En compañía

Los invitados atestaban el hogar de los Cullen. La gran casa habría resultado incómoda para todos de no ser porque ninguno de los convidados dormía, aunque la hora de las comidas sí que era un problema. Nuestros compañeros colaboraron lo mejor que pudieron. Cazaron fuera del estado para evitar la localidad de Forks y la reserva de La Push. Edward se comportó como un anfitrión lleno de cortesía, prestando sus coches conforme fueran necesarios sin un pestañeo.

El compromiso me hacía sentir bastante incómoda, aunque intentaba convencerme a mí misma de que daba igual después de todo, si no hubieran venido, estarían cazando en algún otro lugar del mundo.

Jacob estaba aún más molesto. Los licántropos existían para prevenir la pérdida de vidas humanas, y ahora debía cerrar los ojos ante lo que consideraba asesinato puro y duro aunque se cometiera fuera del territorio defendido por la manada. Bajo estas circunstancias, y con Renesmee en tan grave peligro, mantenía la boca cerrada y miraba con mala cara al suelo en vez de a los convidados.

Me sorprendió la facilidad con que los vampiros aceptaron a Jacob. No llegó a producirse ninguno de los problemas temidos por Edward. Los visitantes fingían no verle ni como persona ni como posible comida. Su trato con él se asemejaba al trato que la gente a la que no le gustan los animales dispensa a la mascota de sus amigos.

A Leah, Seth, Quil y Embry se les asignó el cometido de patrullar con Sam por el momento.

Jacob se les habría unido alegremente si no hubiera sido porque no podía soportar estar lejos de Renesmee, muy ocupada dejando fascinada a aquella extraña colección de amigos de Carlisle.

Escenificamos otra vez el número de la presentación de Renesmee al aquelarre de Denali como una media docena de veces. Primero para Peter y Charlotte, a quien Alice y Jasper habían enviado a casa sin darles ninguna explicación. Como la mayoría de sus conocidos, seguían sus instrucciones a pesar de la falta de información. Alice no les había dicho nada sobre la dirección a la que se dirigían ella y Jasper. No habían hecho ninguna promesa de que volviéramos a verles en el futuro.

Aunque estaban al corriente de la regla sobre los niños inmortales, ni Peter ni Charlotte habían visto jamás a uno, de modo que su reacción negativa no fue tan violenta como la de los vampiros de Denali al principio. Habían permitido la «explicación» de Renesmee por pura curiosidad, y eso fue todo. En esos momentos estaban tan comprometidos con la tarea de servir de testigos como la familia de Tanya.

Carlisle había enviado amigos desde Irlanda y Egipto.

El primero en llegar fue el clan de los irlandeses y fueron sorprendentemente fáciles de convencer. Siobhan era su líder: una mujer de inmensa presencia y cuerpo enorme y tan hermoso como hipnótica su forma de moverse con aquellas suaves ondulaciones. Pero tanto ella como su compañero de rostro duro, Liam, estaban más que acostumbrados a confiar en el juicio del miembro más joven del aquelarre. La pequeña Maggie, con sus elásticos rizos pelirrojos, no tenía una presencia física tan imponente como los otros dos, aunque poseía el don de saber cuándo se le mentía y sus veredictos nunca se discutían. Maggie declaró que Edward decía la verdad, así que Siobhan y Liam aceptaron la historia incluso antes de tocar a Renesmee.

Amun y los otros vampiros egipcios fueron harina de otro costal. A pesar de que los dos miembros más jóvenes de su aquelarre, Benjamin y Tia, quedaron convencidos por la explicación de Renesmee, Amun rehusó tocarla y ordenó a su aquelarre que se marchara.

Benjamin, un vampiro extrañamente jovial que parecía apenas mayor que un niño y tan seguro de sí mismo como despreocupado, persuadió a Amun de que se quedara con unas cuantas amenazas sutiles de disolver su alianza. El cabecilla del aquelarre no se marchó, pero continuó negándose a tocar a Renesmee y no permitió que tampoco lo hiciera su compañera, Kebi.

Parecía un grupito insólito, aunque todos los egipcios tenían un aspecto similar, con su pelo del color de la medianoche y aquella palidez olivácea, tanto que habrían pasado por ser una verdadera familia biológica. Amun era el miembro más antiguo y el líder indiscutido. Kebi estaba tan pegada a él que parecía su propia sombra y nunca le oí decir ni una sola palabra. Tia, la compañera de Benjamin, era también una mujer tranquila, aunque cuando hablaba lo hacía con una gran clarividencia y circunspección. Aun así, Benjamin parecía la persona en torno a la cual giraba todo, como si ejerciera algún tipo de magnetismo invisible del cual los demás dependían para mantener el equilibrio. Vi cómo Eleazar miraba al chico con ojos abiertos como platos y supuse que tenía un talento que atraía a los otros hacia él.

—No es eso —me contó Edward cuando estuvimos a solas esa noche—. Su don es tan singular que a Amun le aterroriza perderlo. Igual que nosotros planeamos mantener a Renesmee fuera del conocimiento de Aro, él ha intentado reservarlo apartado de su atención —suspiró—. Amun creó a Benjamin a sabiendas de que iba a ser especial.

