Estaba a punto de quedarme dormido.
El bosque había pasado del negro al gris, ya que haría cosa de una hora que el sol había asomado entre el velo de las nubes. Seth se había hecho una bola y se había quedado frito a eso de la una. Yo le desperté al alba para hacer el relevo. Incluso a pesar de haber pasado corriendo toda la noche, me había resultado muy difícil calmar mi mente desbocada lo suficiente para conciliar el sueño. El correteo rítmico de Seth había ayudado lo suyo. Uno, dos tres, cuatro. Uno, dos tres, cuatro. Dum. Dum dum. Dum. El apagado rumor de sus zarpas sobre la tierra reblandecida por la humedad había sonado una y otra vez mientras efectuaba el amplio recorrido de la propiedad de los Cullen. Lo cierto es que de tanto pasar por los mismos sitios ya estábamos dejando una marca en el suelo. Seth había tenido la mente en blanco, más allá de un borrón de color gris o verde, mientras corría por el bosquecillo. Era muy apacible, y había resultado de una gran ayuda, pues me permitió llenar la mente con las imágenes de lo que él veía en vez de permitir que mis propios recuerdos ocuparan una posición central.
Y entonces, cuando me hallaba semidormido, un penetrante aullido de Seth rompió la quietud de los primeros momentos del amanecer. Me levanté con paso inseguro, pues intenté empezar un sprint con las patas delanteras antes de haber afianzado las traseras. Corrí hacia el lugar donde Seth se había quedado helado al oír las pisadas de zarpas. Alguien acudía corriendo hacia nosotros.
Muy buenos días, chicos.
Seth soltó entre dientes un gemido de sorpresa.
¡Ay, Dios! ¡Lárgate, Leah!, gimió Seth.
Me detuve al llegar junto a él, que ya había echado la cabeza hacia atrás, preparado para soltar otro aullido, en esta ocasión para expresar su disconformidad.
Basta de ruido, Seth.
Vale. Puf, puf, puf. Gimoteó un poco y dio zarpazos en el suelo, donde levantó grandes surcos.
Leah apareció al trote tras eludir los densos matorrales del sotobosque gracias a su menudo cuerpo gris.
Hala, deja de lloriquear, Seth. No seas tan crío.
Le solté un gruñido y pegué las orejas a la cabeza. Ella retrocedió un paso de inmediato.
¿Qué crees que estás haciendo, Leah?
La loba resopló con mala leche.
Me parece bastante obvio, ¿no? Me uno a esta manada de mierda, al grupo de los renegados, al de los chuchos guardianes de los vampiros.
Profirió por lo bajinis una risa sarcástica.
Ni de coña. Ya te estás largando por donde has venido antes de que te desjarrete un tendón.
Como si pudieras alcanzarme, replicó la loba; me dedicó una ancha sonrisa. ¿Hace una carrera, oh, audaz líder?
Respiré hondo hasta llenar los pulmones tanto que se me marcaron los costados hinchados. Luego, una vez que estuve seguro de que no iba a ponerme a gritar, solté todo el aire de soplo.
Seth, ve a tranquilizar a los Cullen, diles que sólo es la tonta de tu hermana. Lancé esa idea con la mayor hostilidad posible. Yo me haré cargo de esto.
Enseguida.
El chaval estaba feliz de poderse quitar de en medio. Se desvaneció en dirección a la casa. Leah resolló y se inclinó hacia él con la pelambrera del lomo erizada.
¿Le vas a dejar ir solo al encuentro de los vampiros?
El pobre preferiría que ellos le echaran el guante antes que pasar otro minuto contigo, estoy seguro.
Cierra esa bocaza, Jacob. Upa, lo siento, quería decir: cierra esa bocaza, oh, el más poderoso de los machos Alfa.
¿A qué diablos has venido?
¿Te crees que voy a quedarme sentada en casa mientras mi hermanito se ofrece voluntario para ser un juguete de masticar para vampiros?
Seth no desea ni necesita tu protección. De hecho, nadie te quiere aquí.
Ay, ay, qué disgusto tan grande, nunca voy a olvidarlo. ¡Ja!, estalló. Dime una sola persona que me quiera cerca y me iré.
Así que, después de todo, no has venido por causa de Seth, ¿verdad?
Por supuesto que sí. Intentaba hacerte caer en la cuenta de que ya sé cómo es que nadie te quiera. Eso no es un incentivo, no sé si sabes a qué me refiero.
Rechiné los dientes e intenté mantener enhiesta la cabeza.
¿Te ha enviado Sam?
