Nos sentamos allí la noche entera, como estatuas llenas de pavor y pena, pero Alice no regresó.
Todos estábamos al límite, frenéticos en nuestra absoluta inmovilidad. Carlisle apenas había sido capaz de mover los labios para explicárselo todo a Jacob. La repetición de la historia únicamente sirvió para que nos pareciera aún peor, incluso Emmett se quedó en silencio y quieto a partir de ese momento.
No fue hasta que amaneció y pensé que pronto Renesmee comenzaría a removerse bajo mis manos cuando me pregunté por primera vez qué era lo que le estaría llevando a Alice tanto tiempo. Esperaba saber un poco más antes de verme obligada a enfrentar la curiosidad de mi hija, tener algo con lo que contestarle, y también alguna diminuta y minúscula porción de esperanza de modo que pudiera sonreír y evitar que la verdad la aterrorizara.
Mi rostro permaneció paralizado en la máscara fija que había llevado puesta toda la noche. No estaba segura de recuperar la capacidad de sonreír nunca más.
Jacob estaba roncando en una esquina, como una gran montaña de pelo en el suelo, retorciéndose con ansiedad en su sueño. Sam lo sabía todo… y los lícántropos se estaban preparando para lo que se nos avecinaba, pero esa preparación no serviría de nada: los asesinarían junto con el resto de mi familia.
La luz del sol irrumpió a través de las ventanas traseras, arrancando chispas en la piel de Edward. Yo no había movido los ojos de los suyos desde que Alice se había marchado. Nos habíamos pasado toda la noche mirándonos el uno al otro, con la vista fija en lo que ninguno de los dos podía soportar perder: al otro. Mi reflejo relucía en sus ojos llenos de agonía conforme el sol tocaba mi propia piel.
Sus cejas se movieron de forma infinitesimal, y después sus labios.
—Alice —dijo.
El sonido de su voz fue como el del hielo al fracturarse cuando se derrite. Todos nosotros nos rompimos y nos ablandamos un poco también. Y nos pusimos de nuevo en movimiento.
—Lleva fuera mucho tiempo —murmuró Rosalie, sorprendida.
—¿Dónde estará? —se preguntó Emmett, dando un paso hacia la puerta. Esme le puso la mano en el brazo—. No queremos molestar…
—Nunca había tardado tanto —dijo Edward. Una nueva preocupación hizo añicos la máscara en que se había convertido su rostro. Sus rasgos volvían a parecer vivos, los ojos repentinamente abiertos por un miedo añadido, un pánico extra—. Carlisle, ¿no crees que pueda ser algo… preventivo? ¿Habrá tenido Alice tiempo de ver si han enviado a alguien a por ella?
El rostro de piel traslúcida de Aro llenó mi mente. Aro había recorrido todos los recovecos de la mente de Alice y estaba al tanto de todo de lo que ella era capaz…
Emmett comenzó a despotricar en voz tan alta que Jacob se puso en pie con un rugido. En el patio, su bramido tuvo el eco de su manada. Mi familia se había convertido ya en un borrón en movimiento.
—¡Quédate con Renesmee! —le grité a Jacob conforme salía disparada hacia la puerta.
Yo todavía era más fuerte que el resto de ellos, y usé esa fuerza para impulsarme hacia delante. Sobrepasé a Esme en unos cuantos saltos y a Rosalie en unas cuantas zancadas más. Aceleré a través de lo más espeso del bosque hasta que me situé justo detrás de Edward y Carlisle.
—¿Habrán sido capaces de sorprenderla? —inquirió Carlisle, su voz tan monótona como si siguiera inmóvil más que corriendo a toda velocidad.
—No veo cómo —respondió Edward—, aunque Aro la conoce mejor que nadie. Desde luego mejor que yo.
—¿Es una trampa? —gritó Emmett detrás de nosotros.
—Tal vez —replicó Edward—, pero por aquí no hay otro olor que el de Alice y Jasper. ¿Adonde habrán ido?
