Irresistible

Había demasiadas cosas en las que pensar.

¿De dónde iba a sacar tiempo para estar a solas y localizar al tal J. Jenks? Además, ¿por qué quería Alice que supiera algo de él?

Si la pista de Alice no tenía nada que ver con Renesmee, ¿qué podía hacer para salvar a mi hija?

¿Y cómo le íbamos a explicar las cosas a la familia de Tanya por la mañana? ¿Qué íbamos a hacer si reaccionaban como Irina? ¿Y qué sucedería si al final todo derivaba en una batalla?

Yo no sabía luchar. ¿Cómo iba a aprender en sólo un mes? ¿Es que había alguna posibilidad de que me pudieran enseñar con la suficiente rapidez para que me convirtiera en un peligro para cualquier miembro de los Vulturis? ¿O estaba condenada a ser una completa inútil, como cualquier otro neonato fácil de despachar?

Necesitaba tantas respuestas… aunque no parecía encontrar la ocasión para formular las preguntas.

Insistí en llevar a Renesmee a la casa de la cabaña para dormir con el fin de mantener alguna apariencia de normalidad en su vida. Jacob estaba más cómodo en su forma de lobo en ese momento. Lidiaba mejor con el estrés cuando se sentía preparado para luchar. Deseé sentir lo mismo, poderme notar preparada, mientras él corría por los bosques, montando guardia de nuevo.

Una vez que estuvo profundamente dormida, la puse en su cama y fuimos hacia la habitación de la entrada para que yo pudiera hacerle mis preguntas a Edward. Al menos aquellas que podía hacer, ya que uno de los problemas más difíciles para mí era cómo seguir ocultándole cosas, incluso con la ventaja de poder esconder mis pensamientos.

Él permaneció de pie dándome la espalda, con la mirada fija en el fuego.

—Edward, yo…

Se dio la vuelta y cruzó la habitación en lo que pareció un tiempo inexistente, ni siquiera la mínima parte de un segundo. Sólo tuve ocasión de registrar la feroz expresión de su rostro antes de que sus labios se aplastaran contra los míos y sus brazos se enredaran a mi alrededor como vigas de acero.

No pude volver a pensar en mis preguntas en el resto de la noche. Me llevó poco tiempo captar la razón de ese estado de ánimo e incluso menos sentirme exactamente de la misma manera.

Había estado planeando que iba a necesitar años para poder aprender a controlar la pasión física arrolladora que sentía por él. Y después siglos para disfrutarlo, pero si ahora sólo nos quedaba un mes para estar juntos… Bueno, no veía cómo soportar un fin como ése. Por el momento, no podía hacer otra cosa salvo comportarme de modo egoísta. Todo lo que quería era amarle cuanto fuera capaz en el tiempo limitado que se nos había concedido.

Me resultó muy duro apartarme de él cuando el sol se alzó, pero teníamos que hacer nuestro trabajo, un trabajo que sería más difícil que todas las búsquedas juntas emprendidas por el resto de la familia. Tan pronto como me permití pensar en lo que se avecinaba, me puse en una tensión total. Sentía como si me estuvieran estirando los nervios en un potro de tortura para dejarlos cada vez más finos.

—Desearía que hubiera alguna manera de conseguir la información que necesitamos de Eleazar antes de que les hablemos de Nessie —masculló Edward mientras nos vestíamos de forma apresurada en aquel armario enorme que era un recordatorio más de Alice en un momento poco apropiado—. Sólo por si acaso.

—Pero él no podría comprender la pregunta para contestarla —admití—. ¿Crees que nos dejarán que nos expliquemos?

—No lo sé.

Cogí a Renesmee, que aún dormía en su cama, y la sostuve tan cerca de mí que aplasté sus rizos contra mi rostro. Su dulce olor, tan próximo, sobrepasaba a cualquier otro.

No podía malgastar ni un solo minuto más. Estaban las respuestas que necesitaba conseguir y no tenía la certeza de cuánto tiempo podríamos estar solos Edward y yo. Si todo iba bien con la familia de Tanya, con un poco de suerte, estaríamos acompañados por un largo periodo.

—Edward, ¿me enseñarás a luchar? —le pregunté y me tensé esperando su reacción, mientras me sostenía la puerta para que saliera.

Ocurrió como lo esperaba. Se quedó helado, y entonces sus ojos me recorrieron con una gran intensidad, como si me estuviera viendo por primera o por última vez. Su mirada se detuvo en nuestra hija, que aún dormía en mis brazos.

—Si tiene lugar una lucha, no habrá mucho que podamos hacer ninguno de nosotros —intentó escaparse por la tangente.

Yo mantuve la voz tranquila.

—¿Dejarías que fuera incapaz de defenderme a mí misma?

Él tragó saliva convulsivamente, y cuando su mano apretó la puerta, ésta tembló y las bisagras protestaron, pero luego asintió.

—Ya que lo pones de ese modo… supongo que tendremos que ponernos a trabajar tan pronto como sea posible.

Yo también asentí y comenzamos a caminar hacia la casa grande, sin apresurarnos.