—¿Y qué es lo que hace?

—Algo que Eleazar no había visto nunca antes. Algo de lo que nunca habíamos oído hablar siquiera. Algo contra lo que tampoco tu escudo podría hacer nada —me dedicó una de sus sonrisas torcidas—. Puede influir en los elementos de la naturaleza: tierra, viento, agua y fuego. Hablamos de una manipulación física real, nada de ilusiones de la mente. Benjamin aún está experimentando con ello y Amun pretende moldearlo para convertirlo en un arma, pero ya ves lo independiente que es, no permite que nadie le use.

—A ti te gusta —deduje del tono de su voz.

—Tiene un sentido muy claro del bien y del mal y por supuesto, me gusta su actitud.

La actitud de Amun era otra cosa, él y Kebi se mantenían muy reservados, aunque Benjamin y Tia iban en buen camino de hacer grandes amigos entre los de Denali y los aquelarres irlandeses. Esperaba que el regreso de Carlisle relajara la evidente tensión del vampiro egipcio.

Emmett y Rose enviaron individuos sueltos, cualquiera de los amigos nómadas de Carlisle que pudieron localizar.

El primero en acudir fue Garrett, un vampiro larguirucho, de ademanes impacientes, ojos del color del rubí y una melena rubia como la arena que anudaba a la nuca con una cuerda de cuero. Rápidamente llegamos a la conclusión de que era un aventurero. Me imaginé que habría aceptado cualquier reto que le hubiéramos presentado, nada más que para probarse a sí mismo.

Le cayeron muy bien las hermanas de Denali, y se pasaba el tiempo formulando preguntas infinitas acerca de su estilo de vida poco habitual. Me pregunté si el vegetarianismo era otro desafío que emprendería sólo por ver si era capaz, de hacerlo.

Mary y Randall también vinieron y eran amigas ya, aunque no viajaban juntas. Escucharon la historia de Renesmee y se quedaron para atestiguar, igual que los demás. Como los de Denali, estaban considerando su actuación en el caso de que los Vulturis no se detuvieran a escuchar explicaciones. Los tres nómadas jugaban con la idea de permanecer con nosotros.

Como era de esperar, Jacob se volvía cada vez más hosco con cada nuevo recién llegado. Se mantenía a distancia cuando podía y cuando no, le gruñía enfurruñado a Renesmee que alguien iba a tener que elaborar un índice[7] si esperaban que se acordase de los nombres de todos los nuevos chupasangres.

Carlisle y Esme regresaron al cabo de una semana mientras que Emmett y Rosalie lo hicieron unos cuantos días más tarde. Todos nos sentimos mejor cuando llegaron a casa. Carlisle trajo con él un amigo más, aunque la palabra «amigo» quizá podía inducir a error.

Alistair era un vampiro inglés misántropo que contaba con Carlisle como su relación más cercana, aunque apenas podía soportar más de una visita al siglo. Alistair prefería con diferencia vagabundear a solas y Carlisle tuvo que recordarle un montón de favores que le había hecho para conseguir que viniera. Rechazaba toda compañía y quedó claro que no tenía muchos admiradores entre los aquelarres reunidos.

El inquietante vampiro de pelo negro creyó en la palabra de Carlisle sobre el origen de Renesmee, pero rehusó, como Amun, tocar a la niña. Edward nos dijo a Carlisle, Esme y a mí que Alistair tenía miedo de estar allí, pero más aún temía no conocer el resultado de este asunto.

Recelaba profundamente de todo tipo de autoridad, y en especial era suspicaz respecto a los Vulturis. Lo que estaba sucediendo ahora parecía confirmar todos sus miedos.

—Claro que ahora sabrán que estoy aquí —le escuchamos gruñir para sí mismo en el ático, su lugar preferido para despotricar—. No hay forma de que Aro no lo sepa a estas alturas. Esto se va a saldar con siglos de huida continua. Cualquiera con quien Carlisle haya hablado en la última década estará en su lista negra. No me puedo creer cómo me he podido ver envuelto en un lío como éste. ¿Qué manera es ésta de tratar a los amigos?

Pero si él tenía razón en lo de tener que huir de los Vulturis, al menos albergaba más esperanzas de conseguirlo que los demás. Alistair era un rastreador, aunque no tan preciso y eficiente como Demetri. Simplemente, sentía una fuerza difícil de definir hacia lo que estuviera buscando, pero esa fuerza sería suficiente para decirle en qué dirección huir, que sería la opuesta a Demetri.

Y entonces llegaron otro par de amigos inesperados, inesperados porque ni Carlisle ni Esme habían podido ponerse en contacto con las vampiras del Amazonas.

—Carlisle —saludó una de ellas.

Eran dos mujeres muy altas y de aspecto salvaje. Saludó la de mayor estatura de las dos. Ambas parecía como si hubieran sido estiradas, con sus piernas y brazos largos, largos dedos, largas trenzas negras, y caras alargadas con narices alargadas también. No llevaban nada más que pieles de animales, túnicas amplias y pantalones ceñidos que se ataban a los lados con correas de cuero. No sólo eran sus ropas excéntricas las que les daban ese aspecto salvaje, sino todo lo que les rodeaba, desde sus incansables ojos de color escarlata a sus movimientos súbitos y apresurados. Nunca había encontrado unos vampiros menos civilizados.

