Falsificación

Charlie, todavía tenemos aquí ese tipo de compañía de la que es mejor que no sepas nada.

Soy consciente de que ha pasado más de una semana desde que viste a Renesmee, pero no es buena idea que nos visites ahora. ¿Qué te parece si te la llevo?

Mi padre se quedó callado durante tanto rato, que me pregunté si había llegado a captar la tensión bajo mi fachada de aparente tranquilidad. Pero entonces masculló:

—Ya, claro, no es necesario saber, agh —y entonces me di cuenta de que era su cautela frente a lo sobrenatural lo que le había hecho lento en responder—. Vale, nena —repuso Charlie—. ¿Puedes traérmela esta mañana? Sue me va a traer el almuerzo. Está tan horrorizada por mi forma de cocinar como lo estuviste tú la primera vez que viniste.

Se echó a reír, y luego suspiró por los viejos tiempos.

—Esta mañana me va genial —cuanto antes mejor. Ya había pospuesto esto demasiado tiempo.

—¿Vendrá Jacob con vosotras?

Aunque Charlie no sabía nada acerca de la imprimación de los hombres lobo, nadie dejaba de percibir el apego entre Jacob y Renesmee.

—Probablemente —no había forma de evitar que Jacob se perdiera de modo voluntario una tarde con Renesmee y sin chupasangres.

—Quizá debería invitar a Billy también —musitó Charlie—, pero… mira, casi mejor en otra ocasión.

Sólo le estaba prestando a mi padre una atención a medias, lo suficiente para notar la extraña renuencia en su voz cuando hablaba de Billy, aunque no tanto como para preocuparme por el tema. Charlie y Billy ya eran mayorcitos, si se traían algo entre manos, se podían apañar ellos solos. Yo tenía demasiadas cosas importantes con las que obsesionarme.

—Te veo en un rato —le dije, y colgué.

El viajecito se debía más al hecho de proteger a mi padre de los veintisiete vampiros reunidos de una forma tan azarosa, pues no terminaba de fiarme del todo por mucho que hubieran jurado no matar a nadie en un radio de cuatrocientos kilómetros. Resultaba evidente que era buena idea no poner a ningún ser humano en la cercanía de este grupo. Ésa era la excusa que le había dado a Edward, que le llevaba a Renesmee a Charlie de modo que no decidiera venir hasta la casa. Una buena razón para ausentarme, pero no la auténtica en absoluto.

—¿Por qué no nos podemos llevar tu Ferrari? —se quejó Jacob cuando nos encontramos en el garaje. Yo ya estaba dentro del Volvo con la niña.

Edward le había dado muchas vueltas antes de enseñarme mi coche «de después»; como había sospechado, no fui capaz de mostrar un entusiasmo apropiado. Seguro que era bonito y rápido, pero yo sólo quería que anduviese.

—Demasiado llamativo —le respondí—. Podríamos ir a pie, pero eso pondría a Charlie de los nervios.

Jacob refunfuñó algo para sus adentros, pero se sentó en el asiento delantero. Renesmee saltó de mi regazo al suyo.

—¿Qué tal lo llevas? —le pregunté cuando saqué el coche del garaje.

—¿Y tú qué crees? —Me preguntó Jacob a su vez con amargura—. Me ponen malo todos esos apestosos chupasangres —vio mi expresión y habló antes de que yo pudiera intervenir—. Sí, lo sé, lo sé. Son buenos chicos, están aquí para ayudar, nos van a salvar a todos y etcétera, etcétera.

Di lo que quieras, pero tengo muy claro que Drácula Uno y Drácula Dos son espeluz-taculares.

Tuve que sonreír. Tampoco los rumanos eran mis invitados favoritos.

—En eso estoy de acuerdo contigo.

Renesmee sacudió la cabeza, pero no dijo nada, ya que a diferencia de todos los demás encontraba a los rumanos extrañamente fascinantes. Hizo incluso el esfuerzo de hablarles en voz alta, ya que ellos no habían permitido que ella los tocara. Les hizo una pregunta acerca de su piel, tan poco habitual, y aunque temía que pudieran sentirse ofendidos, me alegré en cierta manera: yo también sentía curiosidad.

Ellos no parecieron molestarse por su interés, en todo caso, se mostraron algo compungidos.

