El gesto

La ceremonia desembocó suavemente en la fiesta de recepción, correspondiendo con el plan intachable trazado por Alice. En esos momentos se ponía el sol sobre el río: la boda había durado exactamente el tiempo necesario para permitir que el sol se desvaneciera entre los árboles. Las luces del jardín relumbraban mientras Edward me conducía hacia las cristaleras traseras, haciendo brillar las flores blancas. Allí había otras diez mil flores más que ejercían la función de carpa fragante y aireada sobre la plataforma de baile, alzada sobre la hierba entre dos de los cedros más antiguos.

Las cosas se detuvieron, relajadas como la apacible tarde de agosto que nos rodeaba. El pequeño grupo de personas se extendió bajo la suave iluminación que ofrecían las luces titilantes y los amigos que acabábamos de abrazar nos saludaron de nuevo. Ahora era tiempo de hablar, de reír.

—Felicidades, chicos —nos dijo Seth Clearwater, inclinando la cabeza bajo el borde de una guirnalda de flores. Su madre, Sue, se mostraba algo rígida de pie a su lado, vigilando a los invitados con una cautelosa intensidad. Su rostro afilado resultaba fiero, con una expresión que acentuaba su pelo corto de estilo severo; era tan bajita como su hija Leah y me pregunté si se lo había cortado del mismo modo como una forma de mostrar solidaridad. Billy Black, al otro lado de Seth, no estaba tan tenso como Sue.

Cuando miraba al padre de Jacob, siempre me sentía como si estuviera viendo a dos personas en vez de a una. Por un lado, estaba el anciano en silla de ruedas de rostro arrugado y sonrisa blanca que todo el mundo podía ver; y por otro, el descendiente directo de una larga línea de jefes de tribu poderosos y llenos de magia, envuelto en la autoridad con la que había lucido. Aunque la magia había esquivado su generación, debido a la ausencia de un catalizador, Billy todavía formaba parte del poder y la leyenda, que fluían directamente de él hasta su hijo, el heredero de la magia a la que había dado la espalda. Por eso, ahora Sam Uley actuaba como el jefe de las leyendas y de la magia…

Billy parecía extrañamente cómodo considerando la compañía y el suceso al que estaba asistiendo, pero sus ojos negros brillaban como si hubiera recibido buenas noticias. Me sentí impresionada por su compostura. Esta boda debería haberle parecido algo muy malo, lo peor que le podía pasar a la hija de su mejor amigo, al menos a sus ojos.

Sabía que no era fácil para él contener sus sentimientos, considerando el desafío que esta unión iba a proyectar sobre el antiguo tratado entre los Cullen y los quileute, el acuerdo que prohibía a los Cullen crear un nuevo vampiro. Los lobos sabían que se avecinaba una ruptura del tratado, y el aquelarre no tenía idea alguna de cómo reaccionarían. Antes de la alianza habría supuesto un ataque inmediato, una guerra, pero ahora que se conocían mejor unos a otros, ¿podría haber alguna posibilidad de perdón?

Como si fuera una respuesta a esa idea, Seth se inclinó hacia Edward con los brazos extendidos y Edward le devolvió el abrazo con la mano que le quedaba libre.

Vi cómo Sue se estremecía delicadamente.

—Me alegro de que te hayan salido las cosas tan bien, hombre —le dijo Seth—. Me siento feliz por ti.

—Gracias, Seth. Eso significa mucho para mí —Edward se apartó de Seth y miró a Sue y Billy—. Gracias también a vosotros, por dejar que viniera Seth y por apoyar hoy a Bella.

—De nada —respondió Billy con su voz profunda y grave y me sorprendió la nota de optimismo de su voz. Tal vez había una tregua más sólida en el horizonte.

Se estaba formando algo parecido a una fila, así que Seth nos despidió con un gesto de la mano y empujó la silla de Billy hacia donde estaba la comida. Sue apoyó una mano sobre cada uno de ellos.

Angela y Ben fueron los siguientes en reclamar nuestra atención, seguidos por los padres de Angela, y después Mike y Jessica, quienes, para mi sorpresa, iban cogidos de la mano. No había oído nada de que volvieran a estar juntos. Eso me parecía estupendo. Detrás de mis amigos humanos venían mis nuevos primos políticos, el clan vampiro de los de Denali. Me di cuenta de que estaba conteniendo la respiración cuando la vampira que estaba a su frente, Tanya, supuse, por el tono fresa de sus rizos rubios, avanzó para abrazar a Edward. A su lado, había otros tres vampiros de ojos dorados que me miraban fijamente con abierta curiosidad. Una de las mujeres tenía el pelo largo, de un rubio muy pálido, liso como la seda del maíz. La otra mujer y su acompañante tenían el cabello negro, con un matiz oliváceo en sus rostros de aspecto pálido como la tiza.

Y los cuatro eran tan hermosos que hicieron que me doliera el estómago.

Tanya seguía reteniendo a Edward.

—Ah, Edward —dijo ella—, te he echado de menos.

Él se echó a reír entre dientes y maniobró para deshacerse del abrazo, colocando con ligereza la mano en su hombro y dando un paso hacia atrás, como si quisiera verla mejor.

—Cuánto tiempo ha pasado, Tanya. Tienes un aspecto magnífico.

—Tú también.

