Las dos primeras cosas de la lista de «lo que jamás querría hacer».

La manada comenzó a avanzar en formación siguiendo las órdenes de Sam mientras yo continuaba en el suelo. Embry y Quil me flanqueaban a la espera de que me recobrara y marcara el ritmo.

Sentí la urgencia y la necesidad de ponerme en pie y liderarlos. La compulsión fue en aumento por mucho que intentara reprimirla allí, en el suelo, encogido y con náuseas.

Embry me lloriqueó quedamente el oído. Él no quería pensar las palabras, temeroso de atraer otra vez hacia mí la atención de Sam. Percibí la muda súplica de que me levantara, me sobrepusiera y acabara con aquello de una vez.

Los componentes de la manada sentían pánico, no tanto por ellos mismos, sino por el conjunto. No se nos pasaba por la imaginación que todos fuéramos a salir con vida de aquella noche. ¿Qué hermanos íbamos a perder? ¿Qué personalidades se perderían para siempre? ¿A qué familias deberíamos consolar al día siguiente?

Mi mente comenzó a razonar al ritmo de los demás y a pensar al unísono mientras íbamos capeando esos miedos. Me incorporé de inmediato y enderecé el pelaje.

Embry y Quil lanzaron un resoplido de alivio. El segundo me tocó el lomo una vez con el hocico.

El desafío de la misión y el cometido asignado ocuparon sus mentes. Recordamos todos juntos las noches en las cuales habíamos observado las prácticas de lucha de los Cullen a fin de derrotar a los neófitos. Emmett era el más fuerte, pero Jasper nos daría más problemas con esos movimientos suyos tan similares al zigzagueo de un relámpago: energía, velocidad y muerte, las tres en uno. ¿Cuántos siglos de experiencia podía tener? Los suficientes para que el resto de la familia le contemplase como guía.

Puedo lanzar un ataque frontal si tú prefieres el flanco, me ofreció Quil, mucho más entusiasmado que la mayoría de la manada. Quil llevaba muriéndose de ganas de poner a prueba sus habilidades contra el vampiro desde aquellas clases nocturnas de adiestramiento impartidas por Jasper. Él consideraba todo esto como un concurso, y no iba a cambiar de punto de vista a pesar de saber que se estaba jugando el pellejo. Paul era otro que tal, y también los jóvenes Collin y Brady, que todavía no habían presenciado una batalla. Seth habría pensado lo mismo que ellos si los oponentes no hubieran sido amigos suyos.

¿Cómo quieres que le hagamos morder el polvo, Jake?, me preguntó Quil tras atraer mi atención con el hocico.

Únicamente logré sacudir la cabeza, incapaz de concentrarme en nada. La compulsión para seguir las órdenes era tal que me sentía como un títere con alambres en todos los músculos del cuerpo. Debía dar un paso y luego otro.

Seth se vio arrastrado detrás de Collin y Brady, en un grupo donde Leah había asumido el papel de cabecilla. Ignoró a Seth mientras planeaba con los demás, y vi cómo le dejaba fuera de la pelea. Había un punto maternal en los sentimientos que profesaba hacia su hermano pequeño, pues ella deseaba que Sam le enviara a casa. Seth no se daba cuenta de las dudas de Leah, pues también él era una marioneta sujeta por alambres.

Quizá si dejaras de resistirte…, sugirió Embry con la boca chica.

Limítate a centrarte en nuestra parte: los grandullones. Podemos acabar con ellos, ¡les podemos! Quil se estaba dando ánimos, como esos jugadores que se arengan a sí mismos antes del partido.

Me di cuenta de lo fácil que podía ser pensar exclusivamente en mi parte del trabajo. No me espantaba la idea de atacar a Jasper y Emmett. Habíamos estado a punto de hacerlo con anterioridad y había pensado en ellos como enemigos durante mucho tiempo. Me sentía capaz de hacerlo de nuevo.

