Se percibía todo con una inusitada claridad.
Los contornos eran precisos y definidos.
Encima de mi cabeza refulgía una luminosidad cegadora, a pesar de lo cual todavía era capaz de ver los hilos incandescentes de los filamentos dentro del globo de la bombilla y distinguía todos los colores del arco iris en la luz blanca, y al borde mismo del espectro, un octavo color cuyo nombre no conocía.
Más allá de la luz pude distinguir los granos individuales de la madera oscura en el techo que nos cubría. Debajo de él, veía las motas de polvo flotar en el aire y aquellos lugares a los que llegaba la luz distintos y separados de los oscuros. Giraban como pequeños planetas, moviéndose unos alrededor de los otros en un baile celestial.
El polvo era tan hermoso que inhalé sorprendida. El aire se deslizó silbando por mi garganta, haciendo girar las motas de polvo en un embudo. Me pareció que algo iba mal. Reflexioné y me di cuenta de que el problema era que no sentía ningún alivio al respirar. No necesitaba el aire, y mis pulmones no me lo pedían ya. Es más, reaccionaban de forma diferente al llenarse.
No necesitaba el aire, pero me gustaba, porque me permitía saborear la habitación que me rodeaba, aquellas encantadoras motas de polvo, la mezcla del aire viciado con el flujo de una brisa ligeramente más fresca que venía de la puerta abierta. Probé también un olorcillo suntuoso a seda. De igual modo percibí el gusto tenue de algo cálido y deseable, algo que podría ser húmedo, pero que no lo era… Ese olor hizo que la garganta me quemara por la sequedad, un eco ligero del ardor de la ponzoña, aunque estuviera teñido del tufo penetrante del cloro y el amoníaco. Y por encima de todo, pude saborear un aroma mezcla de miel, lilas y sol que era el que predominaba sobre todos, el de aquello que tenía más cerca.
Escuché el sonido de los demás, que volvían ahora a respirar de nuevo ya que yo también lo había hecho. Su aliento se mezcló con el de miel, lilas y luz de sol, mostrando otros ingredientes. Canela, jacinto, pera, agua salada, pan recién hecho, pino, vainilla, cuero, manzana, musgo, lavanda, chocolate… Necesité usar más de una docena de comparaciones en mi mente, aunque ninguna de ellas le encajaba a la perfección. Era algo tan dulce y agradable.
La televisión del piso inferior estaba apagada, y escuché a alguien, ¿Rosalie?, cambiar su peso de un pie a otro en el primer piso.
También distinguí un tenue ritmo de golpeteo mientras una voz replicaba con enfado al sonido. ¿Música rap? Me sentí desconcertada durante un momento, y después el sonido se desvaneció como si fuera el de un coche que pasara con las ventanillas bajadas.
Pegué un respingo, me di cuenta de que seguramente era eso mismo. ¿Acaso podía oír la autovía desde allí?
No caí en la cuenta de que alguien me sujetaba la mano hasta que ese alguien me la apretó con dulzura. Del mismo modo que antes había tenido que ocultar el dolor, mi cuerpo se cerró de nuevo debido a la sorpresa. Ése no era el contacto que había esperado. La piel era del todo suave, pero con una temperatura equivocada, porque no estaba fría.
Después de ese primer segundo paralizado por la sorpresa, mi cuerpo respondió al tacto poco familiar de un modo que aún me chocó más.
El aire siseó por mi garganta, salió disparado por entre mis dientes apretados con un sonido sordo y amenazante, como el de un enjambre de abejas. Antes de que el sonido se apagara, mis músculos se agruparon y arquearon, retorciéndose para apartarse de lo desconocido. Salté sobre mi espalda con un giro tan rápido que debería haber convertido la habitación en un borrón incomprensible, pero no fue así. Seguí viendo cada una de las motas de polvo, cada astilla de las paredes cubiertas de paneles de madera, cada hilo suelto con detalles tan microscópicos que mis ojos giraron a su vez.
Reaccioné a la defensiva y me agazapé, pegada a la pared, hasta que comprendí qué me había asustado unas décimas de segundo más tarde y por qué había tenido una reacción tan desmedida.
Oh. Claro. Edward ya no me daría la sensación de estar frío. Ambos teníamos ahora la misma temperatura.
Mantuve la postura durante una décima de segundo más, adaptándome a la escena que tenía delante de mí.
Edward estaba inclinado sobre la mesa de operaciones que se había convertido en mi pira, con la mano extendida hacia mí, y la expresión llena de ansiedad.
