Me tomaba la mitología mucho más en serio desde que me había convertido en vampiro.
Cuando recordaba mis primeros tres meses como inmortal, solía imaginar el aspecto que tendría el hilo de mi destino en el telar de las Parcas, porque claro, ¿quién podía saber si existían o no en realidad? Estaba persuadida de que mi hilo había cambiado de color, pensaba incluso que podía haber comenzado como un beis encantador, sufrido y contemporizador, algo que resultaría bien como fondo de las cosas. Ahora debía de ser de un escarlata intenso o tal vez un dorado refulgente.
Las hebras de mi familia, amigos y vecinos se entretejían hasta formar un tapiz hermoso, deslumbrante, compuesto por sus propios y brillantes colores de complemento.
Me sorprendían algunas de las hilazas que había terminado por incluir en mi vida. Por ejemplo, los licántropos, con sus colores amaderados, intensos, no eran algo que cupiera esperar; Jacob y Seth sí, por supuesto, pero otros viejos amigos como Quil y Embry también acabaron por convertirse en parte de la tela cuando se unieron a la manada de Jacob, e incluso Sam y Emily terminaron por mostrar una cierta cordialidad.
Las tensiones entre nuestras familias se redujeron en buena parte gracias a Renesmee, ese ser tan adorable.
Del mismo modo se entrelazaron en nuestras vidas Sue y Leah Clearwater, otras dos que no había previsto. Sue parecía haber tomado sobre sus hombros la tarea de suavizar la transición de Charlie hacia un mundo de fantasía. Solía acompañarle a casa de los Cullen la mayor parte de los días, aunque en realidad nunca pareció cómoda con el comportamiento de su hijo en particular y de la manada de Jacob en general. No tenía por costumbre hablar, se limitaba a merodear en torno a Charlie con ademán protector. Ella era la primera persona a la que él miraba cuando la niña hacía algo inquietante, demasiado avanzado para su edad, lo cual sucedía a menudo. En respuesta, Sue dirigía una mirada significativa a Seth como si le dijera: «Vale, tendrás que contarme a qué se debe esto».
Leah estaba aún más incómoda que Sue y era la única parte de nuestra recién extendida familia que se mostraba abiertamente hostil a la fusión. Sin embargo, ella y Jacob habían desarrollado una nueva camaradería que la mantenía en conexión con todos los demás. Una vez le pregunté por esto a él, no sin cierta vacilación, pues no quería entrometerme, pero la relación que había ahora entre ellos era tan diferente a como solía ser que me hizo sentir curiosidad. Él se encogió de hombros y me contó que era un asunto de la manada. Ella era su segunda al mando, su «Beta», como yo lo llamé una vez, tiempo atrás.
—Supongo que mientras deba andar metido en este rollo de Alfa y creérmelo y todo —me explicó Jacob—, será mejor que cumpla con las formalidades.
Esa nueva responsabilidad hacía que Leah sintiera la necesidad de controlar a menudo el paradero del jefe de su manada, y teniendo en cuenta que él estaba siempre con Renesmee…
Leah no se mostraba nada feliz de estar tan cerca de nosotros, pero era la excepción. La felicidad era el componente primordial de mi vida en esos momentos, y el diseño principal de mi tapiz.
Tanto que mi relación con Jasper se había convertido en algo mucho más cercano de lo que había soñado jamás Sin embargo, al principio me sentía algo molesta con él.
—¡Ya está bien! —me quejé a Edward una noche después de que pusiéramos a Renesmee en su cuna de hierro forjado—. Si no he matado ya a Charlie o a Sue, es muy probable que eso no vaya a ocurrir en un futuro. ¡Me gustaría que Jasper dejara de andar a mi alrededor todo el día!
—Nadie duda de ti, Bella, ni lo más mínimo —me aseguró él—. Ya conoces a Jasper, no puede resistirse a un buen clima emocional. Tú rezumas tanta felicidad todo el tiempo, amor, que gravita a tu alrededor sin pensárselo. No lo hace de forma consciente.