—Déjame que te presente a mi mujer —era la primera vez que Edward pronunciaba esa palabra desde que se había convertido en una verdad oficial y parecía que iba a explotar de satisfacción al decirla. Todos los de Denali se echaron a reír suavemente en respuesta—. Tanya, ésta es mi Bella.

Era tan hermosa como habían predicho mis peores pesadillas. Me echó una mirada que era más especulativa que resignada, y después alzó la mano para tomar la mía.

—Bienvenida a la familia, Bella —sonrió, algo compungida—. Nos consideramos también parte de la familia de Carlisle y siento mucho el…, ejem, reciente incidente, cuando no nos comportamos como tales. Deberíamos habernos conocido antes, ¿podrás perdonarnos?

—Claro que sí —respondí casi sin aliento—, es estupendo conoceros.

—Los Cullen ya están igualados en número. Quizá sea ahora nuestro turno, ¿eh, Kate? —se dirigió sonriendo a la rubia.

—No dejes de soñar —le respondió la interpelada, haciendo girar sus ojos dorados; y cogiéndome la mano que acababa de soltar Tanya, la apretó cariñosamente—. Bienvenida, Bella.

La mujer de cabello oscuro puso su mano sobre la de Kate.

—Yo soy Carmen y éste es Eleazar. Estamos encantados de verdad de haberte conocido por fin.

—Y-yo t-también —tartamudeé.

Tanya echó una ojeada hacia la gente que estaba esperando detrás de ella, el ayudante de Charlie, Mark, y su esposa, cuyos ojos miraban redondos y enormes al clan de Denali.

—Tendremos oportunidad de conocernos mejor más adelante. ¡Dispondremos de millones de años para ello! —Tanya se echo a reír cuando su familia y ella avanzaron.

Se mantuvieron todas las tradiciones al uso. Me vi acribillada por el flash de muchas cámaras fotográficas mientras sostenía en alto el cuchillo sobre un pastel espectacular, demasiado grande, pensé, para el grupo relativamente íntimo de amigos y familiares presentes. Nos turnamos para darnos pastel el uno al otro. Edward se tragó valientemente su trozo mientras yo lo miraba con incredulidad. Luego, arrojé el ramo nupcial con una habilidad desconocida, justo a las manos sorprendidas de Angela. Emmett y Jasper aullaron a carcajada limpia ante mi rubor mientras Edward me quitaba la liga prestada (con los dientes, de forma muy cuidadosa) que yo había deslizado previamente casi hasta mi tobillo. Se la tiró a Mike Newton a la cara volviéndose para enviarme un rápido guiño.

Y cuando comenzó la música, Edward me tomó en sus brazos para el acostumbrado primer baile. Yo le seguí con ganas, a pesar del miedo que le tenía a bailar, especialmente ante público, sólo por el placer de estar entre sus brazos. Él hizo todo el trabajo y giramos sin esfuerzo aparente bajo el brillo de un dosel de luces y el de los relumbrantes flashes de las cámaras.

—¿Está usted disfrutando de la fiesta, señora Cullen? —me susurró al oído.

Me eché a reír.

—Creo que me va a costar un poco acostumbrarme a oírme llamar así.

—Tendremos tiempo suficiente —me recordó, con la voz llena de alegría y se inclinó para besarme mientras bailábamos. Las cámaras disparaban fotos de un modo casi febril.

La música cambió y Charlie le dio unos golpecitos al hombro de Edward.

Resultaba más difícil bailar con Charlie. No era mucho mejor para esto que yo, así que nos mecimos prudentemente de un lado al otro en una cerrada formación en cuadro. Edward y Esme giraron a nuestro alrededor como si fueran Fred Astaire y Ginger Rogers.

—Te voy a echar de menos en casa, Bella. Ya me siento solo.

Le respondí con la garganta hinchada, intentando hacer una broma.

—Me siento fatal dejándote guisar solo. Es casi una negligencia criminal, deberías arrestarme.

Él me dedicó una amplia sonrisa.

—Supongo que podré sobrevivir a la comida, pero llámame siempre que puedas.

—Te lo prometo.

Me pareció que había bailado con todo el mundo ya. Resultaba estupendo ver reunidos a todos mis viejos amigos, pero lo que yo quería de verdad era estar con Edward más que ninguna otra cosa en el mundo. Me sentí feliz cuando volvió a por mí, justo medio minuto después de que empezara una nueva canción.

—Todavía no te cae bien Mike, ¿eh? —comenté mientras Edward me alejaba de él dando vueltas.

—No cuando tengo que escuchar sus pensamientos. Tiene suerte de que no le haya echado de una patada. O algo peor.

—Ah, sí, claro.

—¿No has tenido oportunidad de echarte una ojeada?

—Mmm, no, creo que no. ¿Por qué?

—Entonces, supongo que no te habrás dado cuenta de cuán profunda y sobrecogedoramente hermosa estás esta noche. No me sorprende que Mike haya sido incapaz de evitar pensamientos impropios sobre una mujer casada. Me disgusta mucho que Alice no se haya asegurado de hacer que te miraras al espejo.

—Tú eres muy poco imparcial, ya lo sabes.

Él suspiró, hizo una pausa y se volvió para mostrarme la pared de cristal, que reflejaba la fiesta como un gran espejo. Edward señaló a la pareja que había en el espejo y se encontraba justo enfrente de nosotros.