Pero las había enviado Alice, y eso eran noticias «interesantes», por decirlo con suavidad. ¿Por qué estaba Alice en Sudamérica? ¿Había visto que ninguno de nosotros iba a poder ponerse en contacto con ellas?

—¡Zafrina, Senna! Pero ¿dónde está Kachiri? —Preguntó Carlisle—. Nunca os había visto a las tres separadas.

—Alice nos dijo que necesitábamos separarnos —contestó Zafrina con una voz ruda y grave que encajaba a la perfección con su apariencia rústica—. Es muy incómodo estar así, pero Alice nos aseguró que nos necesitabais aquí, mientras que ella necesitaba mucho a Kachiri en otro lugar. Eso fue todo lo que pudo decirnos, ¿excepto que tenía muchísima prisa…? —la afirmación de Zafrina terminó decantándose en una pregunta y con un estremecimiento nervioso que nunca se me pasaba, no importaba las veces que lo hiciera, les traje a Renesmee para que la conocieran.

A pesar de su fiera apariencia, escucharon con gran tranquilidad nuestra historia y después permitieron que Renesmee les ofreciera su prueba. Quedaron igual de encantadas con la niña que todos los demás vampiros, pero no pude evitar preocuparme cuando observé sus súbitos y rápidos movimientos tan cerca de ella. Senna siempre estaba próxima a Zafrina, aunque nunca hablaba, pero no era lo mismo que Amun y Kebi, ya que esta última parecía hacerlo por obediencia, mientras que las dos vampiras amazónicas era como si fueran dos extremidades del mismo organismo, y Zafrina representaba la boca.

Las noticias sobre Alice resultaron un consuelo, por extraño que pareciera. Sin duda, estaba en alguna oscura misión de las suyas con el propósito de eludir los designios que Aro le tenía reservados.

Edward estaba emocionado de tener a las vampiras del Amazonas con nosotros, porque Zafrina poseía un talento muy desarrollado, y su don podía ser un arma ofensiva muy peligrosa. No es que Edward fuera a pedirle a Zafrina que se alineara con nosotros en la batalla, pero si los Vulturis no se detenían cuando vieran a nuestros testigos, quizá pararan por un motivo diferente.

—Es una ilusión muy impactante —explicó Edward cuando se descubrió que yo no podía ver nada, como era habitual. Zafrina estaba intrigada y divertida por mi inmunidad, algo que jamás se había encontrado antes y se removía de continuo mientras Edward me describía lo que me estaba perdiendo. Los ojos de Edward se desconcentraron ligeramente en ese momento—. Puede hacer que la mayoría de la gente vea lo que ella quiera, y vea eso y nada más. Por ejemplo, justo ahora tengo la sensación de estar en mitad de la selva. Resulta tan nítido que es muy posible que me lo creyera si no fuera porque todavía puedo sentirte entre mis brazos.

Los labios de Zafrina se torcieron en su ruda versión de una sonrisa y un segundo más tarde, los ojos de Edward se enfocaron de nuevo, y él le devolvió la sonrisa.

—Impresionante —comentó él.

Renesmee estaba fascinada por la conversación y tendió los brazos sin miedo a Zafrina.

—¿Puedo verlo yo también? —preguntó.

—¿Qué es lo que quieres ver? —inquirió Zafrina a su vez.

—Lo que le has enseñado a mi papá.

Zafrina asintió y yo observé con ansiedad cómo los ojos de Renesmee miraban al vacío. Un segundo más tarde su asombrosa sonrisa le iluminó el rostro.

—Más —ordenó ella.

Después de eso resultó difícil mantener a Renesmee lejos de Zafrina y sus «dibujitos bonitos».

Yo me preocupé, porque estaba bastante segura de que Zafrina era capaz de crear imágenes que no serían del todo «bonitas», pero a través de los pensamientos de la niña pude ver las visiones de Zafrina por mí misma, ya que eran tan claras como cualquiera de los auténticos recuerdos de mi hija, como si fueran reales. Y pude juzgar si eran apropiadas o no.

Aunque no la cedía de buena gana, me vi obligada a admitir que era bueno que Zafrina mantuviera a Renesmee entretenida, porque yo necesitaba tener libres las manos. Era mucho lo que debía aprender, tanto física como mentalmente, y nos quedaba muy poco tiempo.

La primera vez que intenté aprender a luchar no me fue muy bien. Edward tardó apenas dos segundos en inmovilizarme, pero en vez de permitir que luchara para liberarme, lo que desde luego yo habría podido hacer, dio un salto y se alejó de mí. Supe de inmediato que algo iba mal, se quedó inmóvil como una piedra, mirando a través del prado donde estábamos practicando.

—Lo siento, Bella —se disculpó.

—No, estoy bien —le dije—. Empecemos otra vez.

—No puedo.

