Escuché la música cuando apenas había salido del vehículo. Edward no había tocado el piano desde la noche en que se fue Alice. Ahora, cuando cerré la puerta del coche, oí la canción transformarse en una sintonía transitoria hasta convertirse en mi nana. Edward me daba la bienvenida a casa.
Me moví con lentitud mientras sacaba a Renesmee del Volvo, profundamente dormida, ya que habíamos pasado todo el día fuera. Jacob se había quedado en casa de Charlie, porque había dicho que se iba a dar una vuelta con Sue. Me pregunté si estaba intentando llenarse la cabeza con suficientes trivialidades para expulsar la expresión que debía de tener en mi rostro cuando crucé la puerta de Charlie.
Mientras caminaba con lentitud hacia el hogar de los Cullen reconocí que la esperanza y la exaltación que percibía casi como un aura visible alrededor de la gran casa blanca y que había sentido por la mañana ahora me parecían como algo ajeno.
Me entraron ganas de llorar otra vez al escuchar a Edward interpretar una pieza para mí, pero me recompuse. No quería que sospechara nada y tampoco dejar ningún tipo de pista en su mente que pudiera encontrar Aro.
Edward volvió la cabeza y sonrió cuando atravesé la puerta, pero siguió tocando.
—Bienvenida a casa —dijo, como si fuese un día cualquiera y como si no hubiera otros doce vampiros en la habitación dedicados a actividades distintas y una docena más esparcidos por ahí—. ¿Lo has pasado hoy bien con Charlie?
—Sí, siento haber tardado tanto. Salí para comprar algunos regalos de Navidad para Renesmee. No sé si será una celebración que merezca la pena, pero… —me encogí de hombros.
Las comisuras de los labios de Edward se volvieron hacia abajo. Dejó de tocar y le dio la vuelta al banquillo de modo que me enfrentó con su cuerpo. Me puso una mano en la cintura y me acercó a él.
—No he pensado mucho en eso. Si de verdad deseas que lo celebremos…
—No —le interrumpí y me encogí internamente ante la idea de intentar simular algún tipo de entusiasmo más allá del mínimo necesario—. Pero tampoco me apetecía que se pasase sin darle algo.
—¿Me dejas verlo?
—Si quieres… Es una fruslería sin importancia.
La niña estaba por completo inconsciente, roncando con delicadeza contra mi cuello. La envidiaba. Habría sido una maravilla poder escapar de la realidad, aunque hubiera sido durante sólo unas horas.
Con cuidado, pesqué la bolsita de terciopelo de joyería en mi bolso, pero sin abrirlo demasiado para que Edward no pudiera ver el dinero en metálico que aún llevaba conmigo.
—Lo encontré por casualidad en el escaparate de una tienda de antigüedades mientras conducía por ahí.
Puse el pequeño guardapelo dorado en la palma de su mano. Era redondo, con una esbelta guirnalda de pámpanos grabada alrededor del borde exterior del círculo. Edward abrió el pequeño pestillo y miró dentro. Había un espacio para una foto pequeña y en el lado opuesto una inscripción en francés.
—¿Sabes lo que dice? —me preguntó en un tono diferente, más contenido que antes.
—El dependiente me explicó que ponía algo así como «Más que mi propia vida». ¿Es correcto?
—Sí, tiene razón.
Alzó sus ojos hacia mí, sondeándome con su mirada del color de los topacios. Me encontré con ella durante un momento, y después simulé haberme distraído con la televisión.
—Espero que le guste —murmuré.
—Claro que sí —repuso él con ligereza, casi de forma casual, y estuve segura en ese segundo de que sabía que le ocultaba algo. También estaba segura de que no tenía idea de los detalles—. Vamos a llevarla a casa —sugirió, poniéndose en pie y pasándome el brazo por los hombros.
Yo vacilé.
—¿Qué? —me preguntó, exigente.
—Quería practicar un poco con Emmett… —había perdido todo el día en mi vital recado y me sentía como si me hubiera retrasado en algo.
Emmett, que estaba en el sofá, con Rose y en posesión del mando a distancia, claro, elevó la mirada y sonrió con anticipación.
—Excelente. El bosque necesita una buena tala.