El rastro de Alice y Jasper se curvaba en un amplio arco; se extendía primero al este de la casa, pero luego se dirigía hacia el norte al otro lado del río, y después de nuevo hacia el oeste durante unos cuantos kilómetros. Volvimos a cruzar el río, saltando los seis que íbamos a un segundo unos de otros. Edward corría el primero, totalmente concentrado.
—¿Has captado ese efluvio? —gritó Esme hacia delante, unos cuantos momentos después de que saltáramos el río por segunda vez. Era la que iba más lejos, en el extremo izquierdo de nuestra partida de caza. Hizo unos gestos señalando hacia el sudeste.
—Seguid el rastro principal… Estamos ya cerca de la frontera con los quileute —ordenó Edward de modo conciso—. Manteneos juntos. Mirad si han girado al norte o al sur.
Yo no estaba tan familiarizada con la línea del tratado como todos ellos, pero percibía el ligero olor a lobo en la brisa que soplaba desde el este. Edward y Carlisle disminuyeron el ritmo y pude ver cómo movían sus cabezas de lado a lado, esperando que el rastro volviera a aparecer.
Entonces el olor a lobo se hizo de pronto más fuerte, y Edward alzó la cabeza bruscamente. Se detuvo de forma repentina y los demás también nos quedamos inmóviles.
—¿Sam? —preguntó Edward en voz monótona—. ¿Qué pasa aquí?
El líder de la otra manada apareció entre los árboles a unos cientos de metros, caminando con celeridad hacia nosotros en forma humana, flanqueado por dos grandes lobos, Paul y Jared.
Sam tardó un poco en llegar hasta nosotros, y su ritmo humano me impacientó. No quería tiempo para pensar en lo que estaba pasando. Deseaba estar en movimiento, haciendo algo.
Quería poder poner mis brazos alrededor de Alice, saber sin lugar a dudas que se encontraba a salvo.
Observé cómo el rostro de Edward se ponía blanco cuando leyó lo que Sam estaba pensando. Él le ignoró, mirando directamente a Carlisle cuando se detuvo y comenzó a hablar.
—Justo después de medianoche, Alice y Jasper vinieron hasta este lugar y pidieron permiso para cruzar nuestras tierras hasta el océano. Les concedí el permiso y los escolté hasta la costa yo mismo. Entonces se metieron en el agua y no han regresado. Mientras viajábamos, Alice me dijo que era de la mayor importancia que no le contara nada a Jacob de que les había visto hasta que hablara contigo. Yo debía esperar aquí a que vinieras a buscarla y entonces tenía que darte esta nota. Me dijo que la obedeciera como si todas nuestras vidas dependieran de ello.
El rostro de Sam mostraba una expresión sombría cuando le tendió un papel doblado e impreso entero con un pequeño texto en negro. Era una página arrancada de un libro y mi vista aguda leyó las palabras cuando Carlisle lo desdobló para leer el otro lado. La página que daba hacia mí era una copia de El mercader de Venecia; de ella se desprendió algo de mi propio olor cuando Carlisle estiró el papel. Me di cuenta de que era una página arrancada de uno de mis libros. Me había traído unas cuantas cosas desde la casa de Charlie a la cabaña: conjuntos de ropa normal; todas las cartas de mi madre, y mis libros favoritos, entre lo cuales figuraba mi baqueteada colección de libros en rústica de Shakespeare, que hasta ayer por la mañana había estado en la estantería de la pequeña sala de estar de la casita…
—Alice ha decidido dejarnos —susurró Carlisle.
—¿Qué? —chilló Rosalie.
Carlisle le dio la vuelta a la página de modo que todos pudiéramos leerla.
No tratéis de encontrarnos, no hay tiempo que perder. Recordad: Tanya, Siobhan, Amun, Alistair y todos los nómadas que podáis hallar. Nosotros buscaremos a Peter y Charlotte de camino.
Sentimos muchísimo dejaros de esta manera, sin despedida ni explicaciones, pero es el único modo de hacerlo. Os queremos.