—¿Qué quieres decir con que no puedes? Acabamos de empezar —él no contestó—. Mira, sé que no soy nada buena en esto, pero no podré mejorar algo si no me ayudas.

Edward no dijo nada. Salté sobre él en plan juguetón. No hizo ningún gesto para defenderse, y ambos caímos al suelo. Tampoco hizo movimiento alguno cuando presioné mis labios sobre su yugular.

—He ganado —anuncié.

Sus ojos se entrecerraron, pero no dijo nada.

—¿Edward? ¿Qué va mal? ¿Por qué no quieres enseñarme?

Pasó todo un minuto antes de que hablara de nuevo.

—Simplemente, es que… no lo soporto. Emmett y Rosalie saben tanto como yo, y Tanya y Eleazar es probable que mucho más. Pídeselo a alguno de ellos.

—¡Eso no es justo! Tú eres bueno en esto. Ayudaste a Jasper en su momento, cuando luchaste con él y los otros. ¿Por qué yo no? ¿Qué es lo que hago mal?

Él suspiró, exasperado. Tenía los ojos oscuros, apenas ningún destello dorado iluminaba el fondo negro.

—No puedo mirarte de esa manera, analizándote como un objetivo, buscando todas las maneras en las que puedo matarte… —se estremeció—. Se me hace demasiado real. No tenemos tanto tiempo para que en realidad importe quién te enseñe. Cualquiera será capaz de mostrarte los principios fundamentales.

Le puse mala cara.

Él tocó mi sobresaliente labio inferior y sonrió.

—Además, no es necesario, porque los Vulturis se detendrán. Haremos que entiendan.

—Pero ¿¡y si no es así!? Necesito aprender esto.

—Encuentra otro maestro.

Y ésa fue nuestra última conversación sobre el asunto, porque nunca conseguí moverle ni un centímetro de la decisión tomada.

Emmett fue quien se mostró más predispuesto a ayudar, aunque su estilo docente me pareció más cercano a la venganza por todos los pulsos que le había hecho perder. Si hubieran podido salirme cardenales, habría estado de color púrpura de pies a cabeza. Rose, Tanya y Eleazar se mostraron tan pacientes como deseosos de apoyarme. Sus lecciones me recordaron a las instrucciones de lucha que Jasper impartió a los otros el pasado junio, aunque aquellas imágenes me resultaban confusas y borrosas. Algunos de nuestros visitantes encontraron interesante mi adiestramiento, y otros incluso ofrecieron su aporte. Garrett, el nómada, hizo varios turnos y encontré que era un maestro sorprendentemente bueno. Se relacionaba con todo el mundo con tanta facilidad que me preguntaba por qué nunca había encontrado un aquelarre. Incluso luché una vez con Zafrina mientras Renesmee observaba desde los brazos de Jacob.

Aprendí varios trucos, aunque nunca volví a pedirle ayuda. Lo cierto era que aunque ella me gustaba y sabía que en realidad no me haría daño, aquella mujer salvaje me daba mucho miedo.

Aprendí muchas cosas de mis maestros, pero tenía la sensación de que mis conocimientos seguían siendo básicos hasta lo increíble. No tenía idea de cuántos segundos podría aguantar frente a Alec y Jane. Sólo rezaba porque fuera lo suficiente para que sirviera de algo.

Cada minuto del día que no estaba con Renesmee o aprendiendo a luchar, me iba al patio de atrás a trabajar con Kate e intentaba proyectar mi escudo interno fuera de mi cerebro para poder proteger a otros. Edward me animaba en este tipo de entrenamiento. Sabía que él tenía la esperanza de que encontrara una manera de contribuir a la lucha que me satisficiera, pero que sirviera a la vez para mantenerme fuera de la línea de fuego.

Pero resultó de lo más difícil. No había nada a lo que aferrarse, nada sólido con lo que poder trabajar. Sólo tenía mi airado deseo de ser de utilidad, de mantener a salvo conmigo a mi esposo, a mi hija y a tantos de mi familia como fuese posible. Una y otra vez intentaba forzar ese escudo nebuloso fuera de mí, con nada más que algún fugaz y esporádico éxito. Me sentía como si estuviera peleando para estirar una goma invisible, una goma que cambiaba de algo tangible y concreto a un vapor insustancial a cada momento.

Únicamente Edward se prestaba a ser nuestro conejillo de Indias y recibía descarga tras descarga eléctrica de Kate, mientras yo forcejeaba con incompetencia manifiesta con lo que había en el interior de mi cerebro. Trabajábamos durante varias horas por turno y me sentía como si estuviera cubierta de sudor por el esfuerzo, aunque por supuesto mi cuerpo perfecto no me traicionaba de esa manera. Todo el cansancio era mental.

Me mataba que fuera Edward quien debiera sufrir, con mis brazos inútiles a su alrededor mientras pestañeaba una y otra vez bajo la descarga más «baja» que Kate era capaz de emitir. Yo intentaba con todas mis fuerzas empujar el escudo a nuestro alrededor, y de vez en cuando lo conseguía, aunque poco después se desvanecía de nuevo.