Y entonces Edward me abrazó estrechamente, porque nada le agradaba más que el éxtasis sobrecogedor que sentía en esta vida nueva.
Y yo estaba eufórica casi siempre. Los días no eran lo bastante largos para poder disfrutar de la adoración que sentía por mi hija; y las noches no tenían horas suficientes para satisfacer mi necesidad de Edward.
Sin embargo, había un punto débil en esta alegría. Si le daba la vuelta a la tela de nuestras vidas, imaginaba que el diseño en la parte del revés debía de basarse en los hilos desvaídos y grisáceos de la duda y el miedo.
Renesmee pronunció su primera palabra cuando tuvo justo una semana de edad. La palabra fue «mami», que debería haberme hecho feliz todo el día, salvo porque me aterraban tanto los progresos que iba haciendo que apenas pude forzar mi rostro paralizado a devolverle la sonrisa. Y no ayudó el hecho de que le siguiera su primera frase, sin pararse ni siquiera a respirar.
—¿Dónde está el abuelito, mami?
La enunció con una clara y aguda voz de soprano. Se había tomado la molestia de hablar sólo porque yo estaba al otro lado de la habitación. Ya le había preguntado a Rosalie usando su medio de comunicación normal, o gravemente anormal, según el punto de vista. Renesmee se había vuelto hacia mí, pues Rosalie ignoraba la respuesta.
Algo parecido ocurrió cuando caminó por primera vez, poco más de tres semanas después. Se había quedado mirando a Alice durante un buen rato, observándola con interés mientras su tía arreglaba ramos de flores en los jarrones dispersos por la habitación, bailoteando de un lado para otro con los brazos llenos de flores. La niña se puso en pie, sin tambalearse lo más mínimo, y cruzó la habitación con casi la misma gracia.
Jacob había estallado en aplausos, porque ésa era claramente la reacción deseada por Renesmee. La manera en la que él estaba vinculado a ella convertía sus propias reacciones en algo secundario; su primer acto reflejo era siempre darle a la niña cualquier cosa que necesitara, pero cuando nuestros ojos se encontraron, vi reflejado en los suyos todo el pánico que mostraban los míos. Le imité y aplaudí también en un intento de esconder el miedo, para que ella no lo percibiera, al igual que Edward, que hizo lo mismo a mi lado, y no tuvo que poner sus pensamientos en palabras para saber que eran los mismos.
Edward y Carlisle se sumergieron en una investigación dirigida a obtener todo tipo de respuestas, con el fin de saber qué era lo que podíamos esperar. No había mucho que pudiera encontrarse y nada que confirmar.
Alice y Rosalie comenzaban el día con un desfile de modas. Renesmee nunca se ponía lo mismo dos veces, en parte porque las ropas rápidamente se le quedaban pequeñas y en parte porque Alice y Rosalie querían crear un álbum de fotos que diera la impresión de reflejar una infancia de varios años en vez de semanas. Para ello, tomaban miles de fotografías, documentando cada fase de su crecimiento acelerado.
A los tres meses, Renesmee mostraba el aspecto de un niño grande de un año o de uno pequeño de dos. Para ser exactos, no tenía las formas propias de un niño de esa edad, pues era más esbelta y más graciosa y guardaba unas proporciones más equilibradas, como las de un adulto. Sus tirabuzones de color bronce le llegaban hasta la cintura y no podía soportar la idea de cortárselos, aunque Alice lo hubiera permitido, que no era el caso. Renesmee era capaz de hablar con una entonación y una gramática impecables, pero rara vez se molestaba en emplearlas, porque prefería simplemente mostrarle a la gente lo que quería. No sólo andaba, sino que también corría y bailaba, e incluso sabía leer.