—Estuvimos sentados inmóviles durante mucho tiempo, niña —le respondió Vladimir mientras Stefan asentía, aunque sin continuar su frase como solía—, contemplando nuestra propia divinidad. Todo el mundo venía a nosotros como muestra de nuestro poder. Presas, diplomáticos, y aquellos que buscaban nuestro favor. Nos sentamos en nuestros tronos y nos creímos dioses. No nos dimos cuenta durante mucho tiempo de que estábamos transformándonos, casi petrificándonos. Supongo que los Vulturis nos hicieron un favor cuando quemaron nuestros castillos. Stefan y yo, por lo menos, no continuamos convirtiéndonos en piedra. Ahora, los ojos de los Vulturis está cubiertos con una película de escoria, pero los nuestros siguen brillando. Imagino que eso nos dará una ventaja cuando les saquemos los suyos de las órbitas.

Después de aquello procuré mantener a la niña apartada de ellos.

—¿Cuánto tiempo podemos pasar con Charlie? —preguntó Jacob, interrumpiendo mis pensamientos. Se iba relajando de forma visible mientras nos alejábamos de la casa y sus nuevos habitantes. Me hizo feliz que para él yo no fuera un vampiro más, sino simplemente Bella.

—Pues bastante, en realidad.

El tono de mi voz captó su atención.

—¿Hay algo más aparte del hecho de ir a visitar a tu padre?

—Jake, creo que no eres consciente de lo poco capaz que eres de controlar tus pensamientos cuando Edward anda cerca.

Alzó una gruesa ceja negra.

—¿Ah, sí?

Yo asentí nada más, desviando los ojos hacía Renesmee. Ella miraba por la ventana y no podía saber si estaba interesada o no en nuestra conversación, pero decidí no arriesgarme a decir nada más.

Jacob esperó que añadiera algo, y entonces su labio inferior se adelantó mientras pensaba en lo poco que le había dicho.

Mientras viajábamos en silencio, miré a través de aquellas molestas lentillas hacia la lluvia helada, aunque no hacía el frío suficiente para que se convirtiera en nieve. Mis ojos no tenían ya un aspecto tan macabro como al principio y se iban acercando más al naranja rojizo que al brillante carmesí. Pronto adquirirían el tono ambarino que me permitiría quitarme las lentillas.

Esperaba que el cambio no molestara mucho a Charlie.

Jacob todavía estaba digiriendo nuestra conversación interrumpida cuando llegamos a casa de mi padre. No hablamos mientras caminábamos a un ritmo humano vivo a través de la lluvia que seguía cayendo. Mi progenitor nos estaba esperando y tenía la puerta abierta antes de que llamáramos.

—¡Hola chicos! ¡Parece que han pasado años! ¡Mírate, Nessie! ¡Ven con el abuelito! Te juro que has crecido quince centímetros y pareces más delgada, Ness —me miró con mala cara—. ¿Es que no te dan allí de comer?

—Se debe a lo acelerado del crecimiento —mascullé—. Hola, Sue —la llamé por encima de su hombro. El olor a pollo, tomate, ajo y queso provenía de la cocina, un buen aroma para cualquiera menos para mí. Y también olía a pino fresco y a espuma de embalaje.

Renesmee marcó sus hoyuelos. Nunca hablaba delante de Charlie.

—Bueno, venga, entrad, que hace frío, chicos. ¿Dónde está mi yerno?

—Atendiendo a los amigos —replicó Jacob y después resopló—. No sabes la suerte que tienes de estar fuera de combate, Charlie. Eso es todo lo que te puedo decir.

Le di un golpecito amistoso a Jacob en los riñones mientras Charlie se estremecía.

—Ay —se quejó Jacob para sus adentros; bueno, pensé que le estaba dando un «golpecito».

—Charlie, lo cierto es que tengo que hacer algunos recados.

Jacob me echó una ojeada, pero no dijo nada.

—¿De compras navideñas, Bella? Ya sabes que te quedan pocos días.

—Ah, sí, las compras de Navidad —repuse con poca convicción. Eso explicaba la espuma de embalaje, porque Charlie habría sacado ya los viejos adornos navideños.

—No te preocupes, Nessie —le susurró al oído—. Yo me haré cargo si tu madre te falla.