Volvimos a quedarnos paralizados en un silencio sepulcral, salvo por el sonido de los corazones de los hombres lobo y su respiración. Sus pensamientos también deberían haber sido en voz alta. Edward fue el primero en moverse otra vez, contestando a lo que había oído en la mente de Sam.
—Sí, las cosas están así de peligrosas.
—¿Tanto que tengas que abandonar a tu familia? —preguntó Sam en voz alta, con la censura implícita en el tono. Estaba claro que no había leído la nota antes de dársela a Carlisle. Se mostraba enfadado, parecía arrepentido de haberle hecho caso a Alice.
La expresión de Edward era envarada… y lo más probable es que a Sam le pareciera airada o arrogante, pero yo podía percibir el dolor en los planos endurecidos de sus rasgos.
—No sabemos qué fue lo que vio —replicó Edward—. Alice no es insensible ni cobarde. Simplemente dispone de más información que nosotros.
—Nosotros no… —comenzó Sam.
—La relación que mantenéis entre vosotros es distinta a la nuestra —le interrumpió Edward con brusquedad—. Nosotros mantenemos libre nuestra voluntad.
Sam alzó la barbilla y sus ojos se volvieron de pronto de un intenso color negro.
—También vosotros deberíais hacer caso del aviso —continuó Edward—. Esto no es algo en lo que os gustará veros implicados, tampoco podéis evitar lo que haya visto Alice.
Sam sonrió forzadamente.
—Nosotros no somos de los que huyen —detrás de él, Paul resopló.
—No dejes que masacren a tu familia por orgullo —intervino Carlisle en voz baja. Sam miró a Carlisle con una expresión más suave.
—Como Edward ha señalado, nosotros no tenemos la misma clase de libertad de la que vosotros disfrutáis. Renesmee es ahora tan parte de nuestra familia como de la vuestra. Jacob no puede abandonarla y nosotros no le abandonaremos a él —sus ojos se movieron hacia la nota de Alice, y sus labios se apretaron hasta formar una fina línea.
—Tú no la conoces —replicó Edward.
—¿Y tú? —inquirió Sam con rudeza.
Carlisle puso una mano en el hombro de Edward.
—Tenemos mucho que hacer, hijo. Sea cual sea la decisión de Alice, resultaría estúpido no seguir ahora sus recomendaciones. Vayamos a casa y pongámonos a trabajar.
Edward asintió y su rostro pareció en ese momento menos rígido por la pena. Detrás de mí, podía escuchar los sollozos sordos de Esme, sin lágrimas.
No sabía cómo se podía llorar con este cuerpo, porque no podía hacer otra cosa que mirar. No había aún ningún sentimiento. Todo me parecía irreal, como si estuviera durmiendo otra vez después de todos estos meses, teniendo de nuevo una pesadilla.
—Gracias, Sam —señaló Carlisle.
—Lo siento —respondió Sam—. No deberíamos haberla dejado pasar.
—Hicisteis lo correcto —le replicó Carlisle—. Alice es libre de hacer lo que desee y yo jamás le denegaría el ejercicio de su libertad.
Yo siempre había pensado en los Cullen como un todo, una unidad indivisible. De repente, recordé que no siempre había sido así. Carlisle había creado a Edward, Esme, Rosalie y Emmett, Edward me había creado a mí. Estábamos físicamente conectados por la sangre y la ponzoña.
Nunca había pensado en Alice y Jasper como entes separados, como si hubieran sido adoptados por la familia, pero lo cierto era que Alice había adoptado a los Cullen. Había aparecido con un pasado a cuestas que no tenía nada que ver con los demás y también había traído a Jasper con el suyo, y había encajado en una familia que ya existía. Tanto ella como él habían conocido otra existencia fuera de la familia Cullen. ¿Acaso había escogido comenzar otra vida después de haber visto que su camino con los Cullen había terminado?
