Pensar en Renesmee condujo a mi hija a la parte central del escenario en que se había convertido mi extraña, nueva y espaciosa mente, aunque tan fácil de distraer. Eran muchas las preguntas que tenía…
—Cuéntame cosas de ella —insistí cuando me cogió de la mano, ya que el hecho de ir unidos no detenía nuestro paso.
—No hay nada como ella en el mundo —me aseguró, y de nuevo sonó en su voz algo parecido a la devoción religiosa.
Sentí un agudo pinchazo de celos por esa extraña. Él la conocía y yo no. No era justo.
—¿Cuánto se te parece? ¿Y a mí? O a como yo era, desde luego.
—Mitad y mitad.
—Tiene la sangre caliente —le recordé.
—Sí, le late el corazón, aunque va un poco más deprisa que el de los humanos. Su temperatura es algo más alta de lo normal, también. Y duerme.
—¿De verdad?
—Bastante bien para un recién nacido. Somos los únicos padres que no necesitan dormir y nuestra hija ya duerme toda la noche —se echó a reír entre dientes.
Me gustó la manera en que decía «nuestra hija». Las palabras la hacían más real.
—Tiene exactamente el mismo color de tus ojos… así que eso no se ha perdido, menos mal —me sonrió—. Son tan hermosos…
—¿Y la parte de vampiro? —le pregunté.
—Su piel parece tan impenetrable como la nuestra. Aunque no haya nadie que sueñe con probar si es así.
Pestañeé, algo sorprendida.
—Claro que nadie se atrevería —me aseguró de nuevo—. Su dieta… bueno, prefiere beber sangre. Carlisle continúa intentando persuadirla de que beba alguna fórmula preparada para bebés, pero ella no tiene mucha paciencia con ese asunto. No puedo decir que la culpe, eso huele fatal, incluso para ser comida humana.
Se me quedó la boca abierta. Por lo que decía entendí que tenían conversaciones con ella.
—¿Persuadirla?
—Es inteligente, de una forma sorprendente, y va progresando a un ritmo tremendo. Aunque no habla, todavía, se comunica de una manera bastante eficaz.
—No. Habla. ¿Todavía?
Él hizo disminuir el ritmo de nuestro paso, para permitirme asimilar esta nueva información.
—¿Qué quieres decir con que se comunica de forma eficaz? —le exigí.
—Creo que será más fácil que lo… veas por ti misma. Es bastante difícil de describir.
Reflexioné sobre el asunto. Sabía que había un montón de cosas que necesitaba ver por mí misma antes de convencerme de que eran reales. No estaba segura de saber para cuántas estaba realmente preparada, así que cambié de tema.
—¿Por qué sigue aquí Jacob? —le pregunté—. ¿Cómo puede soportarlo? ¿Por qué lo hace? —mi voz cantarina tembló un poco—. ¿Por qué ha de sufrir más?
—Jacob no está sufriendo —respondió con un tono extraño de voz—, aunque ya me gustaría a mí cambiar esa circunstancia —añadió entre dientes.
—¡Edward! —bufé, tirando de él hasta que se detuvo, y sentí una cierta suficiencia cuando vi que podía hacerlo—. ¿Cómo puedes decir eso? ¡Jacob lo ha dado todo por protegernos! Mira por lo que le hemos hecho pasar… —me encogí ante aquel oscuro recuerdo de vergüenza y culpa.
Me parecía muy extraño ahora que le hubiera necesitado tanto entonces. Esa sensación de ausencia que sentía cuando él no estaba cerca había desaparecido. Probablemente debía de haber sido algún tipo de debilidad humana.
—Ya verás por qué lo digo —masculló Edward—. Le prometí que le dejaría que te lo explicara, pero dudo que lo veas de forma diferente a como lo veo yo. Aunque claro, a menudo me equivoco en lo que respecta a tus ideas, ¿no? —frunció los labios y me lanzó una mirada.
—¿Explicarme, qué?
Edward sacudió la cabeza.
—Se lo prometí. Aunque no sé si en realidad le debo algo…
Apretó aún más los dientes.
—Edward, no entiendo nada.
La frustración y la indignación invadieron mi cabeza. Me acarició la mejilla y entonces sonrió con ternura cuando mi rostro se suavizó en respuesta, mientras el deseo barría momentáneamente el disgusto.
—Es más duro para ti de lo que muestras, lo sé. Lo recordaré.
—No me gusta sentirme confusa.
—Lo sé. Así que mejor que regresemos a casa, de modo que puedas verlo todo por ti misma —sus ojos recorrieron los restos de mi vestido mientras hablaba de volver a casa y puso mala cara—. Mmm —después de pensárselo durante medio segundo, se desabotonó su camisa blanca y me la pasó para que metiera los brazos dentro.
—¿Tan mala pinta tengo?
Sonrió con ganas.
Deslicé los brazos dentro de las mangas y después la abroché rápidamente sobre mi corpiño desgarrado. Esto, claro, lo dejó a él desnudo de cintura para arriba y era imposible no distraerse con el espectáculo.
—Te echo una carrera —le dije, y después le previne—, y ¡nada de dejarme ganar esta vez!
Me soltó la mano y sonrió.