Odiaba estas prácticas, y deseaba que fuera Zafrina la que ayudara en vez de Kate. Entonces, todo lo que Edward tendría que hacer sería mirar las ilusiones de la vampira del Amazonas hasta que pudiera hacer que no las viera, pero Kate insistía en que necesitaba más motivación, con lo cual se refería a cómo odiaba ver sufrir a Edward. Yo ya comenzaba a dudar de si, tal como había afirmado aquel primer día, era verdad que no solía hacer un uso sádico de su don.

A mí me daba la sensación de que disfrutaba con todo esto.

—Eh —dijo Edward con la voz alegre, intentando ocultar cualquier evidencia de dolor en ella, ya que estaba dispuesto casi a cualquier cosa con tal de mantenerme lejos de las prácticas de lucha—. Ése apenas me ha llegado, buen trabajo, Bella.

Inhalé un gran trago de aire, intentando captar con claridad qué era lo que había hecho bien esta vez. Probé la goma elástica, luchando para que se mantuviera sólida mientras la estiraba hacia fuera de mí.

—Otra vez, Kate —resoplé a través de mis dientes apretados.

Kate apretó la palma de su mano contra el hombro de Edward.

Él suspiró aliviado.

—Nada, en esta ocasión.

Ella alzó una ceja.

—Pues ése no fue nada flojo.

—Estupendo —bufé enfurruñada.

—Prepárate —me dijo ella, y alzó su mano hacia Edward de nuevo.

Esta vez él se estremeció y se le escapó un siseo bajo entre los dientes.

—¡Lo siento!, ¡lo siento!, ¡lo siento! —canturreé, mordiéndome el labio. ¿Por qué no lo había conseguido ahora?

—Estás haciendo un trabajo impresionante, Bella —comentó Edward, abrazándome estrechamente contra él—. Apenas llevas trabajando en esto unos días y ya has conseguido hacer alguna proyección de vez en cuando. Kate, dile lo bien que lo está haciendo.

Kate frunció los labios.

—No lo sé. Es obvio que tiene una habilidad tremenda, y sólo estamos empezando a acercarnos. Puede hacerlo mejor, estoy segura. Le hace falta un poco más de incentivo.

Me quedé mirándola con incredulidad, mientras los labios se me curvaban de forma automática sobre los dientes. ¿Cómo podía ella pensar que me faltaba motivación cuando estaba sacudiendo con sus descargas a Edward justo delante de mí?

Escuché murmullos entre el público que se había ido reuniendo mientras practicaba. Al principio sólo habían sido Eleazar, Carmen y Tanya, pero luego se había pasado por allí Garrett y más tarde Benjamin y Tia, Siobhan y Maggie y ahora incluso Alistair estaba mirando fijamente a través de una ventana del tercer piso. Los espectadores estaban de acuerdo con Edward, pensaban que lo estaba haciendo bastante bien.

—Kate… —le advirtió Edward cuando algo nuevo se le pasó por la cabeza a ella, aunque ya estaba en movimiento. Se apresuró hacia la curva del río donde Zafrina, Senna y Renesmee caminaban con tranquilidad, con la mano de la niña en la de la alta mujer del Amazonas mientras se mandaban imágenes la una a la otra. Jacob las observaba a unos cuantos pasos detrás.

—Nessie —dijo Kate, ya que los recién llegados se habían acostumbrado enseguida al irritante apodo—, ¿quieres venir a ayudar a tu madre?

—No —medio rugí.

Edward me abrazó de modo tranquilizador, pero me lo quité de encima con una sacudida justo cuando Renesmee revoloteaba por el patio en mi dirección, con Kate, Zafrina y Senna justo detrás de ella.

—No, y es un no rotundo, Kate —mascullé.

La niña llegó hasta donde yo estaba y le abrí los brazos de modo automático. Ella se acurrucó contra mi cuerpo, presionando su cabeza en el hueco que había justo debajo de mi cuello.

—Pero mami, yo quiero ayudar —ofreció la niña con voz voluntariosa. Su mano descansó contra mi cuello reforzando su deseo con imágenes de nosotras dos juntas, como un equipo.

—No —repliqué, retrocediendo con rapidez. Kate había dado un paso deliberado en mi dirección, con su mano extendida delante de ella.

—Apártate de nosotras, Kate —le advertí.

—No —ella comenzó a perseguirnos, como si fuera una cazadora arrinconando a su presa.

Cambié de posición a Renesmee de modo que quedó colgada de mi espalda, mientras seguía caminando hacia atrás a un ritmo que se acompasaba al de Kate. Ahora tenía las manos libres, y si la vampira quería seguir conservando sus manos pegadas a sus muñecas, haría mejor manteniendo la distancia.

Kate no lo entendió, ya que no había conocido por sí misma la pasión de una madre por su hijo.

Es probable que no se diera cuenta de cuan lejos había ido esta vez. Me sentía tan furiosa que mi visión adquirió un extraño color rojizo y la lengua me supo a metal quemado.