Edward miró a Emmett con cara de pocos amigos y luego a mí.
—Habrá tiempo de sobra mañana —replicó.
—No seas ridículo —me quejé—. Precisamente lo que no tenemos es tiempo. Ese concepto ya no existe. Tengo un montón que aprender y…
Él me cortó de forma radical.
—Mañana.
Y su expresión era tal, que ni siquiera Emmett discutió.
Me sorprendió ver lo difícil que resultaba regresar a una rutina que, después de todo, también era nueva, pero arrojar a la basura la pequeñísima esperanza que había estado atesorando hasta ese momento hacía que todo me pareciera imposible.
Intenté concentrarme en los aspectos más positivos. Había una buena posibilidad de que mi hija sobreviviera a lo que se avecinaba, y Jacob, también. Si tenían algún tipo de futuro, eso ya era en sí mismo una especie de victoria, ¿no? Nuestro pequeño bando sabría defenderse si Jacob y Renesmee contaban con la oportunidad de huir en primer lugar. Sí, la estrategia de Alice sólo tendría sentido si en realidad íbamos a desarrollar una buena lucha. Así que también había allí una especie de victoria, considerando que los Vulturis no habían sido desafiados en serio durante milenios.
No iba a ser el fin del mundo, sólo el de los Cullen. El final de Edward y el mío, también. Yo lo prefería así, al menos la última parte, de cualquier modo. No quería vivir otra vez sin Edward; si él tenía que abandonar este mundo, yo iría justo detrás de él.
Me preguntaba de vez en cuando si habría algo para nosotros al otro lado. Sabía que Edward en realidad no lo creía así, pero Carlisle sí. Yo misma no podía imaginarlo. Por otro lado, no era capaz de pensar que Edward dejara de existir en algún lugar o de algún modo. Si lográbamos estar juntos en algún sitio, el que fuera, entonces eso sería para mí un final feliz.
Y así continuó el patrón de mis días, sólo que mucho más duro que antes.
Edward, Renesmee, Jacob y yo fuimos a ver a Charlie el día de Navidad. La manada de Jacob al completo estaba allí, además de Sam, Emily y Sue. Era una gran ayuda tenerlos en las pequeñas habitaciones de Charlie, con sus cuerpos grandes y cálidos rebosando los asientos y atestando las esquinas alrededor del árbol escasamente decorado (se podía ver con exactitud dónde mi padre se había aburrido de colgar cosas y lo había dejado). Siempre se podía contar con los licántropos para que se pusieran a trajinar cuando se acercaba una lucha, no importaba lo suicida que fuera. La electricidad que desprendía su excitación ofrecía una corriente agradable capaz de disimular mi profunda falta de ánimos. Edward era, como siempre, mucho mejor actor que yo.
Renesmee llevaba puesto el guardapelo que le había dado al amanecer y en el bolsillo de su chaqueta el reproductor de MP3 que Edward le había regalado, una cosa diminuta capaz de albergar cinco mil canciones, con todas sus favoritas. En la muñeca llevaba la versión quileute intrincadamente trenzada de un anillo de compromiso. Edward había apretado los dientes al verlo, pero a mí no me molestó.
Pronto, demasiado pronto, se la tendría que entregar a Jacob para que la pusiera a salvo. ¿Cómo podía incomodarme un símbolo del compromiso en el que tanto confiaba?
Edward nos había salvado el día encargando un regalo para mi padre también. Había aparecido la jornada anterior, con un correo especial urgente veinticuatro horas, y Charlie se había pasado toda la mañana leyendo el grueso manual de instrucciones de su nuevo sistema de sónar para pesca.
Por el modo en que zampaban los hombres lobo, el almuerzo que había preparado Sue debía de estar muy bueno. Me pregunté qué aspecto habría tenido la reunión para alguien que la contemplara desde fuera. ¿Estábamos representando cada uno nuestro papel de manera lo bastante convincente? ¿Habría pensado un extraño que éramos un feliz círculo de amigos, disfrutando el día de vacaciones con la alegría normal en estos casos?