—A la línea de salida…
Encontrar el camino de regreso a mi nueva casa fue más sencillo que andar por la calle de Charlie hasta donde vivía antes. Nuestro olor había dejado un rastro claro y fácil de seguir, incluso corriendo a la máxima velocidad.
Edward me ganó antes de llegar al río, pero aproveché mi oportunidad y salté primero, intentando usar mi fuerza mayor para adelantarle.
—¡Ja! —exclamé exultante cuando oí cómo mis pies tocaban la hierba en primer lugar.
Al atender a su aterrizaje, escuché algo que no esperaba. Algo que sonaba con fuerza y muy cerca, el sonido del latido de un corazón.
Al mismo tiempo Edward estuvo a mi lado, con las manos aferradas con firmeza a la parte superior de mis brazos.
—No respires —me advirtió de forma urgente.
Intenté no entrar en pánico mientras me quedaba en la mitad de una inspiración. Lo único que se movía en mi rostro eran los ojos, girando de forma instintiva para encontrar la fuente de aquel sonido.
Jacob estaba en la línea donde el bosque tocaba el prado de los Cullen, con los brazos cruzados sobre el cuerpo y la mandíbula apretada con fuerza. Invisibles detrás de él, escuché dos grandes corazones más y el ligero crujido de los helechos bajo unas patas enormes, que caminaban impacientes de un lado para otro.
—Ten cuidado, Jacob —le advirtió Edward. Un rugido se alzó en el bosque para corear la preocupación que denotaba su voz—. Quizás ésta no sea la mejor manera…
—¿Crees que es mejor dejarla que se acerque primero al bebé? —le interrumpió Jacob—. Es más seguro ver cómo se las apaña Bella conmigo. Me curo rápido.
¿Era esto una prueba? ¿Para ver si no mataba a Jacob antes de encontrarme con Renesmee? Me sentí extrañamente mareada…, pero esto no tenía nada que ver con mi estómago sino sólo con mi cerebro. ¿Había sido esto idea de Edward?
Le eché una ojeada a su rostro llena de ansiedad. Edward pareció deliberar durante un momento, pero entonces su expresión se torció para preocuparse por algo más. Se encogió de hombros y una corriente sumergida de hostilidad tiñó su voz cuando replicó:
—Es tu cuello lo que te juegas, supongo.
El gruñido del bosque se volvió más furioso esta vez; Leah, sin lugar a dudas.
¿Qué pasaba con Edward? Después de todo por lo que habíamos pasado, ¿no debería haber sentido un poco de afecto por mi mejor amigo? Pensé, quizá estúpidamente, que Edward y Jacob ahora se llevaban mejor. Debía de haberlos malinterpretado.
Pero ¿qué estaba haciendo Jacob? ¿Por qué se ofrecía como una prueba para proteger a Renesmee?
Nada de esto tenía sentido para mí. Incluso aunque nuestra amistad hubiera sobrevivido…
Y cuando mis ojos se encontraron con los de Jacob, pensé que quizá así había sido. Todavía parecía mi mejor amigo, pero él no era el que había cambiado. ¿Qué aspecto tendría yo ahora para él?
Entonces dejó salir su sonrisa familiar, la sonrisa de un alma gemela y estuve segura de que nuestra amistad estaba intacta. Era como antes, cuando nos pasábamos las horas muertas en su garaje artesanal, sólo como dos amigos echando un rato. Todo fácil y normal. De nuevo me di cuenta de que la extraña necesidad que sentía por él antes de que yo cambiara había desaparecido por completo. Era sólo mi amigo, de la manera en que todo debía ser.
Sin embargo, aún no le veía sentido a lo que estaba haciendo. ¿De verdad era tan poco egoísta que intentaría protegerme, a riesgo de su vida, de hacer algo que lamentaría para siempre? Esto iba mucho más allá de la mera tolerancia por mi nueva naturaleza, o una manera milagrosa de poder mantener nuestra amistad. Jacob era una de las personas que mejor conocía, pero esto resultaba excesivo para aceptarlo de cualquiera.
Su sonrisa se amplió, y se estremeció ligeramente.
—Tengo que decirlo, Bells. Eres un verdadero espectáculo para friquis.
Le devolví la sonrisa, recobrando con facilidad nuestra vieja camaradería. Ésta era la parte de él que comprendía mejor. Edward gruñó.
—Ándate con ojo, chucho.
El viento sopló a mis espaldas y pude llenar rápidamente los pulmones con aire limpio de modo que logré responderle.
—Qué va, tiene razón. Los ojos sí que lo son, ¿verdad?
—Realmente espeluznantes, pero no tienes tan mala pinta como pensé.
—Oye… ¡Gracias por ese cumplido tan asombroso!
Él puso los ojos en blanco.
—Ya sabes lo que quiero decir. Todavía pareces tú, más o menos. No es tanto el aspecto que tienes como que… sigues siendo Bella. No creía que me sintiera como si siguieras aún aquí —me sonrió otra vez sin rastro de amargura ni resentimiento en ninguna parte de su rostro. Entonces se echó a reír entre dientes y dijo—. De todas formas, supongo que pronto me habré acostumbrado a los ojos.
—¿Seguro? —le pregunté, confundida.
Era maravilloso comprobar que aún éramos amigos, pero no tenía yo claro que fuéramos a pasar mucho tiempo juntos.