Entonces, estábamos malditos, ¿era eso, verdad? No había ninguna esperanza en absoluto. Ni un solo rayo, ni un pequeño atisbo que hubiera convencido a Alice de que tenía una oportunidad a nuestro lado.
El alegre aire de la mañana se había vuelto oscuro de repente, más denso, como si mi desesperación lo hubiera teñido de un modo físico.
—Pues yo no voy a rendirme sin luchar —rugió Emmett entre dientes—. Alice nos ha dicho lo que tenemos que hacer, así que manos a la obra.
Los demás asintieron con expresiones voluntariosas y me di cuenta de que confiaban en la oportunidad que fuese que Alice nos había dado. Y también de que no iban a rendirse por pura desesperanza ni aguardar a la muerte de brazos cruzados.
Sí, todos lucharíamos, ¿qué otra cosa podíamos hacer? Y además, daba la impresión de que íbamos a arrastrar a otros en nuestra caída, porque eso era lo que había dicho Alice antes de dejarnos. Pero ¿cómo no íbamos a seguir el último aviso de Alice? Los lobos también pelearían a nuestro lado por causa de Renesmee.
Nosotros lucharíamos, ellos también, y todos moriríamos. Yo no sentía la misma resolución que los demás. Alice conocía las probabilidades y nos estaba dando la única oportunidad que podía ver, pero era tan remota que ni ella misma apostaba a su favor.
Ya me sentía vencida cuando le di la espalda al rostro crítico de Sam y seguí a Carlisle hasta casa.
Corríamos ahora de forma automática, sin la prisa llena de pánico que nos había embargado antes. Cuando nos acercamos al río, Esme alzó la cabeza.
—Todavía está la otra pista, y aún es reciente.
Ella señaló hacia delante, donde antes había llamado la atención de Edward. Cuando nos apresurábamos para salvar a Alice…
—Es de un momento anterior. Y era sólo de Alice, sin Jasper —comentó Edward con la voz mortecina.
El rostro de Esme se contrajo y volvió a asentir.
Me dirigí hacia la derecha, quedándome algo retrasada. Estaba segura de que Edward tenía razón, pero al mismo tiempo… Después de todo, ¿cómo había conseguido Alice la página de uno de mis libros?
—¿Bella? —inquirió Edward, con una voz tan desprovista de emoción que me hizo dudar.
—Quiero seguir esta pista —le dije, olisqueando el ligero aroma de Alice que se apartaba del primer camino que había empleado en su huida. Yo era nueva en esto, pero a mí me olía exactamente igual, excepto porque faltaba el rastro de Jasper.
Los ojos de Edward estaban vacíos.
—Lo más probable es que sólo nos lleve de regreso a la casa.
—Entonces, nos encontraremos allí.
Al principio pensé que me dejaría ir sola, pero luego, cuando di unos cuantos pasos, sus ojos inexpresivos volvieron a la vida.
—Yo iré contigo —dijo en tono tranquilo—. Nos vemos en casa, Carlisle.
El doctor asintió y todos se marcharon. Yo esperé hasta que estuvieron fuera de nuestra vista y entonces miré a Edward con una interrogación en los ojos.
—No puedo dejar que te alejes de mí —me explicó en voz baja—. Me duele sólo imaginarlo.
Yo le comprendí sin más explicaciones, porque también pensaba en esa separación y me daba cuenta de que sentiría la misma pena, no importaba lo corta que fuera.
Nos quedaba tan poco tiempo para estar juntos.
Le alargué mi mano y él la cogió.
—Apresurémonos —me instó—. Renesmee debe de haberse despertado ya.
Yo asentí y comenzamos de nuevo a correr.
Seguro que era una tontería desaprovechar el escaso tiempo disponible para estar con Renesmee simplemente por pura curiosidad, pero aquella nota me inquietaba. Alice podría haber tallado sus palabras en una piedra plana o en el tronco de un árbol si no tenía utensilios de escritura. Incluso podía haber robado un par de Post-it de cualquiera de las casas que bordeaban la autovía. ¿Por qué mi libro? ¿Cuándo se había hecho con él? Con toda certeza, el rastro llevaba hacia la cabaña, pero en una ruta tan enrevesada que se mantenía bien lejos de la casa de los Cullen y de los lobos de los bosques cercanos. Edward frunció las cejas confundido cuando se hizo obvio adonde conducía la pista.