Creo que tanto Edward como Jacob se sintieron la mar de aliviados cuando llegó la hora de marcharse. Me pareció extraño gastar energía en mantener la fachada aparente de humanidad, cuando había tantas otras cosas mucho más importantes que hacer. Me costaba trabajo concentrarme. Al mismo tiempo, ésta era quizás la última vez que vería a Charlie y a lo mejor era algo positivo que estuviera demasiado aturdida para ser totalmente consciente de ello.
No había visto a mi madre desde la boda, pero comprendí que sólo podía alegrarme del distanciamiento gradual que se llevaba produciendo desde hacía dos años. Ella era demasiado frágil para el mundo en el que yo vivía ahora, y no quería que participara en él de ninguna manera. Charlie era más fuerte.
Quizá lo bastante fuerte para soportar ahora una despedida; yo, no. Había mucho silencio en el coche; fuera, la lluvia apenas se cernía como una neblina, justo en el borde entre el estado líquido y el hielo. Renesmee estaba sentada en mi regazo, jugando con el guardapelo, abriéndolo y cerrándolo. Mientras la observaba, imaginaba las cosas que me habría gustado decirle a Jacob si no hubiera tenido que mantener mis palabras fuera de la cabeza de Edward.
Si alguna vez vuelve a estar segura, llévasela a Charlie. Cuéntale a mi padre toda la historia. Dile lo mucho que lo he querido y que no pude soportar dejarle ni siquiera cuando había terminado mi vida humana. Dile que fue el mejor de los padres. Dile que le haga llegar mi amor a Renée, con todas mis esperanzas de que esté feliz y contenta…
Tendría que pasarle los documentos a Jacob antes de que fuera demasiado tarde, y quería dejarle también una nota a Charlie. Y una carta para Renesmee, algo que ella pudiera leer cuando yo no estuviera para decirle por mí misma cuánto la quería.
No había nada inusual en el exterior de la casa de los Cullen cuando aparcamos en el prado, pero se podía escuchar alguna clase de tenue alboroto en el interior: muchas voces murmuraban y gruñían a la vez. Sonaba con intensidad y de forma parecida a una discusión. Pude distinguir la voz de Carlisle y la de Amun con más frecuencia que las de los demás.
Edward dejó el coche enfrente de la casa en vez de dar la vuelta e ir al garaje. Intercambiamos una mirada cautelosa antes de salir del vehículo.
La postura de Jacob cambió. Su rostro se tornó serio y precavido. Adiviné que ahora estaba en pleno estado Alfa. Obviamente, algo había ocurrido e iba a intentar conseguir la información que Sam y él podrían necesitar.
—Alistair se ha ido —murmuró Edward conforme se apresuraba subiendo los escalones.
Dentro del salón se estaba produciendo una confrontación que tenía incluso apariencia física. Había un círculo de espectadores alineados contra las paredes, todos los vampiros que se nos habían unido menos Alistair y los tres implicados en la pelea. Esme, Kebi y Tia eran las más cercanas a los tres vampiros del centro; en mitad de la habitación, Amun siseaba a Carlisle y Benjamin.
Edward endureció la mandíbula y se movió con rapidez para situarse al lado de Esme, arrastrándome de la mano. Yo apreté a Renesmee fuerte contra mi pecho.
—Amun, si quieres marcharte, nadie te obliga a quedarte —decía Carlisle con tranquilidad.
—¡Me estás robando la mitad de mi aquelarre, Carlisle! —Chillaba Amun, apuntando con un dedo a Benjamin—. ¿Ha sido por eso por lo que me has hecho venir? ¿Para robármelo?
Carlisle suspiró, y Benjamin puso los ojos en blanco.
—Sí, claro, Carlisle emprende una lucha contra los Vulturis, pone en peligro a toda su familia, sólo para arrastrarme a mí a la muerte —repuso Benjamin con sarcasmo—. Sé razonable, Amun. Yo siento la obligación de hacer lo correcto quedándome aquí y no me estoy uniendo a ningún otro aquelarre. Y tú puedes hacer lo que quieras, claro, como te ha señalado Carlisle.
—Esto no va a terminar bien —gruñó Amun—. Alistair es el único cuerdo de esta reunión. Todos deberíamos salir por pies.
—Mira a quién estás llamando cuerdo —murmuró Tia en un aparte en voz baja.
—¡Nos van a masacrar a todos!