La más extraña de las miradas cruzó su rostro, borrando la sonrisa. Parecía… ¿culpabilidad? Sus ojos se movieron hacia Edward.
—Gracias —le dijo—. No sabía si serías capaz de callar, lo hubieras prometido o no. Como siempre le das todo lo que ella quiere…
—Quizás es que no he perdido la esperanza de que se enfade tanto que te arranque la cabeza —sugirió Edward.
Jacob bufó.
—Pero ¿qué pasa aquí? ¿Es que me estáis guardando algún secreto? —les exigí, incrédula.
—Te lo explicaré más tarde —dijo Jacob de forma casi inconsciente, como si en realidad no lo hubiera planeado así. Entonces cambió de tema—. Primero, que empiece el espectáculo —su sonrisa era un reto tan pronto como comenzó a avanzar lentamente.
Hubo un gañido de protesta, y entonces el cuerpo gris de Leah salió de detrás de él. Seth, más grande y de color arena, estaba justo a su espalda.
—Tomáoslo con calma, tíos —comentó Jacob—. Apartaos de esto.
Me alegré de que no le escucharan, aunque le siguieron con mayor lentitud. El viento se había calmado ahora y no alejaría su olor de mí. Se me acercó tanto que pude sentir el calor de su cuerpo en el aire que había entre nosotros. La garganta me ardió en respuesta.
—Venga, Bells, pórtate mal.
Leah gruñó.
No quería respirar. No estaba bien aprovecharse de este modo tan peligroso de Jacob, aunque hubiera sido él quien se ofreciera, no me importaba. Además, no podía apartarme de la lógica.
¿En qué me ayudaría esto? ¿Acaso me aseguraba que no le haría daño a Renesmee?
—Me van a salir canas, Bella —me provocó Jacob—. Bueno, no técnicamente, pero creo que has cogido la idea, ¿no? Vamos, pilla el olorcillo.
—Sujétame —le pedí a Edward, pegándome a su pecho.
Sus manos se aferraron a mis brazos.
Coloqué los músculos en posición, esperando ser capaz de mantenerlos inmóviles. Estaba decidida a hacerlo tan bien, por lo menos, como lo había hecho durante la caza. En el peor de los casos, dejaría de respirar y echaría a correr. Nerviosa, aspiré un poco de aire por la nariz, preparada para lo que fuera.
Dolió un poco, pero mi garganta ya ardía sordamente de todas formas. Jacob no olía más humano que el puma. Había un matiz animal en su sangre que me repelía de forma instantánea, aunque el sonido húmedo, fuerte, de su corazón resultaba atractivo, el olor que lo acompañaba me hizo arrugar la nariz. En realidad, su olor me facilitaba el atemperar mi reacción al sonido y calor de su sangre pulsante.
Inspiré de nuevo y me relajé.
—Vaya, veo que todo sigue exactamente igual por aquí: apestas, Jacob.
Edward estalló en carcajadas, sus manos se deslizaron de mis brazos para enredarse en torno a mi cintura. Seth ladró una baja risotada que armonizó con la de Edward y se acercó un poco más mientras que Leah se alejaba varios pasos. Y entonces fui consciente del resto de la audiencia cuando escuché el bajo y diferente carcajeo de Emmett, sofocado por la pared de cristal que había entre nosotros.
—Mira quién habla —replicó Jacob, apretándose la nariz de modo teatral.
Su rostro lobuno no se retorció cuando Edward me abrazó, ni siquiera cuando él se recuperó y susurró «te quiero» al oído. Jacob continuó sonriendo como si nada. Esto me hizo recobrar las esperanzas de que las cosas fueran bien entre nosotros, del mismo modo que habían ido durante tanto tiempo. Tal vez ahora pudiéramos ser amigos de verdad, ahora que tanto le disgustaba físicamente, porque así no podría amarme como antes. Quizás eso era todo lo que hacía falta.
—Vale, pues ya ha pasado, ¿no? —repuse—. ¿Y ahora me vas a contar cuál es el gran secreto?
La expresión de Jacob se tornó muy nerviosa.
—No es nada de lo que debas preocuparte por el momento…
Escuché otra vez la risita de Emmett… un sonido anticipatorio. Debería haber presionado más, pero mientras escuchaba a Emmett, percibí también otros sonidos. La respiración de siete personas y un juego de pulmones que se movía con mayor rapidez que los otros. Y un solo corazón que latía como las alas de un pájaro, ligero y rápido.
Me distraje por completo. Mi hija estaba justo al otro lado de aquella fina pared de cristal. No podía verla, porque la luz se reflejaba en los cristales reflectantes, como si fueran un espejo. Sólo podía verme a mí misma, con aquel aspecto tan extraño, tan blanca y tan inmóvil. Comparada con Jacob. O comparada con Edward, que era igual.
—Renesmee —susurré. La tensión me convirtió de nuevo en una estatua. Ella seguro que no olería como un animal. ¿La pondría en peligro?
—Ven y lo vemos —me murmuró Edward—. Sé que lo vas a hacer muy bien.
—¿Me ayudarás? —le susurré a través de los labios inmóviles.
—Claro que sí.
—¿Y también Emmett y Jasper…? Sólo por si acaso.