Me pregunté qué podría hacer que nos trajera algo de esperanza o supusiera al menos una diferencia. Yo era un poquito especial, a mi estilo… Si tener un cráneo duro de un modo casi sobrenatural podía en verdad considerarse como algo especial… ¿En qué podría emplearlo, cuál sería su utilidad?

—¿Cuál dirías tú que es su principal ventaja? ¿Tienen alguna debilidad conocida?

Edward no tuvo que preguntar para darse cuenta de que me refería a los Vulturis.

—Alec y Jane son lo mejor que tienen de cara a una ofensiva —replicó con emoción, como si estuviera hablando de un partido de baloncesto—. Sus defensas rara vez participan de la acción.

—Ya sé que Jane puede prenderte fuego donde estés, al menos mentalmente hablando, pero ¿qué es lo que hace Alec? ¿No me dijiste una vez que era incluso más peligroso que Jane?

—Sí. De algún modo, él es un antídoto de Jane. Ella te hace sufrir el dolor más intenso que puedas imaginar, pero Alec, por otro lado, hace que no sientas nada. Absolutamente nada. Algunas veces, cuando a los Vulturis les da por ser amables, permiten que Alec anestesie a quien vayan a ejecutar, siempre que se haya rendido a tiempo o les haya complacido de alguna otra manera.

—¿Anestesia? ¿Y por qué eso lo hace más peligroso que Jane?

—Porque te priva por completo de sensaciones, y no sientes dolor, pero tampoco puedes ver, oír u oler. Es una total privación sensorial y te quedas solo en la oscuridad. Ni siquiera experimentas la quemazón de las llamas en la hoguera.

Me eché a temblar. ¿Era esto lo mejor a lo que podía aspirar? ¿A no ver o sentir cuando viniera la muerte?

—Eso es lo que le hace tan peligroso como Jane —continuó Edward con la misma voz indiferente—. Ambos pueden incapacitarte, convertirte en un objetivo indefenso. La diferencia entre ellos es la misma que entre Aro y yo. Aro escucha la mente de una sola persona por vez y Jane sólo puede hacer daño al objetivo sobre el que se concentre. Yo soy capaz de oír a todo el mundo al mismo tiempo.

Sentí frío mientras veía adonde quería ir él a parar.

—Entonces, ¿Alec conseguiría incapacitarnos a todos al mismo tiempo? —susurré.

—Sí —respondió él—. Si usa su don contra nosotros, todos nos quedaremos ciegos y sordos hasta que nos caigan encima para matarnos… y en este caso, quizá simplemente nos quemen en vez de partirnos en trozos primero. Oh, claro que podemos intentar luchar, pero lo más probable es que terminemos haciéndonos daño unos a otros antes de que seamos capaces de herirles a ellos.

Caminamos en silencio durante unos cuantos segundos.

Se estaba formando una idea en mi cabeza. No resultaba muy prometedora, pero era mejor que nada.

—¿Crees que Alec es un buen luchador? —le pregunté—, aparte de lo que es capaz de hacer, claro. Me refiero a si tuviera que pelear sin su don. Me pregunto incluso si ha llegado a intentarlo alguna vez.

Edward me echó una ojeada de repente.

—¿En qué estás pensando?

Me limité a mirar al frente.

—Bueno, posiblemente no podrá hacerme eso a mí, ¿no? Si lo que hace es como lo de Aro, Jane o lo tuyo. Quizá… si él nunca ha tenido que defenderse… y si yo he llegado a aprender unos cuantos trucos…

—Él ha estado con los Vulturis durante siglos —me cortó Edward, con la voz teñida de pánico.

Lo más probable es que estuviera viendo la misma imagen en su mente que yo: los Cullen de pie, inermes, como pilares insensibles en el campo de batalla… todos menos yo. Sería la única que podría luchar.

—Sí, tal vez seas inmune a su poder, pero todavía eres una neófita, Bella. No puedo convertirte en una luchadora tan buena en sólo unas pocas semanas. Estoy seguro de que él, al menos, ha recibido entrenamiento.

—Quizá sí, quizá no. Es la única cosa que yo soy capaz de hacer y los demás no. Incluso aunque sólo consiga distraerle durante un rato… ¿Podría durar lo suficiente para darles a los otros una oportunidad?

—Por favor, Bella —replicó Edward entre dientes—. No hablemos más de esto.

—Sé razonable.

—Intentaré enseñarte lo que pueda, pero por favor, no me hagas pensar en que eso serviría para que te inmolaras como distracción… —la voz se le ahogó, y no logró terminar.

Yo asentí. Tendría que hacer mis planes a solas. Primero Alec, y si contaba con una suerte milagrosa y le vencía, después Jane. Sólo con que fuera capaz de igualar algo las cosas y nivelar la abrumadora ventaja de los Vulturis en la ofensiva, quizás entonces podría haber alguna oportunidad. Mi mente se desbocó al imaginar semejante posibilidad. ¿Qué ocurriría si conseguía distraerlos o quitarlos de en medio? Honestamente, ¿por qué habrían tenido que aprender Jane o Alec habilidades de combate? No alcanzaba a imaginarme a la pequeña Jane, tan petulante, cediendo lo más mínimo de su ventaja, ni siquiera para aprender.