—No va a haber ninguna lucha —afirmó Carlisle con voz decidida.
—¡Eso es lo que tú dices!
—Si eso sucede, siempre puedes cambiarte de bando, Amun. Estoy seguro de que los Vulturis apreciarán tu ayuda.
Amun lo miró desdeñosamente.
—Tal vez eso sea lo correcto.
La respuesta de Carlisle fue cariñosa y sincera.
—Yo nunca te tomaría esto en cuenta, Amun. Hemos sido amigos durante mucho tiempo, pero jamás te pediría que murieras por mí.
La voz de Amun se mostró ahora más controlada.
—Pero te estás llevando a mi Benjamin contigo.
Carlisle puso su mano sobre el hombro de Amun y él se la sacudió de un tirón.
—Me quedaré, Carlisle, pero irá en contra tuya. Me uniré a ellos si ése es el único camino para poder sobrevivir. Sois todos unos majaderos si pensáis que podéis enfrentaros a los Vulturis —los contempló con cara de pocos amigos, y después suspiró, nos miró a Renesmee y a mí de mala manera y añadió en tono exasperado—. Atestiguaré que la niña ha crecido, porque eso no es más que la verdad. Cualquiera podría verlo.
—Es lo único que hemos pedido.
Amun hizo una mueca.
—Pero no va a ser eso lo único que consigas, según parece —se volvió hacia Benjamin—. Te he dado la vida y la estás desperdiciando.
El rostro de Benjamin se volvió más frío de lo que jamás lo había visto y su expresión contrastó de forma extraña con sus rasgos juveniles.
—Es una pena que no pudieras sustituir mi voluntad con la tuya durante el proceso. Quizás entonces por fin habrías estado satisfecho conmigo.
Los ojos de Amun se entrecerraron. Le hizo un gesto brusco a Kebi y pasaron dando largas zancadas a nuestro lado en dirección a la puerta principal.
—No se va a marchar —me confió Edward en voz baja—, pero mantendrá aún más las distancias de aquí en adelante. No estaba marcándose un farol cuando hablaba de unirse a los Vulturis.
—¿Por qué se ha ido Alistair? —le susurré.
—No todo el mundo ve la situación en forma positiva. No ha dejado ni siquiera una nota. De sus rezongos cabe imaginar que considera inevitable la lucha. A pesar de su comportamiento, la realidad es que Carlisle le importa demasiado para alinearse con los Vulturis. Supongo que ha terminado decidiendo que era un peligro demasiado grande —Edward se encogió de hombros.
Aunque nuestra conversación sólo se había desarrollado entre nosotros, era evidente que todos habían podido escucharla. Eleazar contestó al comentario de Edward como si se hubiera estado dirigiendo a todos.
—Lo que se podía deducir de sus quejas era algo más que eso. No hemos hablado mucho de la agenda de los Vulturis, pero a Alistair le preocupaba que los Vulturis no nos escucharían, con independencia de lo bien que fuéramos capaces de demostrar vuestra inocencia. Está convencido de que encontrarán una excusa para salirse con la suya.
Los vampiros se miraron incómodos unos a otros. La idea de que los Vulturis pudieran manipular su propia ley sacrosanta para obtener sus objetivos no era una idea que les agradara.
Sólo los rumanos mantuvieron la compostura, con sus medias sonrisas irónicas. Parecían divertidos de ver el esfuerzo que hacían los otros para pensar bien de sus viejos enemigos.
Comenzaron a la vez muchas discusiones en voz baja, pero yo escuché la de los rumanos. Quizá porque Vladimir, el del pelo claro, continuaba lanzando miradas en mi dirección.
—Tengo la gran esperanza de que Alistair tenga razón en esto —le murmuraba Stefan—. No importa el resultado de la contienda, el rumor se extenderá. Ya es hora de que nuestro mundo vea en lo que se han convertido los Vulturis. Nunca caerán mientras todos se crean esa tontería de que ellos son los custodios de nuestra forma de vida.
—Al menos cuando nosotros gobernábamos, éramos honrados sobre lo que éramos —replicó Vladimir.
Stefan asintió.
—Nunca nos hicimos pasar por puros ni nos hicimos llamar santos.