—Cuidaremos de ti, Bella. No te preocupes, estaremos preparados. Ninguno de nosotros pondría en peligro a Renesmee. Creo que te sorprenderá lo rápido que se ha metido a todos en un puñito de los suyos. Estará totalmente a salvo, no importa lo que pase.
Mi anhelo de verla, de comprender la adoración que destilaban los labios de Edward, rompió la inmovilidad de mi postura. Di un paso hacia delante. Y entonces Jacob me interceptó, con el rostro convertido en una máscara preocupada.
—¿Estás seguro, chupasangres? —le exigió a Edward, con la voz casi suplicante. Nunca le había oído hablar a Edward de esa manera—. Esto no me gusta nada. Quizá debería esperar…
—Ya has tenido tu prueba, Jacob.
¿La prueba había sido idea de Jacob?
—Pero… —comenzó él de nuevo.
—Pero nada —replicó Edward, de repente exasperado—. Bella necesita ver a nuestra hija. Quítate de en medio, ya.
Jacob me lanzó una mirada extraña, frenética, y después se volvió y casi echó a correr hacia la casa delante de nosotros.
Edward gruñó.
No le veía sentido a su enfrentamiento, pero tampoco podía concentrarme en él. Sólo podía pensar en el bebé borroso de mis recuerdos y luchar contra la vaguedad de esa imagen, intentando recordarla con exactitud.
—¿Vamos? —me dijo Edward, con su voz dulce de nuevo.
Asentí con nerviosismo.
Me tomó la mano con fuerza y me guió camino de la casa.
Me esperaban en una línea sonriente que era a la misma vez amigable y defensiva. Rosalie estaba varios pasos detrás de los demás, cerca de la puerta principal. Estaba sola hasta que se le unió Jacob, que se colocó delante de ella, más cerca de lo normal. No había nada casual ni cómodo en esa cercanía, por el contrario, ambos parecían encogerse ante esa proximidad.
Alguien muy pequeño se inclinaba en los brazos de Rosalie, intentando ver algo alrededor de Jacob. De inmediato captó toda mi atención, todos mis pensamientos, de una manera que nada había conseguido desde el momento en que abrí los ojos.
—Pero ¿no tiene sólo dos días? —pregunté en un jadeo, incrédula.
El extraño bebé recostado en los brazos de Rosalie parecía tener semanas, si no meses. Era dos veces más grande que el bebé de mi vaga memoria, y alzaba su torso con facilidad mientras se estiraba hacia mí. Su brillante cabello del color del bronce caía en rizos más allá de sus hombros, y sus ojos del color del chocolate me examinaban con un interés que tenía muy poco de infantil.
Con un aire adulto, consciente y lleno de inteligencia. Alzó una mano, moviéndola en mi dirección durante un momento, pero luego se volvió para tocar la garganta de Rosalie.
Si su rostro no fuera tan asombroso en su belleza y perfección, no me habría creído que era el mismo bebé. Mi bebé.
Pero los rasgos eran los de Edward y las mejillas y el color de sus ojos eran míos. Incluso Charlie tenía su lugar en los espesos rizos, aunque fueran del color del pelo de Edward. Debía ser nuestra. Imposible, pero cierto.
De todos modos, la visión de esta personita inesperada no la hacía más real; si acaso, más fantástica.
Rosalie palmeó la manita que tenía contra el cuello y murmuró.
—Sí, es ella.
Los ojos de Renesmee se engarzaron en los míos y entonces, como hizo a los pocos segundos de su violento alumbramiento, me sonrió. Un rayo brillante de diminutos dientes blancos y perfectos.
Temblando en mi interior, di un paso vacilante hacia ella. Todo el mundo se movió a gran velocidad.
Emmett y Jasper se situaron justo enfrente de mí, hombro con hombro y las manos preparadas. Edward me sujetó por atrás, con los dedos tensos sobre la parte superior de mis brazos. Incluso Carlisle y Esme se movieron para cubrir los flancos de Emmett y Jasper, mientras Rosalie retrocedía hacia la puerta, con los brazos fieramente apretados en torno a Renesmee. Jacob se movió también, manteniendo su postura protectora delante de ellas.
Alice fue la única que se quedó en su sitio.
—Oh, vamos, dadle una oportunidad —les reprendió—. No le va a hacer nada. Sólo quería mirarla un poco más de cerca.
Alice tenía razón. Estaba bajo control. Me habían sujetado para nada, porque su olor no era en absoluto igual que el de los humanos del bosque. La tentación no se le podía comparar. La fragancia de Renesmee equilibraba perfectamente el olor del más hermoso de los perfumes con el de la comida más deliciosa. Había suficiente del dulce aroma vampírico para que contrapesara la parte humana.
Podía manejarlo. Estaba segura.
—Estoy bien —les prometí, palmeando la mano de Edward sobre mi brazo. Entonces dudé y añadí—. De todas formas manteneos cerca, sólo por si acaso.
Los ojos de Jasper estaban entrecerrados, concentrados. Sabía que estaba testando mi clima emocional y yo me empeñaba en mantener una firme calma. Sentí cómo Edward liberaba mis brazos y leí el asentimiento de Jasper, pero aunque éste lo sabía de primera mano, no parecía tenerlas todas consigo.