No hubierais sido capaces de oírme si hubiera venido por orden de él. Ya no le debo lealtad a Sam.
Presté especial atención a los pensamientos que iban entremezclados con las palabras. Debía ser capaz de ver en aquéllos si se trataba de un movimiento de distracción o una estratagema, pero no había nada de eso. Su afirmación era la pura verdad, una verdad renuente, casi desesperada.
Entonces, ¿ahora me eres leal a mí?, inquirí con profundo sarcasmo. Sí, sí, ya, ya. Vale.
No es que tenga muchas alternativas. Juego con las cartas que me caen. Confía en mí, no estoy disfrutando de esto más que tú.
Eso era mentira. Había un tipo de entusiasmo muy agudo en su mente. La situación le repateaba, sí, pero también se estaba embarcando en algo muy anómalo. Hurgué en su mente en busca de un motivo que me permitiera comprenderla.
La loba reaccionó ante la intrusión y se le pusieron los pelos de punta. Por lo general, solía hacer luz de gas a Leah y jamás había intentado buscarle lógica a sus actos.
Nos vimos interrumpidos por Seth, que venía devanándose los sesos buscándole una explicación al aspecto de Edward. Leah soltó un gañido, llena de ansiedad. El recién llegado nos ofreció la imagen del vampiro asomado a la misma ventana de la noche pasada. Su rostro impasible no mostró reacción alguna ante las noticias. Era un semblante huero y sin vida.
Uf, qué mala pinta tenía, dijo Seth para sus adentros. No reflejó ningún cambio ante mis palabras y desapareció en el interior del edificio. Seth había vuelto derechito hacia nuestra posición.
Leah se relajó un poco.
¿Qué ocurre?, preguntó la loba. Ponme al día enseguida.
¿Y para qué…? Tú no te quedas.
De hecho, señor Alfa, me quedo. No vayas a pensarte que no he intentado independizarme, pero tú mejor que nadie sabes a la perfección que eso no es posible, y como da la impresión de que debo pertenecer a alguien, pues te elijo a ti.
Leah, tú no me gustas y yo a ti, menos.
Gracias, capitán Evidente. A mí eso me importa un bledo. Me quedo con Seth.
Tampoco te gustan los vampiros. ¿No te parece que existe un pequeño conflicto de intereses?
Como si a ti te gustasen.
Pero yo me he comprometido con esa alianza, y tú no. Pienso mantener las distancias. Puedo patrullar por el exterior, como Seth.
¿Y se supone que debo fiarme de ti durante tus turnos?
Ella estiró el cuello y se sostuvo con las puntas de los dedos en un intento de igualarme en altura para poder mirarme a los ojos.
No voy a traicionar a mi manada.
Me entraron ganas de echar la cabeza hacia atrás y lanzar un buen aullido, tal y como había hecho antes Seth.
Ésta no es tu manada porque ni siquiera es una manada, pero ¿qué os pasa a los Clearwater? ¿Por qué no podéis dejarme solo?
Seth surgió de pronto desde detrás de nosotros y se puso a lloriquear, ofendido. Estupendo.
Pero te he sido útil, ¿no, Jake?
Tú solo no eres un estorbo, chaval, pero vais juntos en el trato, tú y tu hermana, y la única forma que tengo de librarme de Leah es mandándote a casa. ¿Puedes echarme la culpa por querer que vuelvas a casa?
Puf, Leah, ¡lo estropeas todo!
Sí, lo sé, repuso ella.
Una enorme carga de desesperación lastraba ese pensamiento.
Sentí el dolor implícito en esas tres palabras tan breves, y era más de lo que había supuesto. No quería sentir aquello. No deseaba sentirme mal por ella. Los lobos no le habían concedido tregua, seguro, pero ella había acudido a la manada con toda esa carga de amargura que tiznaba cada uno de sus pensamientos y convertían su mente en una auténtica pesadilla.
Seth también se sintió culpable.
Jake, no vas a enviarme de vuelta, ¿verdad? Leah no es tan mala, de veras, quiero decir, con su ayuda podemos extender el perímetro de vigilancia, y eso deja la manada de Sam en siete unidades. Sin ella, no es posible que lance un ataque que nos sobrepase en número. Probablemente, convenga…
Sabes que no es mi deseo liderar una manada, Seth.
Pues entonces, no nos mandes, propuso Leah.
Resoplé.
Estupendo. Hala, poneos a correr alrededor de la casa.
Éste es mi lugar, Jake, intervino Seth. Me caen bien esos vampiros, los Cullen. Los considero como si fueran personas y voy a protegerlos porque se supone que ése es nuestro deber.