La fuerza que yo habitualmente procuraba mantener bajo control fluía ahora a través de mis músculos y supe que podría convertir a Kate en un montón de escombros de la dureza del diamante si me presionaba lo suficiente. La ira había hecho que cada aspecto de mi ser se intensificara. Ahora, incluso podía sentir la elasticidad de mi escudo con mayor exactitud, y me di cuenta de que más que una banda era una capa fina, una película delgada que me cubría de los pies a la cabeza. Con la ira rugiendo a través de mi ser, tuve una mejor percepción de él, un control más estrecho de su presencia. Lo estiré a mi alrededor hasta sacarlo al exterior de mi cuerpo, y envolví a Renesmee con él, por si acaso Kate conseguía traspasar mi guardia.

Kate dio un paso calculado hacia delante, y un rugido despiadado me desgarró la garganta y salió a través de mis dientes apretados.

—Ten cuidado, Kate —le advirtió Edward.

La vampira dio otro paso más y entonces cometió un error que incluso alguien tan inexperto como yo podía reconocer. A sólo un pequeño salto de distancia de mí, apartó la vista y trasladó su atención a Edward.

Renesmee estaba segura a mi espalda y me agaché para saltar.

—¿Puedes escuchar algo de Nessie? —le preguntó Kate, con la voz calmada y serena.

Edward se precipitó en el espacio que había entre las dos, bloqueando mi línea de actuación hacia Kate.

—No, nada en absoluto —contestó él—. Y ahora dale a Bella un poco de espacio para que se calme, Kate. No deberías aguijonearla de ese modo. Ya sé que no lo parece, pero no olvides que sólo tiene unos meses.

—No contamos con tiempo para hacer esto con amabilidad, Edward. Hemos de empujarla un poco. Únicamente disponemos de unas cuantas semanas y ella tiene el potencial de…

—Apártate durante un minuto, Kate.

Kate puso mala cara pero aceptó la advertencia de Edward con más seriedad de lo que se había tomado la mía.

La mano de Renesmee estaba sobre mi cuello. Me recordaba el ataque de Kate, me mostraba que no pretendían hacerle daño, que su papá ya estaba en ello…

Esto no me pacificó. El espectro de luz se hallaba teñido de escarlata. Pero yo estaba más controlada y pude ver la sabiduría de las palabras de Kate. La ira me ayudó, porque podía aprender más rápido bajo presión.

Sin embargo, eso no quería decir que me gustara.

—Kate —gruñí, descansando la mano en la parte más estrecha de la espalda de Edward.

Todavía podía sentir el escudo como una lámina fuerte y flexible alrededor de mí y de Renesmee. Lo empujé algo más lejos, forzándolo alrededor de Edward. No había signo de imperfección en la tela elástica, ni amenaza de un desgarrón. Yo jadeaba por el esfuerzo, y mis palabras salieron casi sin aliento, más que furiosas.

—Otra vez —le dije a Kate—, pero a Edward sólo.

Ella puso los ojos en blanco, pero revoloteó hacia delante y presionó su palma contra el hombro de Edward.

—Nada —dijo Edward, y percibí la sonrisa en el tono de su voz.

—¿Y ahora? —preguntó Kate.

—Nada todavía.

—¿Y ahora? —esta vez se notaba el sonido de la tensión en su voz.

—Nada en absoluto.

Kate gruñó y dio un paso hacia atrás.

—¿Puedes ver esto? —preguntó Zafrina con su voz profunda y ruda, mirando con intención a los tres. Su inglés tenía un acento extraño, y sus palabras se acentuaban en los lugares más inesperados.

—No veo nada que no debiera ver —repuso Edward.

—¿Y tú, Renesmee? —inquirió Zafrina de nuevo.

Renesmee le sonrió y sacudió la cabeza.

Mi furia se había desvanecido casi por completo y apreté los dientes, jadeando con más fuerza mientras seguía empujando contra el escudo elástico; parecía que se iba haciendo más pesado cuanto más lo estiraba. Tiraba hacia atrás, intentando encogerse hacia dentro.

—Que a nadie le dé un ataque de pánico —advirtió Zafrina al pequeño grupo de espectadores—. Deseo ver cuánto puede extenderlo.

Todos los presentes emitieron un jadeo de sorpresa —Eleazar, Carmen, Tanya, Garrett, Benjamin, Tia, Siobhan y Maggie—, todos menos Senna, que parecía estar preparada para el comportamiento de Zafrina. Los ojos de los demás parecían ahora desenfocados, y sus expresiones llenas de ansiedad.

—Alzad la mano cuando recuperéis la visión —les instruyó Zafrina—. Vamos, Bella. A ver a cuántos puedes cubrir con el escudo.

Mi respiración salió como un resoplido. Kate era la persona que tenía más cerca además de Edward y Renesmee, pero incluso ella estaba a unos diez pasos. Apreté las mandíbulas y empujé de nuevo, intentando extender la lámina protectora elástica que se resistía lo más lejos posible de mí. Centímetro a centímetro la conduje hasta Kate, luchando con la reacción que se producía con cada fracción de terreno que ganaba. Sólo observaba la expresión llena de ansiedad de Kate mientras trabajaba, y gruñí por lo bajo con alivio cuando sus ojos pestañearon y se concentraron. Alzó la mano.