Le puse los ojos en blanco, pero la verdad era que no había pensado para nada en las vacaciones.

—El almuerzo está en la mesa —anunció Sue desde la cocina—. Venga, chicos.

—Nos vemos luego, papá —le dije, e intercambié una mirada rápida con Jacob. Incluso si éste no fuera capaz de evitar pensar en la presente situación cuando permaneciera cerca de Edward, al menos no habría mucho que pudiera compartir con él. No tenía ni idea de adonde iba ni en qué andaba yo.

Aunque claro, pensé para mis adentros cuando me monté en el coche, tampoco es que yo tuviera mucha idea, de todas formas.

Las carreteras estaban resbaladizas y oscuras, pero conducir ya no me intimidaba. Mis reflejos estaban más que preparados para hacer el trabajo por mí y apenas le presté atención a la carretera. El problema era más bien evitar que mi velocidad atrajera la atención de nadie cuando llevaba compañía, pero quería terminar la misión de ese día y resolver el misterio para volver a mi tarea vital de aprendizaje. Aprender a proteger a unos y matar a otros.

Cada vez me iba mejor con mi escudo. Kate ya no sentía la necesidad de motivarme, y no me resultaba difícil encontrar motivos de enojo ahora que sabía que ésa era la clave; así que generalmente trabajaba con Zafrina. Ella estaba encantada con la extensión que había alcanzado, ya era capaz de cubrir un área de más de tres metros durante más de un minuto, aunque eso me dejaba exhausta. Esa mañana había intentado encontrar la forma de empujar el escudo totalmente fuera de mi mente. Yo no veía la utilidad de aquello, pero ella pensaba que me ayudaría a fortalecerme, como cuando se ejercitan músculos del estómago y de la espalda además de los de los brazos. La verdad es que puedes levantar más peso cuando todos los músculos están fortalecidos. No se me daba nada bien. Sólo conseguí un vislumbre del río de la selva que ella intentaba mostrarme.

Pero había otras muchas maneras de prepararme para lo que se nos avecinaba, y como únicamente quedaban dos semanas, me preocupaba que pudiera estar dejando de lado la más importante. Así que ahora estaba dispuesta a corregir ese descuido.

Había memorizado los mapas apropiados, y no tuve problema en encontrar el camino hacia la dirección que no existía en Internet, la única que tenía de J. Jenks. Mi paso siguiente sería encontrar a Jason Jenks en la otra dirección, la que Alice no me había dado.

Decir que aquél no era un buen vecindario habría sido quedarse corto. El más insulso de los coches de los Cullen hubiera tenido un aspecto estrafalario en aquella calle, aunque mi viejo Chevy hubiera encajado la mar de bien. Durante mis años como humana, habría cerrado todas las puertas y habría huido de allí tan rápido como hubiera podido. Fuera como fuera, estaba un poco fascinada. Intenté imaginarme a Alice en este sitio por alguna razón y no lo conseguí.

Los edificios, todos de tres plantas, todos estrechos y todos inclinándose ligeramente como si los aplastara la lluvia que caía a cántaros, eran por lo general casas viejas divididas en múltiples apartamentos. Resultaba difícil decir de qué color era la pintura de cada fachada, porque todas habían terminado por adoptar alguno de los matices del gris. Unos cuantos edificios tenían oficinas en la primera planta: un bar mugriento con las cristaleras pintadas de negro, una tienda de objetos parapsicológicos con manos de neón y cartas de tarot brillando en la puerta, un estudio de tatuajes, y una guardería, cuya ventana de la fachada estaba sujeta con cinta adhesiva plateada. No había lámparas en el interior de ninguna de las habitaciones, aunque el exterior estaba tan en penumbra como para que los humanos necesitaran luz. Escuché un murmullo bajo de voces en la distancia, que sonaban como un televisor.

Había unas cuantas personas por ahí, dos vagabundeaban a través de la lluvia en direcciones opuestas y otra permanecía sentada en el porche poco hondo de una oficina de abogados de ocasión cerrada con tablas, leyendo un periódico mojado y silbando. El sonido resultaba demasiado alegre en aquel escenario.

Me encontraba tan desconcertada por el descuidado silbador que no me di cuenta al principio de que el edificio abandonado se hallaba justo en la dirección que estaba buscando, por si existiera. No había ningún número en aquel lugar abandonado, pero el salón de tatuajes situado a su lado marcaba precisamente dos números más.