Quizá sea tu lugar, chaval, pero no el de tu hermana, y ella va a ir allí adonde tú vayas…
Me detuve en seco, porque me percaté de algo cuando estaba pronunciando esas palabras, algo sobre lo que la recién llegada había procurado no pensar. Leah no iba a cualquier sitio.
Creí que esto guardaba relación con Seth, pensé con aflicción.
Ella dio un respingo.
He venido aquí a causa de Seth, por supuesto.
Y para alejarte de Sam.
Apretó con fuerza la mandíbula.
No he de explicarte mis razones, sólo debo atenerme a lo que digo. Pertenezco a tu manada, Jacob, y punto.
Me alejé de ella entre gruñidos.
Mierda. Jamás iba a sacármela de encima. Por mucho que me detestara y por mucho que le repateara tener que proteger a los Cullen, cuando en realidad los aborrecía tanto que sería dichosa si fuéramos a matarlos a todos en ese mismo instante, nada de eso era comparable con el sentimiento que le embargaba ante la posibilidad de librarse de Sam.
A Leah yo no le gustaba ni en pintura, así que tampoco era tan flipante que yo deseara que se esfumase.
Ella amaba a Sam. Seguía queriéndole. Pero él también deseaba su desaparición, y eso dolía más de lo que ella estaba dispuesta a soportar ahora que tenía otra alternativa. Leah iba a aceptar cualquier opción, aunque eso significara tener que convertirse en el perrillo faldero de los Cullen.
No sé yo si llegaría tan lejos, me atajó ella. Intentó conferir a su pensamiento un tono agresivo y duro, pero había muchas fisuras en esa imagen de firmeza. Estoy segura de que antes protagonizaría unos cuantos intentos de suicidio.
Mira, Leah…
No, mira tú, Jacob. Deja de discutir conmigo, porque esto no va a hacer ningún bien a nadie. Me mantendré apartada de tu camino, ¿vale? Haré todo lo que quieras, excepto volver a la manada de Sam y ser la patética ex novia de la que él no puede mantenerse lejos.
Se sentó sobre los cuartos traseros y me miró fijamente a los ojos. Si quieres que me vaya, vas a tener que obligarme.
Me tiré un minuto largo de mala leche y refunfuñando. Empezaba a sentir cierta simpatía por Sam a pesar de cómo se había comportado con Seth y conmigo. No me extrañaba que siempre estuviera dando órdenes. ¿De qué otro modo iba a conseguir que se hicieran las cosas?
¿Te enfadarías mucho conmigo si mato a tu hermana, Seth?
El aludido fingió considerarlo durante un minuto largo.
Bueno, probablemente, sí.
Suspiré.
De acuerdo, entonces, señorita Hago-cuanto-se-me-antoja. ¿Por qué no empiezas siendo de utilidad y nos cuentas lo que sepas? ¿Qué ocurrió la noche pasada después de nuestra marcha?
Se armó un follón de aullidos, pero lo más probable es que oyerais esa parte. Fueron tan fuertes que nos llevó un buen rato descubrir que ya no éramos capaces de escuchar vuestros pensamientos. Sam estaba…
Las palabras le fallaron, pero no hacían falta, pudimos verlo con las mentes. Tanto Seth como yo nos encogimos. Después de eso, enseguida quedó claro que nos lo íbamos a tener que pensar dos veces.
Sam tenía planeado hablar con los ancianos a primera hora de la mañana. Se suponía que íbamos a reunimos y trazar un plan de acción, pero me atrevo a aventurar que él no tenía intención de lanzar un ataque inmediato, pues, llegados a este punto, tras vuestras deserciones y con los vampiros sobre aviso, era un suicidio. No estoy segura de sus planes, pero si yo fuera un chupasangre no merodearía solo por el bosque. Se ha abierto la veda del vampiro.
¿Decidiste abrirte esta mañana?, le pregunté.
Pedí permiso para volver a casa y contarle a mi madre lo sucedido la noche pasada, cuando nos dividimos para patrullar.
¡Mierda! ¿Se lo has contado a mamá?, aulló Seth.
Deja a un lado el rollo familiar un momento, Seth. Continúa, Leah.
Me tomé un minuto para darle vueltas a lo ocurrido en cuanto adopté forma humana, bueno, a decir verdad, me tomé toda la noche. Apuesto a que los demás pensaron que me había dormido, pero había mucho sobre lo que cavilar en todo aquello de dos manadas separadas con dos mentes grupales diferentes. Al final, sopesé la seguridad de Seth y las… eh… restantes ventajas por un lado, frente a la idea de convertirme en una traidora y soportar el hedor a vampiro por quién sabe cuánto tiempo. Ya conoces mi decisión. Le dejé una nota a mi madre. Supongo que lo oiremos de inmediato cuando Sam se entere…
La joven Clearwater alzó una oreja hacia el oeste.