—¿Que no soy imparcial…?

Capté justo un atisbo del reflejo de Edward, un perfecto duplicado de su rostro perfecto, con una belleza de pelo color oscuro a su lado. Su piel era del color de la crema y las rosas y tenía los ojos muy grandes debido a la excitación y enmarcados por espesas pestañas. La estrecha funda del deslumbrante vestido blanco destelló con sutileza en la cola, casi como si fuera una azucena invertida; estaba cortado de forma tan habilidosa que su cuerpo parecía elegante y gracioso, al menos, mientras se quedaba inmóvil.

Antes de que pudiera pestañear y hacer que la belleza se volviera hacia mí, Edward se puso tenso de repente y giró automáticamente en otra dirección, como si alguien le hubiera llamado por su nombre.

—¡Oh! —exclamó él. Frunció el ceño durante un instante y después se suavizó casi igual de rápido.

De inmediato mostró una brillante sonrisa.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Un regalo de boda sorpresa.

—¿Eh?

Él no contestó, sino que comenzó a bailar de nuevo, girando en dirección opuesta a donde nos habíamos encaminado antes, lejos de las luces y después hacia la profunda franja de la noche que rodeaba la luminosa plataforma de baile.

No se paró hasta que alcanzamos el lado oscuro de uno de los gigantescos cedros. Entonces, Edward miró hacia delante, hacia la parte de las sombras más oscura.

—Gracias —le contestó Edward a la oscuridad—. Esto es muy… amable por tu parte.

—Soy la amabilidad personificada —una hosca voz familiar respondió desde la oscuridad—. ¿Me permites?

Mi mano voló hasta mi garganta, y si Edward no me hubiera estado sujetando, me habría caído.

—¡Jacob! —exclamé, casi ahogándome, cuando puede respirar—. ¡Jacob!

—Estoy aquí, Bells.

Me tambaleé hacia el sonido de su voz. Edward mantuvo su mano bien firme bajo mi codo hasta que otro juego de fuertes manos me cogió en la oscuridad. El calor de la piel de Jacob me quemó a través del fino traje de satén cuando me acercó a su cuerpo. No hizo ningún esfuerzo para bailar, simplemente me abrazó mientras enterraba mi rostro en su pecho. Se inclinó para presionar su mejilla contra la parte superior de mi cabeza.

—Rosalie no me perdonará si no le concedo su turno oficial en el baile —murmuró Edward y me di cuenta de que nos iba a abandonar haciéndome a su vez un regalo de su parte.

—Oh, Jacob —yo estaba llorando y no podía emitir las palabras con claridad—. Gracias.

—Deja de lloriquear, Bella, te vas a arruinar el vestido. Sólo soy yo.

—¿Sólo? ¡Oh, Jake! Todo es perfecto ahora.

Él resopló.

—Ah, sí, la fiesta puede empezar. El padrino finalmente lo consiguió.

—Ahora todos los que amo están aquí.

Sentí cómo sus labios rozaban mi pelo.

—Siento haber llegado tarde, cariño.

—¡Estoy tan feliz de que hayas venido!

—Ésa era la idea.

Eché una ojeada hacia los invitados, pero no podía distinguir a través de los bailarines el punto donde había visto por última vez al padre de Jacob. No sabía si aún seguía allí.

—¿Sabe Billy que estás aquí?

Tan pronto como lo pregunté, supe que sí; era la única manera de explicar su animada expresión de antes.

—Estoy seguro de que Sam se lo ha dicho. Iré a verle cuando… cuando se acabe la fiesta.

—Estará tan contento de que estés en casa…

Jacob se echó un poco hacia atrás y se envaró. Dejó la mano izquierda en la parte más estrecha de mi espalda y sujetó mi mano derecha con la otra. Acunó nuestras manos contra su pecho y pude sentir su corazón latir bajo la palma de mi mano. Adiviné que no la había puesto allí de forma accidental.

—No sé si podré tener algo más que sólo un baile —me dijo él, y comenzó a empujarme en un círculo lento que no seguía el ritmo de la música que sonaba a nuestras espaldas—. Lo haré lo mejor posible.

Nos movíamos según el ritmo de su corazón bajo mi mano.

—Estoy contento de haber venido —añadió Jacob con lentitud después de un momento—, aunque no pensé que sería así. Pero es estupendo verte… una vez más. No resulta tan triste como me imaginaba.

—No quiero que estés triste.

—Ya lo sé. Y no he venido esta noche a hacerte sentir culpable.

—No. Me hace muy feliz que hayas venido. Es el mejor regalo que podrías haberme dado. Él se echó a reír.

—Eso es estupendo, porque no he tenido tiempo para comprar un regalo como Dios manda.

Los ojos se me estaban ajustando y ahora pude contemplar su semblante, a más altura de lo que esperaba. ¿Era posible que aún siguiera creciendo? Debía de estar ya más cerca de los dos metros que del metro ochenta. Resultaba un alivio ver sus rasgos familiares una vez más después de todo ese tiempo, sus ojos profundamente encajados en sombra bajo sus hirsutas cejas negras, sus pómulos altos, y sus labios llenos se estiraron sobre sus dientes brillantes con una sonrisa sarcástica que iba muy de acuerdo con el tono de su voz. Tenía los ojos tensos en las comisuras, cautelosos; podía ver que estaba teniendo bastante cuidado aquella noche. Estaba haciendo todo lo posible para hacerme feliz, para que no se le cayera la máscara y mostrara lo mucho que le estaba costando.