Si era capaz de matarles, menuda diferencia marcaría eso.

—Tengo que aprenderlo todo. Tanto como sea posible introducir en mi cabeza en el próximo mes —murmuré.

Él actuó como si yo no hubiera hablado.

Entonces, ¿cuál sería el siguiente? Mejor que pusiera mis planes en orden de modo que, si vivía después de agredir a Alec, no hubiera ninguna vacilación en mi próximo ataque. Intenté pensar en otra situación donde un cráneo duro como el mío me diera una ventaja. No sabía mucho de las capacidades de los demás. Resultaba obvio que luchadores como el gigantesco Felix estaban más allá de mis posibilidades. Lo único que podía intentar era ofrecerle a Emmett la oportunidad de una lucha justa. Tampoco sabía mucho sobre el resto de la guardia de los Vulturis, aparte de Demetri…

Mi mente se mantuvo por completo serena mientras reflexionaba sobre Demetri. Sin duda, sería un buen luchador. No había ninguna otra razón por la que hubiera podido sobrevivir tanto tiempo, siempre en la punta de lanza de cualquier ataque. Y siempre debía ser el líder, ya que era su rastreador… probablemente el mejor rastreador del mundo. Sin duda alguna, porque si hubiera habido alguno mejor, los Vulturis se habrían hecho con él. Aro no se conformaba jamás con los segundones.

Si Demetri no existiera, entonces podríamos huir. Al menos, los supervivientes. Mi hija, tan cálida en mis brazos… Alguien podría escapar con ella, Jacob o Rosalie, quien quedara.

Y… si Demetri no existiera, entonces Alice y Jasper estarían a salvo para siempre. ¿Era eso lo que Alice había visto, que parte de nuestra familia podría salir adelante? Al menos, ellos dos.

¿Le envidiaría eso a ella?

—Demetri… —dije.

—Demetri es mío —replicó de nuevo Edward, con una voz tensa y dura. Le miré con rapidez y vi que su expresión se había vuelto violenta.

—¿Por qué? —le susurré.

Él al principio no contestó. Estábamos ya casi al lado del río cuando al fin murmuró.

—Por Alice. Es la única muestra de agradecimiento que puedo ofrecerle por los últimos cincuenta años.

De modo que sus pensamientos iban en la misma dirección que los míos.

Escuché las fuertes pisadas de las patas de Jacob golpeando con un ruido sordo el suelo helado. En unos segundos, se estaba paseando delante de mí, con sus ojos oscuros clavados en Renesmee. Le dediqué un asentimiento y luego volví a mis preguntas. Teníamos poco tiempo.

—Edward, ¿por qué crees que Alice nos dijo que le preguntáramos a Eleazar por los Vulturis? ¿Ha estado él en Italia hace poco o algo parecido? ¿Qué podrá saber?

—Eleazar conoce todo lo referente a los Vulturis. Se me había olvidado que tú no lo sabías. Él formó parte de ellos.

Siseé de forma involuntaria y Jacob rugió a mi lado.

—¿Qué…? —le pregunté con la voz llena de exigencia, imaginándome al hermoso hombre de pelo negro que asistió a nuestra boda envuelto en una capa larga, de color ceniciento.

El rostro de Edward tenía ahora un aspecto más apacible e incluso sonrió un poquito.

—Eleazar es una persona muy buena. No era del todo feliz con los Vulturis, pero respetaba la ley y la necesidad de defenderla. Sentía que estaba trabajando por el bien común y no lamenta nada del tiempo que pasó con ellos, pero cuando se encontró con Carmen, halló su lugar en el mundo. Son gente muy parecida, ambos son muy compasivos para ser vampiros —él sonrió de nuevo—. Se encontraron con Tanya y sus hermanas y nunca miraron hacia atrás. Tenían madera para este nuevo estilo de vida. Si no se hubieran encontrado nunca con Tanya, me imagino que habrían descubierto algún día por ellos mismos una manera de vivir sin sangre humana.

Las imágenes desentonaban en mi mente, no había forma de que pudiera casarlas, ¿un soldado de los Vulturis compasivo?

Edward le echó una mirada a Jacob y respondió a su pregunta silenciosa.

—No, él no era uno de sus guerreros, hablando en sentido estricto. Pero tiene un don que encontraban conveniente.

Jacob debió de preguntar la obvia cuestión que surgía a continuación.