Intentó razonar en voz alta.
—¿Dejó que Jasper la esperara en otro sitio y vino hasta aquí?
Casi habíamos llegado a la casa y me encontré intranquila. Estaba contenta de tener la mano de Edward en la mía, pero también sentía como sí hubiera tenido que venir sola. Alice había arrancado la página y la había llevado hasta donde estaba Jasper, lo cual era una cosa muy extraña. Parecía que hubiera un mensaje en su acción, uno que no conseguía entender en absoluto. Pero era mi libro, así que el mensaje debía ser para mí. Y si hubiera sido algo que hubiera querido que supiera Edward, ¿habría arrancado la página de uno de sus libros…?
—Dame sólo un minuto —le dije, soltando sus manos cuando llegamos a la puerta.
Él arrugó la frente.
—¿Bella?
—¿Por favor? Treinta segundos.
No esperé a que él me contestara. Me precipité a través de la puerta, cerrándola a mis espaldas. Me dirigí recta hacia la estantería. El olor de Alice era reciente, de menos de un día de antigüedad. Ardía un fuego bajo, pero aún caliente en la chimenea, un fuego que yo no había encendido. Saqué de un tirón El mercader de Venecia de la estantería y lo abrí por la página del título.
Allí, pegada al borde destrozado de la página arrancada, bajo las palabras «El mercader de Venecia, por William Shakespeare», había una nota.
Destrúyelo.
Y debajo, un nombre y una dirección de Seattle.
Apenas habían pasado trece segundos de los treinta pactados cuando Edward irrumpió en la casa. Observó cómo se quemaba el libro.
—¿Qué está pasando, Bella?
—Ella estuvo aquí. Arrancó la página de mi libro para escribir la nota.
—¿Por qué?
—No lo sé.
—¿Por qué lo estás quemando?
—Yo… yo… —puse mala cara, dejando que salieran a mi rostro todo el dolor y la confusión que sentía. Ignoraba qué era lo que Alice intentaba decirme, sólo estaba segura de que ella había ido muy lejos para que nadie más que yo lo supiera, la única persona cuya mente Edward no podía leer. Así que Alice no quería que él se enterara y lo más probable es que fuera por algún buen motivo—. Me pareció apropiado.
—No sé qué es lo que se trae entre manos —dijo en voz baja.
Yo me quedé mirando fijamente las llamas. Era la única persona en el mundo capaz de mentirle a Edward. ¿Era eso lo que Alice quería de mí? ¿Su última petición?
—Cuando íbamos en el avión hacia Italia —le susurré, esto no era una mentira, o quizá sólo lo era si teníamos en cuenta el contexto—, de camino para rescatarte… ella le mintió a Jasper de modo que no nos siguiera. Sabía que si él se enfrentaba a los Vulturis, moriría. Y Alice prefería morir antes que ponerle a él en peligro. Y que muriera yo. O tú.
Edward no contestó.
—Ella tiene sus prioridades —le dije, y mi corazón paralizado me dolió cuando me di cuenta de que mi explicación no parecía una mentira en absoluto.
—No lo creo —replicó Edward, y no lo hizo como si estuviera discutiendo conmigo, sino como si fuera con él mismo con quien argumentara—. Quizá sólo era Jasper el que estaba en peligro. Su plan podría funcionar con el resto de nosotros, pero él estaría perdido en el caso de quedarse. Quizás…
—Pero nos habría dicho eso y le habría enviado lejos.
—¿Y Jasper se hubiera ido? Quizá le está mintiendo de nuevo.
—Quizá —simulé que estaba de acuerdo con él—. Vayamos a casa. No tenemos tiempo.
Edward me cogió de la mano y echamos a correr.