Sí, lo imagino, coincidí.
Así que eso es todo. ¿Y qué hacemos ahora?, preguntó ella.
Leah y su hermano me miraron expectantes.
Ése era el tipo de cosas que no deseaba tener que hacer.
Por ahora nos limitaremos a estar ojo avizor. No podemos hacer ninguna otra cosa. Lo más probable es que quieras echar una cabezada, Leah.
Tú tienes tanto o más sueño que yo.
Pero ¿no ibas a hacer lo que yo te dijera?
Vale, hala, vas a hacer que me salgan canas, refunfuñó; luego, bostezó. Bueno, lo que sea, no me preocupa.
Voy a patrullar la línea fronteriza, Jake. No estoy cansado, para nada. Seth tenía tal alegría en el cuerpo porque no los hubiera obligado a volver a casa, que no cesaba de hacer cabriolas de puro entusiasmo.
Sin duda, sin duda. Voy a hacer acto de presencia en casa de los Cullen.
Seth siguió el sendero recién impreso en la tierra reblandecida por la humedad. Leah le miró con gesto pensativo.
Tal vez un par de rondas antes de quedarme sopa… Eh, Seth, ¿quieres ver cuántos lametones soy capaz de darte?
¡No!
Leah se internó en los bosques a toda prisa en pos de su hermano. Aulló por lo bajinis mientras sofocaba una risita.
Expresé mi descontento con un gruñido, fue en vano. Se acabaron el silencio y la paz.
Leah lo estaba intentando siendo como era. Había reducido las mofas al mínimo mientras recorría el circuito de patrulla, pero era imposible pasar por alto esa actitud suya de estar pagada de sí misma. Me acordé entonces del dicho «dos son compañía». No se aplicaba al caso.
Yo, estando solo, ya tenía la mente bien ocupada; pero si debíamos ser tres, me resultaba fácil pensar que hubiera preferido a cualquier otro de la manada.
¿Y qué me dices de Paul?, sugirió ella.
Quizá, concedí.
Ella se rió para sus adentros, demasiado nerviosa y acelerada como para tomárselo a mal. Me pregunté cuánto le duraría el efecto positivo que le provocaba saber que, desde ahora, podría evitar la compasión de Sam.
Entonces, ése será mi objetivo, mostrarme menos chinche que Paul.
Sí, prueba con eso.
Adopté forma humana cuando estuve a pocos metros del prado, a pesar de que no había planeado pasar mucho tiempo como hombre en esa zona, pero tampoco había contado con tener a Leah en mi cabeza. Me puse los raídos pantalones y crucé el jardín.
La puerta se abrió antes de que pusiera el pie en las escaleras. Carlisle salió a mi encuentro. Me sorprendió que fuera él en vez de Edward. Llevaba escrito en el semblante el cansancio y la derrota. El corazón se me heló durante un instante y renqueé, incapaz de decir ni mu.
—¿Estás bien, Jacob? —inquirió el vampiro.
—¿Bella ha…? —pregunté con voz estrangulada.
—Ella está… estable, como la noche pasada. ¿Te ha asustado mi presencia? Lo siento… Edward me anunció tu llegada en forma humana y he venido a recibirte yo, pues él no quiere separarse de Bella ahora que está despierta.
Edward no se quería perder ni un minuto de la compañía de Bella, ya que a ésta no le quedaba mucho tiempo de vida. Carlisle no lo verbalizó, pero la idea flotaba en el aire como si lo hubiera hecho.
Habían pasado bastantes horas desde que, antes de mi última patrulla, había logrado dormir algo, y fue entonces cuando me vino el bajón. Me adelanté un paso y me dejé caer sobre uno de los escalones del porche; apoyé la espalda en la baranda.
Carlisle se sentó en el mismo escalón, descansando el cuerpo sobre la otra barandilla, con ese sigilo que únicamente está al alcance de los vampiros.
—La noche pasada no tuve ocasión de darte las gracias, Jacob. No sabes cuánto aprecio tu… compasión. Sé que tu propósito es proteger a Bella, pero estoy en deuda contigo por la seguridad del resto de mi familia. Edward me ha contado qué has hecho…
—Ni lo mencione… —murmuré.
—Como prefieras.