—Creo que ya ha llegado la hora de luchar —añadió Vladimir—. ¿Cuándo crees que volveremos a encontrar unas fuerzas como las de ahora para resistir de verdad? ¿O una oportunidad mejor que ésta?
—Nada es imposible. Quizás algún día…
—Hemos estado esperando ya quince siglos, Stefan, y lo único que han hecho ha sido fortalecerse más y más con los años —Vladimir hizo una pausa y me miró de nuevo. No mostró sorpresa alguna cuando vio que yo también le observaba—. Si los Vulturis ganan este conflicto, se marcharán más poderosos de lo que han venido, con nuevas conquistas que añadir a sus fuerzas. Piensa sólo en lo que esa neófita podría aportarles —apuntó hacia mí con su barbilla—. Y apenas está descubriendo su don. Y luego está el que mueve la tierra —Vladimir asintió en dirección a Benjamin, que se envaró. Casi todos estaban prestando atención a los rumanos, igual que yo—. Con sus gemelos brujos no tendrían necesidad de la ilusionista ni de la que lanza descargas —y sus ojos se movieron hacia Zafrina y Kate.
Stefan miró en dirección a Edward.
—Y tampoco necesitan exactamente al lector de mentes, pero ya veo por dónde vas. La verdad es que obtendrían mucho si ganaran esta vez.
—Más de lo que podemos permitir que consigan, ¿no estás de acuerdo?
Stefan suspiró.
—Creo que estoy de acuerdo. Y eso significa…
—Que debemos plantarles cara mientras todavía quede esperanza.
—Con que sólo los diezmáramos, incluso, si les pusiéramos al descubierto…
—Entonces, algún día, otros terminarían el trabajo.
—Y nuestra larga venganza podría cumplirse. Al fin.
Sus ojos se encontraron durante un momento y entonces murmuraron al unísono.
—Parece la única manera.
—Así que combatiremos —finalizó Stefan.
Aunque podía percibir que se sentían divididos entre el instinto de supervivencia y la venganza, la sonrisa que intercambiaron estaba llena de anticipación.
—Lucharemos —remató Vladimir.
Supuse que eso era algo bueno, ya que como Alistair, yo estaba segura de que no se podía evitar la batalla. En ese caso, la presencia de dos vampiros más en nuestro lado podría ayudar, pero aun así la decisión de los rumanos me hacía temblar.
—Nosotros también tomaremos parte en la batalla —anunció Tia, con su voz habitualmente grave más solemne que nunca—. Creemos que los Vulturis se sobrepasan en el ejercicio de su autoridad y no albergamos deseo alguno de pertenecerles —sus ojos se dirigieron a su compañero.
Benjamin sonrió con amplitud y lanzó una mirada picara hacia los rumanos.
—Por lo que parece, soy una mercancía de interés, así que tendré que luchar por ganar el derecho a ser libre.
—Ésta no será la primera vez que haya peleado para defenderme del dominio de un rey —comentó Garrett en tono de broma. Caminó hacia delante y le dio una palmada en la espalda a Benjamin—. Aquí hablamos de defender la libertad contra la opresión.
—Nosotras estaremos al lado de Carlisle —expuso Tanya—. Y combatiremos con él.
El pronunciamiento de los rumanos parecía haberles hecho sentir a los demás la necesidad de hacer sus propias declaraciones.
—Nosotros no nos hemos decidido —admitió Peter. Miró hacia abajo, hacia su pequeña compañera; la expresión de los labios de Charlotte era de insatisfacción. Parecía como si ya hubiera tomado su decisión. Me pregunté cuál era.
—Lo mismo digo —dijo Randall.
—Y yo —añadió Mary.
—Las dos manadas lucharán junto a los Cullen —aseguró Jacob de repente—. No nos dan miedo los vampiros —agregó con una sonrisita de suficiencia.
—Qué niños —murmuró Peter.
—Infantiles —le corrigió Randall.
Jacob sonrió de forma provocadora.
—Bueno, yo estoy en ello, también —dijo Maggie, desprendiéndose con una sacudida de la mano de Siobhan, que la sujetaba—. Sé que la verdad está del lado de Carlisle, y eso no lo puedo ignorar.
Siobhan miró fijamente al miembro más joven de su aquelarre con ojos preocupados.