El rostro de Edward era lo más importante para mí, pero mi visión periférica catalogó todo lo demás, sólo por si acaso. Algún extraño instinto defensivo se había disparado en mí, y automáticamente busqué algún signo de peligro.
Mi familia de vampiros esperaba llena de cautela contra la pared más alejada de la puerta, con Emmett y Jasper en la parte delantera. Como si realmente hubiera algún peligro. Las aletas de mi nariz se agitaron, buscando la amenaza. No podía oler nada que estuviera fuera de lugar. El tenue resto del aroma de algo delicioso, pero estropeado por el olor de fuertes productos químicos, hormigueó de nuevo en mi garganta, dejándola ardiente y dolorida.
Alice estaba mirando desde detrás del codo de Jasper con una gran sonrisa en el rostro; la luz brillaba en sus dientes, como un arco iris de ocho colores. Aquella sonrisa me tranquilizó y entonces todas las piezas encajaron. Jasper y Emmett estaban delante de todos los demás para protegerlos, como había supuesto. Lo que no había captado a la primera era que el peligro era yo.
Pero todo esto resultaba algo secundario. La mayor parte de mis sentidos y mi mente estaban concentrados todavía en el rostro de Edward.
Nunca le había visto así antes de ese momento.
¿Cuántas veces me había quedado mirando a Edward y me había maravillado de su belleza? ¿Cuántas horas, días, semanas de mi vida había pasado soñando con lo que yo entonces había considerado perfección? Creía que conocía su rostro mejor que el mío propio. Había pensado que ésta era la única certeza física de mi mundo entero: la perfección absoluta del rostro de Edward.
Pero era como si en realidad hubiese estado ciega. Por vez primera, ya eliminadas de mis ojos las sombras borrosas y las debilidades limitadoras de mi humanidad, vi su rostro. Jadeé y después luché con mi vocabulario porque era incapaz de hallar los términos apropiados. Necesitaba palabras mejores para ello.
Llegados a este punto, la otra parte de mi mente había comprobado que no había allí ningún otro peligro que no fuera yo, así que me erguí, abandonando mi postura agazapada. Había pasado casi un segundo entero desde que aún estaba sobre la mesa de operaciones.
Me preocupó un momento la forma en la que mi cuerpo se movía. Al instante en que había considerado la idea de ponerme derecha, ya estaba erguida. No había un fragmento de tiempo entre concebir la idea y realizarla: la transición se producía de forma instantánea.
Continué mirando con fijeza el rostro de Edward, de nuevo inmóvil. Dio la vuelta a la mesa lentamente y cada uno de sus pasos le llevó apenas medio segundo, fluyendo de forma sinuosa, como el agua de un río sobre las piedras de contornos suaves del fondo. Su mano aún extendida. Observé la gracia de su avance, absorbiéndola con mis nuevos ojos.
—¿Bella? —preguntó con un tono de voz bajo, calmante, aunque la preocupación teñía mi nombre de tensión.
No pude contestar de forma inmediata, perdida como estaba en las capas de terciopelo de su voz. Era la sinfonía más perfecta, una de un solo instrumento, el más profundo creado jamás por el hombre…
—¿Bella, amor? Lo siento, sé que se siente uno desorientado, pero estás bien, y luego todo va a ir mejor.
¿Todo? Mi mente giró, volviéndose en una espiral cerrada a mi última hora como humana. El recuerdo parecía ya tenue, como si se contemplara a través de un espeso velo oscuro. Mis ojos humanos habían estado medio ciegos y aquello se veía ahora tan borroso…
Cuando él decía que todo iba a ir bien, ¿incluía eso a Renesmee? ¿Dónde estaba ella? ¿Con Rosalie? Intenté rememorar su rostro. Sabía ya que era muy hermoso, pero resultaba irritante contemplarlo a través de mis recuerdos humanos. Un rostro envuelto en la oscuridad, tan pobremente iluminado…
¿Y qué pasaba con Jacob? ¿Se encontraba bien? Mi mejor amigo, después de haber sufrido tanto, ¿me odiaba? ¿Había regresado con la manada de Sam? ¿Y Seth y Leah, también? ¿Estaban los Cullen a salvo o mi transformación había encendido una guerra con la manada? ¿La completa seguridad en sí mismo que mostraba Edward era en realidad una tapadera? ¿Estaba simplemente intentando calmarme y nada más?
¿Y Charlie? ¿Qué le iba a decir ahora? Debía de haber estado llamando mientras yo ardía sobre aquella cama. ¿Qué le habían contado? ¿Qué pensaba él que me había ocurrido?