Cuando ella escuchó mi voz, aquella criatura demasiado lista para su edad, luchó por desprenderse de los brazos de Rosalie, extendiéndolos en mi dirección. De alguna manera se las apañó para que su expresión mostrara impaciencia.
—Jazz, Em, dejadla. Bella puede con ello.
—Edward, el riesgo… —comenzó Jasper.
—Es mínimo. Escucha, Jasper, cuando estábamos de caza, captó el olor de unos excursionistas que se encontraban en el lugar equivocado y la hora inoportuna…
Oí cómo Carlisle tragaba aire con una inspiración de asombro. El rostro de Esme se llenó de pronto de un interés cariñoso mezclado con compasión. A Jasper se le pusieron los ojos como platos, pero asintió ligeramente, como si las palabras de Edward hubieran respondido a alguna pregunta en su cabeza. La boca de Jacob se torció en una mueca disgustada. Emmett se encogió de hombros. Rosalie mostró aún menos interés que su compañero, ya que estaba intentando sujetar al bebé que luchaba en sus brazos.
La expresión de Alice me dijo que a ella no la engañaba. Sus ojos entrecerrados, concentrados con una intensidad ardiente en mi camisa prestada, parecía más preocupada por lo que le había hecho a mi vestido que por ninguna otra cosa.
—¡Edward! —le recriminó Carlisle—. ¿Cómo has podido ser tan irresponsable?
—Ya lo sé, Carlisle, ya lo sé. Simplemente me he comportado como un estúpido. Debería haberme tomado mi tiempo para comprobar que estábamos en una zona segura antes de dejarla suelta.
—Edward —mascullé, avergonzada por la forma en la que me miraban. Era como si intentaran encontrar un rojo más brillante en mis ojos.
—Tiene toda la razón del mundo para reñirme, Bella —repuso Edward con una mueca—. He cometido un error terrible. El hecho de que tú hayas mostrado más fortaleza que nadie que haya conocido no lo cambia.
Alice puso los ojos en blanco.
—Un chiste de buen gusto, Edward.
—No era un chiste. Le estaba explicando a Jasper por qué sé que Bella puede apañárselas bien con esto. No es culpa mía que todos os hayáis precipitado en vuestras conclusiones.
—Espera —le interrumpió Jasper con un jadeo—. ¿Es que ella no cazó a los humanos?
—Empezó a seguirlos —replicó Edward, disfrutando a las claras de la historia. Yo apreté los dientes—. Estaba concentrada por completo en la caza.
—¿Y qué ocurrió? —intervino Carlisle. De repente sus ojos brillaban, mientras una sonrisa asombrada comenzaba a formarse en su rostro. Me recordó a otros momentos, cuando me preguntaba por los detalles de la experiencia de mi transformación. La emoción de la nueva información.
Edward se inclinó hacia él, animado.
—Me escuchó ir detrás de ella y reaccionó a la defensiva. Tan pronto como mi persecución interrumpió su concentración, la abandonó bruscamente. Nunca había visto nada igual. Se dio cuenta de lo que estaba pasando… y entonces, contuvo el aliento y huyó.
—Guau —comentó Emmett—. ¿En serio?
—No lo está contando bien —refunfuñé yo entre dientes, aún más avergonzada que antes—. Se ha dejado la parte en la que le gruñí.
—¿Y no le diste un par de buenos sopapos? —me preguntó Emmett con alegría.
—¡No! Claro que no.
—¿No? ¿De verdad que no? ¿De verdad que no le atacaste?
—¡Emmett! —protesté.
—Ah, vaya, qué lástima —gruñó él—. Eres la única persona del mundo que podría haberlo conseguido, porque no estaría en sus cabales para evitarlo, y además tenías una excusa perfecta —suspiró—. Me muero por ver cómo se las apañaría sin esa ventaja.
Le miré con cara de muy pocos amigos y ojos helados.
—Ni se me ocurriría.
El ceño fruncido de Jasper captó mi atención, ya que parecía incluso más molesto que antes.
Edward tocó con su puño ligeramente el hombro de Jasper, con un ademán burlón.
—¿Te das cuenta de lo que quiero decir?
—Esto no es natural —rezongó Jasper.
—Podría haberse vuelto contra ti… Sólo tiene horas —le reprendió Esme, poniéndose la mano sobre el corazón—. Oh, deberíamos haber ido contigo.
Yo no estaba prestando mucha atención, ahora que Edward ya había disfrutado lo suficiente de su broma. Seguía mirando al precioso bebé que estaba al lado de la puerta, todavía pendiente de mí. Sus pequeñas manos llenas de hoyuelos se alzaban hacia mí como si supiera exactamente quién era yo. De forma automática las mías se alzaron también imitando las suyas.
—Edward —le dije, inclinándome hacia un lado de Jasper para verla mejor—. ¿Por favor?
Jasper tenía los dientes encajados con firmeza y no se movió.
—Jazz, esto no es nada parecido a lo que hayas podido ver antes —le comentó Alice en voz tranquila—, confía en mí.
Sus ojos se encontraron durante un breve segundo, y después Jasper asintió. Se apartó de mi camino, pero puso una mano sobre mi hombro y me siguió mientras avanzaba lentamente.
Pensaba cada paso antes de darlo, analizando mi estado de ánimo, la quemazón de mi garganta y la posición de los demás a mi alrededor, y qué fuerte me sentía yo contra lo capaces que serían ellos de contenerme. Fue una procesión muy lenta.