La nota de Alice no me había dado esperanzas. Alice se habría quedado si hubiera alguna manera de evitar la matanza que se avecinaba. No debía haber visto otra posibilidad.
Así que lo que me estaba dando era alguna otra cosa, no una vía de escape. Pero ¿qué otra cosa habría pensado ella que podía desear yo? ¿Quizá una forma de salvar algo? ¿Es que había algo que yo quisiera salvar?
Carlisle y los otros no habían estado inactivos en nuestra ausencia. Habíamos estado separados no más de cinco minutos, y ya estaban preparados para marcharse. En la esquina, Jacob había adquirido de nuevo su forma humana, y tenía a Renesmee en su regazo, ambos mirándonos a los demás con ojos redondos como platos.
Rosalie se había cambiado su traje cruzado de seda por unos vaqueros de aspecto resistente, zapatos de correr, y una camisa abotonada de la tela gruesa que los mochileros usan para las excursiones largas. Esme estaba vestida de manera similar. Había un globo terráqueo en la mesa de café, pero ya lo habían estado mirando, y sólo nos esperaban.
La atmósfera ahora era más positiva que antes, ya que les había sentado bien ponerse en marcha. Sus esperanzas se habían aferrado a las instrucciones de Alice.
Me quedé mirando al globo y me pregunté adonde nos enviarían primero.
—¿Nosotros hemos de quedarnos aquí? —preguntó Edward, mirando a Carlisle. No sonaba nada feliz.
—Alice dijo que debíamos mostrarle a Renesmee a todo el mundo, pero hemos de tener cuidado con ello —contestó Carlisle—. Nosotros enviaremos aquí a quien sea que logremos encontrar.
Edward, tú eres el que mejor sabrá sortear este particular campo de minas.
Edward le respondió con un seco asentimiento, aunque sin mostrar ninguna felicidad.
—Hay mucho campo que cubrir.
—Nos separaremos todos —intervino Emmett—. Rose y yo iremos en busca de los nómadas.
—Aquí tendréis las manos bien ocupadas —dijo Carlisle—. La familia de Tanya llegará aquí por la mañana, y no tienen ni idea del motivo. Primero, tendrás que persuadirlas para que no reaccionen del modo en que lo hizo Irina. Segundo, debes averiguar qué era lo que quería decir Alice respecto a Eleazar. Y después de eso, ¿se quedarán para servirnos de testigos? Todo empezará de nuevo cuando los otros vengan… Eso, si antes logramos persuadir a alguien para que venga —suspiró Carlisle—. Tu trabajo seguramente será el más duro. Nosotros regresaremos para ayudar en cuanto sea posible.
Carlisle puso la mano en el hombro de Edward durante un segundo y después me besó en la frente. Esme nos abrazó a los dos y Emmett nos dio un puñetazo amistoso en el brazo. Rosalie forzó una sonrisa para Edward y para mí, le lanzó un beso con un soplo a Renesmee y le dedicó una mueca de despedida a Jacob.
—Buena suerte —les despidió Edward.
—Y también para vosotros —correspondió Carlisle—. Todos la vamos a necesitar.
Les observé marcharse, deseando poder compartir con ellos las esperanzas que parecían mantenerlos en marcha, y deseando también quedarme a solas con el ordenador durante unos cuantos segundos. Tenía que averiguar quién era esa persona, J. Jenks, y por qué Alice se había tomado tantas molestias para que sólo yo tuviera su nombre.
Renesmee se retorció en brazos de Jacob para tocarle la mejilla.
—No sé si vendrán los amigos de Carlisle. Espero que sí. Suena como si de momento nos superaran algo en número —le murmuró Jacob a Renesmee.
Así que ella lo sabía, Renesmee entendía ya con toda claridad lo que estaba sucediendo. El lote completo de «hombre lobo imprimado dándole todos los caprichos al objeto de su imprimación» se había puesto en marcha a gran velocidad. ¿Es que acaso no era más importante protegerla de lo que estaba pasando que responder a sus preguntas?