Mientras yo deliberaba en una centésima de segundo qué pregunta formular en primer lugar, Edward alzó la mano con vacilación y me acarició la mejilla con las yemas de los dedos. Era suave como el satén, suave como una pluma y ahora se ajustaba exactamente a la temperatura de mi piel.
Su tacto parecía atravesar en un barrido la superficie de mi piel, justo hasta los huesos de mi cara. La sensación era de cosquilleo, eléctrica y saltaba a través de mis huesos, bajándome por la columna hasta alojarse temblando en mi estómago.
Espera, pensé cuando el temblor floreció convirtiéndose en una calidez, un anhelo. ¿No se suponía que esto tenía que perderse? ¿No era el desprenderse de estas sensaciones una parte del trato?
Yo era un vampiro neonato; de hecho, la sequedad, el dolor abrasador que sentía en la garganta suponían una prueba suficiente de ello. Y sabía lo que conllevaba serlo. Las emociones y deseos humanos regresarían para formar parte de mí en algún momento posterior, de alguna forma, pero yo había aceptado que no las sentiría desde el principio. Sólo sed. Ése era el trato, el precio a pagar que yo había aceptado.
Pero cuando la mano de Edward se curvó hasta adoptar la forma de mi rostro como acero cubierto de raso, el deseo corrió por mis venas resecas, cantando desde el cráneo hasta las puntas de los dedos de mis pies.
Él arqueó una ceja perfecta, esperando a que dijera algo.
Yo arrojé los brazos en torno a su cuerpo.
Nuevamente, me pareció que no se había producido ningún movimiento. En un momento yo estaba erguida e inmóvil como una estatua y en el mismo instante, lo tenía entre mis brazos.
Mi primera percepción fue de calor, o al menos eso me pareció. Y luego aquel dulce aroma delicioso que nunca había sido capaz de disfrutar en toda su realidad con mis débiles sentidos humanos, pero que era el uno por ciento de Edward. Presioné el rostro contra su pecho suave.
Y entonces él cambió la distribución de su peso, incómodo, y se apartó de mi abrazo. Me quedé mirándole con fijeza la cara, confusa y asustada por su rechazo.
—Mmm… Ve con cuidado, Bella. Ay.
Aparté los brazos y los doblé detrás de la espalda tan pronto como lo comprendí.
Ahora yo era demasiado fuerte.
—Ops —dije sin hacer sonido apenas, sólo con un movimiento de labios.
Él esbozó esa clase de sonrisa que me hubiera detenido el corazón si aún hubiera seguido latiendo.
—Que no te dé un ataque de pánico ahora, amor —repuso, alzando la mano para tocar mis labios, separados en una mueca horrorizada—. Simplemente eres algo más fuerte que yo en este momento.
Fruncí las cejas hasta que se unieron. Esto también estaba previsto, pero me parecía de lo más surrealista, aún más que cualquier otra cosa igual de increíble de las que me estaban ocurriendo en ese momento. Era más fuerte que Edward. Había hecho que exclamara «ay».
Su mano acarició de nuevo mi mejilla y yo olvidé por completo mi angustia porque otra ola de deseo recorrió mi cuerpo inmóvil.
Estas emociones eran mucho más intensas que aquellas a las que estaba acostumbrada y resultaba difícil concentrarse en un solo hilo de pensamientos a pesar del espacio extra que había en mi cabeza. Cada nueva sensación me embargaba por completo. Recordé que Edward me había dicho alguna vez, aunque su voz en este caso era una sombra débil de la claridad cristalina y musical de la de ahora, que su especie, «nuestra» especie, se distraía con facilidad.
Ahora podía comprender por qué.
Hice un esfuerzo coordinado para concentrarme. Había algo que quería decir, lo más importante.
Muy cuidadosamente, con tanta cautela que el movimiento apenas fue discernible, saqué el brazo derecho de mi espalda y alcé la mano para tocar su mejilla. No me permití que el color perlado de mi mano, la seda suave de su piel o la descarga eléctrica que silbaba en las puntas de mis dedos desviaran mi atención Clavé mis ojos en los suyos y escuché mi voz por primera vez.
—Te amo —le dije, pero sonó como si lo hubiera cantado. Mi voz repicaba y resplandecía como la de una campana.
Su sonrisa en respuesta me encandiló mucho más que cuando era humana, porque ahora podía verle de verdad.
—Como yo a ti —contestó él.