Y entonces el bebé que estaba en los brazos de Rosalie, luchando y lanzando los brazos en mi dirección todo el tiempo, mientras su expresión se mostraba cada vez más irritada, soltó un aullido agudo y cantarín. Todo el mundo reaccionó como si nunca hubiera escuchado su voz antes.
Se reunieron a su alrededor en un segundo, dejándome allí sola, de pie, paralizada en mi lugar.
El sonido del llanto de Renesmee me atravesó, clavándome al suelo. Los ojos me picaban de la manera más extraña, como si quisieran llorar.
Parecía como si todo el mundo quisiera ponerle la mano encima, palmeándola e intentando consolarla. Todos menos yo.
—¿Qué pasa? ¿Está herida? ¿Qué ha ocurrido?
La voz de Jacob era la que sonaba más alta, y se alzaba llena de ansiedad sobre las de los demás.
Observé horrorizada que la cogía y luego, con un horror aún más profundo, cómo Rosalie se rendía y la dejaba en sus brazos sin luchar.
—No, está bien —le aseguró Rosalie.
¿Rosalie dándole explicaciones a Jacob?
Renesmee se fue con Jacob con bastantes ganas, empujando su mejilla con su mano diminuta pero después retorciéndose de nuevo para estirarse en mi dirección.
—¿Lo ves? —le dijo Rosalie—, sólo quiere a Bella.
—¿Ella quiere venir conmigo? —susurré.
Los ojos de Renesmee —mis ojos— se clavaron en mí con impaciencia.
Edward salió disparado hacia atrás hasta llegar a mi lado. Puso las manos con suavidad en mis brazos y me empujó hacia delante.
—Te ha estado esperando durante casi tres días —me dijo.
Estábamos ahora apenas a unos cuantos pasos de ella. Llegaban hasta mí temblorosas columnas de calor que parecían surgir de su cuerpo.
O quizá era Jacob el que estaba temblando. Vi cómo se sacudían sus manos conforme yo me acercaba. A pesar de ello, y de su obvia ansiedad, su rostro permaneció más sereno de lo que lo había visto en mucho tiempo.
—Jake… estoy bien —le dije. Me estaba entrando pánico de ver a Renesmee en sus manos temblorosas, pero procuré mantenerme bajo control.
Me puso mala cara, con los ojos entrecerrados, como si él tuviera justo el mismo pánico de dejar a Renesmee en mis manos.
La niña gimoteaba con impaciencia y seguía estirándose, cerrando sus pequeñas manos en forma de puños una y otra vez. En ese momento, algo en mí se encajó en su lugar. El sonido de su llanto, la familiaridad de sus ojos, la forma en que parecía más impaciente que yo en reunirse conmigo… Todo ello se entretejió en el más natural de los patrones mientras ella intentaba agarrar el aire que había entre nosotras. De repente, fue absolutamente real. Y por supuesto que la conocía. Encontré de lo más normal que yo diera el último paso para cogerla, poniendo mis manos en el lugar exacto, donde encajarían mejor, mientras la acercaba a mi cuerpo con ternura.
Jacob dejó que sus largos brazos se extendieran de modo que pudiera acunarla, pero no la soltó del todo. Temblaba un poco cuando nuestras pieles se rozaron. Su piel, que siempre me había parecido tan cálida, la sentía ahora como una llama viva. Tenía casi la misma temperatura que Renesmee, con quizá un par de grados de diferencia.
La niña pareció totalmente indiferente a la frialdad de mi piel, o al menos muy acostumbrada a ella.
Alzó la mirada y me sonrió de nuevo, mostrando sus pequeños dientes cuadrados y sus dos hoyuelos. Entonces, de forma muy deliberada, me tocó la cara.
En el momento en que ella hizo eso, todas las manos que me sujetaban se tensaron, anticipándose a mi reacción. Yo apenas me di cuenta. Estaba jadeando, aturdida y asustada por la extraña y alarmante imagen que llenaba mi mente.
Lo sentía como un recuerdo muy fuerte, tanto, que me parecía estar viéndolo a través de mis ojos mientras lo observaba en mi cerebro, aunque me resultaba completamente desconocido.
Miré a través de la expresión expectante de Renesmee, intentando comprender lo que estaba pasando, luchando con desesperación por aferrarme a mi calma.
Además de ser chocante y desconocida, la imagen tenía algo incorrecto, ya que casi podía reconocer mi propio rostro en ella, mi viejo rostro, pero la veía desde fuera, al revés. Comprendí con rapidez, que estaba viendo mi rostro como lo veían otros, más que si fuera un reflejo.
El rostro de mi recuerdo estaba contrahecho, destrozado, cubierto de sangre y sudor. A pesar de ello, mi expresión era la de una sonrisa de adoración. Mis ojos marrones relucían sobre unos profundos círculos. La imagen se agrandó, y mi rostro se acercó desde un punto de vista desconocido, y después, se desvaneció abruptamente.
La mano de Renesmee cayó desde mi mejilla. Sonrió más aún, luciendo de nuevo sus hoyuelos. Salvo por los latidos de los corazones, se hizo un silencio profundo en la habitación. Sólo respiraban en realidad Jacob y Renesmee. El silencio se alargó, parecía como si estuvieran esperando a que yo dijera algo.
