, hasta cierto punto.
Me quedé boquiabierto.
—¿Hablas en serio?
—Sí. Parece tener una vaga noción de lo que le hace daño a la madre e intenta evitarlo lo máximo posible. El bebé ya la ama.
Le lancé una mirada fulminante, parecía que los ojos estaban a punto de salírseme de las cuencas. Debajo de ese escepticismo, identifiqué de inmediato el factor clave. Edward había cambiado de opinión cuando el feto le había convencido del amor que sentía hacia la madre. Él no podía odiar a lo que amaba a Bella, y ésa era la razón por la que probablemente tampoco me odiaba a mí, aunque, sin embargo, había una diferencia sustancial: yo no la estaba matando.
El vampiro siguió a su bola, haciendo caso omiso de todos aquellos pensamientos míos.
—El desarrollo es mayor de lo estimado, o eso creo. En cuanto regrese Carlisle…
—¿No ha vuelto el grupo de caza…? —le atajé de forma abrupta mientras pensaba de inmediato en las siluetas de Sam y Jared, de guardia en los arcenes de la carretera. ¿Tenían curiosidad por saber qué estaba pasando?
—Alice y Jasper, sí. Carlisle envía toda la sangre conforme la adquiere, pero esperaba conseguir más… Al ritmo que le crece el apetito, Bella habrá consumido este suministro en otro día más a lo sumo. Carlisle se ha quedado a fin de probar suerte con otro vendedor. Yo lo considero innecesario, pero él desea cubrir cualquier eventualidad.
—¿Y por qué es innecesario? ¿Y si necesita más?
Vigilaba y estudiaba todos los detalles de mi reacción cuando me lo soltó:
—Voy a intentar convencer a Carlisle para que saque al bebé en cuanto regrese.
—¿Qué…?
—El pobre parece hacer todo lo posible por evitar movimientos bruscos, pero le resulta muy difícil debido a lo mucho que ha crecido. Esperar es una locura, pues el feto se ha desarrollado mucho más de lo que había supuesto Carlisle. Bella es demasiado frágil para esperar.
El anuncio me dejó fuera de combate y tuve suerte de que no se me doblaran las piernas. Antes había contado con que jugara a mi favor el aborrecimiento que Edward le tenía a la cosa. Ahora, me daba cuenta de que había considerado el plazo de cuatro días como algo hecho y seguro.
Contaba con ellos.
Ante mí se extendió el océano infinito de pesar. Hice lo posible por recobrar el aliento.
Edward esperó. Identifiqué otro cambio en su semblante mientras me esforzaba por normalizar la respiración.
—Crees que va a conseguirlo —murmuré.
—Sí, de eso también quería hablar contigo —no logré articular palabra, por lo que él siguió al cabo de un minuto—. Sí —repitió—. Hemos esperado a que el feto se hubiera formado del todo, lo cual ha sido una verdadera locura a juzgar por los peligros… Cualquier dilación podría resultar fatal en este momento, pero no veo razón para que todo acabe mal si adoptamos las medidas oportunas con antelación y actuamos con rapidez. Conocer los pensamientos del bebé es de una ayuda inestimable. Por suerte, Bella y Rose están de acuerdo conmigo. Nada nos impide actuar ahora que las he convencido de que el pequeño está a salvo si procedemos…
—¿Cuándo volverá Carlisle? —inquirí, todavía en voz baja, pues no había recuperado el aliento.
—Mañana al mediodía.
Las piernas se me doblaron y me hubiera metido una galleta contra el suelo si no me hubiera agarrado al coche. Edward hizo ademán de tenderme las manos, pero luego se lo pensó mejor y bajó los brazos.
—Lo lamento de veras, Jacob, lamento el dolor que esto te causa. Aunque me odies, he de admitir que no siento lo mismo hacia ti. Te considero como un… pariente en muchos sentidos, o al menos, un hermano de armas. Me apena tu sufrimiento más de lo que percibes, pero Bella va a sobrevivir —añadió con una nota fiera e incluso violenta en la voz—, y yo sé lo mucho que eso te importa…
Lo más probable es que tuviera razón. Era difícil de saber. La cabeza me daba vueltas.
—Por eso, detesto hacer esto en el preciso momento en que has de hacer frente a tantas cosas, pero hablando claro: se nos acaba el tiempo. He de pedirte algo, suplicártelo si es preciso.
—Ya no me queda nada —repuse con voz ahogada.
Alzó una mano de nuevo con la aparente intención de ponérmela en un hombro, pero luego volvió a dejarla caer como antes y suspiró.
—Soy consciente de lo mucho que nos has dado —continuó—, pero hay algo que tú y sólo tú puedes hacer. Le pido esto al verdadero Alfa de la manada, Jacob, se lo ruego al heredero de Ephraim.