—¡Fascinante! —Murmuró Edward, casi sin aliento—. Es como un cristal de una sola cara.

Puedo leer lo que todos están pensando, pero ellos no me pueden alcanzar aquí dentro. Y soy capaz de escuchar a Renesmee, aunque no lo era cuando estaba en el exterior. Apuesto a que Kate podría lanzarme una buena descarga ahora, porque está dentro del paraguas. Pero, por otro lado, no logro escuchar a Bella. Mmm, a ver, a ver… ¿Cómo funciona esto? Me pregunto si…

Continuó mascullando para sus adentros, mas yo no conseguía escuchar las palabras. Apreté los dientes de nuevo, luchando por extender el escudo hacia Garrett, que era el que estaba más cerca de Kate. También alzó la mano.

—Muy bien —me felicitó Zafrina—. Ahora…

Pero habló demasiado pronto. Con un grito ahogado sentí que mi escudo se encogía como una goma elástica que se ha estirado en exceso y recobra de modo brusco su forma original.

Renesmee comenzó a temblar en mi espalda cuando experimentó por primera vez la ceguera que Zafrina había conjurado para los otros. Aun con lo cansada que estaba, luché de nuevo contra la lámina elástica para forzar el escudo e incluirla otra vez.

—¿Puedes darme un minuto? —jadeé pesadamente. Desde que me había convertido en vampiro no había sentido la necesidad de descansar en ninguna ocasión antes de ese momento.

Me ponía nerviosa sentirme tan agotada y a la vez tan fuerte.

—Claro —replicó Zafrina y los espectadores se relajaron cuando les permitió ver de nuevo.

—Kate —la llamó Garrett mientras los otros murmuraban y se dispersaban con ligereza, molestos por el momento de ceguera, ya que los vampiros no están acostumbrados a sentirse vulnerables. Garrett, alto y de pelo color arena, era el único inmortal sin don que parecía atraído por mis sesiones de práctica. Me preguntaba qué atractivo le encontraría siendo como era un aventurero.

—Yo no lo haría, Garrett —le advirtió Edward.

Garrett continuó avanzando hacia Kate a pesar de la advertencia, con los labios fruncidos en una mueca especulativa.

—Dicen que puedes tumbar a un vampiro de espaldas.

—Sí —admitió ella. Y después, con una sonrisa ladina, removió juguetona los dedos en su dirección—. Qué, ¿sientes curiosidad?

Garrett se encogió de hombros.

—Es algo que jamás he visto, y parece un poco exagerado…

—Quizá —repuso Kate, con el rostro de repente serio—. Quizá sólo funciona en los débiles o los jóvenes. No estoy segura. Vaya, y tú pareces bien fuerte. A lo mejor sí que puedes resistir mi don —extendió la mano en su dirección, con la palma hacia arriba, en una clara invitación.

Torció los labios y estuve bastante segura de que su grave expresión era un intento de enredarlo.

Garrett sonrió ante el reto, y tocó su palma con el dedo índice, muy seguro de sí mismo.

Y entonces, con un grito ahogado que aun así resonó con fuerza, se le doblaron las rodillas y salió disparado de espaldas, hasta que golpeó con la cabeza en un trozo de granito que se rompió con un agudo chasquido. Resultó sorprendente. Me encogí instintivamente al ver a un inmortal incapacitado de esa manera, era algo que estaba peor que mal.

—Ya te lo dije —masculló Edward.

Los párpados de Garrett temblaron durante unos segundos y después abrió los ojos como platos. Se quedó mirando a Kate, que tenía grabada en el rostro una sonrisita de suficiencia, mientras otra sonrisa vagabundeaba por el rostro de él, iluminándolo.

—Guau —dijo.

—¿Lo has disfrutado? —le preguntó ella con cierto escepticismo.

—No estoy loco —rió Garrett, sacudiendo la cabeza mientras se levantaba con lentitud desde su posición de rodillas—, ¡pero ha sido toda una experiencia!

—Eso es lo que he oído.

Y entonces se produjo una cierta conmoción en el patio delantero. Escuché a Carlisle hablando sobre un barboteo de voces sorprendidas.

—¿Os ha enviado Alice? —le estaba preguntando a alguien, con la voz insegura, algo molesta.

¿Otro huésped inesperado?

Edward salió disparado hacia la casa y la mayoría de los otros le imitaron. Yo le seguí más despacio, con Renesmee aún aferrada a mi espalda. Le daría a Carlisle un momento para que recibiera apropiadamente al nuevo invitado, y le preparara para la idea de lo que se le avecinaba.

Cogí a la niña en brazos mientras caminaba con cautela rodeando la casa para entrar por la puerta de la cocina, escuchando la escena que no podía ver.

—Nadie nos ha enviado —decía una profunda voz susurrante al contestar a la pregunta de Carlisle. Me recordó al pronto las voces de los antiguos como Aro y Cayo, y me quedé paralizaba dentro de la cocina.

Sabía que la puerta principal estaba atestada de gente, ya que casi todo el mundo había ido a ver a los nuevos visitantes, pero apenas se percibía algún ruido. Sólo una respiración superficial.