Me veía obligada a investigar de continuo a la búsqueda de nuevo material porque a Renesmee no le gustaba repetir las historias de antes de irse a dormir, como en teoría complace a otros niños, y además no tenía ni pizca de paciencia con los libros de dibujos. Una noche me puse a leerle unos versos de Alfred Tennyson porque el flujo y el ritmo de su poesía parecían relajantes. Alzó la mano para tocarme la mejilla, con una imagen en la mente de nosotras dos, sólo que esta vez era ella la que sostenía el libro. Se lo entregué con una sonrisa.
—«Hay aquí una dulce música —leyó sin vacilaciones—, que cae con más suavidad que los pétalos sobre la hierba tras desprenderse de las rosas, o el rocío de la noche sobre aguas tranquilas entre las paredes de granito sombrío de un desfiladero reluciente…»[4].
Mi mano se movía con torpeza, como la de un robot cuando recuperé el libro.
—Si eres tú la que lee, ¿cómo te vas a dormir? —le pregunté con una voz en la que apenas podía disimular el temblor.
Según los cálculos de Carlisle, el crecimiento de su cuerpo iba disminuyendo de forma paulatina, aunque su mente continuaba su prodigioso salto hacia delante. Sería una adulta en menos de cuatro años, incluso aunque fuera a más el ratio de decrecimiento.
Cuatro años. Y una anciana a los quince.
Sólo quince años de vida.
Pero ella estaba tan sana, vital, brillante, deslumbrante y feliz. Su evidente bienestar hacía más fácil para mí ser feliz a su lado, viviendo el momento, y dejar los problemas del porvenir para el día de mañana.
Carlisle y Edward discutían en voz baja nuestras opciones para el futuro desde cada ángulo posible y yo procuraba no escucharlos. Ellos nunca mantenían estas discusiones en presencia de Jacob, ya que sólo había una manera de detener el envejecimiento y ésa sería una opción que a él no le emocionaría precisamente. Y a mí tampoco. ¡Demasiado peligroso!, me gritaban mis instintos. Jacob y Renesmee se parecían en muchos aspectos, ambos seres a medias, dos cosas a la vez. Y todos los cuentos de licántropos insistían en que la ponzoña vampírica era una sentencia de muerte más que un camino hacia la inmortalidad…
Carlisle y Edward habían investigado ya todo lo que podían a distancia y ahora nos estábamos preparando para seguir las viejas leyendas en sus mismas fuentes. Íbamos a regresar a Brasil, y empezar allí mismo. Los ticunas tenían leyendas sobre niños como Renesmee, y si habían existido otros como ella, quizá quedara algún cuento sobre el ciclo vital de estos niños semimortales…
La única cuestión que quedaba era cuándo íbamos a partir exactamente.
Yo era la causa de la demora. Una pequeña parte del asunto era mi deseo de permanecer cerca de Forks hasta después de las vacaciones, por el bien de Charlie; pero más aún, había un viaje diferente que sabía que habríamos de realizar primero… y tenía una clara prioridad. Y también, debía ser una excursión a solas.
Ésa había sido la única discusión que Edward y yo habíamos tenido desde que me había convertido en vampiro. El punto singular de este enfrentamiento era la cuestión de ir sola, pero los hechos eran los que eran, y mi plan era el único que tenía sentido desde un punto de vista racional. Debía realizar una visita a los Vulturis y tenía que ir sola por completo.
No lograba olvidarlos a pesar de estar liberada de las viejas pesadillas y de cualquier tipo de sueños. Ni tampoco ellos nos habían abandonado sin dejarnos algún que otro recordatorio.
No supe que Alice les había enviado un anuncio de boda hasta que me llegó el regalo de Aro. Estábamos muy lejos, en la isla Esme, cuando ella había tenido una visión de Jane y Alec, los gemelos de poderes devastadores, con otro grupo de soldados. Cayo planeaba enviar una partida de caza para comprobar si todavía era humana, algo que iba en contra de su edicto, porque yo debía convertirme o ser silenciada de forma permanente ante la amplitud de mis conocimientos sobre el mundo de la noche. Así que Alice había enviado el anuncio por correo en previsión de que esto retrasara su actuación, mientras ellos descifraban el significado que esto ocultaba. Pero vendrían en algún momento. Eso era cierto.