Aparqué junto al bordillo y dejé el motor en marcha durante unos segundos. Debía entrar en aquel basurero de un modo u otro pero ¿cómo hacerlo sin que lo notara el hombre que silbaba?

Podría aparcar en la calle paralela e introducirme a través de la parte trasera. Habría más testigos en aquel sitio. ¿Quizá por los tejados? ¿Estaba lo suficientemente oscuro para ello?

—Hola, señora —me gritó el silbador.

Bajé la ventana del lado del copiloto como si no pudiera oírle bien.

El hombre apartó el papel y sus ropas me sorprendieron, ahora que podía verlas. Parecía demasiado bien vestido debajo de ese largo guardapolvos andrajoso. No soplaba ninguna brisa que me pudiera hacer llegar su olor, pero el brillo de su camisa rojo oscuro parecía seda. Su negro pelo rizado estaba enmarañado y desordenado, pero su piel morena tenía un aspecto suave y perfecto y sus dientes lucían blancos y derechos. Una contradicción.

—Quizá no debería aparcar ahí ese coche, señora —me dijo—. No estará aquí cuando regrese.

—Gracias por el aviso —repuse.

Apagué el motor y me bajé. Quizás mi amigo el de los silbidos podía darme las respuestas que necesitaba sin necesidad de forzar la entrada. Abrí mi gran paraguas gris. No es que en realidad me preocupara proteger el traje largo de punto de cachemira que llevaba. Pero es lo que habría hecho un humano.

El hombre entrecerró los párpados a través de la lluvia al ver mi rostro, y entonces se le pusieron los ojos como platos. Tragó saliva y escuché cómo se aceleraba su corazón conforme me acercaba.

—Estoy buscando a alguien —comencé.

—Yo soy alguien —me ofreció con una sonrisa—. ¿Qué puedo hacer por usted, guapa?

—¿Es usted J. Jenks? —le pregunté.

—Oh —exclamó él y su rostro cambió de la anticipación a la comprensión. Se puso en pie y me examinó con los ojos entrecerrados—. ¿Por qué está buscando a J?

—Eso es asunto mío —además no tenía ninguna pista—. ¿Es usted?

—No.

Nos encaramos el uno al otro durante un buen rato mientras sus ojos agudos recorrían de arriba abajo la ajustada funda de color gris perla que llevaba puesta. Su mirada al fin regresó a mi rostro.

—No tiene usted la pinta del cliente habitual.

—Probablemente es porque no lo soy —admití— pero necesito verle tan pronto como sea posible.

—No estoy muy seguro de cómo hacerlo —admitió él a su vez.

—¿Por qué no me dice usted su nombre?

Él sonrió.

—Max.

—Encantada de conocerle, Max. Y ahora, ¿por qué no me dice qué es lo que hace por los habituales?

Su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido.

—Bueno, los clientes habituales de J no tienen su pinta. Los de su clase no se molestan en venir a la oficina de este barrio, se dirigen a la oficina de diseño que tiene en el rascacielos.

Repetí la otra dirección disponible, convirtiendo la lista de los números de la dirección en una pregunta.

—Ah, sí, ése es el sitio —me contestó, de nuevo suspicaz—. ¿Y cómo es que usted ha venido hasta aquí?

—Porque ésta fue la dirección que me facilitó… una fuente de mucha confianza.

—Si viniera por algo bueno, no estaría aquí.

Fruncí los labios. En la vida se me había dado bien eso de mentir, pero tal y como me había dejado la cosa Alice, no es que tuviera demasiadas alternativas.

—Quizá no estoy aquí para algo bueno.

El rostro de Max adoptó una expresión de disculpa.

—Mire, señora…

—Bella.

—De acuerdo, Bella. Mire, yo necesito este trabajo. J me paga la mar de bien por andar por aquí todo el día. Quiero ayudarla, claro que sí, pero bueno… y claro, estoy hablando de forma hipotética, ¿no?, off the record o lo que le vaya bien a usted, pero si dejo pasar a alguien que pueda causarle líos, me echa. ¿Ve cuál es mi problema?

Pensé durante un minuto, mordiéndome el labio.