La verdad es que no sabía qué era lo que había hecho de bueno en mi vida para merecer a un amigo como Jacob.

—¿Cuándo decidiste regresar?

—¿Consciente o inconscientemente? —inhaló con profundidad antes de contestar su propia pregunta—. ¿La verdad?, no lo sé. Supongo que estuve vagabundeando en esta dirección durante un tiempo, quizás porque algo me atraía hacia aquí, pero no fue hasta esta mañana cuando realmente empecé a correr. No sabía si llegaría a tiempo —se echó a reír—. No te haces idea de lo extraño que se siente uno andando sobre dos piernas otra vez. ¡Y con ropa! Y todavía es más raro porque te sientes así. No me esperaba esto. He perdido práctica con todo este rollo humano.

Ambos nos revolvimos incómodos.

—De todos modos, habría sido una lástima perderme el verte así. Ha merecido la pena hacer el esfuerzo de venir. Tienes un aspecto increíble, Bella. Estás muy hermosa.

—Alice ha invertido en mí un montón de tiempo y la oscuridad también ayuda.

—No está tan oscuro para mí, ya lo sabes.

—Cierto —sus sentidos de hombre lobo, claro. Era fácil olvidar todas las cosas que él podía hacer, ya que parecía humano. Especialmente ahora—. Te has cortado el pelo —advertí.

—Ah, sí. Me resulta más fácil, ya sabes. Aunque esto de usar las manos es una gran ventaja.

—Tienes buen aspecto —le mentí.

Él resopló.

—Vale. Lo he hecho yo solo, con las tijeras oxidadas de la cocina —sonrió ampliamente durante un momento, y entonces su sonrisa se desvaneció. Su expresión se volvió seria—. ¿Eres feliz, Bella?

—Sí.

—De acuerdo —sentí que encogía los hombros—. Creo que eso es lo más importante.

—¿Y qué tal estás tú, Jacob? De verdad.

—Estoy muy bien, Bella, en serio. No quiero que te preocupes más por mí. Deja ya de darle la tabarra a Seth.

—Pues no es por ti por quien le doy la tabarra, que lo sepas. Me gusta Seth.

—Es un buen chico y mejor compañía que la mayoría de la gente. Te voy a decir una cosa, si pudiera deshacerme algún día de las voces que tengo en la cabeza, esto de ser lobo sería casi perfecto.

Me eché a reír por el modo en que sonó.

—Ah, vale, tendré que decirle a las mías que se callen también.

—En tu caso, eso significaría que estás loca, pero claro, eso yo ya lo sabía —bromeó.

—Gracias.

—Pues, después de todo, quizá sea mejor la locura que compartir la mente de una manada. Las voces de los dementes no les envían niñeras para vigilarte.

—¿Eh?

—Sam está ahí fuera y también algunos de los otros. Sólo por si acaso, ya sabes.

—¿En caso de qué?

—Por si no puedo controlarme, o algo así. Por si me da el pronto y reviento la fiesta —durante un momento flameó una rápida sonrisa ante lo que sin duda era para él un pensamiento de lo más atractivo—. Pero no he venido hasta aquí para estropearte la fiesta, Bella. Estoy aquí para… —su voz se desvaneció.

—Para que mi día sea perfecto.

—Eso es algo difícil de alcanzar.

—Pues menos mal que eres tan alto.

Gimió ante mi chiste malo y después suspiró.

—Simplemente estoy aquí porque soy tu amigo. Tu mejor amigo, una vez más.

—Sam debería confiar un poco más en ti.

—Bueno, puede que yo me esté mostrando demasiado susceptible, y quizá sea mejor que permanezcan cerca, para echarle un ojo a Seth. Aquí hay un montón de vampiros, y Seth no se toma estas cosas lo bastante en serio.

—El chaval sabe que aquí no corre peligro alguno, porque entiende a los Cullen mejor que Sam.

—Vale, vale —replicó Jacob, intentando hacer las paces antes de que en realidad nos hubiéramos peleado.

Era extraño que, de los dos, fuera él quien se mostrara diplomático.

—Siento lo de todas esas voces —comenté—. Me gustaría haberlo hecho mejor. En muchos sentidos.

—No es tan malo. Sólo me estoy quejando un poco.

—¿Eres… feliz?

—Ando bastante cerca, suficiente para mí. Hoy tú eres la estrella —se echó a reír entre dientes—. Y apuesto a que estás encantada, con lo que te gusta ser el centro de la atención.

—Oh, sí, nunca me harto de despertar el interés de los demás.

Rompió a reír y después clavó la mirada por encima de mi cabeza. Estudió el brillo deslumbrante de la recepción con los labios fruncidos, el gracioso girar de los bailarines, los pétalos que revoloteaban al caer de las guirnaldas. Yo miré en la misma dirección. Todo parecía muy lejano desde aquel espacio tranquilo y oscuro. Era casi como observar las ráfagas blancas que giran dentro de una bola de nieve.

—Eso tengo que concedérselo —comentó él—, esta gente sabe montar una fiesta.

—Alice es una fuerza de la naturaleza imparable.

Él suspiró.

—Se terminó la canción. ¿Puedo pedirte otra o es demasiado?