—¿Qué… ha sido… eso?
—¿Qué es lo que has visto? —me preguntó Rosalie con curiosidad, inclinándose a un lado de Jacob, que parecía estar tanto como no estar en ese lugar y ese momento—. ¿Qué es lo que te ha mostrado?
—¿Que ella ha sido la que me lo ha mostrado? —susurré yo.
—Ya te conté que era difícil de explicar —murmuró Edward en mi oído—, pero bastante efectivo como medio de comunicación.
—¿Qué ha sido? —preguntó Jacob.
Pestañeé rápidamente varias veces.
—Mmm. A mí. Creo. Pero tenía un aspecto horrible.
—Es el único recuerdo que tiene de ti —explicó Edward. Era obvio que él también había visto lo que ella me había mostrado cuando lo pensaba. Todavía estaba encogido, con la voz áspera al revivir el recuerdo—. Quiere que sepas que ya ha hecho la conexión y que sabe quién eres.
—Pero ¿cómo hace eso?
Renesmee parecía indiferente a mis ojos pasmados. Sonreía levemente y me tiraba de un mechón de pelo.
—¿Cómo puedo escuchar yo los pensamientos de otros? ¿Cómo ve Alice el futuro? —preguntó Edward de modo retórico, y después se encogió de hombros—. Ella tiene un don.
—Es un giro interesante —le dijo Carlisle a Edward—, como si ella hiciera justo lo opuesto a lo que tú eres capaz de hacer.
—Interesante —admitió Edward—, me pregunto…
Yo sabía que ellos se habían puesto a especular, pero no les presté atención. Yo estaba mirando al rostro más hermoso del mundo. La sentía caliente entre mis brazos, recordándome el momento en el que la oscuridad casi había vencido, cuando no quedaba nada en el mundo a lo que aferrarse. Nada lo suficientemente fuerte que me empujara a salir de aquella oscuridad que me aplastaba. El momento en que pensé en Renesmee y encontré algo que nunca dejaría ir.
—Yo también te recuerdo —le dije en voz baja.
Me pareció de lo más natural inclinarme y presionar los labios contra su frente. Olía de maravilla. El aroma de su piel me dejó ardiendo la garganta, pero fue fácil de ignorar. Nada me quitaría la alegría de ese momento, porque Renesmee era real y al fin la conocía. Ella era la misma por la cual yo había luchado desde el principio. Mi pequeña pateadora, aquella que había amado desde que estaba en mi interior. La mitad de Edward, perfecta y adorable. Y mitad mía también, lo que, sorprendentemente, la hacía algo mejor y no peor.
Yo había tenido razón todo el tiempo. Ella había merecido la pena.
—Está bien —murmuró Alice, creo que a Jasper.
Aunque les vi mantenerse atentos, aún sin confiar en mí.
—¿No hemos hecho ya suficientes experimentos para un día? —preguntó Jacob, con la voz algo más aguda de lo normal debido a la tensión—. Vale, es verdad que Bella lo está haciendo genial, pero no llevemos las cosas demasiado lejos.
Le eché una mirada malintencionada de pura irritación. Jasper se removió inquieto a mi lado. Todos estábamos apiñados tan cerca unos de otros que cualquier movimiento, por pequeño que fuera, parecía muy grande.
—¿Cuál es tu problema, Jacob? —le exigí. Tiré ligeramente de Renesmee y él dio un paso hacia adelante. Ahora estaba apretado contra mí, con Renesmee tocando nuestros pechos.
Edward le siseó.
—No te echo a la calle, Jacob, porque lo entiendo, pero Bella lo está haciendo extraordinariamente bien, así que no le arruines el momento.
—Y yo le ayudaré a echarte, perro —prometió Rosalie, con la voz hirviendo de indignación—. Te debo una buena patada en las tripas.
Resultaba obvio, no había habido ningún cambio en esa relación, a menos que consideráramos el empeoramiento como cambio.
Le eché una mirada envenenada a la ansiosa expresión casi enfadada de Jacob. Tenía los ojos clavados en el rostro de Renesmee. Con todo el mundo apretado a su alrededor, debía estar en contacto físico con al menos seis vampiros diferentes en ese momento, pero eso ni siquiera parecía molestarle.
¿De verdad estaba dispuesto a pasar por todo esto sólo para protegerme de mí misma? ¿Qué habría ocurrido durante mi transformación, mi cambio en algo que odiaba, que le hubiera ablandado tanto respecto a la razón que lo había convertido en necesario?
Me rompí la cabeza sobre ese asunto, observándole mirar a mi hija. Mirándola como si fuera un ciego que viera el sol por primera vez.
—¡No! —jadeé.
Los dientes de Jasper se juntaron y los brazos de Edward se cerraron en torno a mi pecho como boas constrictor. Jacob había sacado a Renesmee de mis brazos en el mismo segundo y yo no intenté retenerla. Porque lo sentí venir, el ataque que todos ellos habían estado esperando.
—Rose —le dije entre dientes, con lentitud y precisión—. Llévate a Renesmee.
Rosalie extendió los brazos y Jacob le pasó a mi hija sin dudarlo. Ambos se apartaron de mí, andando hacia atrás.