—¿No ha visto a nadie como yo por aquí antes? Bueno, o algo parecido a mí. Mi hermana es un poco más baja que yo y tiene el pelo erizado y oscuro, negro, en realidad.

—¿J conoce a su hermana?

—Eso creo.

Max reflexionó durante un rato. Yo le sonreí y su respiración se atolondró.

—Le diré lo que vamos a hacer. Voy a llamar a J. Le describiré cómo es usted. Dejemos que él tome la decisión.

¿Qué era lo que sabía J. Jenks? ¿Significaría algo mi descripción para él? Era un pensamiento preocupante.

—Mi apellido es Cullen —le dije a Max, preguntándome si no era ésa demasiada información.

Empezaba a sentirme irritada con Alice. ¿Resultaba necesario que me hubiera dejado a ciegas de esa manera? Podría haberme escrito una o dos palabras más…

—Cullen, ya lo tengo.

Lo observé mientras marcaba y capté con facilidad el número. Bueno, podría llamar yo misma a J. Jenks si esto no funcionaba.

—Hola, aquí Max. Ya sé que no debo llamarle a este número, salvo en caso de emergencia…

—¿Hay una emergencia? —escuché de forma lejana desde el otro extremo de la línea.

—Bueno, exactamente no. Es que hay una chica que quiere verle…

—No veo ninguna emergencia en eso. ¿Por qué no sigues el procedimiento habitual?

—No sigo el procedimiento habitual porque ella no tiene un aspecto habitual para nada…

—¿Lleva placa?

—No.

—No puedes estar seguro de eso. ¿Tiene pinta de ser una de las chicas de Kubarev?

—No, déjeme hablar, ¿vale? Dice que usted conoce a su hermana o algo así.

—No es probable. ¿Qué aspecto tiene?

—Ella es… —sus ojos recorrieron desde mi rostro hasta mis zapatos con expresión apreciativa—. Bueno, parece una «cacho modelo», eso es lo que parece —sonrió y me guiñó un ojo, y después continuó—. Tiene un cuerpo de escándalo, pálida como una sábana, el pelo castaño oscuro casi hasta la cintura, y necesita una buena noche de sueño… ¿Algo de esto le resulta familiar?

—No, para nada. No estoy nada contento con que dejes que tu debilidad por las mujeres guapas me interrumpa…

—Vale, ya sé que me comporto como un imbécil por culpa de cualquier chica bonita, ¿qué tiene eso de malo? Siento haberle molestado, hombre. Olvídelo.

—Dígale el nombre —le susurré.

—Ah, vale. Espere —añadió Max—. Dice llamarse Bella Cullen, ¿ayuda eso?

Hubo un momento de profundo silencio y entonces la voz al otro lado comenzó a gritar repentinamente, usando un montón de palabras que no se escuchan con frecuencia fuera de los lugares habituales de los camioneros. La expresión de Max cambió, se desvanecieron todas sus ganas de broma y se le pusieron los labios pálidos.

—¡Porque usted no me lo preguntó! —gritó Max en respuesta, lleno de pánico.

Hubo otra pausa mientras J se tranquilizaba.

—¿Hermosa y pálida? —preguntó, algo más calmado.

—¿No es eso lo que he dicho?

¿Hermosa y pálida? ¿Qué era lo que sabía ese hombre sobre vampiros? ¿Era él uno de nosotros?

No estaba preparada para esa clase de encuentro, así que apreté los dientes. ¿En qué lío me había metido Alice?

Max esperó durante un minuto a través de otra descarga cerrada de insultos e instrucciones a voces y después me miró con unos ojos que parecían casi asustados.

—Pero usted sólo ve a los clientes de los barrios bajos los jueves… ¡Vale, vale! Ya está —y cerró su teléfono.

—¿Quiere verme? —pregunté con alegría.

Max me fulminó con la mirada.

—Debía usted haberme dicho que era un cliente de los importantes.

—No sabía que lo era.

—Pensé que era usted policía —admitió él—. Quiero decir, que no tiene aspecto de eso, pero actúa de una manera muy rara, guapa.

Me encogí de hombros.

—¿Narcotraficantes? —intentó adivinar.

—¿Quién, yo? —pregunté.

—Claro, o tu novio o quien sea.