Me bastaba con olvidar que ellos protegían lo mismo que yo había custodiado hasta hacía nada. Únicamente debía ignorar la razón por la cual podría desear que ganaran ellos.

Estate a lo que hay que estar, Jake, me avisó Embry.

Moví los pies con desgana, oponiendo resistencia a los tirones de los alambres.

Toda rebeldía es inútil, insistió Embry.

Estaba en lo cierto. Yo iba a terminar acatando la voluntad de Sam si él se sentía dispuesto a imponerla, y era obvio que el jefe estaba por la labor.

La existencia de la autoridad del Alfa tenía un buen motivo: ni siquiera una manada tan nutrida como la nuestra era una fuerza de relevancia sin un líder. Debíamos movernos y pensar juntos en aras a la eficacia, y eso requería que el cuerpo tuviera una cabeza.

¿Y qué ocurría si Sam se equivocaba ahora? Nadie podía evitarlo. Nadie podía refutar su decisión.

A menos que…

Tuve una idea que nunca jamás había querido plantearme; pero ahora que tenía las cuatro patas sujetas por esos alambres invisibles, caí con alivio en la existencia de una excepción. No, más que alivio, con verdadero gozo.

Nadie salvo yo podía disputar la decisión del Alfa.

No me había hecho acreedor de nada, pero poseía ciertos dones y había ciertas cosas que jamás había reclamado.

Nunca había querido liderar la manada, y tampoco albergaba ese deseo ahora. No deseaba que la responsabilidad del destino de todo descansara sobre mis hombros, y a Sam eso se le daba muy bien, era mejor de lo que yo lo sería jamás.

Pero esa noche estaba equivocado, y yo no había nacido para arrodillarme ante él. Las ataduras de mi cuerpo se aflojaron en el mismo momento en que reclamé mi derecho de nacimiento. Gradualmente crecieron en mí dos sensaciones, una de libertad y otra más extraña, la de un poder vacío, hueco, ya que el poder de un Alfa procede de su manada, y yo no tenía manada.

La soledad me abrumó durante unos segundos. Ahora no tenía manada. Pero seguía en pie y recuperé las fuerzas mientras caminaba hacia el lugar donde Sam planeaba el ataque con Paul y Jared. El líder se volvió al escuchar el sonido de mi avance y entrecerró los ojos negros.

No, repetí.

Lo percibió de inmediato en la nota de mis pensamientos, supo de mi elección en cuanto escuchó la voz Alfa de mis pensamientos. Retrocedió medio paso con un aullido de sorpresa.

¿Qué has hecho, Jacob?

No voy a seguirte en una causa completamente errada, Sam.

Clavó en mí los ojos, estupefacto.

¿Antepondrías tus enemigos a tu familia?

No son… Sacudí la cabeza para aclararme las ideas. No son nuestros enemigos y nunca lo han sido. No vi esa realidad hasta que lo pensé lo suficiente, cuando de verdad me propuse destruirlos.

Esto no va sobre los Cullen, sino sobre Bella, me gruñó. Ella nunca ha sido tuya y jamás te ha elegido, y ¡aun así continúas destruyendo tu vida por ella!

Eran palabras muy duras, pero no menos ciertas. Aspiré un gran trago de aire para digerirlas.

Tal vez estés en lo cierto, pero vas a destruir a la manada por ella, Sam. No importa cuántos sobrevivan esta noche, siempre tendrán ese crimen sobre sus conciencias.

¡Debemos proteger a nuestras familias!

Estoy al tanto de tu decisión, Sam, pero tú no decides por mí, ya no.

No puedes dar la espalda a la tribu, Jacob.

Percibí el doble eco de la orden impartida con su voz de Alfa, pero no sentí el peso de la misma, pues ya no causaba efecto alguno en mí. Apretó la mandíbula tratando de forzarme a responder a sus palabras.

Miré fijamente sus ojos coléricos.

El hijo de Ephraim Black no ha nacido para seguir al de Levi Uley.

Ah, entonces, ¿es eso, Jacob Black? ¡La manada nunca te seguirá ni aunque me venzas!