Tomó mi rostro entre las manos e inclinó el suyo hacia el mío, con la lentitud suficiente para recordarme que debía tener cuidado. Me besó, con la suavidad de un suspiro al principio y después con una fuerza repentina, con fiereza. Intenté recordar que debía ser cuidadosa con él pero era un trabajo muy duro hacer memoria de nada bajo el asalto de la sensación, muy difícil mantener ningún tipo de pensamiento coherente.
Era como si no me hubiera besado nunca antes, como si fuera nuestro primer beso. Y la verdad era que jamás me había besado así.
Casi me hizo sentirme culpable. Seguramente estaba rompiendo alguna cláusula del contrato, porque se suponía que tampoco podría tener esto.
Aunque ahora no necesitaba oxígeno, mi respiración cobró velocidad, se aceleró tanto como cuando me estaba quemando, aunque éste era un tipo distinto de fuego.
Alguien carraspeó. Emmett. Reconocí el sonido profundo a la primera, burlón y enojado a la vez.
Se me había olvidado que no estábamos solos. Y entonces me di cuenta de que la forma en la que mi cuerpo se incrustaba en el de Edward no era el apropiado cuando se está en compañía.
Avergonzada, di un paso hacia atrás con otro movimiento instantáneo. Edward se echó a reír entre dientes y dio el paso también conmigo, manteniendo sus brazos firmemente apretados en torno a mi cintura. Su rostro relucía, como si hubiera una llama blanca detrás de su piel diamantina.
Inhalé un trago de aire innecesario para recuperarme.
¡Qué diferente era esta forma de besar! Leí su expresión mientras comparaba mis confusos recuerdos humanos con esta sensación clara, intensa. Él parecía… un poco pagado de sí mismo.
—Te has estado conteniendo antes por mí —le acusé con mi voz cantarina y los ojos un poco entrecerrados.
Él soltó una carcajada, radiante de alivio porque todo había pasado: el miedo, el dolor, las inseguridades, la espera, aquello estaba ya a nuestras espaldas.
—Entonces era necesario —me recordó él—. Ahora es tu turno de no hacerme pedazos —y se echó a reír de nuevo.
Puse mala cara cuando pensé en ello y entonces no fue sólo Edward el que se echó a reír.
Carlisle dio un paso alrededor de Emmett y caminó hacia mí con rapidez; sus ojos tenían una ligera expresión precavida, pero Jasper se movió detrás de él como si fuera su sombra. Nunca había visto realmente el rostro de Carlisle antes, al menos no de verdad. Sentí una extraña necesidad de pestañear, era como mirar al sol.
—¿Qué tal te sientes, Bella? —me preguntó Carlisle.
Lo consideré durante una milésima de segundo.
—Abrumada. Hay demasiado… —mi voz se desvaneció, atenta ahora a su tono como de campanillas.
—Sí, puede llegar a ser bastante confuso.
Asentí con un rápido movimiento de cabeza, nervioso.
—Pero sigo sintiéndome yo misma, o al menos algo parecido. No esperaba esto.
Los brazos de Edward se apretaron un poco más alrededor de mi cintura.
—Ya te lo dije —me susurró.
—Estás muy controlada —reflexionó Carlisle—. Mucho más de lo que yo esperaba, incluso contando con todo el tiempo que has tenido para prepararte mentalmente para esto.
Pensé en los violentos cambios de humor, la dificultad en concentrarme y murmuré.
—No estoy tan segura de eso.
Él asintió con seriedad y sus ojos como joyas relumbraron interesados.
—Me parece que esta vez hicimos algo bien con la morfina. Dime, ¿qué es lo que recuerdas del proceso de transformación?
Yo dudé, muy consciente de cómo el aliento de Edward me rozaba la mejilla, enviando chispas eléctricas por toda mi piel.
—Lo recuerdo… muy borroso. Me acuerdo de que el bebé no podía respirar…
Miré a Edward de repente asustada por la imagen.
—Renesmee está sana y muy bien —me prometió, con un resplandor que jamás había visto en sus ojos. La nombró con un sencillo fervor, como con reverencia. Del mismo modo que la gente devota habla de sus dioses—. ¿Qué recuerdas después de aquello?
Me concentré en mantener cara de póquer. Los embustes nunca habían sido mi fuerte.
—No es fácil acordarse. Había una completa oscuridad. Y entonces… abrí los ojos y pude verlo todo.
—Sorprendente —musitó Carlisle, con los ojos iluminados.
El disgusto me invadió y esperé que el calor inundara mis mejillas y me dejara en evidencia. Luego recordé que nunca volvería a ruborizarme. Tal vez eso sirviera para proteger a Edward de la verdad.