—Él tenía un instinto especial para captar los dones de los demás, las capacidades extraordinarias que disfrutan algunos vampiros —le contestó Edward—. Sabía darle a Aro una idea general de lo que cada vampiro concreto era capaz de hacer sólo con estar en sus proximidades. Esto era muy conveniente cuando los Vulturis entraban en combate, si alguien en el aquelarre que se les enfrentaba tenía alguna habilidad que pudiera causarles algún problema. Pero claro, algo así era poco habitual, debía tratarse de una capacidad realmente sobresaliente para que supusiera un inconveniente para los Vulturis, ni siquiera durante un momento. Más a menudo, el aviso le servía a Aro para salvar a aquellos enemigos que pudieran serle de utilidad. Hasta un cierto punto, el don de Eleazar funciona incluso con humanos. Ha de concentrarse mucho en ese caso, claro, porque la habilidad latente en un mortal es más confusa.

Aro le hacía probar a la gente que quería que se les uniera para ver si tenían algún potencial. Por eso sintió mucho su marcha.

—¿Le dejaron marchar? —le pregunté—. ¿Así porque sí?

Su sonrisa era ahora más sombría y algo torcida.

—Se supone que los Vulturis no son los villanos, como a ti te lo parecen. Son los cimientos de nuestra civilización y de la paz. Cada miembro de la guardia escoge servirles, y se trata de algo muy prestigioso. Todos se sienten orgullosos de estar allí, y no se les puede forzar a ello.

Miré al suelo con mala cara.

—En teoría sólo les parecen malvados y abyectos a los criminales, Bella.

—Nosotros no somos criminales.

Jacob resopló, de acuerdo con mi afirmación.

—Ellos no lo saben.

—¿Crees de verdad que podemos hacer que se detengan el tiempo necesario para que nos escuchen?

Edward vaciló justo lo mínimo y después se encogió de hombros.

—Si encontramos suficientes amigos que nos apoyen, tal vez.

Sí. Repentinamente percibí la importancia de lo que teníamos que hacer ese día. Edward y yo comenzamos a movernos con más rapidez, hasta que por fin rompimos a correr y Jacob nos siguió de modo inmediato.

—No creo que Tanya tarde mucho más —comentó Edward—. Tenemos que estar preparados.

Pero ¿cómo nos íbamos a preparar? Organizamos las cosas una y otra vez, las pensamos y las volvimos a pensar. ¿Dejaríamos a Renesmee a la vista o la esconderíamos al principio? Y Jacob ¿debería estar en la habitación o fuera? Él había ordenado a su manada que permaneciera cerca sin dejarse ver. ¿Haría él lo mismo?

Al final, Renesmee, Jacob —de nuevo en su forma humana— y yo, esperamos en el comedor, situado al otro lado de la esquina a la que daba la puerta principal, sentados ante la gran mesa de madera pulida. Jacob me dejó que sostuviera a Renesmee, quería espacio por si tenía que entrar en fase con rapidez.

Aunque estaba contenta de tenerla entre mis brazos, aquello me hizo sentir inútil. Me recordó que, en una lucha con vampiros maduros, no era más que un objetivo fácil y no necesitaba tener las manos libres.

Intenté evocar a Tanya, Kate, Carmen y Eleazar en la boda. Sus rostros aparecían opacos en mis recuerdos escasamente iluminados. Sólo sabía que eran hermosos, dos rubias y dos morenos.

No podía rememorar si había algún rastro de amabilidad en sus ojos.

Edward se reclinó, inmóvil contra la pared donde estaba la ventana trasera, mirando con fijeza hacia la puerta principal, aunque no parecía que estuviera viéndola.

Escuchamos el zumbido del motor de los coches al pasar por la autovía, sin que ninguno de ellos disminuyera la velocidad.

Renesmee se acomodó pegada a mi cuello, con la mano contra mi mejilla pero sin imágenes en su mente. No tenía ninguna imagen para lo que sentía en esos momentos.

—¿Y qué pasará si no les gusto? —susurró y todos nuestros ojos se dirigieron hacia ella.

—Claro que les… —comenzó a decir Jacob, pero yo le silencié con una mirada.

—Ellos no comprenden tu existencia, Renesmee, porque jamás se han encontrado con nadie como tú —le expliqué, sin querer mentirle con promesas que podían no hacerse realidad—. El problema está en hacérselo entender.

Ella suspiró, y en mi mente relampaguearon imágenes de todos nosotros en un súbito y rápido pase. Vampiros, humanos, licántropos. Ella no encajaba en ningún sitio.

—Tú eres especial, y eso no es malo.

Ella sacudió la cabeza expresando así su desacuerdo. Pensó en nuestras caras tensas y dijo:

—Es culpa mía.

—No —Jacob, Edward y yo lo dijimos los tres a la vez, al mismo tiempo, pero antes de que pudiéramos argumentar algo más, escuchamos el sonido que habíamos estado esperando: el de un motor que reducía la velocidad en la autovía y el de las cubiertas de las ruedas moviéndose del asfalto a la tierra.

Edward salió disparado hacia la esquina para esperarlos en la puerta y Renesmee se escondió entre mi pelo. Jacob y yo nos quedamos mirándonos el uno al otro a través de la mesa, con la desesperación pintada en las caras.

El coche se trasladó con rapidez a través del bosque, con un estilo de conducción más rápido que el de Sue o Charlie. Le escuchamos atravesar el prado y pararse delante del porche delantero, y luego cómo se abrían las cuatro puertas y se cerraban. No hablaron mientras se aproximaban hacia la puerta y Edward la abrió antes de que llamaran.