El regalo en sí no era una abierta amenaza. Extravagante, sí, casi atemorizador en su misma excentricidad. La advertencia estaba en la frase de despedida de la felicitación de Aro, escrita de su puño y letra con tinta negra en un cuadrado de pesado papel blanco:
Aspiro con deleite a ver a la nueva señora Cullen en persona.
El regalo venía presentado en una antigua caja de madera elaboradamente tallada, grabada con oro y madreperla y adornada con un arco iris de gemas. Según Alice, la caja en sí misma era un tesoro de valor incalculable que podría haber oscurecido a cualquier pieza de joyería que fuera allí dentro.
—Siempre me he preguntado por el paradero de las joyas de la corona después de que Juan de Inglaterra las empeñara en el siglo XIII —comentó Carlisle—. Supongo que no me sorprende que los Vulturis tomaran parte en ello.
La gargantilla de oro era sencilla, una gruesa cadena con eslabones en forma de escamas, imitando a una suave serpiente que podía enrollarse alrededor del cuello. De ella colgaba una joya: un diamante blanco del tamaño de una pelota de golf.
El poco sutil recordatorio de la nota de Aro me interesó más que la misma joya. Los Vulturis necesitaban cerciorarse de mi inmortalidad y de la obediencia de los Cullen, y no tardarían en querer comprobar ambos aspectos. Y yo no deseaba verlos cerca de Forks, por lo que sólo había una manera de mantener nuestra vida allí a salvo.
—No vas a ir sola —había insistido Edward entre dientes, con las manos cerradas en forma de puños.
—No me harán daño —repliqué yo en el tono de voz más tranquilizador que pude improvisar, forzándola a que sonara segura—. No tienen motivos para eso, ahora soy un vampiro. Caso cerrado.
—No. No, ni hablar.
—Edward, es la única manera de proteger a la niña.
Y él no había sido capaz de argumentar en contra de esto. Mi lógica era clara como el agua. Incluso durante el corto periodo de tiempo que había conocido a Aro me había dado cuenta de que su naturaleza era la del coleccionista, y sus piezas más valoradas eran las vivas. Codiciaba la belleza, el talento, y la rareza en sus seguidores inmortales más que cualquier joya que pudiese atesorar bajo las bóvedas de su hogar. Ya era suficientemente desafortunado que ambicionara las capacidades de Alice y Edward y yo no quería darle más razones para que estuviera celoso de la familia de Carlisle. Renesmee era hermosa, tenía un don y era única, sólo existía ella en su especie. Él no debía verla ni siquiera a través de los pensamientos de otro.
Y yo era la única a la cual no era capaz de leerle el pensamiento, motivo por el que debía ir sola. Alice no preveía ningún problema en mi viaje, pero le preocupaba la poca definición de sus visiones. Decía que a veces percibía algo brumoso cuando había decisiones externas que podrían entrar en conflicto, pero que aún no habían sido resueltas con solidez. Esta falta de certeza hacía que Edward, ya vacilante, se opusiera de modo resuelto a mi propósito. Quería acompañarme hasta que hiciera la conexión en Londres, pero yo no deseaba dejar a Renesmee sin ambos padres, así que Carlisle vendría en su lugar. Esto nos relajó a los dos un tanto, el saber que Carlisle estaría a unas pocas horas de distancia.
Alice continuó escaneando el futuro, pero sus hallazgos no guardaban relación alguna con lo que ella estaba buscando. Una nueva tendencia en el mercado de valores, una posible visita de reconciliación por parte de Irina, aunque su decisión aún no era firme, una tormenta de nieve que no nos afectaría al menos durante otras seis semanas, una llamada de Renée, para la cual yo estaba practicando una voz algo más «ruda» que la mía habitual y en la que mejoraba día a día…, porque para su conocimiento, yo todavía estaba enferma, aunque recuperándome.