El pelo del cuello se le puso de punta al tiempo que Paul y Jared gruñían con las pelambreras erizadas.

¿Vencerte? Pero si no voy a pelearme contigo, Sam.

En tal caso, ¿qué te propones? No tengo la menor intención de apartarme para que puedas proteger a la progenie del vampiro a expensas de la tribu.

No te lo voy a ordenar.

Si les ordenas que te sigan…

No se me ha pasado por la cabeza privar a nadie de su voluntad.

Flageló el aire con el rabo de un lado para otro y se echó hacia atrás para evaluar el buen tino de mis palabras. Entonces, se adelantó un paso y nos quedamos en un cuerpo a cuerpo. Exhibió los dientes a centímetros de los míos. Hasta ese momento no me di cuenta de que había crecido hasta ser más grande que él.

No puede haber más de un Alfa, y la manada me ha elegido a mí. ¿Vas a separarte de nosotros esta noche? ¿Darás la espalda a tus hermanos o vas a poner fin a esta locura y volverás reunirte con nosotros?

Todas y cada una de las palabras venían envueltas en una nota de autoridad, pero no hizo efecto alguno en mí. Fue en ese momento cuando comprendí la razón por la cual jamás había más de un macho Alfa en la manada. Todo mi ser respondía al desafío y noté cómo me embargaba el instinto de defender lo que era mío. La fibra de mi esencia lupina se aprestó a la batalla para dirimir la supremacía.

Le eché los restos para controlar esa reacción. No iba a enzarzarme en una pelea con Sam, que seguía siendo mi hermano, incluso aunque le diera la espalda.

Esta manada sólo tiene un Alfa y yo no voy a cuestionar eso. Voy a elegir mi propio camino, eso es todo.

¿Ahora perteneces a un aquelarre, Jacob?

Solté un respingo.

No sé, Sam, pero hay algo de lo que sí estoy seguro…

Él retrocedió abrumado por el peso de mi voz de Alfa, que le afectaba más que la suya a mí, ya que yo había nacido para mandar sobre él.

… voy a interponerme entre vosotros y los Cullen. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras la manada extermina a gente inocente. Se me hacía duro aplicar esa palabra a los vampiros, pero era la verdad. La manada es mejor que eso. Guíala en la dirección correcta, Sam.

Un coro de aullidos rasgó el aire a mi alrededor cuando le di la espalda. Me alejé de la barahúnda que había provocado y hundí las pezuñas en el suelo a fin de correr más, pues no disponía de mucho tiempo. Al menos, Leah era la única con posibilidades de sobrepasarme y yo ya había cobrado ventaja.

Los bramidos se fueron disipando con la distancia, pero que la algarabía siguiera rasgando el velo de la noche me consolaba: aún no me seguían.

Debía avisar a los Cullen antes de que la manada se reuniera y me detuviera. Si el aquelarre estaba alerta, Sam tendría que pensárselo otra vez antes de que fuera demasiado tarde. Imprimí mayor velocidad a mi carrera en dirección a la casa blanca, un lugar que seguía odiando, mientras dejaba atrás mi hogar, pues esa morada ya no era la mía. Había renunciado a todo.

Aquel día había comenzado como cualquier otro. Había patrullado durante la noche para volver a casa en cuanto amaneció un alba lluviosa. Había desayunado con Billy y Rachel con el sonsonete de fondo de los programas malos de la tele y reñido por una tontería con Paul. ¿Cómo podía haber dado todo un giro tan completo y surrealista? ¿Cómo era posible que todo se hubiera liado y complicado hasta el punto de que ahora estuviera solo y fuera un Alfa contra mi voluntad? ¿Cómo podía ser que hubiera cortado lazos con mis hermanos y preferido a los vampiros?