Miré cautelosa su rostro y no me pareció asustada, sino que conversaba a su modo silencioso con Jacob, con ansiedad y muy seria.
—No, nosotros no podemos ayudar, hemos de quedarnos aquí —continuó él—. La gente vendrá a verte a ti, no el escenario de los hechos.
Renesmee lo miró con cara de pocos amigos.
—No, yo no debo ir a ninguna parte —le estaba diciendo ahora y entonces levantó la vista hacia Edward con el rostro aturdido por la repentina comprensión de que quizá estuviera equivocado—. ¿O sí?
Edward vaciló.
—Escúpelo ya —replicó Jacob en tono cortante debido a la tensión.
También él estaba al límite, como todos los demás.
—Los vampiros que vienen a ayudarnos no son como nosotros —le explicó Edward—. La familia de Tanya es la única, aparte de la nuestra, que siente respeto por la vida humana, e incluso ellas no aprecian mucho a los licántropos. Creo que quizá sería más seguro…
—Soy capaz de cuidarme sólito —le interrumpió Jacob.
—Será más seguro para Renesmee —continuó Edward— si la posibilidad de creer nuestra historia no se ve contaminada con la participación de hombres lobo.
—¿Son amigos y se volverán contra ti simplemente por saber con quién andas ahora?
—Creo que en su mayoría serían tolerantes en circunstancias normales, pero debes entender que aceptar a Nessie no será fácil para ninguno de ellos. ¿Por qué ponérselo entonces más difícil?
Carlisle le había explicado a Jacob lo de las leyes sobre los niños inmortales la noche anterior.
—¿Los niños inmortales eran de verdad tan malos? —preguntó.
—No te puedes imaginar la profundidad de las cicatrices que han dejado en la psique colectiva de los vampiros.
—Edward… —todavía me resultaba la mar de extraño escuchar a Jacob usar el nombre de Edward sin amargura.
—Ya lo sé, Jake. Sé lo duro que te resulta estar lejos de ella. Juzgaremos de oído para ver cómo reaccionan ante ella. De cualquier modo, Nessie tendrá que estar de incógnito en las próximas semanas. Habrá de quedarse en la cabaña hasta que se produzca el momento oportuno para presentarla. Mientras te mantengas a una distancia segura de la casa principal…
—Eso sí que lo puedo hacer. Tenemos compañía mañana ya, ¿eh?
—Sí. Nuestros amigos más cercanos. En este caso particular, lo más probable es que sea mejor descubrir nuestras cartas lo antes posible, así que puedes quedarte aquí. Tanya sabe de tu existencia e incluso se ha encontrado con Seth.
—Vale.
—Deberías contarle a Sam lo que está pasando. Pronto habrá extraños en los bosques.
—Bien pensado. Aunque tendría que castigarle con mi silencio después de la última noche.
—Escuchar a Alice es hacer lo correcto.
Jacob apretó los dientes y pude comprobar que compartía los sentimientos de Sam sobre lo que habían hecho Jasper y Alice.
Mientras estaban hablando, me acerqué hacia las ventanas traseras, intentando mostrarme ansiosa y distraída, lo cual realmente no era difícil de fingir. Incliné la cabeza contra la pared que se curvaba alejándose del salón en dirección hacia el comedor, justo a la derecha de una de las consolas de los ordenadores. Dejé correr los dedos por el teclado mientras miraba hacia el bosque, simulando que tenía la cabeza en otra cosa. ¿Es que los vampiros hacían algo de forma distraída? No creía que nadie me estuviera dedicando ninguna atención en particular, pero no me volví para cerciorarme. El monitor volvió a la vida y deslicé los dedos nuevamente por las teclas. Las golpeé con mucho cuidado y de forma silenciosa sobre el escritorio, con el fin de que pareciera casual. Una pulsación cualquiera de las teclas.
Observé la pantalla con la visión periférica.