Permanecimos sentados en silencio. Era capaz de oír la conversación de los demás en el interior del edificio. Escaleras arriba, Emmett, Alice y Jasper hablaban en voz baja con tono serio. Esme tarareaba de forma disonante en otra habitación. Rosalie y Edward respiraban… No sabría explicar cuál era la aspiración de cada uno, pero me sentía perfectamente capaz de distinguir ambas frente al resuello trabajoso de Bella, cuyos latidos arrítmicos también podía escuchar.
Era como si el destino se hubiera propuesto obligarme a llevar a cabo todo cuanto había prometido no hacer en las últimas veinticuatro horas. Y yo estaba haraganeando por allí, a la espera de la noticia de su muerte.
No quise continuar escuchando. Hablar era mejor que oír.
—¿Considera a Bella una más de la familia? —pregunté a Carlisle. Había advertido algo en su comentario anterior, cuando me había agradecido la ayuda prestada al «resto de mi familia».
—Sí, la considero ya como otra hija más, una muy querida.
—Pero va a dejarla morir.
Se quedó en silencio durante tanto rato que acabé por alzar los ojos. Su rostro reflejaba un enorme cansancio. Sabía cómo se sentía.
—Me hago una idea de tu opinión a este respecto —contestó al final—, pero no puedo ignorar su voluntad. No sería correcto elegir por ella ni obligarla.
Me habría encantado cabrearme con él, pero me lo ponía difícil. Era como si me devolviendo mis propias palabras, pero entremezcladas. Si valían antes, ahora también, pero resultaba más duro aceptarlo cuando Bella se estaba muriendo, y aun así… Me acordé de cómo me sentía en el suelo, aplastado por la voz Alfa de Sam, sin otra elección que verme involucrado en el asesinato de mi amada. Sin embargo, no era lo mismo. Sam se equivocaba y Bella amaba a las criaturas indebidas.
—¿Cree usted que tiene alguna oportunidad de conseguirlo? Como vampiro y todo eso, quiero decir, no como humana. Bella me habló de Esme.
—Yo diría que existe una posibilidad razonable en ese punto —respondió con sosiego—. He visto obrar milagros al veneno del vampirismo, pero hay extremos que ni siquiera eso es capaz de superar. El corazón de Bella late ahora con demasiado esfuerzo, si le falla… No es mucho lo que voy a poder hacer por ella.
El corazón de la embarazada palpitó de forma agitada e irregular, confiriendo un énfasis agónico a las palabras del médico.
Quizás el planeta había empezado a invertirse. Eso justificaría que ahora todo fuera lo contrario a como eran las cosas durante el día anterior, y sería la explicación de por qué confiaba en lo que antes me había parecido lo más abominable del mundo.
—¿Qué le hace exactamente esa cosa? —Inquirí con un hilo de voz—. La noche pasada se encontraba mucho peor. Miré por la ventana y vi los tubos y toda la parafernalia…
—El feto no es incompatible con el cuerpo. Demasiado fuerte, eso sí, pero es posible que ella pueda soportarlo durante un tiempo. El mayor de los problemas es que la criatura no le permite obtener el sustento necesario. El cuerpo de Bella rechaza cualquier forma de alimentación. Ahora, he intentado aportarle nutrientes por vía intravenosa, pero no los asimila. La enfermedad se está acelerando. Observo al feto y también a ella, y la veo morir de inanición una hora tras otra. No consigo detenerlo ni ralentizarlo y tampoco me veo capaz de descubrir el propósito del feto.
La voz de fatiga se le quebró al final de la frase.
Me embargaron los mismos sentimientos del día anterior, cuando vi los trazos morados del vientre: rabia y algo de locura.
Cerré las manos hasta convertirlas en puños a fin de controlar los temblores. Odiaba a esa cosa que le hacía daño. No le bastaba con golpearla desde dentro, no, ese monstruo también debía matarla de hambre. Probablemente, sólo estaba buscando algo donde hincar el diente, una garganta para succionar la sangre, y como todavía no tenía el tamaño suficiente para matar a nadie de ese modo, se conformaba con irle absorbiendo la vida a Bella.
Yo podía decir al doctor Cullen qué quería: muerte y sangre, sangre y muerte.
Se me pusieron los pelos como escarpias y me subió la temperatura de la piel. Inspiré y espiré despacio en un intento de recuperar la calma.
—Me gustaría poder formarme una idea más precisa de qué es exactamente —susurró el doctor—, pero el feto está bien protegido. He sido incapaz de obtener imágenes ultrasónicas del mismo, y dudo que exista forma de introducir una aguja en las membranas del saco amniótico.