Interrumpió el hilo de mis pensamientos el sonido que tanto había esperado y temido: el suave impacto contra el suelo de unas zarpas enormes detrás de mí, en pos de mis huellas. Aumenté la fuerza de mis zancadas y me lancé como un poseso por el bosque sombrío. Me bastaba con acercarme lo suficiente para que Edward pudiera leer en mi mente la señal de alarma. Leah no iba a ser capaz de detenerme ella sola.

En ese momento, percibí el hilo de esos pensamientos situados detrás de mí. No había ira, sino entusiasmo; un instinto gregario y no de caza.

Interrumpí la carrera y di un par de traspiés antes de volver a recuperar el equilibrio.

Espérame, no tengo las patas tan largas como las tuyas.

¿Seth? ¿Qué estás haciendo?¡VUELVE A CASA!

No me respondió, pero logré percibir su entusiasmo mientras seguía mis pasos sin vacilar y fui capaz de ver a través de sus ojos igual que por los míos. Para él, la escena nocturna estaba llena de esperanza y para mí era de lo más sombría.

No me percaté de que había ralentizado el paso y de pronto lo tuve a mi flanco, corriendo junto a mí.

No estoy de guasa, Seth. Éste no es lugar para ti. Hala, date el piro.

El enflaquecido lobo de pelaje color café claro resopló.

Te sigo a ti, Jacob. A mi modo de ver, tienes razón, y no voy a permanecer con Sam cuando…

Maldita sea, ya lo creo que vas a correr detrás de Sam. ¡Ya puedes ir moviendo ese culo peludo tuyo hacia La Push! ¡Acata las órdenes de Sam!

No.

¡Ve, Seth!

¿Es eso una orden, Jacob?

Su pregunta me hizo detenerme en seco. Resbalé y a fin de detenerme, hundí las uñas en el barro hasta dejar surcos en él.

Yo no ordeno nada a nadie. Me limito a decirte lo que tú ya sabes.

Mi acompañante se dejó caer a mi lado sobre los cuartos traseros.

Yo voy a decirte lo que sé. Fíjate cuánto silencio… ¿No lo has notado?

Parpadeé y moví la cola en señal de intranquilidad nada más comprender a qué se refería. El silencio no era absoluto. Lejos, en el oeste, los aullidos seguían llenando la noche.

Y no han cambiado de fase, me recordó Seth.

Ya lo sabía. Ahora, la manada iba a estar en alerta roja. Podían usar el vínculo mental para ver con claridad por todos los flancos, pero yo era incapaz de escucharles los pensamientos.

Únicamente podía oír a Seth, y sólo a él.

Da la impresión de que el vínculo no existe entre dos manadas diferentes, ¿no? Supongo que no había razón para que lo supieran nuestros padres, pues no existía posibilidad alguna de que hubiera dos manadas separadas: nunca había lobos suficientes para dos grupos. Vaya. Menudo silencio. Da un poco de grima, pero, por otro lado, también da buen rollo, ¿no te parece? Apuesto a que era más fácil para Ephraim, Quil y Levi, como ahora ocurre entre nosotros. No hay tanta cháchara siendo tres; o sólo dos.

Cállate, Seth.

Sí, señor.

¡Para ya! No hay dos grupos. La manada va por un lado y yo por otro. Eso es todo, así que anda, tira ya para casa.

Si no hubiera dos manadas, en tal caso, ¿por qué tú y yo nos podemos oír perfectamente y no escuchamos a los demás? Creo que has realizado un movimiento significativo cuando te has apartado de Sam, has provocado un cambio, y creo que el hecho de seguirte ha tenido también su relevancia.

Tienes razón, admití, pero los cambios también son reversibles.

Se incorporó y comenzó a trotar hacia el este.

Ahora no hay tiempo para discutir del asunto. Deberíamos movernos para anticiparnos a Sam.

También estaba en lo cierto a ese respecto. No teníamos tiempo para esa discusión. Eché a correr de nuevo, pero me impuse un ritmo menos duro. Seth me siguió muy de cerca en el flanco derecho, el lugar tradicional reservado al segundo de la manada.