Compramos los billetes para Italia el día después de que Renesmee cumpliera los tres meses. Planeaba que fuera una expedición muy corta, así que no había hablado del tema con Charlie. Jacob lo sabía y se puso de lado de Edward en este asunto. Sin embargo, la discusión de aquel día versaba sobre Brasil, porque él estaba decidido a ir con nosotros.
Nosotros tres, Jacob, Renesmee y yo, habíamos salido juntos de caza. La dieta de sangre animal no era la favorita de la niña, y ése era el motivo por el cual se le permitía a Jacob que nos acompañase. Jacob lo había convertido en una competición entre ellos dos y eso hacía que Renesmee estuviera más dispuesta a esta sesión de caza que a ninguna otra cosa.
Renesmee tenía muy claro que el asunto este de que cazar humanos no era bueno, por eso para ella la sangre donada era un buen acuerdo. La sangre humana le satisfacía y parecía ser compatible con su sistema, pero reaccionaba a toda clase de comida sólida con la misma resignación martirizada que yo había mostrado en algún momento ante la coliflor y las judías blancas. Al menos, la sangre animal era mejor que eso. Tenía una naturaleza competitiva y el reto de vencer a Jacob hacía que mirara la caza con expectación.
—Jacob —le dije, intentando razonar con él de nuevo, mientras Renesmee bailoteaba delante de nosotros en el gran claro, buscando un olor que le gustara—, tú tienes aquí obligaciones, Seth, Leah…
Él resopló.
—No soy la niñera de la manada. De todos modos, ellos también tienen responsabilidades en La Push.
—¿Y tú no? ¿Acaso vas a dejar de modo oficial el instituto, entonces? Si quieres mantener el nivel de Renesmee vas a tener que estudiar en firme.
—Sólo me he tomado un año sabático. Regresaré a la escuela cuando las cosas… vayan más despacio.
Perdí la concentración en mi parte de la discusión cuando él dijo eso, y ambos miramos de modo automático a la niña. Ella estaba observando cómo los copos de nieve revoloteaban por encima de su cabeza. Se derretían antes de que llegaran a la hierba que amarilleaba en el enorme prado con forma de cabeza de flecha donde nos encontrábamos. Su arrugado vestido de color marfil era sólo un tono más oscuro que la nieve y sus rizos marrón rojizo resplandecían aunque el sol estaba bien oculto detrás de las nubes.
Se agazapó durante un instante y luego saltó a unos cinco metros de altura por el aire delante de nosotros. Sus manitas atraparon un copo y se dejó caer con ligereza sobre los pies.
Se volvió hacia nosotros con su sorprendente sonrisa, algo a lo que era imposible acostumbrarse, y abrió las palmas de las manos para mostrarnos la estrella de hielo de ocho puntas perfectamente formada antes de que se derritiera.
—Qué bonita —le contestó Jacob, apreciando su gesto—, pero creo que estás perdiendo el tiempo, Nessie.
Ella corrió de regreso hacia Jacob y él le tendió los brazos justo en el momento en que ella saltó dentro de ellos. Siempre se movían de un modo absolutamente sincronizado. Ella hacía esto cuando debía decirle algo, porque seguía prefiriendo no hablar en voz alta.
Renesmee tocó su rostro, poniendo una adorable mala cara cuando escuchamos el sonido de un pequeño rebaño de alces alejándose en el bosque.
—Segurísimo que no tienes sed, Nessie —repuso Jacob con cierto talante sarcástico, pero más indulgente que otra cosa—. ¡Lo que pasa es que te da miedo que sea yo el que coja el más grande otra vez!
Ella saltó al suelo de nuevo desde los brazos de Jacob, aterrizando con ligereza y poniendo los ojos en blanco, un gesto que la hacía parecerse un montón a Edward. Y luego salió disparada entre los árboles.