—Carlisle —dijo ella como si estuvieran a solas, ignorando el ánimo de repente formal de la reunión, y el arrebato imprevisto de declaraciones—, no quiero que esto termine en lucha.
—Ni yo tampoco, Siobhan. Ya sabes que es lo último que deseo —se sonrió a medias—. Quizás podrías concentrarte en mantener la paz.
—Ya sabes que eso no ayudaría —dijo ella.
Recordé la discusión de Rose y Carlisle sobre la líder irlandesa. Carlisle creía que Siobhan tenía un sutil pero poderoso don para hacer que las cosas sucedieran según su voluntad, aunque ella fuese la primera en no creérselo.
—No hará daño —dijo Carlisle.
Siobhan puso los ojos en blanco.
—¿Que visualice el resultado que deseo? —preguntó ella con sarcasmo.
Carlisle sonreía ahora de forma abierta.
—Si no te importa.
—Entonces no habría necesidad de que mi aquelarre se pronunciara, ¿no? —replicó ella—. Ya que no habría posibilidad de lucha.
Puso la mano en el hombro de Maggie, acercando a la niña hacia sí. El compañero de Siobhan, Liam, permaneció en silencio e inexpresivo.
Casi todo el mundo en la habitación pareció confundido por el intercambio claramente jocoso entre Carlisle y Siobhan, ya que no se lo explicaban.
Ése fue el final dramático de los discursos por esa noche. El grupo se dispersó poco a poco, algunos para cazar, otros para pasar el tiempo con los libros, las televisiones o los ordenadores de Carlisle.
Edward, Renesmee y yo fuimos a cazar y Jacob nos acompañó.
—Estúpidas sanguijuelas —masculló para sí mismo cuando salimos de la casa—. Se creen tan superiores… —y resopló.
—Se van a quedar pasmados cuando los «infantiles» les salven sus vidas superiores, ¿no? —dijo Edward.
Jake sonrió y le dio un puñetazo amistoso.
—Diablos, sí, ya lo creo.
Ésa no fue nuestra última cacería. Salimos de caza una vez más, cerca ya de la fecha en la que se esperaba la llegada de los Vulturis. Como el momento definitivo no era nada preciso, estábamos planeando quedarnos unas cuantas noches fuera, sólo por si acaso, en el gran claro, el que usaban para jugar al béisbol y Alice había distinguido en su visión. Todos sabíamos que vendrían el día en que la nieve cubriera el suelo por primera vez. No queríamos que los Vulturis se acercaran mucho a la ciudad y Demetri los llevaría con facilidad adonde nos encontrábamos. Me pregunté a quién rastrearía, y adiviné que sería a Edward, ya que no podía ser a mí.
Pensé en Demetri mientras cazaba, prestándole poca atención a mi presa o a los copos de nieve volantes que finalmente habían aparecido pero que se derretían antes de tocar el suelo rocoso. ¿Se daría cuenta Demetri de que no podía rastrearme? ¿Qué decisión tomaría al respecto? ¿Y Aro? ¿O es que Edward estaba equivocado? Había esas pequeñas excepciones a las que podía resistir, aquellos caminos alrededor de mi escudo. Todo cuanto estaba fuera de mi mente era vulnerable… abierto a las cosas que Jasper, Alice y Benjamin podían hacer. Quizá también el talento de Demetri trabajaba de una forma algo distinta.
Y entonces pensé algo que me hizo caer en la cuenta. El alce medio consumido que tenía entre las manos se me cayó al suelo pedregoso. Los copos de nieve se vaporizaron a unos cuantos centímetros del cuerpo caliente con pequeños sonidos siseantes. Me quedé mirando mis manos ensangrentadas con la mente en blanco.
Edward vio mi reacción y se apresuró a mi lado, dejando también su caza a medias.
—¿Qué te ha pasado? —me preguntó en voz baja, con los ojos barriendo el bosque que nos rodeaba, buscando aquello que había precipitado mi reacción.
—Renesmee —exclamé con voz ahogada.
—Está justo entre esos árboles —me tranquilizó él—. Puedo escuchar sus pensamientos y los de Jacob. Se encuentra bien.