No había ningún J. Jenks, pero sí un Jason Jenks, abogado. Acaricié el teclado intentando mantener un ritmo, de modo que pareciera como cuando acaricias al gato que tienes casi olvidado sobre el regazo. Jason Jenks tenía una web de lo más elaborada destinada a su firma, pero la dirección en la página estaba equivocada. Se encontraba en Seattle, pero en otro distrito postal. Anoté mentalmente el número de teléfono y después seguí acariciando rítmicamente el teclado. Esta vez buscaba la dirección, pero no aparecía por ninguna parte, como si no existiera.
Quería buscarla en un mapa, pero decidí que estaba abusando de mi suerte. Una pulsación más, para borrar el historial…
Continué mirando por la ventana y acaricié la madera unas cuantas veces más. Escuché unos pasos ligeros cruzando el suelo hacia mí, y me volví con una expresión que esperaba fuera la misma de antes.
Renesmee quería que la cogiera y le abrí los brazos. Ella saltó para refugiarse en ellos, oliendo mucho a licántropo, y acunó su cabeza contra mi cuello.
No sabía si podría llegar a soportar esto. Aunque sentía mucho miedo por mi vida, la de Edward y la del resto de mi familia, en nada se parecía al terror devastador que sentía por mi hija. Debía haber una manera de salvarla, incluso aunque no pudiera hacer otra cosa.
De repente, supe que eso era todo lo que quería. El resto podría soportarlo de no quedar otro remedio, pero no podía costarle la vida a Renesmee. Eso no. Ella era la única cosa que, sencillamente, tenía que salvar.
¿Había adivinado Alice cómo iba a sentirme?
La mano de Renesmee me tocó la mejilla con ligereza. Me mostró mi propio rostro, el de Edward, Jacob, Rosalie, Esme, Carlisle, Alice, Jasper, pasando de un rostro a otro de nuestra familia con rapidez. Seth y Leah. Charlie, Sue y Billy. Una y otra vez, una y otra vez. Agobiados, como estábamos todos aquí. Y sin embargo, ella sólo estaba preocupada. Por lo que pude percibir, Jacob había conseguido ahorrarle lo peor. Aquella parte según la cual no nos quedaban esperanzas y cómo íbamos a morir todos al término de un mes.
Se detuvo en el rostro de Alice, confusa y con nostalgia. ¿Dónde estaba Alice?
—No lo sé —le susurré—, pero se trata de Alice, y está haciendo lo correcto, como siempre.
O en todo caso, lo más correcto para Alice. Odiaba pensar en ella de esa forma, pero ¿de qué otra manera se podía entender la situación?
Renesmee suspiró, y la nostalgia se intensificó.
—Yo también la echo de menos.
Busque una expresión que concordara con la pena que sentía en el interior. Tenía los ojos extraños y secos y pestañeaban ante la sensación de incomodidad. Me mordí el labio. Cuando inspiré de nuevo, el aire atravesó mi garganta, como si me estuviera ahogando.
Renesmee se echó hacia atrás para mirarme y vi mi rostro reflejado en sus pensamientos y sus ojos. Tenía el mismo aspecto que Esme esa misma mañana. Así era como una se sentía cuando quería llorar.
Los ojos de mi hija relumbraron húmedos cuando vio mi cara. Me la acarició sin mostrarme nada, simplemente tratando de consolarme.
Nunca había pensado que el rol madre-hija pudiera revertirse en nuestro caso, del mismo modo que nos había sucedido a Renée y a mí, pero lo cierto es que nunca había tenido una clara percepción del futuro.
Una lágrima se desbordó por la comisura del ojo de la niña. Se la limpié con un beso. Ella se tocó sorprendida y después miró la humedad en la punta de su dedo.
—No llores —le dije—. Todo va a salir bien. Tú también estarás bien. Yo encontraré la manera de salir de todo esto.
Y si no había nada que se pudiera hacer, aun así salvaría a mi Renesmee. Estaba más segura que nunca de que esto era lo que Alice me había dado. Ella lo sabía. Y me había dejado una manera de hacerlo.