—¡Ya voy yo! —me dijo Jacob cuando me incliné como si fuera a seguirla. Se arrancó la camiseta mientras cargaba detrás de ella hacia el bosque, temblando ya—. ¡No vale si haces trampas! —le gritó a Renesmee.
Le sonreí a las hojas que habían dejado flotando detrás de ellos, al tiempo que sacudía la cabeza. Algunas veces Jacob era más crío que la misma Renesmee.
Hice una pausa, dándoles a mis cazadores una ventaja de unos cuantos minutos. Era de lo más sencillo seguirles la pista y a Renesmee le encantaría sorprenderme con el tamaño de su presa.
Sonreí otra vez.
El estrecho prado estaba muy tranquilo, y desocupado. Los copos revoloteaban y se disolvían para desaparecer antes de caerme encima. Alice había visto que no llegaría una verdadera nevada hasta dentro de bastantes semanas.
Por lo general, Edward solía acompañarme en estas expediciones de caza, pero hoy estaba con Carlisle, planeando el viaje a Río, discutiendo el tema a espaldas de Jacob… Fruncí el ceño.
Cuando volviera, me pondría de parte de Jacob. Él debía venir con nosotros, se jugaba en esto casi tanto como cualquiera de nosotros, ya que arriesgaba su vida, igual que yo la mía.
De forma rutinaria, recorrí con los ojos la ladera de la montaña en busca de presas y peligros mientras me ensimismaba en los acontecimientos inminentes. No pensé en ello, fue un impulso automático. O quizás había una razón para mi escaneo, algo imperceptible que disparó mis sentidos agudos como cuchillas antes de que yo fuera siquiera consciente de ello.
Cuando mis ojos recorrieron el borde de un acantilado distante, que alzaba su contorno azul grisáceo contra el verde casi negro del bosque, un fulgor plateado, ¿o tal vez dorado?, atrapó mi atención.
Mi mirada se concentró en el color que no debía estar allí, tan lejano en la bruma que ni un águila hubiera sido capaz de descubrirlo. Me quedé observándolo.
Ella me devolvió la mirada.
No albergué duda de que se trataba de una vampira. Su tez era del color blanco del mármol, y su textura un millón de veces más suave que la de la piel humana. Incluso bajo las nubes, relucía con ligereza. Y si no la hubiera delatado la piel, lo habría hecho la inmovilidad. Sólo los vampiros y las estatuas eran capaces de estar tan perfectamente quietos.
Tenía el pelo de color rubio muy claro, casi plateado. Ése había sido el resplandor que había captado mi atención, ya que le caía recto, como cortado con una regla, hasta la altura de la barbilla, partido en dos lados iguales por una raya en medio.
Era una extraña para mí, estaba segura de que no la había visto jamás antes, ni siquiera cuando era humana. Ninguno de los rostros que había en mi nebulosa memoria era como éste, pero la reconocí por sus oscuros ojos dorados.
Irina había decidido venir, después de todo.
Durante un momento me quedé mirándola y ella me devolvió la mirada. Me pregunté si adivinaría de forma inmediata mi identidad. Alcé la mano a medias, como para saludar, pero su labio se torció un poco, dándole a su rostro un aspecto repentinamente hostil.
Escuché el grito de victoria de Renesmee en el bosque y enseguida el aullido de Jacob, haciéndole eco, y vi cómo Irina contorsionaba la cara de modo reflexivo ante el sonido, cuando le llegó unos segundos más tarde. Su mirada se deslizó hacia la derecha, y supe lo que estaba viendo. Un enorme licántropo de color rojizo, quizás el mismo que había matado a su Laurent.
¿Cuánto tiempo llevaba observándonos? Seguro que el suficiente para apreciar la naturaleza y profundidad del cambio que se había producido entre nosotros. Su rostro se contrajo en un espasmo de dolor.
De forma instintiva, abrí las manos frente a mí en un gesto de disculpa. Mientras me daba la espalda, curvó el labio hacia arriba sobre los dientes, abrió las mandíbulas y aulló. Cuando el tenue sonido me llegó, ella ya se había vuelto definitivamente y había desaparecido en el bosque.