—¡Edward! —exclamó una voz femenina con entusiasmo.

—Hola, Tanya. Kate, Eleazar, Carmen.

Los tres murmuraron saludos.

—Carlisle nos dijo que necesitaba hablar con nosotros de forma urgente —comentó la primera voz, Tanya, y percibí que todos permanecían en el exterior de la casa. Me imaginé que Edward estaba en la entrada, bloqueándoles el paso—. ¿Cuál es el problema? ¿Algún lío con los licántropos?

Jacob puso los ojos en blanco.

—No —replicó Edward—. Nuestra tregua con los hombres lobo es más fuerte que nunca.

Una mujer se echó a reír entre dientes.

—¿Vas a invitarnos a entrar o no? —preguntó Tanya y después continuó hablando sin esperar respuesta—. ¿Dónde está Carlisle?

—Ha tenido que marcharse.

Se hizo un corto silencio.

—¿Qué es lo que está pasando, Edward? —inquirió Tanya con voz exigente.

—Si me concedierais el beneficio de la duda durante unos cuantos minutos —respondió él—. Tengo algo difícil que explicar, y necesito que mantengáis una actitud abierta hasta que podáis entenderlo.

—¿Carlisle está bien? —preguntó una voz masculina con ansiedad. Eleazar.

—Ninguno de nosotros se encuentra bien, Eleazar —le informó Edward y después palmeó algo, quizá el hombro del vampiro—. Pero al menos físicamente, sí, se encuentra bien.

—¿Físicamente? —preguntó Tanya de repente—. ¿Qué quieres decir?

—Que toda mi familia corre un peligro muy grave, pero antes de que me explique, os pido que me prometáis que lo escuchareis todo antes de reaccionar. Os suplico que oigáis toda la historia primero.

Su petición se encontró con un silencio más largo, tenso, a lo largo del cual Jacob y yo nos miramos el uno al otro sin palabras. Sus labios rojizos palidecieron.

—Estamos escuchando —dijo Tanya al fin—. Lo escucharemos todo antes de juzgar nada.

—Gracias, Tanya —repuso Edward con fervor—. No os habríamos implicado en esto de haber tenido otra posibilidad.

Edward se puso en marcha y percibimos cuatro pares de pasos cruzando la entrada.

Alguien olisqueó.

—Ya sabía que esos licántropos tenían que estar en el asunto —masculló Tanya.

—Sí, y están de nuestro lado. Otra vez.

El recuerdo de lo sucedido silenció a Tanya.

—¿Dónde está tu Bella? —inquirió otra de las voces femeninas—. ¿Cómo se encuentra?

—Se nos unirá pronto. Y ella está bien, gracias. Se ha incorporado a la inmortalidad con una sorprendente finura.

—Cuéntanos en qué consiste el peligro, Edward —solicitó Tanya en voz baja—. Todos te escucharemos y estaremos de vuestro lado, donde pertenecemos.

Edward inhaló un gran trago de aire.

—Primero quiero que lo veáis por vosotros mismos. Prestad atención… en la otra habitación ¿Qué oís?

Se hizo un nuevo silencio y después algo se puso en movimiento.

—Sólo escuchad, por favor —insistió Edward.

—Un hombre lobo, supongo. Puedo oír su corazón —repuso Tanya.

—¿Qué más? —preguntó Edward.

Se hizo una pausa.

—¿Qué es ese sonido como de repiqueteo? —preguntó Carmen o Kate—. ¿Es… alguna clase de pájaro?

—No, pero recordad que lo habéis oído. Ahora, ¿qué oléis? Además del licántropo.

—¿Hay ahí un humano? —susurró Eleazar.

—No —Tanya expresó su desacuerdo—. No es humano, pero… es más cercano a lo humano que el resto de los olores que hay por aquí. ¿Qué es eso, Edward? No creo que haya olido nada igual en toda mi vida.

—Seguro que no, Tanya. Por favor, por favor, recordad que esto es algo por completo nuevo para vosotros. Apartad vuestras ideas preconcebidas.

—Te prometimos que te escucharíamos, Edward.

—Muy bien, entonces ¿Bella? Tráenos a Renesmee, por favor.

Sentí las piernas extrañamente dormidas, pero sabía que esa sensación sólo estaba en mi cabeza. Me forcé a no refrenarme, a no moverme con lentitud cuando me puse en pie y caminé los pocos pasos que había hasta la esquina. El calor del cuerpo de Jacob flameó muy cerca de mí mientras me seguía.

Di un paso más hacia la habitación grande y entonces me detuve, incapaz de caminar más. Renesmee inhaló en profundidad y después se asomó para mirar por debajo de mi pelo, con sus pequeños hombros tensos, esperando ser rechazada.

Pensé que me había preparado para su reacción, para las acusaciones, los gritos, para la inmovilidad del estrés agudo.