—No, lo siento. Realmente no es que me gusten mucho y tampoco a mi marido. «Di no a las drogas» y esas cosas.

Max maldijo para sus adentros.

—Casada, y no podrá darse un descanso.

Le sonreí.

—¿La mafia?

—No.

—¿Contrabando de diamantes?

—¡Basta! ¿Ésa es la clase de gente con la que trata Max de modo habitual? Quizá necesita un nuevo trabajo.

Tenía que admitirlo, me lo estaba pasando bastante bien. No me había relacionado mucho con humanos, aparte de Charlie y Sue. Era divertido ver cómo ese hombre se quedaba sin palabras y también estaba encantada de comprobar lo fácil que me resultaba no matarle.

—Pues ha de estar metida en algo gordo. Y malo —musitó él.

—En realidad, no es así.

—Sí, eso es lo que dicen todos, pero ¿quién necesita papeles o se puede pagar los precios de J por ellos? Nadie que se dedique a lo mío, eso está claro —comentó él, y después masculló la palabra «casada» otra vez.

Me dio una dirección completamente nueva con instrucciones básicas para llegar y después me vio alejarme al volante con ojos suspicaces y llenos de pesar.

Llegados a este punto, estaba ya preparada para casi cualquier cosa, alguna especie de madriguera de alta tecnología, al estilo de los malos de una película de James Bond. Así que al principio pensé que Max me había dado una dirección equivocada en plan de prueba. O quizás el escondite era subterráneo, bajo aquel centro comercial de las afueras de lo más corriente, anidado en lo alto de una colina con árboles y en un encantador vecindario familiar.

Aparqué en una plaza libre y miré hacia la discreta y elegante placa donde se leía:

JASON SCOTT, ABOGADO.

La oficina que había dentro era beis con algunos toques en verde apio, apenas perceptibles y que no desentonaban. No percibí ningún olor a vampiro por allí y eso me ayudó a relajarme.

Sólo el olor de un humano desconocido. Había una pecera contra una pared y una insulsa y bonita recepcionista sentada detrás de un escritorio.

—Hola —me saludó—. ¿Cómo puedo ayudarla?

—Estoy aquí para ver al señor Scott.

—¿Tiene cita?

—No, no exactamente.

Me puso una sonrisita de suficiencia.

—Entonces puede que tarde un rato. ¿Por qué no toma asiento mientras yo…?

—¡April! —Gritó una exigente voz masculina por el interfono—, estoy esperando que venga la señora Cullen.

Yo sonreí y me señalé a mí misma.

—Hazla entrar de inmediato, ¿entiendes? No me importa lo que haya que interrumpir.

Podía detectar algo más en su voz además de la impaciencia. Tensión. Nervios.

—Acaba de llegar —dijo April tan pronto como la dejó hablar.

—¿Qué? ¡Hazla entrar! ¿A qué estás esperando?

—¡Ahora mismo, señor Scott! —se puso en pie, revoloteando con las manos mientras encabezaba la marcha por un corto pasillo, ofreciéndome una taza de café o de té o lo que quisiera.

—Aquí es —dijo cuando me condujo hacia la puerta de una oficina que mostraba poderío en todo, desde su pesado escritorio de madera hasta su pared llena de títulos.

—Cierra la puerta cuando salgas —ordenó una rasposa voz de tenor.

Examiné al hombre situado detrás del escritorio mientras April hacía una pronta retirada. Era bajito y calvo, probablemente en torno a los cincuenta y cinco, con una buena barriga. Llevaba una corbata de seda roja, una camisa a rayas azules y blancas y un blazer de color azul marino colgaba del respaldo del sillón. Estaba temblando y tan blanco que rozaba el tono enfermizo de la pasta, y el sudor le goteaba de la frente. Me imaginé que había de tener una buena úlcera debajo de los michelines.

J se recuperó un poco y se alzó presuroso de su asiento. Me ofreció la mano a través de la mesa.

—Señora Cullen, qué maravilla verla.

Crucé la habitación hasta llegar frente a él y le di la mano, aunque la sacudí sólo una vez. Él se encogió un poco al contacto de mi piel fría, pero no pareció muy sorprendido por ella.

—Señor Jenks… ¿O prefiere usted que le llame Scott?

Él se estremeció de nuevo.

—Lo que usted desee, desde luego.