Apreté la mano alrededor de la suya.

—Pide todos los bailes que quieras.

Se echó a reír.

—Eso suena interesante, aunque casi mejor si nos limitamos a estos dos. No quiero empezar a hablar de lo que tú sabes.

Dimos otra vuelta.

—No creas que ya me he hecho a la idea de decirte adiós, al menos no de momento —murmuró él.

Intenté tragar el nudo que se me había formado en la garganta, pero no pude obligarlo a bajar.

Jacob me miró fijamente y puso mala cara. Pasó los dedos por mi mejilla, capturando las lágrimas que se deslizaban por ella.

—No tiene sentido que seas tú la que llore, Bella.

—Todo el mundo llora en las bodas —dije con tono compungido.

—Pero esto es lo que tú quieres, ¿no?

—Correcto.

—Entonces, sonríe.

Lo intenté y él se echó a reír ante la mueca que me salió.

—Voy a intentar recordarte con esta cara. Para que me sirva cuando…

—¿Cuando qué? ¿Cuando muera?

Él apretó los dientes. Estaba luchando consigo mismo, de modo que pudiera mantener su decisión de hacer que su presencia fuera un regalo y no un juicio. Podía adivinar lo que quería decir.

—No —contestó finalmente—. Pero es así como yo te veo en mi mente, con tus mejillas rojas, el latido de tu corazón, y dos manos izquierdas. Todo eso.

Le pisé el pie de forma deliberada y con toda la fuerza que pude.

Él sonrió.

—Ésta es mi chica.

Comenzó a decir algo más y después cerró la boca con brusquedad. Luchaba de nuevo con los dientes apretados contra las palabras que no quería dejar escapar.

Mi relación con Jacob solía ser tan fluida, tan natural, como respirar, pero desde que Edward había regresado a mi vida, se había convertido en una tensión continua. Porque a los ojos de Jacob, al escoger a Edward, estaba escogiendo un destino que para él era peor que la muerte, o al menos equivalente.

—¿Qué pasa, Jake? Dímelo de una vez. Puedes decirme lo que quieras.

—Yo… yo… no tengo nada que decirte.

—Oh, por favor, escúpelo ya.

—Es verdad. Es que no… Verás, es… es una pregunta. Algo que quiero que me digas.

—Pregunta.

Luchó otro minuto más y después exhaló el aire.

—No debería. En realidad no importa, sólo es curiosidad morbosa.

Le comprendí, porque le conocía muy bien.

—No va a ocurrir esta noche, Jacob —le susurré.

Jacob estaba incluso más obsesionado que Edward con mi humanidad. Atesoraba cada uno de los latidos de mi corazón, sabiendo que estaban contados.

—Oh —dijo él, intentando suavizar su alivio—, vale.

Comenzó a sonar una nueva canción, pero él no notó el cambio esta vez.

—¿Cuándo? —murmuró.

—No lo sé con seguridad. Una semana o dos, quizás.

Su voz cambió, adoptando un borde defensivo, burlón.

—¿Y a qué se debe la demora?

—Pues porque no quiero pasar mi luna de miel retorciéndome de dolor.

—¿Y cómo la vas a pasar entonces? ¿Jugando a las damas? Ja, ja.

—Muy gracioso.

—No te engañes, Bells. Siendo sincero, no le veo el punto. No vas a tener una luna de miel de verdad con tu vampiro, así que, ¿por qué no hacerlo de una vez? Llama a las cosas por su nombre. Ésta no es la primera vez que lo pospones, lo cual me parece estupendo, la verdad —afirmó, repentinamente serio—, que no te dé vergüenza.

—No estoy retrasando nada —le repliqué con brusquedad—, y ¡sí, quiero tener una luna de miel auténtica! ¡Puedo tener lo que quiera! ¡Métete en tus asuntos!

Detuvo nuestra vuelta lenta de forma abrupta. Durante un momento, me pregunté si realmente se había dado cuenta del cambio en la música, y me rompí la cabeza intentando encontrar el camino para arreglar nuestra pequeña regañina antes de que me dijera adiós. No podíamos separarnos dejando las cosas tal como estaban.

Y entonces los ojos se le salieron de las órbitas con una clase extraña de horror y confusión.

—¿Qué? —jadeó él—. ¿Qué es lo que has dicho?

—¿Sobre qué…? ¿Jake? ¿Qué es lo que va mal?

—¿A qué te estás refiriendo con tener una luna de miel auténtica? ¿Siendo humana aún? ¿Estás de guasa? ¡Es una broma de muy mal gusto, Bella!

Le miré con mala cara.

—Te he dicho que me dejes en paz, Jake. Esto no es asunto tuyo, y yo no debería… no debería haber hablado de esto contigo. Es un tema privado…

Sus manos enormes me aferraron por la parte superior de los brazos envolviéndolos por completo, hasta el punto de que sus dedos se solaparon.

—¡Ay, Jake! ¡Vete!

Me sacudió.

—¡Bella! Pero ¿es que has perdido la cabeza? ¡No puede ser que seas tan estúpida! ¡Dime que estás de guasa!

Me sacudió de nuevo y sus manos, tan apretadas como si fueran torniquetes, comenzaron a temblar, enviando una serie de vibraciones hacia mis huesos.

—¡Jake… para!

De repente la oscuridad se atestó de gente.