Callé, claro, como si estuviera yo para contestarle.
—Solicito tu permiso para desviarnos de los términos del tratado sellado con Ephraim. Deseo tu permiso para hacer una excepción. Pido tu autorización para salvar la vida de Bella. Sabes que lo haré de todos modos, pero no quiero romper tu confianza si existe una forma de evitarlo. Jamás hemos tenido intención de echarnos atrás en la palabra dada y no vamos a hacerlo ahora, al menos, no a la ligera. Apelo a tu comprensión, Jacob, porque tú sabes exactamente las razones que me impulsan a obrar. Deseo que la alianza entre nuestros clanes sobreviva cuando esto concluya.
Intenté tragar saliva.
Sam, pensé, necesitas a Sam.
—No. Sam ostenta una autoridad usurpada. La tuya es auténtica. Nunca se la vas a arrebatar, lo sé, pero sólo tú puedes concederme en buena ley lo que te estoy pidiendo.
Esa decisión no es cosa mía.
—Lo es, Jacob, y tú lo sabes. Tu palabra en este asunto nos absolverá o nos condenará a todos. Eres el único capaz de concederme esto.
No lo sé. Soy incapaz de hilvanar dos ideas seguidas.
—No tenemos mucho tiempo —volvió la vista atrás, en dirección a la casa.
No, no lo había. Mis días habían menguado hasta convertirse en horas.
No sé. Déjame pensar. Dame un respiro, ¿de acuerdo?
—Sí.
Eché a andar en dirección a la casa y él me siguió. La ligereza con la que me había puesto a caminar en la oscuridad con un vampiro pisándome los talones se me antojó una locura, aun así, no me sentía incómodo, la verdad. La sensación se parecía a caminar con cualquier otra persona, bueno, cualquier persona que oliera mal.
Se produjo un movimiento de ramas en los matojos del lindero del bosque con el prado y luego sonó un aullido lastimero. Seth se contorsionó para pasar entre los helechos y se acercó corriendo a grandes zancadas.
—Hola, chaval —murmuré.
Humilló la cabeza y yo le di unas palmadas en el lomo.
—Todo va de película —le mentí—. Luego te lo cuento. Perdona que haya salido pitando de ese modo.
Me dedicó una gran sonrisa.
—Ah, y le dices a tu hermana que se relaje un poco, ¿vale? Ha sido suficiente.
Seth asintió una vez.
—Vuelve al tajo —esta vez le empujé un poco en el lomo—. Enseguida te lo explico con detalle.
Seth se frotó contra mis piernas y luego dio media vuelta para salir disparado entre los árboles.
—Tiene una de las mentes más puras y sinceras que he leído jamás —musitó Edward cuando el lobo hubo desaparecido—. Eres afortunado de compartir sus pensamientos.
—Lo sé —refunfuñé.
Reanudamos la caminata hacia el edificio. Alzamos la cabeza en cuanto oímos el gorgoteo de alguien mientras bebía a través de una pajita. A mi acompañante le entraron todas las prisas del mundo y se precipitó por las escaleras del porche antes de perderse en el interior de la residencia.
—Bella, cielo, pensé que dormías —le oí decir—. Lo siento. No me habría ausentado de haberlo sabido.
—No te preocupes. Me he despertado por culpa de la sed. Es estupendo saber que Carlisle va a traer más sangre. El niño va a necesitarla cuando esté fuera.
—Cierto, bien pensado.
—Me pregunto si va a precisar de algo más.
—Supongo que no tardaremos en averiguarlo.
Traspasé el umbral.
—Al fin —dijo Rosalie.
Bella volvió los ojos hacia mí de inmediato y su rostro quedó dominado por esa sonrisa suya tan irresistible, pero duró sólo un instante; luego, le temblaron los labios y desapareció la alegría. A continuación, apretó la boca, como si intentara no gritar.
Me entraron ganas de meterle un bofetón a Leah en esa estúpida bocaza suya.
—Hola, Bells —me apresuré a decir—. ¿Cómo va todo?
—Estoy bien —contestó.
—Ha sido un gran día, ¿no? Hay un montón de novedades.
—No tienes que hacerlo, Jacob.
—No sé de qué me hablas —repuse.
Me encaminé hacia el sofá y me senté en el brazo más cercano a su cabeza. Edward ya se había sentado en el suelo. Bella me dirigió una mirada de reproche.
—Lo siento t… —comenzó a decir.
Hice un gesto a modo de pinza con los dedos índice y pulgar y le pellizqué los labios.
—Jake —farfulló mientras intentaba apartar mi mano.