Puedo ir donde me plazca, me aseguró al tiempo que agachaba levemente el hocico. No te sigo en busca de promoción alguna.

Corre hacia donde te salga de las narices. Me trae al fresco.

Los dos aumentamos la velocidad de nuestra carrera a pesar de no oír sonido alguno que nos indicara una posible persecución. Ahora estaba más preocupado: las cosas iban a ser más difíciles si no podía meter la oreja en las conversaciones de la manada, pues tenía las mismas posibilidades de prever un ataque que los Cullen.

Podemos hacer rondas, sugirió Seth.

¿Y de qué nos sirve eso si nos desafía el grupo? Entorné los ojos. ¿Atacarías a tu camada, y a tu hermana?

No, sembramos alarma y nos replegamos.

Buena respuesta, pero ¿qué hacemos luego? No creo…

Lo sé, admitió, ahora con menos confianza. Tampoco yo me veo capaz de pelear contra ellos, pero la idea de atacarnos les apetece tan poco como a nosotros. Eso podría bastar para contenerlos, y además, ahora son sólo ocho.

Deja de ser tan… optimista. Necesité cerca de un minuto para elegir la palabra adecuada. Me sacas de quicio.

Vale, sin problemas. ¿Quieres que sea un cenizo y un agorero o sólo que me calle?

Que cierres la boca.

Puedo hacerlo.

¿De verdad? Me da a mí que no.

Al fin, se calló.

En ese momento cruzamos el camino y el bosque situado alrededor de casa de los Cullen. ¿Era Edward capaz de oírnos ya?

Quizá deberíamos ir pensando en un saludo, algo así como «venimos en son de paz».

El que más te mole.

¿Edward?, llamó Seth a modo de prueba. ¿Estás ahí, Edward? Vale, ahora me siento como un idiota.

Y también lo pareces.

¿Crees que puede oírnos?

Estábamos a kilómetro y medio.

Eso creo. Eh, Edward, si puedes oírme, chupasangre, prepara las defensas. Tienes un problema.

Tenemos un problema, me corrigió Seth.

Irrumpimos en el prado, corriendo entre los árboles. La casa estaba a oscuras, pero no vacía. Edward permanecía en el porche entre Emmett y Jasper. Bajo la escasa luz de la noche, parecían de nieve.

—¿Jacob? ¿Seth? ¿Qué ocurre?

Disminuí la velocidad primero y luego retrocedí varios pasos a causa del hedor. El efluvio de los vampiros respirado a través de mi nariz de lobo quemaba como el ácido, de veras. Seth se lamentó en silencio, dubitativo, y acabó por ponerse detrás de mí.

A fin de responder a la pregunta de Edward, eché la vista atrás y rememoré la discusión con Sam. Seth metió baza de vez en cuando para llenar las lagunas y mostró la escena desde otro ángulo. Nos detuvimos cuando llegamos a la parte de la abominación, ya que Edward siseó con furia cuando abandonó el porche de un salto.

—¿Quieren matar a Bella? —bufó con voz apagada.

Los otros dos Cullen no habían oído la primera parte de la conversación y tomaron aquella pregunta formulada sin inflexión de voz alguna como una afirmación. Un momento antes estaban junto a él, y un segundo después exhibieron los colmillos y se abalanzaron sobre nosotros.

—¡Em, Jazz, ésos no, los otros! La manada viene hacia aquí.

Emmett y Jasper retrocedieron. El segundo nos vigiló con la mirada mientras el primero se volvía hacia Edward.

—Pero ¿cuál es su problema? —inquirió Emmett.

—El mismo que el mío —repuso él con voz sibilante—, pero ellos han planteado otra forma de manejarlo. Reúne a los otros y telefonea a Carlisle para que él y Esme vuelvan aquí ahora mismo.

Aullé con frustración. El aquelarre estaba disperso.

—No están lejos —aseguró Edward con la misma voz lánguida de antes.

Voy a echar un vistazo, anunció Seth. Correré por el perímetro este.