—¡Quítale las manos de encima! —la voz de Edward sonó tan fría como el hielo y tan afilada como una navaja.

Se oyó detrás de Jacob un grave rugido que procedía de lo más negro de la noche, seguido de otro, que se superpuso al primero.

—Jake, colega, vámonos —escuché la voz de Seth, que le hablaba con tono urgente—, te estás descontrolando.

Por un momento pareció que Jacob estaba paralizado, con los ojos dilatados de puro horror aún clavados en mí.

—Le vas a hacer daño —susurró Seth—. Suéltala.

—¡Ahora! —bramó Edward.

Las manos de Jacob cayeron a sus costados y cuando se me restauró el flujo de la sangre a través de las venas, sentí casi dolor. Antes de que pudiera apercibirme de nada más, unas manos frías reemplazaron a las calientes, y de pronto el aire que me rodeaba sopló con fuerza a mi lado.

Pestañeé y cuando me di cuenta me encontraba de pie a unos dos metros de donde había estado justo antes. Edward había adoptado una postura muy tensa delante de mí y dos enormes lobos, agazapados entre él y Jacob, habían aparecido de repente. Aunque a mí no me parecieron agresivos. Más bien sentí como si estuvieran intentando evitar la pelea.

Y Seth, el desgarbado chaval de quince años, había envuelto el tembloroso cuerpo de Jacob con sus brazos, mientras intentaba apartarlo de la escena, pero si Jacob entraba en fase tan cerca de Seth…

—Vamos, Jake, vámonos.

—Te mataré —rugió Jacob, con la voz tan ahogada por la rabia que sonaba baja como un murmullo. Sus ojos, clavados en Edward, ardían de pura furia—. ¡Te voy a matar con mis propias manos! ¡Y va a ser ahora!

Seguía temblando de forma convulsiva.

El lobo más grande, el negro, aulló de forma aguda.

—Seth, quítate de en medio —susurró Edward.

Seth abrazó de nuevo a Jacob. Jake estaba tan apabullado por la ira que Seth pudo apañárselas para tirar de él unos metros más hacia atrás.

—No lo hagas, Jake, vámonos, venga.

Sam, el lobo más grande, el negro, se unió entonces a Seth. Apoyó su gigantesca cabeza contra el pecho de Jacob y empujó también.

Los tres, Seth tirando, Jake temblando, y Sam empujando, desaparecieron rápidamente tragados por la oscuridad.

El otro lobo los siguió con la mirada mientras se marchaban. No estaba segura del color de su piel, bajo aquella luz tan tenue, pero me pareció de un tono marrón chocolate. ¿Era Quil, entonces?

—Lo siento —le susurré al lobo.

—Todo va a ir bien ya, Bella —murmuró Edward.

El lobo se quedó mirando a Edward y no era una mirada nada amigable. Edward le dedicó un seco asentimiento, al que el lobo respondió con un resoplido y se volvió para seguir a los demás, desvaneciéndose como ellos.

—Bien —dijo Edward en voz baja, y después me miró—. Regresemos.

—Pero Jake…

—Sam le tiene controlado. Se ha ido.

—Edward, lo siento tanto, he sido una estúpida…

—No has hecho nada malo…

—¡He sido una bocazas! ¿Por qué…? No debería haberle dejado que llevara la conversación hasta ese punto. ¿En qué estaba pensando?

—No te preocupes —me tocó el rostro—. Hemos de volver a la recepción antes de que alguien note nuestra ausencia.

Sacudí la cabeza, intentando concentrarme de nuevo. ¿Antes de que alguien se diera cuenta? ¿Cómo era que no se habían dado cuenta?

Entonces me apercibí de que el enfrentamiento que tan catastrófico era a mis ojos, en realidad, se había producido casi en silencio y con rapidez, oculto entre las sombras.

—Dame dos segundos —le supliqué.

Mi interior era un caos debido al pánico y la pena, pero eso no importaba, porque ahora lo único que debía controlar era el exterior. Tenía que poner todo mi empeño en mostrar una buena imagen.

—¿Cómo está mi vestido?

—Tienes un aspecto estupendo, no se te ha movido ni un pelo de su sitio.

Inhalé en profundidad un par de veces.

—Vale, venga, vamos.

Me rodeó con sus brazos y me condujo hacia la luz. Cuando pasamos al lado de las luces titilantes, me hizo girar suavemente sobre el entarimado. Nos mezclamos con los otros bailarines como si no hubiéramos llegado a interrumpir jamás nuestra danza.

Eché una ojeada a nuestros invitados, pero ninguno me dio la sensación de parecer asustado o sorprendido. Sólo los rostros muy pálidos mostraban algún signo de tensión, y la escondían muy bien. Jasper y Emmett estaban al borde del entarimado, juntos, y adiviné que habían permanecido cerca de nosotros durante el enfrentamiento.

—¿Cómo estás…?

—Estoy bien —le prometí—. No puedo creerme que la haya pifiado. ¿Por qué lo hago todo mal?

—Tú no has hecho nada mal.

Estaba tan contenta de haber visto allí a Jacob, a pesar del sacrificio que aquello había supuesto para él… Y después lo había estropeado todo, convirtiendo su regalo en un desastre. Deberían ponerme en cuarentena.