Tanya saltó hacia atrás cuatro pasos, con sus rizos del color de las fresas temblorosos, como un humano que se enfrentara a una serpiente venenosa. Kate también recorrió a saltos hacia atrás todo el camino hacia la puerta principal y tanteó a ciegas para ver dónde tenía la pared a sus espaldas. De entre sus dientes apretados brotó un siseo mezcla de sorpresa y miedo. Eleazar se agazapó delante de Carmen en una postura defensiva.

—Oh, por favor —escuché quejarse a Jacob para sus adentros.

Edward puso el brazo alrededor de mí y de Renesmee.

—Prometisteis escuchar —les recordó.

—¡Hay algunas cosas que no deben escucharse! —exclamó Tanya—. ¿Cómo has podido, Edward? ¿Es que no sabes lo que esto significa?

—Tenemos que salir de aquí —replicó Kate con ansiedad, con la mano en el pomo de la puerta.

—Edward… —Eleazar parecía encontrarse más allá de las palabras.

—Esperad —dijo Edward, con la voz endurecida ahora—. Recordad lo que oísteis, lo que olisteis. Renesmee no es lo que creéis.

—No hay excepciones a esa regla, Edward —replicó Tanya con brusquedad.

—Tanya —replicó Edward con dureza—, ¡has oído el sonido de su corazón! Para y piensa en lo que eso significa.

—¿El latido de su corazón? —susurró Carmen, mirando por encima del hombro de Eleazar.

—No es una niña vampira completa —respondió Edward, dirigiendo su atención a la expresión menos hostil de Carmen—. Es semihumana.

Los cuatro vampiros se le quedaron mirando como si estuviera hablando en un idioma ininteligible para todos ellos.

—Escuchadme —la voz de Edward se moduló ahora hacia su aterciopelado tono de persuasión—. Renesmee es única en su especie. Yo soy su padre; no su creador, no, soy su padre biológico.

La cabeza de Tanya temblaba, aunque era un movimiento casi imperceptible. Ella no parecía ser consciente.

—Edward, no puedes esperar de nosotros que… —comenzó Eleazar a hablar.

—Pues dame otra explicación que te encaje, Eleazar. Puedes sentir la calidez de su cuerpo en el aire. La sangre corre por sus venas, Eleazar, puedes olerla.

—¿Cómo ha sucedido esto? —preguntó Kate, casi sin aliento.

—Bella es su madre biológica —le contestó Edward—. Concibió, la llevó en su seno, y dio a luz a Renesmee mientras todavía era humana. Eso casi la mató, así que me vi obligado a introducir una cantidad suficiente de ponzoña en su corazón para salvarla.

—Nunca había oído hablar de una cosa así —replicó Eleazar. Tenía todavía los hombros rígidos y una expresión fría en el semblante.

—Las relaciones íntimas entre vampiros y humanos no son frecuentes —contestó Edward, ahora con algo de humor negro en su tono—. Y que existan humanos que hayan sobrevivido a este tipo de citas, menos aún. ¿No estáis de acuerdo, primas?

Tanto Tanya como Kate le miraron con cara de pocos amigos.

—Fíjate bien ahora, Eleazar. Seguro que puedes apreciar el parecido.

Pero fue Carmen la que respondió a las palabras de Edward. Dio un paso para salir de detrás del vampiro, ignorando su advertencia a medias y caminó con cautela hasta permanecer justo delante de mí. Se inclinó con ligereza, mirando cuidadosamente el rostro de Renesmee.

—Parece que tienes los ojos de tu madre —comentó con una voz tranquila y baja—, pero el rostro de tu padre —y después, como si no hubiera podido evitarlo, le sonrió. La sonrisa de Renesmee en respuesta fue deslumbrante. Rozó mi rostro sin apartar la mirada de Carmen. Se imaginaba tocando el rostro de Carmen y se preguntaba si eso estaría bien.

—¿Te importaría que la misma Renesmee te lo cuente? —le pregunté a Carmen. Todavía estaba demasiado tensa para poder hablar en voz más alta que un simple susurro—. Tiene un don para explicar las cosas.

Carmen todavía le sonreía a la niña.

—¿Hablas, pequeña?

—Sí —respondió con su aguda voz de soprano. Toda la familia de Tanya se estremeció ante el sonido de su voz, salvo Carmen—. Pero puedo mostrarte más cosas de las que puedo contar.

Colocó su pequeña mano llena de hoyuelos en la mejilla de Carmen. La vampira se envaró como si le hubieran aplicado una corriente eléctrica. Eleazar estuvo a su lado en un instante, con las manos en sus hombros como si fuera a apartarla con brusquedad.

—Espera —pidió Carmen casi sin aliento, con sus ojos que no pestañeaban fijos en Renesmee.

La niña le «mostró» a Carmen su explicación durante un buen rato. El rostro de Edward permaneció atento mientras observaba, y yo hubiera deseado tanto poder oír lo que él escuchaba… Jacob cambió el peso de un pie a otro con impaciencia a mis espaldas y supe que también habría querido lo mismo.

—¿Qué le está enseñando Nessie? —gruñó entre dientes.