—¡Mierda! —gruñí.
Salí disparada hacia el bosque detrás de Renesmee y Jacob, preocupada por no tenerles a la vista. No sabía en qué dirección había partido Irina, o lo furiosa que estaba en esos momentos.
La venganza era una obsesión bastante común entre los vampiros, y no era nada fácil de suprimir.
Corriendo a la máxima velocidad, sólo me llevó dos segundos alcanzarlos.
—El mío es más grande —insistía Renesmee cuando me precipité entre los espesos arbustos hasta el pequeño claro donde estaban.
Las orejas de Jacob se aplastaron hacia atrás cuando reconoció mi expresión; se inclinó hacia delante, mostrando los dientes, con el hocico ensangrentado después de la caza. Sus ojos rastrearon el bosque y pude escuchar el rugido que comenzaba a formarse en su garganta.
La niña estaba tan alerta como Jacob. Abandonando el ciervo muerto a sus pies, saltó hacia mis brazos que la esperaban, apretando sus manos curiosas contra mis mejillas.
—Es una reacción exagerada —les aseguré con rapidez—. Todo va bien, o eso creo. Tranquilos.
Saqué el móvil y toqué el botón de marcación rápida. Edward contestó al primer timbrazo.
Jacob y la niña escucharon con atención, a mi lado, mientras informaba a Edward.
—Ven, trae a Carlisle —comenté con tanta rapidez que me pregunté si Jacob podría seguir la frase—, he visto a Irina y ella me ha visto a mí, pero entonces ha percibido a Jacob, se ha enfurecido y ha huido, creo. No ha aparecido por aquí, bueno, no todavía, pero parecía bastante enfadada o sea que quizás se presente en cualquier momento. Y si no es así, Carlisle y tú debéis salir tras ella y hablarle. Me siento fatal.
El rugido de Jacob retumbó.
—Estaremos ahí en medio minuto —me aseguró Edward y escuché el roce del viento que generó su carrera.
Nos apresuramos hacia el prado grande y allí esperamos en silencio mientras yo aguzaba el oído para detectar la aproximación de alguien que no pudiéramos reconocer.
Pero el primer sonido que percibí era muy conocido. En un instante Edward estuvo a mi lado y Carlisle, unos cuantos segundos más tarde. Me sorprendió escuchar el conjunto de pesadas y grandes patas que siguió a Carlisle. Supongo que no debía haberme sorprendido que Jacob hubiera pedido refuerzos, ya que era lo normal al estar Renesmee en el más mínimo riesgo.
—Estaba allí, en lo alto de aquel acantilado —les dije con rapidez, señalando el punto exacto. Si Irina estaba huyendo gozaba ya de una buena ventaja; ¿pararía ella para escuchar a Carlisle? Su expresión me hacía pensar que no—. Quizá deberíais haberles dicho a Emmett y Jasper que vinieran también con vosotros. Parecía… realmente enfadada. Me rugió.
—¿Qué? —inquirió Edward con voz alterada.
Carlisle puso una mano sobre su hombro.
—Está sufriendo. Yo iré detrás de ella.
—Yo voy contigo —insistió Edward.
Intercambiaron una larga mirada, en la que quizás Carlisle estuvo midiendo la irritación de Edward con Irina frente a su capacidad de ayuda como lector de mentes. Al final, Carlisle asintió, y ambos se marcharon para seguir el rastro sin llamar a Emmett o Jasper.
Jacob, enojado, empujó mi espalda con la nariz. Quería llevar a Renesmee de vuelta a la seguridad de la casa, sólo por si acaso. Estuve de acuerdo con él y ambos nos apresuramos hacia allá con Seth y Leah flanqueándonos.
Renesmee estaba encantada en mis brazos con una mano aún descansando en mi mejilla. Como la expedición de caza se había suspendido, tendría que apañarse con la sangre donada. Sus pensamientos eran bastante petulantes.