Pero mi idiotez no iba a arruinar nada más aquella noche. Apartaría todo a un lado, lo metería en un cajón y lo cerraría para ocuparme de ello más tarde. Habría tiempo de sobra para flagelarme. En ese momento no podía hacer nada al respecto.

—Se acabó —le dije—. No pensemos más en ello por esta noche.

Esperaba un rápido asentimiento de Edward, pero él se quedó en silencio.

—¿Edward?

Cerró los ojos y tocó mi frente con la suya.

—Jacob tiene razón —me susurró—. ¿En qué estaría yo pensando?

—En absoluto —intenté mantener mi rostro tranquilo de cara a la multitud de amigos que nos observaban—. Jacob tiene demasiados prejuicios para ver nada con claridad.

Él masculló algo en voz baja que sonó casi como «debería haberle dejado matarme sólo por haber pensado…».

—¡Para ya! —repuse con fiereza. Sujeté su rostro entre mis manos y esperé hasta que abrió los ojos—. Tú y yo. Eso es lo único que importa, la única cosa en la que te permito pensar. ¿Me has escuchado?

—Sí —suspiró él.

—Olvídate de que ha venido Jacob —eso yo también podía hacerlo, es más, iba a hacerlo—. Por mí. Prométeme que vas a pasar de todo esto.

Me miró a los ojos con fijeza durante un momento antes de contestar.

—Te lo prometo.

—Gracias. Edward, no tengo miedo.

—Yo sí —susurró él.

—Pues haces mal —inhalé profundamente y luego sonreí—. Por cierto, te quiero.

Sonrió sólo un poco en respuesta.

—Ése es el motivo por el que estamos aquí.

—Estás monopolizando a la novia —intervino Emmett, acercándose a Edward por detrás de su hombro—. Déjame bailar con mi hermanita. Puede que ésta sea mi última oportunidad de ruborizarla —se echó a reír muy alto, tan poco afectado como le era habitual por la seriedad de cualquier situación que se presentara.

Resultó que había un montón de gente con la que no había bailado aún, lo cual me dio la oportunidad de que realmente pudiera recomponerme y recuperara el dominio de mí misma. Cuando Edward me reclamó de nuevo, descubrí que el asunto de Jacob estaba bien encerrado en su cajón correspondiente y con la llave echada. Cuando me envolvió entre sus brazos, me sentí capaz de liberar la alegría que había sentido antes y la certeza de que todo en mi vida ocupaba en ese instante su lugar correcto. Sonreí y reposé la cabeza sobre su pecho. Me atrajo con los brazos y me estrechó contra su cuerpo.

—Creo que podré acostumbrarme a esto —le dije.

—No me digas que has superado tus habituales recelos contra el baile.

—Bailar no es tan malo, al menos no contigo, pero estaba pensando más en esto —me apreté aún más contra él—. Y en no dejarte escapar nunca más.

—Nunca —prometió él, y se inclinó para besarme.

Y éste fue un beso de los serios, intenso, lento pero a pesar de ello, camino de algo…

La verdad es que se me había olvidado dónde estaba cuando escuché la llamada de Alice.

—¡Bella! ¡Es la hora!

Sentí una ligera irritación hacia mi nueva hermana por su interrupción.

Edward la ignoró y sus labios se endurecieron contra los míos, con más urgencia que antes. Mi corazón comenzó una carrera enloquecida y las palmas de las manos se me humedecieron al deslizarse por su cuello marmóreo.

—¿Es que queréis perder el avión? —nos urgió Alice, ahora justo a mi lado—. Estoy segura de que vais a pasar una luna de miel estupenda acampados en el aeropuerto, esperando el vuelo siguiente.

Edward giró el rostro lo suficiente para murmurar.

—Lárgate, Alice —y volvió a presionar mis labios con los suyos.

—Bella, ¿quieres embarcar con este vestido? —me espetó. Yo no le presté mucha atención que digamos. En ese momento, es que no me importaba en absoluto. Alice gruñó en voz baja.

—Le voy a decir dónde la llevas, Edward. Te juro que lo hago.

Él se quedó paralizado. Alzó su rostro apartándolo del mío y le lanzó una mirada envenenada a su hermana favorita.

—Para ser tan pequeñaja eres de lo más irritante.

—No he comprado un vestido de viaje tan perfecto para ver cómo se desperdicia —le replicó con brusquedad, cogiéndome la mano—. Ven conmigo, Bella.

Me resistí un poco a su tirón, alzándome sobre los dedos de los pies para besarle una vez más. Ella volvió a tirarme del brazo con ademán impaciente, arrastrándome lejos de él. Se oyeron unas cuantas risitas entre los invitados atentos a la escena. Me rendí entonces y la dejé conducirme hacia la casa vacía.

Ella parecía enfadada.

—Lo siento, Alice —me disculpé.

—Tú no tienes la culpa, Bella —suspiró—. No parece que seas capaz de resistirte.

Se me escapó la risa ante su expresión martirizada y ella me miró con cara de pocos amigos.

—Gracias, Alice. Ha sido la boda más bonita que haya tenido nunca nadie —le dije con el corazón en la mano—, todo ha estado perfecto. Eres la mejor hermana, la más lista y la de mayor talento de todas las hermanas del mundo.

Eso la derritió y me dedicó una enorme sonrisa.

—Me alegra que te haya gustado.