—¿Vas a exponerte a algún peligro, Seth? —quiso saber Edward.

Él y yo intercambiamos una mirada.

No lo creo, pensamos ambos al unísono. Luego, yo agregué: Quizá debería ir yo también, sólo por si acaso.

Es menos probable que me desafíen si voy solo, observó Seth. A sus ojos, soy un simple crío.

Y a los míos también, chaval.

Me voy hacia allí. Necesitarás coordinarte con los Cullen.

Giró en redondo y se perdió en la oscuridad con la rapidez de una bala. No pensaba ordenarle que merodeara por el entorno, así que le dejé marchar.

Edward y yo nos quedamos el uno frente al otro en la oscura pradera. Emmett murmuraba algo por el móvil mientras que Jasper vigilaba la zona del bosque por la cual se había desvanecido Seth. Alice apareció en el porche y se marchó enseguida junto a Jasper, tras contemplarme fijamente con la ansiedad reluciendo en los ojos. Supuse que Rosalie continuaba dentro en compañía de Bella, protegiéndola de los atacantes equivocados.

—No es ésta la primera vez que contraigo una deuda de gratitud contigo, Jacob —susurró Edward—. Jamás te habría pedido algo semejante.

Entonces, pensé en su petición de aquella misma tarde. En lo tocante a Bella, él se saltaba todas las barreras habidas y por haber.

Sí, sí lo habrías hecho.

Se lo pensó un rato y luego asintió.

—Supongo que tienes razón.

Suspiré pesadamente.

Bueno, tampoco ésta es la primera vez que hago esto por ti.

—Cierto —murmuró.

El día no se me dio muy allá, lo siento, pero ya te advertí que Bella no iba a escucharme.

—Lo sé. En realidad, jamás pensé que lo hiciera, pero…

—… debías intentarlo. Me hago cargo. ¿Está un poco mejor?

La voz y los ojos se le quedaron vacíos cuando, tras un suspiro, contestó:

—Ha empeorado.

No quería asumir esas dos palabras, y por eso me alegró tanto la intervención de Alice:

—¿Te importaría cambiar de forma, Jacob? Quiero enterarme de lo que pasa.

Sacudí mi cabeza lupina al tiempo que Edward le contestaba por mí.

—Necesita seguir como lobo para mantener el contacto con Seth.

—Bueno, en tal caso, ¿tendrías la amabilidad de decirme qué está pasando?

—La manada… ha llegado a la conclusión de que Bella se ha convertido en un problema. Los hombres lobo prevén un peligro potencial por parte de… lo que ella lleva en el vientre —Edward se explicó con frases entrecortadas y desprovistas de emoción—. Se consideran obligados a eliminar ese peligro. Jacob y Seth se han separado de la manada para avisarnos de que los demás planean lanzar un ataque esta misma noche.

Alice se alejó de mí entre siseos. Emmett y Jasper intercambiaron una mirada y luego recorrieron los árboles con los ojos.

Por aquí fuera no hay nadie, informó Seth. Todo está en calma por el lado este. Quizás anden por ahí. Voy a dar otra vuelta.

—Carlisle y Esme vienen de camino —anunció Emmett—. Estarán aquí en veinte minutos como mucho.

—Deberíamos adoptar una posición defensiva —sugirió Jasper.

Edward asintió.

—Vayamos dentro.

Recorreré el perímetro junto a Seth. Si estoy demasiado lejos para que me leas la mente, presta atención a mi aullido.

—Así lo haré.

Los vampiros se replegaron al interior del edificio sin dejar de lanzar miradas a todas partes.

Me di la vuelta y eché a correr hacia el oeste antes de que estuvieran dentro.

Sigo sin encontrar nada, me dijo Seth.

Yo me hago cargo de la mitad del perímetro. Movámonos deprisa para no darles la oportunidad de que se cuelen entre nosotros a escondidas.

Seth salió por patas en un repentino sprint.