La voz de Carlisle sonaba precavida cuando respondió.

—Entonces, ¿qué os trae por aquí?

—Las palabras vuelan —contestó una voz diferente, que sonaba como un murmullo, igual que la primera—. Hemos oído por ahí que los Vulturis se estaban organizando para ir a por vosotros. Hay rumores también de que no estaréis solos. Como es obvio, los rumores son ciertos. Ésta es una reunión de lo más impresionante.

—No estamos desafiando a los Vulturis —repuso Carlisle en tono tenso—. Ha habido algún malentendido, eso es todo. Y uno muy serio, a decir verdad, pero que confiamos en ser capaces de aclarar en su momento. Lo que estáis viendo son testigos, nada más, porque sólo necesitamos que los Vulturis nos escuchen. Nosotros no…

—No nos preocupa lo que digan que habéis hecho —le interrumpió la primera voz—. Y nos da igual si habéis incumplido la ley.

—Ni lo atrozmente que lo hayáis hecho —intervino el segundo.

—Hemos estado esperando un milenio y medio para que alguien desafiara a esa escoria de los Vulturis —continuó el primero—. Si hay alguna oportunidad de que caigan, queremos estar aquí para verlo.

—O incluso para ayudar a derrotarlos —apostilló el segundo. Hablaban en una sucesión continua, de modo que sus voces se enlazaban la una a la otra y al ser tan similares, un receptor menos sensitivo las habría percibido como una única voz—. Creemos que tienes una posibilidad de éxito.

—¿Bella? —Me llamó Edward con una voz dura—. Trae a Renesmee, por favor. Quizá deberíamos poner a prueba la petición de nuestros visitantes rumanos.

Me ayudó saber que probablemente la mitad de los vampiros que había en la otra habitación saldrían en defensa de Renesmee si estos rumanos se sentían molestos por ella. No me gustaba el sonido de sus voces o la oscura amenaza que destilaban sus palabras. Mientras caminábamos a través de la habitación, pude ver que no era sólo yo la que lo percibía así. La mayoría de los vampiros inmóviles que había allí los miraban con ojos hostiles y unos cuantos —Carmen, Tanya, Zafrina y Senna— cambiaron con ligereza de postura, adoptando posiciones defensivas entre los recién llegados y Renesmee.

Los vampiros de la puerta eran esbeltos y bajos, uno con el pelo oscuro y el otro con el pelo de un tono rubio ceniza tan claro que casi parecía gris pálido. Su piel tenía el mismo aspecto polvoriento que la de los Vulturis, aunque no me pareció tan acusado. No podía estar segura de ello, ya que sólo había visto a los Vulturis con mis ojos humanos y no era capaz de hacer una comparación exacta. Sus ojos agudos, pequeños, eran de un color borgoña oscuro, sin ninguna película lechosa. Llevaban simples ropas oscuras, que podían pasar por modernas aunque con aspecto de pasadas de moda. El del pelo oscuro sonrió cuando yo aparecí a la vista.

—Vaya, vaya, Carlisle, pero qué chicos más malos habéis sido, ¿eh?

—Ella no es lo que crees, Stefan.

—Y nos da igual de todos modos —respondió el rubio—. Como ya os hemos dicho antes.

—Entonces sois bienvenidos como observadores, Vladimir, pero nuestro plan no es para nada desafiar a los Vulturis, como también hemos dicho antes.

—En ese caso, simplemente cruzaremos los dedos —comenzó Stefan.

—Y esperaremos tener suerte —finalizó Vladimir.

Al final, habíamos conseguido reunir diecisiete testigos: los irlandeses, Siobhan, Liam y Maggie; los egipcios, Amun, Kebi, Benjamin y Tia; las del Amazonas, Zafrina y Senna; los rumanos, Vladimir y Stefan; y los nómadas, Peter y Charlotte, Garrett, Alistair, Mary y Randall, además de los once miembros de nuestra familia, ya que Tanya, Kate, Eleazar y Carmen insistieron en ser contados como tales.

Aparte de los Vulturis, ésta era quizás la reunión amigable de vampiros maduros más grande que se había producido en la historia de los inmortales.

Todos comenzábamos a concebir pequeñas esperanzas e incluso yo no pude resistirme a ello.

Renesmee se había ganado a todos para su causa en un periodo muy corto de tiempo. Los Vulturis sólo tenían que escuchar durante un segundo escaso…

Los dos rumanos supervivientes, concentrados en su amargo resentimiento por aquellos que habían derribado su imperio hacía quince siglos, se lo tomaban todo con calma. No tocaron a Renesmee, pero tampoco le mostraron aversión. Parecían misteriosamente encantados por nuestra alianza con los licántropos. Me observaron practicar con mi escudo con Zafrina y Kate, contemplaron a Edward contestar a preguntas no expresadas en voz alta, también a Benjamin alzando géiseres de agua del río o violentos brotes de viento del aire quieto sólo con el poder de su mente, y sus ojos relucían con la ardiente esperanza de que los Vulturis hubieran encontrado por fin la horma de su zapato.

Todos teníamos nuestras esperanzas, aunque no fueran las mismas.