Pero tenía que encontrar la manera de avisar a Carlisle. Algún día, por si necesitaba crear algún nuevo vampiro. Esa posibilidad parecía muy lejana, lo que me hizo sentir mejor a pesar de la mentira que acababa de contar.
—Quiero que pienses, que me cuentes todo lo que recuerdes —me presionó Carlisle, entusiasmado, y no pude evitar la mueca que recorrió mi rostro. No quería seguir mintiéndole, porque lo más probable es que terminara pillándome. Y además no deseaba pensar en la quemazón. A diferencia de mi memoria humana, esa parte estaba muy clara y encontré que podía recordarla con una precisión más que indeseada—. Oh, lo siento tanto, Bella —se disculpó Carlisle con rapidez—. Seguro que tienes que sentirte muy incómoda con la sed. Esta conversación puede esperar.
Hasta que él no lo mencionó, la sed no me pareció particularmente difícil de manejar. Había tanto espacio en el interior de mi cabeza. Una parte separada de mi cerebro vigilaba el ardor de mi garganta, casi como un acto reflejo. Del mismo modo que mi viejo cerebro se las había apañado con la respiración y el pestañeo. Pero la suposición de Carlisle trajo esa quemazón a la parte central de mi mente. De pronto, no fui capaz de pensar más que en el dolor y la sequedad, y cuanto más lo contemplaba, más me dolía. Mi mano voló hacia mi garganta, donde se pegó, adaptándose a ella, como si sofocar de ese modo las llamas desde el exterior. Sentía la piel del cuello extraña bajo mis dedos, tan suave que parecía blanda, pero sin embargo era dura como la piedra.
Edward dejó caer los brazos y me cogió de una mano, tirando de ella con ternura.
—Vamos a cazar, Bella.
Los ojos se me abrieron como platos y el dolor de la sed cedió, mientras la sorpresa lo sustituía.
¿Yo? ¿Cazando? ¿Con Edward? Pero… ¿cómo? No sabía qué hacer.
Él leyó la alarma en mi expresión y sonrió dándome ánimos.
—Es muy fácil, amor, casi instintivo, así que no te preocupes, yo te enseñaré cómo —al ver que no me movía, compuso esa sonrisa torcida suya y alzó las cejas—. Siempre tuve la impresión de que te hubiera gustado verme cazar.
Me eché a reír con una súbita explosión de buen humor (parte de mí aún atendiendo maravillada al sonido como de repique de campanas) mientras sus palabras me recordaban una nube brumosa de conversaciones humanas. Y me llevó todo un segundo recorrer en mi mente aquellos primeros días con Edward, el verdadero comienzo de mi vida, de modo que no los olvidara nunca. No había esperado que me resultara tan incómodo recordar. Era como intentar buscar algo a través del agua cenagosa. Ya sabía por la experiencia de Rosalie que si pensaba a menudo en mis recuerdos humanos, no los perdería con el paso del tiempo. No quería olvidar ni uno solo de los minutos que había pasado con Edward, ni siquiera ahora, cuando la eternidad se extendía ante nosotros. Debía buscar la manera de asegurarme de que aquellos recuerdos humanos quedaran pegados con cemento a mi infalible mente de vampira.
—¿Vamos? —me preguntó Edward, y alzó la mano para coger la mía, que aún reposaba en mi cuello. Sus dedos repasaron mi garganta—. No quiero que le hagas daño a nadie —añadió en un murmullo sordo. Un murmullo que antes nunca hubiera logrado escuchar.
—Estoy bien —le contesté para no faltar a mi hábito humano—. Espera. Primero hay algo…
En realidad no era «algo», sino tantas cosas. No había podido hacer mis preguntas, y había cosas más importantes que el dolor.
Fue Carlisle el que habló ahora.
—¿Sí?
—Quiero verla, a Renesmee.
Era extrañamente difícil decir su nombre. «Mi hija», estas palabras resultaban incluso complicadas de pensar. Todo parecía tan lejano. Intenté recordar cómo me había sentido hacía tres días, y de modo automático mi mano se liberó de la de Edward y se posó sobre mi barriga.
Estaba plana, vacía. Aferré la seda pálida que me cubría la piel, sintiendo pánico de nuevo, mientras una parte insignificante de mi mente registraba el hecho de que Alice debía de haberme cambiado de ropa.