Estuvimos corriendo en silencio y los minutos transcurrieron sin novedad. Yo permanecí atento a cuanto él oía a fin de verificar una correcta interpretación de los sonidos.

Eh, alguien se acerca a toda pastilla, me avisó al cabo de quince minutos en silencio. Voy. Me pilla de camino.

Mantén la posición, me da que no es la manada. Esto tiene otra pinta. Seth…

Un soplo de brisa trajo un efluvio. Le leí la mente.

Es un vampiro. Apuesto a que es Carlisle.

Retrocede, Seth. Tal vez sea algún otro…

No, son ellos. Reconozco el aroma. Espera, voy a cambiar de fase y se lo explico todo.

Seth, no me parece que eso sea una buena…

Pero ya se había marchado.

Corrí lleno de ansiedad a lo largo de la zona oeste. ¿A que me salía todo tan «estupendo» que ni siquiera era capaz de cuidar de él durante aquella enloquecedora nochecita? ¿Y si le sucedía algo estando bajo mi tutela? Leah me haría picadillo.

Por lo menos, el crío se mantenía cerca y en menos de dos minutos volví a leerle la mente.

Sí, eran Carlisle y Esme. Menuda sorpresa se han llevado al verme, tío. Probablemente ya estarán dentro de la casa. Carlisle me dio las gracias.

Es un buen tipo.

Sí. Ésa es una de las razones por las que hacemos bien al obrar así.

Eso espero.

¿Por qué estás de bajón, Jake? Te apuesto lo que quieras a que Sam no va a lanzar la manada contra los Cullen esta noche. No es de los que se lanzan a una misión suicida.

Suspiré. De todos modos, tampoco parecía importar.

Ah, pensó, no tiene nada que ver con Sam, ¿verdad? Di la vuelta al llegar al final de mi ronda. Capté el efluvio de mi compañero por donde había pasado por última vez. No íbamos a dejar brechas.

Crees que, de todos modos, Bella va a morir, concluyó Seth.

En efecto, así es.

Pobre Edward. Debe de haber enloquecido.

Tal como suena.

La mención del nombre de Edward trajo a un primer plano otros recuerdos más candentes que el joven leyó con asombro.

Y entonces se puso a aullar.

Venga, colega. Ni de coña. No lo hiciste. Tú es que comes flores, Jacob. ¡Lo sabías perfectamente! No puedo creer que lo hicieras. ¿De qué vas? Debiste decirle que no.

Deja de aullar, calla, idiota. ¡Los Cullen van a creerse que viene la manada!

Ahí va.

Se interrumpió en mitad del aullido.

Di media vuelta y comencé a corretear hacia la casa.

No te metas en esto, Seth. Ahora hazte cargo de la vuelta entera.

Se enfurruñó, pero le ignoré.

Falsa alarma, falsa alarma, pensé mientras me acercaba a la carrera. Lo siento. Seth es joven y se olvida de las cosas. Ha sido una falsa alarma.

Pude ver a Edward mirando por una ventana a oscuras en cuanto llegué al prado. Me adentré a buen paso, queriendo asegurarme de que había recibido el mensaje.

Ahí fuera no pasa nada… ¿Lo has entendido?

Él asintió una vez en silencio.

Sería mucho más fácil si la comunicación no fuera unidireccional. Sin embargo, luego, me alegré un montón de no estar en la sesera de Edward.

Él miró hacia atrás, al interior del edificio. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Me despidió con un gesto de la mano y se metió dentro, fuera de mi vista.

¿Qué ocurre?

Como si fuera a conseguir una respuesta.

Me quedé muy quieto en el prado y agucé el oído. Casi era capaz de escuchar las suaves pisadas de Seth en el bosque, a varios kilómetros de allí, con aquellas orejas lobunas. Por tanto, resultaba fácil distinguir casi cualquier sonido del interior del edificio.

—Era una falsa alarma —explicó Edward con esa voz de sepulcro, repitiendo lo que yo acababa de decirle—. Algo alteró a Seth y se puso a aullar sin acordarse de que estábamos esperando una señal. Es muy joven.