De todos modos, Rosalie tampoco me dejaría intentarlo.
—¿Una aguja…? —musité—. ¿Y qué utilidad tendría eso?
—Cuanto más sé del embrión, me hago una idea más aproximada de sus capacidades. Qué no daría yo por una simple muestra de líquido amniótico. Sólo con saber el número cromosomas…
—No le pillo, doctor. ¿Podría simplificarlo un poco?
Carlisle se rió entre dientes, pero había una nota de agotamiento incluso en sus carcajadas.
—De acuerdo. ¿Qué sabes de biología?… ¿Has estudiado los pares de cromosomas?
—Eso creo. Tenemos veintitrés, ¿no?
—Los humanos, sí.
Bizqueé.
—¿Cuántos tiene usted?
—Veinticinco.
Clavé la mirada en los puños durante unos instantes.
—¿Y qué significa eso?
—Llegué a creer en un principio que nuestras especies eran completamente diferentes, que guardaban menos relación que dos felinos tan dispares como un león de la sabana y un gato casero, pero esta nueva vida, bueno, sugiere que a nivel genético somos más compatibles de lo que supuse —suspiró con tristeza—. No les advertí porque lo ignoraba.
También yo suspiré. Había sido tan fácil odiar a Edward por semejante ignorancia, y seguía aborreciéndole, mientras que se me hacía muy cuesta arriba sentir lo mismo contra Carlisle, tal vez porque las sombras de los celos no alcanzaban al doctor.
—El número de cromosomas podría ayudarnos a saber si el feto está más cerca de nuestra naturaleza o de la suya, y también sabríamos qué esperar —luego, se encogió de hombros—. Puede que no sirva de nada. Supongo que sólo deseo tener algo que hacer, cualquier cosa.
—Me preguntó cómo serán mis cromosomas —musité al azar.
Volví a darle vueltas a las pruebas de esteroides y antidopaje para los atletas de las olimpiadas. ¿Funcionaría conmigo un escáner de ADN?
Carlisle tosió con timidez.
—Tienes veinticuatro pares de cromosomas, Jacob.
Volví lentamente la cabeza para mirarle con fijeza y enarqué las cejas en gesto de muda pregunta. El médico pareció avergonzado.
—Sentía… sentía una gran curiosidad. Me tomé la libertad de averiguarlo cuando te traté el pasado mes de junio.
Lo estuve valorando durante un instante.
—Supongo que eso tendría que irritarme, pero no me importa.
—Lo siento, debí pedirte permiso.
—Está bien, doctor. No pretendía hacerme daño.
—No, te prometo que jamás tuve esa intención. Es sólo que… Bueno, tu especie me parece fascinante. Vuestra divergencia genética con el género humano es de lo más interesante. Casi mágica.
—¡Abracadabra! —murmuré.
Ya estaba otro igual que Bella con toda esa monserga sobre la magia.
Carlisle soltó otra de sus risas lastradas por la fatiga.
Entonces escuchamos la voz de Edward en el interior de la casa y ambos hicimos una pausa para enterarnos mejor.
—Vuelvo enseguida, Bella. Quiero hablar un momento con Carlisle. De hecho, ¿te acompañarme, Rosalie?
La voz de Edward sonaba diferente, era menos sepulcral, había en ella una nota de vida, una chispa de algo, tal vez no se trataba exactamente de esperanza, pero quizá sí el deseo de una ilusión.
—¿Qué ocurre, Edward? —inquirió Bella con voz ronca.
—No debes preocuparte de nada, cariño. Va a ser cosa de un segundo. ¿Vienes, Rose?
—¿Esme? —llamó la aludida—. ¿Puedes ocuparte de Bella por mí?
Percibí un susurro similar al de un soplo de viento cuando Esme bajó corriendo por las escaleras, antes de contestar:
—Por supuesto.
Carlisle cambió de posición y se retorció mientras contemplaba la puerta con expectación. Edward traspasó el umbral en primer lugar, seguido de Rosalie, que le pisaba los talones. A su rostro le sucedía lo mismo que a la voz, ya no era el de un muerto. Parecía intensamente concentrado mientras que Rosalie le lanzaba miradas cargadas de recelo. Edward cerró la puerta detrás de él.
—Carlisle —empezó con un hilo de voz.
—¿Sucede algo, Edward?
—Quizá hemos enfocado esto de un modo erróneo. Estaba escuchando vuestra conversación sobre las intenciones del feto, y Jacob ha tenido una ocurrencia de lo más interesante.