—No es eso —le dije—. Estaba pensando en mi escudo… en que tú piensas que vale algo, que ayudará de alguna manera. Sé que los otros esperan que sea capaz de proteger a Zafrina y Benjamin, incluso si sólo puedo mantenerlo alzado unos dos segundos por vez. Pero ¿qué pasa si hemos cometido un error? ¿Qué pasa si tu confianza en mí es la causa de nuestra caída?
Mi voz se iba aproximando a la histeria, aunque mantuve el suficiente control para mantenerla en un tono bajo. No quería que Renesmee se alterara.
—Bella, ¿a qué viene esto? Claro que es maravilloso que puedas protegerte, pero no tienes la responsabilidad de salvar a nadie más. No te estreses sin necesidad.
—Sin embargo, ¿y si no puedo proteger a nadie? —Susurré entre jadeos—. ¡Esto que yo hago es defectuoso, y errático! Va y viene sin ton ni son ni razón que lo explique. Quizá no puede hacer nada contra Alec.
—Chist —intentó calmarme—. No te dejes llevar por el pánico, y no te preocupes por Alec. Lo que él hace no es diferente a lo de Zafrina o Jane. Es sólo una ilusión… y no puede entrar en tu cabeza al igual que yo.
—¡Pero sí Renesmee! —siseé frenéticamente entre dientes—. Parecía tan natural que nunca me lo había cuestionado antes. Lo consideraba como parte de lo que ella es, pero pone sus pensamientos en mi cabeza igual que los pone en la de los demás. ¡Mi escudo tiene agujeros, Edward!
Le miré con fijeza, con desesperación, esperando que él comprendiera mi terrible revelación.
Frunció los labios, como si estuviera intentando encontrar las palabras, pero su expresión era del todo relajada.
—Tú ya habías pensado en esto hace mucho tiempo, ¿a que sí? —le pregunté con exigencia, sintiéndome como una idiota por todos esos meses en los que había dejado pasar lo obvio.
Él asintió, con una ligera sonrisa alzándole una de las comisuras de la boca.
—La primera vez que ella te tocó.
Suspiré ante mi propia estupidez, pero su calma me había tranquilizado algo.
—¿Y eso no te molestó? ¿No lo ves como un problema?
—Tengo dos teorías, una más probable que la otra.
—Cuéntame primero la menos probable.
—Bueno, ella es tu hija —señaló él—. Genéticamente es mitad tuya. Solía gastarte bromas sobre cómo tu mente trabajaba en una frecuencia diferente al resto de nosotros. Quizá ella también.
Sin embargo, eso no me convencía.
—Pero tú oyes su mente con toda claridad, igual que todo el mundo. ¿Y si Alec funciona en una frecuencia distinta? ¿Y qué si…?
Me puso un dedo en los labios.
—Ya he considerado todo eso, razón por la que creo que esta otra teoría es más probable.
Apreté los dientes y esperé.
—¿Recuerdas lo que Carlisle me dijo sobre ella después de que te mostrara su primer recuerdo?
Claro que lo recordaba.
—Dijo: «Es un giro interesante, como si ella hiciera justo lo opuesto a lo que tú eres capaz de hacer».
—Sí. Y yo pensé lo mismo. Quizá tenga también tu talento y lo haya invertido.
Reflexioné sobre el tema.
—Tú mantienes a todo el mundo fuera… —comenzó él.
—¿Y ella no deja salir a nadie? —completé de forma vacilante.
—Ésa es mi teoría —dijo Edward—. Y si ella es capaz de meterse dentro de tu cabeza, dudo que haya un escudo en este planeta que pueda mantenerla a raya. Eso ayudará. Teniendo en cuenta lo que he visto, nadie se atreve a dudar sobre la verdad de sus pensamientos una vez que ha dejado que se los muestre. Y creo que nadie logra evitar que lo haga, si se acerca lo suficiente. Si Aro permite que le explique…
Me estremecí al pensar en acercar tanto a Renesmee al codicioso Aro de ojos lechosos.
—Bueno —siguió él, frotando mis hombros rígidos—, al menos no hay nada que pueda evitar que conozca la verdad.
—Pero… ¿la verdad será suficiente para detenerle? —murmuré.
Para eso, Edward no tenía respuesta alguna.