Sabía que ya no había nada en mi interior y recordaba lejanamente la escena de la sangrienta extracción, pero la prueba física resultaba todavía difícil de asumir. Todo lo que sabía hacer era seguir amando a la pequeña pateadora que había estado dentro de mí. Pero en el exterior parecía un producto de mi imaginación. Una fantasía elusiva, un sueño que era a medias una pesadilla.
Edward y Carlisle intercambiaron una mirada de prevención mientras yo luchaba por salir de mi confusión. Los pillé.
—¿Qué? —les exigí al inquirir.
—Bella —comenzó Edward con voz tranquilizadora—, ésa no es una buena idea. Ella es medio humana, amor. Su corazón late y corre sangre por sus venas. No querrás ponerla en peligro hasta que tengas controlada de verdad tu sed, ¿a que no?
Puse mala cara. Claro que no quería eso.
¿Es que estaba fuera de control? Confundida, puede que sí. Me desconcentraba con facilidad, eso también, pero ¿peligrosa? ¿Para ella? ¿Para mi hija?
No estaba segura del todo de que la respuesta fuera «no», así que tendría que ser paciente.
Sonaba difícil, porque hasta que la viera de nuevo, no sería algo real para mí, sólo un sueño que se desvanece… de una extraña…
—¿Dónde está? —escuché con atención y entonces pude percibir el corazón que latía en el piso de abajo.
Podía oír la respiración de más de una persona, silenciosas, como si ellos estuvieran escuchando a su vez. También se oía el sonido de un fuerte latido, como el de un tambor, que no conseguía situar…
Y el sonido del latido de aquel corazón sonaba tan húmedo y atractivo que la boca comenzó a hacérseme agua.
Así que sin duda tendría que aprender a cazar antes de ver a mi bebé, que era como una extraña.
—¿Está con Rosalie?
—Sí —respondió Edward en tono cortante y me di cuenta de que había pensado en algo que le había molestado. Yo creía que Rosalie y él habían superado sus diferencias, aunque, ¿había vuelto la animosidad que sentían el uno por el otro? Antes de que pudiera preguntar, él apartó las manos de mi barriga plana, tirándome de ellas cariñosamente otra vez.
—Espera —protesté de nuevo, intentando concentrarme—. ¿Y qué pasa con Jacob? ¿Y con Charlie? Contadme todo lo que me he perdido. ¿Cuánto tiempo he estado… inconsciente?
Edward no pareció darse cuenta de la vacilación que había experimentado en mi última palabra. En vez de eso, estaba intercambiando otra mirada preocupada con Carlisle.
—¿Qué es lo que va mal?
—No es que algo vaya mal —contestó Carlisle, enfatizando la última palabra de un modo extraño—. Nada ha cambiado de modo sustancial, la verdad, y tú sólo has estado sin consciencia durante unos días. Ha sido bastante rápido si se tiene en cuenta lo que suelen llevar estas cosas. Edward ha hecho un trabajo excelente, bastante innovador: inyectar la ponzoña directamente en el corazón ha sido idea suya —hizo una pausa para sonreír con orgullo a su hijo y después suspiró—. Jacob sigue por aquí, y Charlie cree que aún sigues enferma. Le hemos dicho que estás en Atlanta en estos momentos, realizándote algunas pruebas en el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades. Le dimos un número equivocado y se siente frustrado. Ha estado hablando con Esme.
—Debería llamarle… —murmuré para mis adentros, pero al escuchar mi propia voz, comprendí la dificultad que esto supondría, porque no la reconocería y no lo tranquilizaría. Y entonces se inmiscuyó la otra sorpresa anterior—. Espera un momento… ¿Jacob está todavía aquí?
Se intercambiaron otra mirada.
—Bella —intervino Edward con rapidez—. Hay muchas cosas en qué pensar, pero tenemos que ocuparnos de ti lo primero. Debes de estar pasando un mal rato Cuando señaló ese hecho, recordé la quemazón en mi garganta y tragué de forma convulsiva.
—Pero Jacob…
—Tenemos todo el tiempo del mundo para las explicaciones, cariño —me recordó con dulzura.
Claro. Podía esperar un poco para obtener las respuestas, y me resultaría más fácil escuchar cuando el fiero dolor que me producía aquella sed ardiente no dispersara mi concentración.
—Vale.
—Espera, espera, espera —gorjeó Alice desde el umbral. Bailoteó avanzando dentro de la habitación, graciosa y con aspecto soñador. Como me había sucedido con Edward y Carlisle, me quedé atónita al verla realmente por primera vez. Era tan encantadora…
—¡Me prometiste que yo estaría presente la primera vez! ¿Y qué pasa si corréis cerca de algo que sea reflectante?