¿Yo? ¿Qué ocurrencia había tenido yo? Me había limitado a expresar mi odio hacia la criatura. Al menos, no era el único en pensar de ese modo. Estaba seguro de que él mismo las pasaba canutas para emplear un término tan suave como «feto».
—No lo hemos abordado desde ese ángulo —prosiguió Edward—. Hemos intentado satisfacer las necesidades de Bella y su cuerpo lo está aceptando tan «bien» como cualquiera de nosotros. Puede que debiéramos atender antes los apetitos del… feto. Tal vez la ayudemos con más eficacia en ese caso.
—No te sigo, Edward.
—Piénsalo un momento, Carlisle. Si la criatura tiene más de vampiro que de humano, ¿no te imaginas qué desea fervientemente…? ¿Acaso no sabes qué le falta? Jacob lo adivinó.
¿Sí? Repasé la conversación mantenida con el doctor y los pensamientos que me había reservado. Lo recordé en el mismo instante en que Carlisle lo comprendió.
—Vaya —dijo con sorpresa—. ¿Crees que está… sediento?
Rosalie siseó para el cuello de su camisa, pero había abandonado todo recelo. Su rostro repulsivamente hermoso estaba iluminado de alegría y había puesto unos ojos como platos de puro entusiasmo.
—Por supuesto —murmuró—, y, Carlisle, tenemos guardada toda esa sangre del tipo O negativo para Bella. Es una idea estupenda —añadió sin dirigirme la mirada.
—Mmm —Carlisle se llevó la mano al mentón, sumido en sus pensamientos—. Me pregunto, en tal caso, ¿cuál sería la mejor forma de administrársela?
Rosalie meneó la cabeza.
—No tenemos tiempo para mostrarnos creativos, ¿vale? Sugiero empezar por el sistema tradicional.
—Aguarda un minuto, espera, espera —murmuré—. ¿Estás diciendo que Bella beba… sangre?
—Ha sido idea tuya, chucho —replicó Rosalie, que se mostró capaz de fruncirme el ceño sin mirarme.
La ignoré y observé a Carlisle. En sus ojos relucía el mismo juego de posibilidades y esperanzas que había visto en el semblante de Edward. Se mordió los labios, absorto.
—Es sólo que resulta… —me detuve, incapaz de encontrar la palabra adecuada.
—¿Monstruoso…? —sugirió Edward—. ¿Repulsivo?
—Algo por el estilo.
—Pero ¿y si eso le ayuda? —inquirió en voz baja.
Sacudí la cabeza con furia.
—¿Qué vais a hacer? ¿Meterle un tubo en la garganta?
—Tengo intención de consultar su opinión lo primero de todo, pero antes quería pedirle el visto bueno a Carlisle.
Rosalie asintió.
—Ella va a estar dispuesta a hacer cualquier cosa si le dices que es en beneficio del bebé, incluso aunque eso signifique que debamos alimentarlos a través de un tubo.
Me di cuenta de que la Barbie iba a propiciar cualquier cosa que ayudara a la viabilidad del pequeño monstruo succionador de vida en cuanto oí ese tono meloso y sentimental con el que pronunció la palabra «bebé». ¿Iba de eso el rollo? ¿Ése era el misterioso eslabón que las unía a ambas? ¿Quería el bebé para ella?
Vi con el rabillo del ojo el asentimiento de Edward. Supe que estaba contestando a mis preguntas, simulando estar distraído y sin mirar en mi dirección.
Caramba. Jamás se me habría pasado por la imaginación que una Barbie tan fría y distante como ella tuviera un lado maternal. Tanto rollo de proteger a la madre y… era muy probable que Rosalie metiera a la fuerza el tubo en la garganta de Bella.
Edward frunció los labios en un seco gesto de tozudez. Supe que había vuelto a acertar.
—Bueno, no tenemos tiempo para sentarnos a debatir el tema tranquilamente —saltó Rosalie, impaciente—. ¿Qué opinas, Carlisle? ¿Podemos intentarlo?
El interpelado respiró hondo y se puso en pie.
—Vamos a preguntárselo a Bella.
La Barbie sonrió con aire satisfecho, segura de salirse con la suya si la decisión iba a someterse a consideración de la madre.
Avancé a rastras por las escaleras y los seguí cuando se metieron en la casa. No estaba seguro del todo acerca de mis motivos. Quizás era simple curiosidad morbosa, pues todo parecía como una película de terror. Monstruos y sangre por doquier.
O tal vez simplemente no era capaz de resistir otra brusca merma de mi alijo, cada vez más pequeño.