La intentona tuvo tan poca fuerza que me costó creer que lo pretendiera de verdad. Negué con la cabeza.
—Te dejaré hablar cuando no seas estúpida.
—Vale, no lo diré —logró responder entre dientes.
Retiré la mano.
—¡… tanto! —se apresuró a decir, y luego sonrió.
Puse los ojos en blanco, pero le devolví la sonrisa, y cuando le miré a los ojos, vi en ellos todo lo que había estado buscando en el parque.
Mañana sería otra persona diferente pero, si las cartas venían bien dadas, seguiría viva, y al fin y al cabo, eso era lo importante, ¿o no? Ella me miraría con los mismos ojos, o casi. Sonreiría con los mismos labios, más o menos. Y seguiría conociéndome mejor que nadie, salvo los telépatas capaces de leerme la mente.
Puede que Leah resultara una compañía interesante e incluso una amiga de verdad, alguien dispuesto a dar la cara por mí, pero no era mi mejor amiga, no del mismo modo que Bella. Si dejábamos a un lado mi amor imposible hacia ella, existía también el vínculo de la amistad, y me salía de lo más hondo.
Mañana podía ser mi enemiga o tal vez mi aliada, y por cómo pintaba el asunto, una u otra cosa iba a ser decisión mía.
Suspiré.
De acuerdo, pensé, entregando lo último que me quedaba por dar. Adelante, sálvala. Aquello me hizo sentir vacío. El heredero de Ephraim te da su permiso y tienes mi palabra de que esto no va a ser considerado como una vulneración del tratado. Los demás van a tener que echarme la culpa, pero tienes razón, nadie puede negar que esté en mi derecho de dar esta aprobación.
—Gracias —respondió Edward en voz tan baja que Bella no pudo oírle.
Pero pronunció esa palabra con tal fervor que pude ver por el rabillo del ojo cómo el resto de los vampiros se volvían a mirar.
—Bueno, ¿y qué tal te ha ido el día? —inquirió Bella, haciendo un esfuerzo porque la pregunta sonara lo más informal posible.
—Estupendo. Di una vuelta en coche y luego estuve paseando por un parque.
—Suena bien.
—De primera.
De pronto, hizo un mohín.
—¿Rose…?
—¿Otra vez? —la Barbie soltó una risa nerviosa.
—Creo que me he bebido dos litros en la última hora —me explicó Bella.
Edward y yo nos quitamos de en medio mientras Rosalie acudía para alzar a Bella del sofá y llevarla al servicio.
—¿Me dejáis caminar? —pidió Bella—. Tengo las piernas agarrotadas.
—¿Estás segura? —le preguntó su marido.
—Rose me sostendrá si me tropiezo, y es muy posible, porque no me veo los pies con esta tripa.
Rosalie la incorporó con sumo cuidado y no retiró las manos de los hombros de la embarazada, que alargó los brazos hacia delante e hizo una ligera mueca de dolor.
—Qué bien me sienta… —suspiró—. Uf, estoy enorme —y era cierto: estaba tremenda. La tripa parecía un continente propio e independiente de Bella—. Aguanta un día más —dijo mientras se daba unas palmaditas en el vientre.
De pronto, me abrumó una oleada de mortificante congoja, no pude evitarlo, pero hice de tripas corazón para eliminar de mi rostro toda huella de sufrimiento. Podía ocultarlo un día más, ¿no?
—De acuerdo, entonces. Yupi… Oh, no.
Bella había dejado el vaso encima del sofá, y acababa de volcarse hacia un lado en ese mismo momento, derramando la sangre de intenso color rojo sobre la tela blanca del asiento.
A pesar de que tres manos intentaron impedirle cualquier movimiento, ella se encorvó inmediatamente y alargó la mano para recogerlo. Se escuchó en la estancia una débil rasgadura de lo más extraño. Provenía del centro del cuerpo de Bella.
—¡Oh! —jadeó.
Entonces, Bella perdió el equilibrio y se precipitó hacia el suelo. Rosalie reaccionó en el acto y la cogió, impidiendo su caída. Y su esposo también estaba allí, con las manos tendidas por si acaso. Todos habían olvidado el manchurrón del sofá.
—¿Bella? —preguntó Edward con los ojos desorbitados y las facciones dominadas por el pánico.
Bella soltó un grito medio segundo después.
En realidad, no era un grito, era un alarido de dolor que helaba la sangre en las venas.
Un gluglú sofocó aquel horrísono bramido. Las pupilas de sus ojos giraron hasta acabar mirando hacia el interior de las cuencas mientras su cuerpo se retorcía y se doblaba en dos sobre los brazos de Rosalie. Entonces, Bella vomitó un torrente de sangre.