—Alice… —protestó Edward.
—¡Sólo me llevará un segundo! —y con esa afirmación, Alice salió disparada de la habitación.
Edward suspiró.
—¿De qué está hablando?
Pero Alice ya estaba de vuelta, acarreando un espejo enorme de marco dorado desde la habitación de Rosalie que tenía casi dos veces su tamaño y varias veces su anchura.
Apenas había notado la presencia de Jasper hasta este momento. Había permanecido tan inmóvil y silencioso que no había vuelto a reparar en él desde el momento en que le había visto seguir a Carlisle. Se movió alrededor de Alice con idéntico sigilo sin apartar los ojos de la expresión de mi rostro. Yo era el peligro allí.
Supe que estaría también comprobando el estado de ánimo a mi alrededor, de modo que debió de percibir el sobresalto que experimenté mientras estudiaba su rostro, mirándolo atentamente por primera vez.
Las cicatrices de su vida anterior entre los ejércitos de neófitos en el sur habían sido casi invisibles a mis imperfectos ojos humanos. Sólo usando una luz intensa para darles relieve había podido percibirlas. Ahora que podía ver de verdad, las cicatrices eran el rasgo dominante de Jasper. Resultaba difícil apartar la mirada de su cuello y su mandíbula destrozados, y era difícil creer que incluso un vampiro hubiera podido sobrevivir a todas aquellas marcas de dientes que le destrozaban la garganta.
De forma instintiva, me tensé para defenderme. Cualquier vampiro que viera a Jasper por primera vez habría experimentado la misma reacción. Las cicatrices eran como una valla publicitaria que anunciaba «¡Peligro!». ¿Cuántos vampiros habían intentado matar a Jasper? ¿Cientos, miles? El mismo número que, sin duda, había muerto en el empeño.
Jasper vio y sintió mi evaluación, mi cautela y sonrió irónicamente.
—Edward me calentó la cabeza por no haberte puesto delante de un espejo antes de la boda —dijo Alice, distrayendo mi atención de su aterrador amante—. Y esta vez no me va a regañar.
—¿Regañar? —preguntó Edward con escepticismo, alzando una ceja.
—Quizás estoy exagerando un poco —murmuró ella de forma ausente, mientras volvía el espejo para que pudiera mirarme.
—Yo diría más bien que esto sólo tiene que ver con tu propia satisfacción de voyeur —contraatacó él.
Alice le guiñó un ojo.
Sólo fui consciente de esta conversación con la parte menor de mi cerebro. La parte más importante estaba absorta en la persona del espejo. La criatura extraña que había en el cristal era indescriptiblemente hermosa, tanto como Alice o Esme en todos sus detalles. Su contorno era fluido incluso en reposo, y su rostro impecable era pálido como la luna contra el marco de su pelo espeso y oscuro. Tenía las extremidades esbeltas y fuertes, y su piel relucía con sutileza, luminosa como una perla.
Mi segunda reacción fue de horror.
¿Quién era ella? A primera vista no podía encontrar mi propio rostro en los suaves planos perfectos de sus rasgos.
¡Y sus ojos! Aunque hubiera debido esperarlo, esos ojos todavía hacían que me atravesara un escalofrío de terror.
Mientras yo me estudiaba en el espejo y reaccionaba de este modo, su rostro se mantuvo perfectamente sereno, como la talla de una diosa. Sin que mostrara nada de la agitación que se revolvía en mi interior. Y entonces se movieron sus labios llenos.
—¿Y estos ojos? —susurré, sin la más mínima gana de decir «mis ojos»—. ¿Cuánto tiempo estarán así?
—Se oscurecerán en unos cuantos meses —repuso Edward con una voz dulce, consoladora—. La sangre animal diluye el color con más rapidez que con una dieta de sangre humana. Primero se volverán de color ambarino y más tarde, dorados.
¿Que mis ojos centellearían con esas despiadadas llamas rojas durante meses?
—¿Meses? —el tono de mi voz se elevó una octava a causa de la tensión.
En el espejo, aquellas cejas perfectas se enarcaron con incredulidad sobre los relumbrantes ojos escarlatas, más brillantes de lo que había visto jamás.
Jasper dio un paso hacia delante, alarmado por la intensidad de mi repentina ansiedad. Lo cierto es que conocía a los jóvenes vampiros demasiado bien, así que, ¿presagiaría esta emoción algún mal paso por mi parte?