Bella yacía en la cama de hospital. Su vientre parecía una montaña debajo de la sábana. El tono descolorido y traslúcido de su piel le hacía parecer de cera. Podría pensarse que estaba muerta de no ser por el sube y baja de su pecho, al ritmo de una respiración poco profunda, y de los ojos, que siguieron nuestro acercamiento con desgana y cautela.
El resto de los Cullen ya se hallaba junto a ella tras haber cruzado la estancia con movimientos súbitos y rápidos. La escena daba mal fario. Me acerqué sin prisa.
—¿Qué ocurre? —inquirió Bella con un hilo de voz rasposa al tiempo que alzaba una crispada para proteger aquel vientre suyo con forma de balón.
—Jacob ha sugerido una idea de posible utilidad —contestó Carlisle. Podía haberme dejado fuera, la verdad. Yo no había propuesto nada. Que le diera todo el mérito de la idea a su esposo, el chupasangre, que era el autor de la ocurrencia—. No va a ser agradable, pero…
—… ayudará al bebé —se apresuró a interrumpirle Rosalie—. Hemos pensado en una forma mejor de alimentarle. Bueno, quizá…
Bella movía las pestañas y luego empezó a reír entre dientes, lo cual acabó en un estallido de tos.
—¿Algo no agradable…? —murmuró—. Vaya, menudo cambio, ¿no?
Miró el tubo de su brazo y volvió a toser. La Barbie se rió con ella.
Padecía grandes dolores y a juzgar por la pinta, le quedaban pocas horas de vida, y aun con todo, gastaba bromas. Bella era así: siempre procuraba suavizar las situaciones y facilitarle las cosas a todo el mundo.
El marido sorteó a Rosalie sin el menor atisbo de comicidad en su gesto de intensa gravedad.
Eso me gustaba. Saber que lo estaba pasando peor que yo ayudaba, aunque sólo fuera un poco. Le tomó la mano con la que no protegía la tripa hinchada.
—Bella, mi amor, te vamos a pedir que hagas algo monstruoso y repulsivo —le espetó Edward, utilizando los mismos adjetivos calificativos que me había sugerido a mí hacía un momento.
Bueno, al menos se lo decía clarito y sin venderle humo. Su respiración poco profunda se aceleró.
—¿Cómo de malo?
—Creemos que las preferencias alimentarias del feto podrían ser más propias de nuestra naturaleza que de la tuya. Sospechamos que está sediento.
Ella parpadeó.
—Oh. Oh.
—Tu estado se deteriora rápidamente, bueno, el de los dos. No hay tiempo que perder y debemos poner en marcha esto del modo más digerible posible. La manera más rápida de comprobar la teoría es que…
—… beba sangre —concluyó ella en un susurro. Hizo un breve asentimiento, ya que no le quedaban fuerzas más que para mover un poco la cabeza—. Puedo hacerlo, así voy practicando para el futuro, ¿eh?
Los labios exangües de la embarazada se estiraron hasta formar una débil sonrisa mientras miraba a Edward. Él no se la devolvió. Rosalie empezó a dar golpecitos en el suelo con la puntera del zapato. El sonido resultaba de lo más irritante. Me pregunté cómo reaccionaría si la estampaba contra la pared en ese mismo momento.
—Bueno, ¿quién me pasa un oso pardo? —bromeó Bella.
Carlisle y Edward intercambiaron una rápida mirada. Rosalie dejó el zapateo.
—¿Qué pasa…? —preguntó Bella.
—La prueba será más efectiva si obramos por la vía rápida —contestó el doctor.
—Si lo que el feto desea es sangre —le explicó Edward—, no va a ser sangre de animal.
—Tú no vas a notar la diferencia, Bella —la animó Rosalie—. No le des vueltas.
Ella puso unos ojos como platos.
—¿Quién…? —inquirió con un suspiro, y su mirada revoloteó hacia mí.
—No he venido aquí como donante, Bells —refunfuñé—. Además, lo que esa cosa busca es sangre humana, y dudo que la mía le sirva…
—Disponemos de sangre —le informó Rosalie, dejándome con la palabra en la boca y actuando como si yo no estuviera allí—. Teníamos esas reservas para ti, sólo por si acaso. No te preocupes de nada en absoluto. Todo va a salir bien. Tengo un buen palpito, Bella. Creo que el bebé estará mucho mejor.
Ella recorrió el vientre con la mano.
—Bueno —repuso con voz áspera—, tengo hambre, y apuesto a que él también —intentaba hacer otra gracia—. Adelante, será mi primer acto vampírico.