—Edward, no quiero hacerte daño, así que por favor, suéltame.
Él vaciló.
—Ve y ponte delante de Renesmee —le sugerí. Él deliberó, y después me dejó ir.
Me incliné hasta adoptar mi posición de ataque, agazapada, y di dos pasos lentos hacia Jacob.
—Tú… ¡no! —le rugí.
Él retrocedió, con las palmas de las manos hacia arriba, intentando razonar conmigo.
—Ya sabes que es algo que no puedo controlar.
—¡Tú, chucho estúpido! ¿Cómo has podido hacerlo? ¡Es mi bebé!
Salió de espaldas por la puerta principal mientras yo le acosaba, casi corriendo por las escaleras.
—¡Bella, no ha sido idea mía!
—Yo la he tenido en mis brazos una sola vez y ¿ya te crees con derecho a no sé qué estúpida reclamación lobuna? ¡Es mía!
—Podemos compartirla —me dijo con voz suplicante, mientras se retiraba a través del prado.
—A pagar —escuché decir a Emmett a mis espaldas. Una parte pequeña de mi cerebro se preguntó quién habría apostado en contra de este resultado. No desperdicié mucha atención en él. Estaba demasiado furiosa.
—¿Cómo has osado imprimar a mi bebé? ¿Has perdido la cabeza?
—¡Ha sido involuntario! —insistió él, entrando entre los árboles de espaldas.
Y en ese momento dejó de estar solo. Reaparecieron los dos enormes lobos, que le flanquearon por ambos lados. Leah me gruñó.
Un rugido terrorífico surgió de entre mis dientes dirigido a ella. El sonido me molestó, pero no lo suficiente para detener mi avance.
—Bella, ¿te importaría escucharme sólo un segundo? ¿Por favor? —suplicó Jacob—. Leah, lárgate —añadió.
Leah curvó su labio superior en mi dirección y no se movió.
—¿Por qué tengo que escucharte? —bramé. La furia dominaba mi cabeza, nublando cualquier otra cosa.
—Porque tú fuiste la que me dijo esto. ¿No te acuerdas? ¿Tú no dijiste que nuestras vidas nos pertenecían el uno al otro?, ¿a que sí? Que éramos familia. Tú dijiste que era así como se suponía que teníamos que ser. O sea que… aquí estamos. Es lo que tú deseabas.
Le lancé una mirada feroz, aunque realmente recordaba aquellas palabras. Pero mi nuevo y rápido cerebro iba dos pasos por delante de aquel sinsentido.
—Y pretendes forma parte de mi familia, ¡como mi yerno! —le chillé. Mi voz cantarina repiqueteó ascendiendo dos octavas pero aun así siguió sonando como música.
Emmett se echó a reír.
—Detenla, Edward —murmuró Esme—, porque ella será infeliz si le hace daño.
Pero yo no sentí que nadie saliera en mi persecución.
—¡No! —insistía Jacob al mismo tiempo—. ¿Cómo puedes mirarlo de esa manera? ¡Por favor, es sólo un bebé!
—¡Pues eso es lo que yo digo! —aullé.
—¡Tú sabes que no pienso en ella de esa manera! ¿Es que crees que Edward me habría dejado vivir tanto si eso fuera así? Todo lo que quiero es que ella esté a salvo y sea feliz… ¿Es eso tan malo? ¿Es tan diferente de lo que tú quieres? —me gritó en respuesta.
Más allá de las palabras, le lancé un rugido.
—¿A que es sorprendente? —oí murmurar a Edward.
—No se le ha tirado a la garganta ni una sola vez —admitió Carlisle, que sonaba extrañado.
—Vale, ésta la ganas tú —reconoció Emmett a regañadientes.
—Te vas a mantener apartado de ella —le siseé yo a Jacob.
—¡No puedo hacer eso!
Le respondí entre dientes:
—Inténtalo, y empieza ahora mismo.
—Eso no es posible. ¿Acaso no recuerdas lo mucho que querías que estuviera a tu lado hace tres días? ¿Lo difícil que nos resultaba permanecer separados? Todo eso no significa nada para ti, ¿verdad?
Le miré con mala cara, sin estar segura de lo que pretendía con eso.
—Era por ella —me dijo él—. Desde el mismo principio de todo. Teníamos que estar juntos, incluso entonces.
Lo recordé y de repente lo comprendí. Una pequeñísima parte de mí se sintió aliviada de que aquella locura tuviera explicación, pero ese alivio sólo me hizo sentirme más furiosa. ¿Es que acaso él esperaba que aquello fuera suficiente para mí? ¿Que esa pequeña aclaración haría que me pareciera bien?
—Huye mientras puedas —le amenacé.
—¡Venga, Bells! Yo también le gusto a Nessie —insistió él.
Me quedé helada y se me detuvo la respiración. Detrás de mí sentí un silencio repentino, una ansiosa reacción de los que estaban en la casa.
—¿Cómo… la has llamado?
Jacob dio un paso más hacia atrás, intentando parecer avergonzado.
—Bueno —masculló entre dientes—, ese nombre que os habéis sacado de la manga es un trabalenguas y…
—¿Le has puesto a mi hija de apodo el nombre del monstruo del Lago Ness? —chillé.
Y después le salté a la garganta.