—¿Qué tal si usted me llama Bella y yo J?

—Como viejos amigos —acordó él, pasándose un pañuelo de seda por la frente. Me hizo el gesto de que me sentara y él lo hizo a su vez—. Debo preguntar, ¿finalmente tengo el placer de encontrarme con la encantadora esposa del señor Jasper?

Sopesé la idea durante un segundo. Así que este hombre conocía a Jasper, no a Alice. Lo conocía y parecía temerlo también.

—En realidad, soy su cuñada.

Frunció los labios, como si estuviera buscando información de un modo tan desesperado como yo.

—¿Confío en que el señor Jasper goza de buena salud? —me preguntó con cautela.

—Estoy segura de que es así. De hecho, en estos momentos está disfrutando de unas largas vacaciones.

Esto pareció aclarar parte de la confusión de J, que asintió como para sí mismo y tabaleó sobre la mesa con los dedos.

—Estupendo, pero debería haber venido directamente a la oficina principal. Mis asistentes la habrían traído hasta mí, sin necesidad de pasar por canales… menos hospitalarios —asentí una sola vez. No estaba segura de por qué Alice me había dado la dirección del gueto—. Ah, bueno, pero ya está aquí… ¿Qué puedo hacer por usted?

—Papeles —le dije, intentando hacer sonar mi voz como si supiera de lo que estaba hablando.

—Muy bien —replicó J, diligente—. ¿Hablamos de certificados de nacimiento, de muerte, permisos de conducir, pasaportes, tarjetas de la seguridad social…?

Inhalé un gran trago de aire y sonreí. Le debía a Max el éxito en este asunto. Y después mi sonrisa se desvaneció. Alice me había enviado aquí por algún motivo, y estaba segura de que era para proteger a Renesmee. Su último regalo para mí. Aquello que sabía que necesitaría.

La única razón por la cual mi hija necesitaría un falsificador sería si tenía que huir. Y la única razón por la cual tendría que huir sería si perdíamos. Si Edward y yo huíamos con ella, no necesitaría esos documentos para nada. Estaba segura de que Edward sabía cómo echar mano de papeles para identificarnos o bien cómo hacerlos él mismo y estaba convencida de que conocía maneras de escapar sin ellos. Incluso podríamos correr miles de kilómetros o nadar a través del océano con Renesmee.

Eso si estábamos allí para salvarla…

Y además estaba el secretismo para mantener esto fuera de la cabeza de Edward, porque había una gran probabilidad de que Aro pudiera acceder a todo lo que él supiera. Si perdiéramos, seguramente Aro obtendría la información que codiciaba antes de destruir a Edward.

Era justo lo que había sospechado: no podíamos ganar, pero nos apuntaríamos un buen tanto si matábamos a Demetri antes de perder, ya que de este modo le daríamos a Renesmee la oportunidad de escapar.

Sentí el corazón como una gran losa sobre mi pecho, un peso aplastante. Todas mis esperanzas se desvanecieron como la niebla bajo la luz del sol. Me escocieron los ojos.

¿A quién debía poner en esos documentos? ¿A Charlie? No, estaba del todo indefenso al ser un humano. Además, ¿cómo iba a entregarle a Renesmee? No iba a estar cerca de la lucha cuando se produjera. Así que sólo quedaba una persona. En realidad, nunca había existido ninguna otra.

Pensé todo esto a tanta velocidad que J no notó mi pausa.

—Dos certificados de nacimiento, dos pasaportes, un permiso de conducir —repuse en voz baja y tensa.

Si él notó algún cambio en mi tono de voz, lo disimuló.

—¿Los nombres?

—Jacob… Wolfe. Jacob Wolfe y Vanessa Wolfe —Nessie parecía un diminutivo adecuado para Vanessa. A Jacob le haría gracia ese rollo del apellido Wolfe[8].

Su bolígrafo escribía con rapidez en un bloc de documentos legales.

—¿Primer apellido?

—Ponga cualquiera.

—Como prefiera… ¿Qué edades debo consignar?

—Veintisiete para el hombre, cinco para la niña —el muy bestia de Jacob los aparentaba sin problema alguno, y al ritmo al que crecía Renesmee, más valía calcular por lo alto. Él podía ser su padre adoptivo…

—Necesitaré fotografías si precisa los documentos terminados —me dijo J interrumpiendo mis pensamientos—. El señor Jasper generalmente prefiere terminarlos él mismo.