—Qué bonito esto de tener niñitos protegiendo el fuerte —refunfuñó una voz más profunda.

Intuí que sería Emmett.

—Esta noche nos han prestado un gran servicio, Emmett —le recordó Carlisle—, y con un alto precio personal.

—Sí, ya lo sé. Sólo son celos. Me gustaría estar ahí fuera.

—Seth no cree que Sam vaya a atacarnos ahora —contestó Edward de forma mecánica—, no ahora que estamos prevenidos y tras perder a dos miembros del grupo.

—¿Y qué piensa Jacob? —quiso saber Carlisle.

—No es tan optimista.

Nadie dijo nada. Percibí un goteo que no logré situar, y también la cadencia apenas audible de la respiración de los Cullen, lo cual me permitía diferenciarla de la de Bella, más laboriosa y áspera. Sus jadeos se sucedían a intervalos irregulares. Mi sentido del oído era capaz incluso de distinguir los latidos de su corazón, desbocado. Lo comparé con los del mío, pero no estaba muy seguro de que fueran equiparables, pues tampoco es que yo fuese un tipo normal precisamente.

—No la toques. Vas a despertarla —susurró Rosalie.

Alguien suspiró.

—Rosalie… —musitó Carlisle.

—No empieces, Carlisle. Antes te hemos permitido hacerlo a tu manera, pero hasta ahí vamos a llegar.

Tuve la impresión de que Rosalie y Bella utilizaban ahora la primera persona del plural, como si ellas dos formaran su propia manada.

Anduve en silencio por delante de la edificación. Cada paso me llevaba un poco más cerca. Las oscuras ventanas parecían un juego de pantallas de televisión instaladas en un oscurecido recibidor. Era imposible apartar los ojos de ellas durante mucho tiempo.

Al cabo de escasos minutos de andar al paso, me había acercado tanto que rozaba el lateral del porche con el pelaje. A esa distancia era capaz de ver a través de las ventanas tanto el techo y la araña de luces fijada al mismo, como la parte superior de las paredes. Tenía la suficiente altura, me bastaba con estirar un poco el cuello y, a lo sumo, apoyar una pata en el extremo del porche.

Eché un vistazo al interior del enorme y despejado cuarto de estar, esperando contemplar una imagen similar a la de la tarde, pero había pegado cambiazo tal, que al principio me sentí desorientado y llegué a creer que me había equivocado de habitación.

No había señal de la pared de cristal, que ahora parecía de metal, y habían retirado todo el mobiliario. Bella se aovillaba desmañada en una estrecha cama situada en el centro del espacio abierto. No era un lecho normal, sino uno con rieles, como los de las clínicas. También parecían de hospital los cables de los monitores sujetos con correas a su cuerpo y los tubos pegados a su piel. Los indicadores luminosos de las pantallas parpadeaban, pero no se oía más sonido que el del goteo del catéter endovenoso fijado al brazo por el que corría un fluido denso y blanco, no transparente.

Estaba sumida en un duermevela intranquilo y respiraba con cierta dificultad. Tanto Edward como Rosalie pululaban a su alrededor y se inclinaban sobre ella. De repente gimió y sufrió una convulsión. Rosalie deslizó la mano sobre la frente de Bella mientras su hermano permanecía de espaldas a mí, envarado como un palo. No podía verle, pero algo debía de tener escrito en el careto porque Emmett se interpuso entre ellos más rápido de lo que se tarda en parpadear.

Apoyó las manos en Edward y dijo:

—No esta noche. Debemos atender otras preocupaciones.

El interpelado se alejó de ellos. Volvía a ser aquel hombre atormentado y consumido. Sus ojos se encontraron con los míos durante un instante. Entonces, me dejé caer sobre las cuatro patas y corrí de regreso a la sombría foresta.

Salí pitando para reunirme con Seth, me largué para alejarme de lo que dejaba atrás.

Peor, sí, Bella estaba peor.