Nadie contestó a mi pregunta. Yo retiré la mirada, hacia Edward y Alice. Ambos tenían los ojos ligeramente desenfocados, en reacción a la inquietud de Jasper, pendientes de lo que la había causado, escaneando el futuro inmediato.
Inhalé otro profundo trago de aire, del todo innecesario.
—No, me encuentro bien —les prometí. Mis ojos se desplazaron desde la extraña del espejo hacia ellos y nuevamente hicieron el mismo recorrido—. Es sólo que… cuesta mucho hacerse a la idea.
Jasper frunció el ceño, poniendo de relieve las dos cicatrices que tenía sobre el ojo izquierdo.
—No lo sé —murmuró Edward.
La mujer del espejo puso mala cara.
—¿Qué pregunta es la que me he perdido?
Edward sonrió ampliamente.
—Jasper se pregunta cómo lo haces.
—¿Cómo hago qué?
—Controlar tus emociones, Bella —respondió Jasper—. Nunca había visto a un neonato hacer esto, frenar una emoción en seco de ese modo. Estabas molesta, pero cuando viste nuestra preocupación, la controlaste y recobraste el dominio de ti misma. Yo estaba preparado para ayudar, pero no lo has necesitado.
—¿Y eso está mal? —inquirí.
Mi cuerpo se envaró de forma automática esperando el veredicto.
—No —repuso, pero su voz sonaba insegura.
Edward pasó su mano a lo largo de mi brazo, como si intentase animarme a que me relajara.
—Es admirable, Bella, pero no lo entendemos. No sabemos cuánto durará.
Reflexioné durante una milésima de segundo. ¿Es que en cualquier momento podría morder a alguien? ¿Convertirme en un monstruo?
No lo veía venir por ninguna parte. Tal vez no había manera de anticiparse a una cosa como ésa.
—Pero ¿qué es lo que piensas? —preguntó Alice, algo impaciente ahora, señalando el espejo.
—No estoy segura —repliqué intentando evitar la cuestión y sin querer admitir lo muy asustada que estaba.
Me quedé mirando a aquella hermosa mujer con esos ojos tan terroríficos, tratando de encontrar en ella algún rastro de mí. Había algo en la forma de sus labios, si apartabas la belleza mareante, y era cierto que el labio superior estaba algo desequilibrado, demasiado lleno para encajar perfectamente en el inferior. Hallar este rasgo familiar me hizo sentir un poquito mejor. Quizá también se encontraba allí el resto de mi persona.
Alcé la mano de forma experimental, y la mujer del espejo copió mi movimiento, tocándose también el rostro. Sus ojos de color escarlata me observaban con cautela.
Edward suspiró.
Trasladé la mirada de ella a él, alzando una ceja.
—¿Decepcionado? —le pregunté, con mi voz cantarina impasible. Él se echó a reír.
—Sí —admitió.
Sentí que la conmoción quebraba la máscara compuesta de mi rostro, seguida inmediatamente del dolor de la herida.
Alice rugió. Jasper se inclinó de nuevo hacia delante, esperando que saltara para morder.
Pero Edward les ignoró y envolvió apretadamente en sus brazos mi nueva forma paralizada, presionando sus labios contra mi mejilla.
—Esperaba que sería capaz de leerte la mente, ahora que se parece más a la mía —murmuró—. Y aquí estoy, frustrado como siempre, preguntándome qué será lo que anda fraguándose dentro de tu cabeza.
De repente me sentí mucho mejor.
—Ah, bueno —repuse con ligereza, aliviada de que mis pensamientos continuaran siendo sólo míos—. Supongo que mi cerebro nunca funcionará bien, pero al menos soy bonita.
Me iba resultando cada vez más fácil bromear con él mientras me adaptaba, y también pensar de forma correcta. Volver a ser yo misma.
Edward gruñó en mi oreja.
—Bella, tú nunca has sido sólo bonita.
Entonces, su rostro se apartó del mío y suspiró.
—Vale, vale —le replicó a alguien.
—¿Qué? —pregunté.
—Estás poniendo a Jasper más nervioso a cada minuto que pasa. No se relajará un poco hasta que hayamos ido de caza.
Observé la expresión preocupada de Jasper y asentí. No quería morder a nadie aquí, si es que el momento se estaba acercando. Mejor estar rodeada de árboles que de familia.
—Vale, vámonos de caza —acepté, mientras mi estómago se estremecía con un escalofrío producido por los nervios y la anticipación.
Me solté de los brazos de Edward, que me envolvían, tomé una de sus manos y le volví la espalda a la extraña beldad del espejo.