Bueno, eso explicaba por qué J no estaba al tanto del aspecto de Alice.

—Espere un instante —le contesté.

Esto sí que era suerte. Tenía varias fotos familiares guardadas en mi cartera y una perfecta, en la cual Jacob sostenía a Renesmee en los escalones frontales del porche, sólo tenía un mes de antigüedad. Alice me la había dado sólo unos cuantos días antes… Oh. Quizá después de todo no era una suerte en absoluto. Alice sabía que la necesitaría. Quizá había tenido alguna oscura visión al respecto.

—Aquí la tiene.

J examinó la foto durante un momento.

—Su hija se le parece mucho.

Yo me puse tensa.

—En realidad, se parece más a su padre.

—Que no es este hombre —y tocó el rostro de Jacob.

Entrecerré los ojos y nuevas gotas de sudor brotaron de la frente brillante de J.

—No. Es un amigo muy cercano a la familia.

—Disculpe —masculló, y el bolígrafo comenzó a rascar el papel otra vez—. ¿Para cuándo necesita en su poder los documentos?

—¿Puede conseguirlos en una semana?

—Eso es un encargo muy apresurado. Costará el doble…, pero perdóneme de nuevo. Se me había olvidado con quién estaba hablando —estaba claro que conocía a Jasper.

—Sólo deme una cifra.

Pareció dudar, aunque estaba segura de que habiendo tratado con Jasper debía saber que el precio no sería un problema real para mí. Ni siquiera había que considerar las abultadas cuentas que existían por todo el mundo con los diversos nombres de los Cullen: había suficiente dinero en metálico por toda la casa para mantener un país pequeño a flote durante toda una década.

Esto me recordó los cientos de anzuelos que había en el fondo de los cajones de la casa de Charlie. Dudaba que nadie hubiera notado el pequeño montoncito que había cogido para el día de hoy.

J escribió el precio en la parte inferior del bloc legal.

Asentí con calma. Había traído más que eso. Abrí el bolso de nuevo y conté la cantidad correcta, lo que me llevó muy poco tiempo porque llevaba los billetes agrupados con clips en grupos de cinco mil dólares.

—Tenga.

—Ah, Bella, no tiene por qué darme toda la suma ahora. Es la costumbre que retenga la mitad para asegurarse la entrega. Le sonreí al hombre con languidez.

—Pero yo confío en usted, J; además, le daré una recompensa: la misma cantidad a la entrega de los documentos.

—Eso no es necesario, se lo aseguro.

—No se preocupe —me daba igual el dinero con tal de poder conseguir esos documentos—. Así que, ¿nos vemos aquí la semana próxima a la misma hora?

Me devolvió una mirada apenada.

—En realidad, prefiero hacer este tipo de transacciones en lugares alejados de mis varios negocios.

—Claro. Estoy segura de que no estoy haciendo esto del modo que usted esperaba.

—Estoy acostumbrado a no tener ningún tipo de expectativas en mis tratos con la familia Cullen —hizo una mueca y de inmediato recompuso el rostro—. ¿Qué le parece si nos vemos en una semana a las ocho de la tarde en el Pacífico? Está en Union Lake y la comida es exquisita.

—Perfecto.

Y no es que me fuera a unir a él para cenar. En realidad, a él no le gustaría nada estar cerca de mí durante la cena.

Me puse en pie y nos dimos la mano de nuevo. Esta vez no se estremeció, pero parecía tener otra preocupación en la cabeza. Tenía la boca apretada y la espalda tensa.

—¿Tendrá algún problema con la fecha? —quise saber.

—¿Qué? —alzó la mirada, cogido con la guardia baja por mi pregunta—. ¿La fecha? Oh, no, no me preocupa en absoluto. Tendré sus documentos preparados a tiempo, sin lugar a dudas.

Habría sido estupendo tener a Edward allí conmigo, de modo que pudiera averiguar cuáles eran las preocupaciones reales de J en ese momento. Suspiré. Guardarle secretos a Edward ya me parecía bastante malo, pero estar separada de él era casi demasiado.

—Entonces, nos vemos en el plazo de una semana.