Renée y Esme me esperaban en el piso de arriba. Entre las tres me desnudaron con rapidez y me pusieron un conjunto de color azul intenso que me había comprado Alice. Sentí verdadero agradecimiento cuando alguien me quitó las horquillas del pelo y me lo soltó por la espalda, ondulado debido a las trenzas, ahorrándome el dolor de cabeza de deshacérmelo luego yo. Mi madre no dejó de derramar lágrimas todo el rato.

—Te llamaré cuando sepa adónde vamos —le prometí cuando la abracé para despedirme.

Me imaginaba que el enigma en torno al destino de nuestra luna de miel la estaría volviendo loca, ya que mi madre odiaba los secretos, a menos que estuviera al tanto de ellos.

—Te lo diré cuando ella esté lo bastante lejos para no enterarse —me ganó Alice por la mano, con una sonrisita de suficiencia ante mi expresión herida. Me parecía de lo más desleal que dejara que yo fuera la última en saberlo.

—Tienes que visitarnos a Phil y a mí lo más pronto posible. Ahora es tu turno de ir al sur, y ver el sol aunque sea sólo por una vez —comentó Renée.

—Hoy no ha llovido —le recordé, evitando su demanda.

—Un milagro.

—Ya está todo preparado —intervino Alice—. Tus maletas están en el coche, las está poniendo allí Jasper —me empujó de vuelta a las escaleras seguida por Renée, todavía abrazándome a medias.

—Te quiero, mamá —le susurré mientras descendíamos—, y estoy tan contenta de que estés con Phil… Cuidaos bien el uno al otro.

—Yo también te quiero, Bella, cariño.

—Adiós, mamá, te quiero —repetí con un nudo en la garganta.

Edward me esperaba al pie de las escaleras. Cogí su mano extendida pero me incliné hacia un lado, registrando la pequeña multitud que nos esperaba para vernos marchar.

—¿Papá? —pregunté, buscándole con los ojos.

—Por ahí anda —murmuró Edward y me condujo a través de los invitados que se abrieron formando un pasillo.

Encontramos a Charlie detrás de todo el mundo, reclinado contra la pared con aspecto incómodo, como si, en cierto modo, hubiera estado escondiéndose. Los bordes enrojecidos de sus ojos explicaban por qué.

—¡Oh, papá!

Le abracé por la cintura mientras las lágrimas corrían de nuevo por mi rostro, había que ver lo que estaba llorando esa noche. Él me palmeó ligeramente la espalda.

—Vale, ya. No querrás perder ese avión.

Resultaba difícil hablar de sentimientos con Charlie, con lo parecidos que éramos, siempre huyendo hacia trivialidades para evitar las demostraciones emocionales que tanto nos avergonzaban; pero no era el momento de comportarse con semejante timidez.

—Te querré siempre, papá —le dije—. No lo olvides.

—Yo también, Bells. Siempre te he querido y siempre te querré.

Le besé la mejilla al mismo tiempo que él besaba la mía.

—Llámame —me pidió.

—Pronto —le prometí…

… sabiendo que eso era todo lo que podía prometerle. Sólo una llamada por teléfono. A mi madre y a mi padre no les estaría permitido volver a verme nunca más. Yo sería entonces tan diferente… y desde luego mucho, mucho más peligrosa.

—Vamos, entonces —dijo con voz gruñona—. No quiero que llegues tarde.

Los invitados volvieron a hacernos otro pasillo y Edward me pegó a su costado para preparar nuestra huida.

—¿Estás preparada? —me preguntó.

—Lo estoy —repuse y supe que ahora sí era verdad.

Todo el mundo aplaudió cuando Edward me besó en las escaleras de la entrada. Luego me arrastró hacia el coche mientras comenzaba la tormenta de arroz. La mayoría no nos alcanzó, pero alguien, probablemente Emmett, arrojó los granos con una precisión asombrosa contra la espalda de Edward.

El auto estaba decorado a todo lo largo con más flores extendidas en hileras y grandes lazos de tejido ligero y vaporoso atados a una docena de zapatos nuevos de diseño que colgaban del parachoques trasero.

Edward hizo de escudo para evitarme la lluvia de arroz mientras me subía y poco después entró él. Nos alejamos a toda velocidad mientras yo me despedía por la ventanilla y le gritaba «te quiero» al porche, donde se encontraba toda mi familia despidiéndome a su vez.

La última imagen que me quedó fue la de mis padres. Phil envolvía tiernamente a Renée con ambos brazos mientras ella tenía uno de los suyos muy apretado en torno a su cintura, pero con la otra mano libre extendida aferraba la mano de Charlie. Hay tantas clases de amor, y en ese momento todas convivían de modo armonioso. Me pareció una escena llena de esperanza.

Edward me apretó la mano a su vez.

—Te quiero —me dijo.

Recliné la cabeza contra su brazo.

—Ése es el motivo por el que estamos aquí —cité lo que él había dicho antes.

Él me besó en el pelo.

Cuando nos volvimos hacia la oscura autopista y Edward presionó de verdad el acelerador, escuché un sonido sobre el ronroneo del motor, procedente del bosque que quedaba a nuestras espaldas. Si yo podía oírlo, desde luego, él también, pero no dijo nada mientras el sonido se desvanecía lentamente en la distancia, ni yo tampoco.

El agudo aullido que partía el corazón fue perdiendo volumen y después, desapareció por completo.