—Todo —murmuró Edward.

Pasó otro minuto y Renesmee dejó caer la mano del rostro de Carmen y sonrió con alegría a la asombrada vampira.

—Realmente es tu hija, ¿a que sí? —comentó Carmen casi sin aliento, moviendo sus grandes ojos de color topacio al rostro de Edward—, ¡qué don tan vivo! Esto sólo podía venir de un padre igual de bien dotado.

—¿Crees lo que te ha contado? —preguntó Edward, con una expresión llena de intensidad.

—Sin ninguna duda —replicó Carmen con sencillez. El rostro de Eleazar estaba rígido de la angustia.

—¡Carmen!

Ella le cogió las manos con las suyas y se las apretó.

—Aunque parezca imposible, Edward no nos ha dicho más que la verdad. Deja que la niña te lo muestre.

Carmen empujó a Eleazar hacia mí y luego asintió a Renesmee.

—Enséñaselo, querida mía.

Renesmee sonrió de oreja a oreja, de alegría por la aceptación de Carmen, y tocó a Eleazar en la frente con un toque ligero.

—¡Ay, caray! [5]—escupió él, y saltó hacia atrás.

—¿Qué es lo que te ha hecho? —inquirió Tanya al tiempo que se acercaba, embargada por la preocupación. Kate también se deslizó hacia delante.

—Sólo está intentando mostrarte su lado de la historia —le dijo Carmen con voz tranquilizadora.

Renesmee frunció el ceño con impaciencia.

—Ven, mira, por favor —le ordenó a Eleazar. Le extendió la mano y después dejó unos cuantos centímetros entre sus dedos y su rostro, esperando.

Eleazar le echó una ojeada suspicaz y después clavó sus ojos en Carmen buscando su ayuda. Ella asintió para darle ánimos. El vampiro inhaló un gran trago de aire y después se inclinó hacia ella hasta que su frente tocó la pequeña mano otra vez. Él se estremeció cuando el proceso comenzó pero se quedó quieto en esta ocasión, con los ojos cerrados, concentrado.

—Ahh —suspiró cuando sus ojos se reabrieron unos cuantos minutos más tarde—. Ya veo.

Renesmee le sonrió. Él vaciló, y después le devolvió una sonrisa desganada en respuesta.

—¿Eleazar? —preguntó Tanya.

—Es todo cierto, Tanya. No es una niña inmortal, es semihumana. Ven. Míralo por ti misma.

En silencio, Tanya acudió a su vez para colocarse delante de la niña con ademán precavido y después Kate, ambas mostrando sorpresa cuando les llegó la primera imagen al contacto de Renesmee; pero luego, en cuanto terminó, parecieron del todo convencidas, igual que Carmen y Eleazar.

Dirigí una mirada al rostro tranquilo de Edward, preguntándome si podía ser tan fácil. Sus ojos dorados lucían claros, sin sombras. No había engaño en esto, entonces.

—Gracias por escucharnos —dijo con voz serena.

—Pero aún existe el grave peligro del que nos hablaste —le dijo Tanya a su vez—, ya veo que no procede directamente de esta niña, pero entonces ha de proceder de los Vulturis. ¿Cómo han llegado a saber de ella? ¿Cuándo vendrán?

No me sorprendió su rápida comprensión de las cosas. Después de todo, ¿de dónde podría venir una amenaza a una familia tan fuerte como la mía? Sólo de los Vulturis.

—El día en que Bella vio a Irina en las montañas —le explicó Edward—, tenía a Renesmee con ella.

Kate siseó, entrecerrando los ojos hasta convertirlos en rendijas.

—¿Ha sido Irina quien ha hecho esto? ¿A vosotros? ¿A Carlisle? ¿Irina?

—No —susurró Tanya—. Ha debido de ser otra…

—Alice la vio acudiendo a ellos —comentó Edward. Me pregunté si los demás notaron la forma en que se encogió ligeramente cuando mencionó el nombre de Alice.

—Pero ¿cómo ha podido hacer eso? —Preguntó Eleazar sin dirigirse a nadie en concreto.

—Imagínate que hubieras visto a Renesmee sólo a distancia, y que no te hubieras esperado a oír nuestra explicación.

Los ojos de Tanya se entrecerraron.

—No importa lo que ella haya pensado… Vosotros sois nuestra familia.

—Ya no hay nada que podamos hacer respecto a la decisión de Irina. Es demasiado tarde. Alice nos ha dado un mes de plazo.

Tanto Tanya como Kate inclinaron la cabeza hacia un lado, y esta última frunció el ceño.

—¿Tanto tiempo? —preguntó Eleazar.

—Vienen todos juntos y eso requiere una cierta preparación previa.

Eleazar soltó un jadeo.

—¿La guardia completa?

—No sólo la guardia —replicó Edward, con las mandíbulas apretadas—. También Aro, Cayo, Marco… incluso las esposas.

La sorpresa relampagueó en los ojos de todos los vampiros.

—Imposible —repuso Eleazar sin podérselo creer.

—Justo lo que yo dije hace dos días —comentó Edward.

El vampiro puso muy mala cara y cuando habló lo que surgió fue casi un rugido.

—Pero eso no tiene sentido alguno. ¿Por qué se iban a poner ellos mismos y a las esposas en peligro?

—No tiene ningún sentido desde ese punto de vista. Alice dijo que se trataba de algo más que un simple castigo por lo que creían que habíamos hecho. Ella pensó que tú podrías ayudarnos.

—¿Más que un castigo? Pero ¿qué otra cosa puede ser?

Eleazar comenzó a caminar de un lado para otro, dirigiéndose primero hacia la puerta y luego hacia atrás como si estuviera solo en la habitación, con las cejas fruncidas mientras miraba hacia el suelo.

—¿Dónde están los demás, Edward? ¿Carlisle, Alice y los otros? —preguntó Tanya.

La vacilación de Edward apenas fue perceptible y respondió sólo a parte de la pregunta.

—Buscando a amigos capaces y dispuestos a ayudarnos.

Tanya se inclinó hacia él, adelantando las manos en su dirección.

—Edward, no importa cuántos amigos consigas reunir, no podemos ayudarte a ganar. Sólo podemos morir contigo. Debes saber eso. Claro, quizás nosotros cuatro nos lo merecemos después de lo que Irina ha hecho, y después de cómo os fallamos en el pasado… y esta vez también por el bien de la niña.

Edward sacudió la cabeza con rapidez.

—No os vamos a pedir que luchéis y muráis con nosotros, Tanya. Ya sabes que Carlisle jamás solicitaría una cosa así.

—Entonces, ¿cuál es la naturaleza de vuestra petición, Edward?

—Simplemente estamos buscando testigos. Si les podemos detener, aunque sea por un momento, si dejan que nos expliquemos… —tocó la mejilla de Renesmee y ella agarró su mano y la mantuvo apretada contra su piel—. Es difícil dudar de nuestra historia cuando la ves por ti mismo.

Tanya asintió con lentitud.

—¿Tú crees que su pasado les importará mucho?

—Sólo en la medida en que amenace su futuro. El sentido de mantener la restricción estaba en protegernos de quedar expuestos y de los excesos de los niños que no podían educarse.

—Yo no soy peligrosa en absoluto —intervino Renesmee. Escuché su voz alta y clara con nuevos oídos, imaginando cómo sonaría a los demás—. Nunca le he hecho daño al abuelito, a Sue o a Billy. Me encantan los humanos. Y los lobos como mi Jacob —ella dejó caer la mano de Edward hacia atrás y dio una palmadita al brazo de Jacob.

Tanya y Kate intercambiaron una mirada rápida.

—Si Irina no hubiera venido tan pronto —musitó Edward—, nos podríamos haber evitado todo esto. Renesmee crece a un ritmo sin precedentes. Cuando pase este mes, habrá ganado otro año de desarrollo.

—Bueno, eso es algo que lograremos atestiguar sin ninguna duda —replicó Carmen en tono decidido—. Podemos prometer que la hemos visto madurar por nosotros mismos. ¿Cómo iban a ignorar los Vulturis una evidencia como ésa?

Eleazar masculló entre dientes.

—¿Cómo, en verdad? —pero no alzó la mirada y continuó paseándose como si no estuviera prestando atención en absoluto.

—Sí, os serviremos de testigos —admitió Tanya—. Al menos eso sí. Y consideraremos qué otras cosas hacer.

—Tanya —protestó Edward, escuchando algo más en sus pensamientos de lo que había en sus palabras—, no esperamos que luchéis con nosotros.

—Si los Vulturis no se detienen lo suficiente para escuchar nuestra declaración, no nos vamos a quedar de brazos cruzados —insistió Tanya—. Aunque claro, yo sólo puedo hablar por mí misma.

Kate resopló.

—¿Realmente dudas tanto de mí, hermana?

Tanya le dirigió una gran sonrisa.

—Después de todo, es una misión suicida.

Kate le devolvió otra sonrisa y después se encogió de hombros con indiferencia.

—Yo también estaré.

—Y yo haré todo lo que pueda para proteger a la niña —acordó también Carmen. Y luego, como si no se pudiera resistir, tendió las manos hacia Renesmee—. ¿Me dejas que te coja, mi precioso bebé?[6]

Renesmee se inclinó decidida hacia Carmen, encantada de haber hecho una nueva amiga. La vampira la abrazó con fuerza, murmurándole algo en español.

Sucedió lo mismo que había pasado con Charlie, y antes con todos los demás Cullen. La niña resultaba irresistible. ¿Qué era lo que había en ella que hacía que todos se le rindieran, que les hacía incluso desear entregar sus vidas para defenderla?

Durante un momento pensé que lo que estábamos intentando quizá podía funcionar. Tal vez Renesmee lograra lo imposible: ganarse a nuestros enemigos como se había ganado a nuestros amigos.

Y entonces recordé que Alice nos había dejado y mi esperanza se desvaneció tan deprisa como había aparecido.