Alerta, exceso de información

Me había pegado un buen madrugón y llevaba mucho tiempo en pie cuando despuntó el alba. Apenas si había dado unas cuantas cabezadas recostado de mala manera sobre un lateral del sofá, pues Edward me había despertado cuando le subió la fiebre a Bella, que tenía coloretes en las mejillas, y ocupó mi lugar a fin de hacer descender la calentura con su baja temperatura corporal. Me desperecé y decidí que ya había descansado lo suficiente como para ponerme a hacer algo.

—Gracias —me dijo Edward en un susurro al leerme las intenciones—. Saldrán hoy si la ruta está despejada.

—Te tendré al tanto.

Fue una gozada volver a mi naturaleza animal. Tenía el cuerpo agarrotado después de haberme tirado sentado tanto tiempo. Troté a buen paso para sacarme de encima los calambres.

Buenos días, Jacob, me saludó Leah.

¿Estás levantada? Guay. ¿Cuánto hace que se marchó Seth?

Todavía sigo aquí, contestó él, soñoliento. Ya me iba. ¿Qué necesitas?

¿Te queda gasofa en el cuerpo para otra horita?

Cuenta con ello, sin problema.

Seth se puso en pie de inmediato y se sacudió la pelambrera.

Vamos a hacer la ruta larga, le informé a Leah. Seth, encárgate del perímetro.

Oído cocina.

El joven Clearwater inició un trote muy ligero y se marchó.

Salimos a hacerles otro recadito a los vampiros, ¿no?, se quejó su hermana.

¿Te supone eso un problema?

No, por supuesto. No veas cómo me pone mimar a nuestras apreciadas sanguijuelas.

Bien, veamos lo rápido que somos capaces de correr.

Estupendo, eso me ha animado del todo.

Leah se hallaba en el extremo más oriental del perímetro. No quiso avanzar todo recto y acortar el camino para evitar cualquier cercanía a la casa de los vampiros y se mantuvo pegada a la línea mientras marchaba a mi encuentro. Yo eché a correr hacia el este; sabía que, como me relajara un segundo, ella acabaría adelantándome incluso aunque ahora le llevara ventaja.

Arrima la nariz al suelo y olfatea, Leah. Esto no es una carrera, sino una misión de reconocimiento.

Soy capaz de hacer ambas cosas y de darte un cabezazo.

Eso debía concedérselo.

Lo sé.

Ella se echó a reír.

Seguimos un sendero zigzagueante a través de las montañas orientales. Conocíamos la zona como la palma de la mano, pues la incorporamos a nuestra zona de patrulla para proteger mejor a la gente del lugar cuando los Cullen se marcharon, hacía cosa de un año, aunque nos vimos obligados a retrasar la línea tras la vuelta de los vampiros. Según el tratado, esa tierra era suya, lo cual ahora no tenía valor alguno para Sam, para quien el acuerdo ya no existía. La cuestión a día de hoy era hasta qué punto estaba dispuesto a extender sus fuerzas.

¿Tenía intención de acosar a algún miembro de la familia Cullen y darle caza en su tierra?

¿Había dicho Jared la verdad o se estaban aprovechando del silencio existente entre las dos manadas?

Nos adentramos más y más en la sierra sin hallar rastro alguno de los otros lobos; sólo encontramos alguna pista antigua de vampiros, pero ahora que me pasaba todos los santos días respirando sus efluvios me resultaban muy familiares esos aromas.

Me topé con una fuerte concentración de señales recientes en un camino en particular por el cual habían ido y venido todos los Cullen, salvo Edward. Un motivo para reunirse que debía de haber pasado a la historia cuando Edward regresó con su esposa, embarazada y agonizante.

Rechiné los dientes. Fuera lo que fuera, no tenía nada que ver conmigo.

Leah no me adelantó, aunque podía haberlo hecho perfectamente. Yo prestaba más atención a cualquier posible olor nuevo que a una carrera. Caminó a mi costado derecho, me acompañó sin echarme ningún sprint.

Nos hemos alejado bastante, comentó.

Cierto. Si Sam ha merodeado en busca de algún vampiro desprevenido y solo, deberíamos habernos cruzado ya con su rastro.

Ahora mismo tiene más sentido que se atrinchere ahí abajo, en la reserva, opinó Leah. Es consciente de que estamos dando a las sanguijuelas un refuerzo tal que no va a ser capaz de sorprenderlos. En realidad, esto no pasa de ser una simple precaución. No queremos que nuestros preciosos chupópteros se arriesguen sin necesidad.

Pues no, admití al tiempo que hacía caso omiso al sarcasmo.

Hay que ver, cómo has cambiado, Jacob, ¡qué giro de ciento ochenta grados!

Tampoco tú eres la misma Leah de siempre, la que conocí y tanto quise.

Cierto. ¿Te resulto menos molesta que Paul?

Sorprendentemente, sí.

Ah, qué dulce es el éxito.

Felicidades.

Continuamos el avance en silencio. Lo más probable era que hubiera llegado el momento de dar media vuelta, pero la idea del regreso no nos seducía a ninguno de los dos, ya que nos sentíamos muy a gusto correteando sin rumbo por el bosque; estábamos hasta las narices de andar olfateando el mismo círculo todo el rato. Poder estirar las patas por un terreno escarpado era un gustazo. Se me ocurrió que quizá podríamos cazar algo durante la vuelta, pues no teníamos prisa alguna y Leah estaba muerta de hambre.

Nam, ñam, pensó la loba con amargura.

Eso son comeduras de tarro tuyas, le repliqué. Los lobos se alimentan de la caza. Es lo natural y además sabe bien. Si no te emperrases en verlo desde una perspectiva humana…

Corta el sermón, Jacob. Si hay que cazar, cazaré, pero no tiene por qué gustarme.

Claro, claro, acepté sin complicarme la vida. Si le apetecía sufrir, ése era su problema.

Ella no comentó nada durante algunos minutos, hasta que me empezó a rondar por la sesera la posibilidad de volvernos.

Gracias, me espetó Leah sin venir a cuento. Su tono era diferente.

¿Por…?

Por dejar que me quede, por aceptarme. Te has portado conmigo mejor de lo que tenía derecho a esperar, Jacob.

Eh, vale. En realidad, tu presencia no me ha fastidiado tanto como yo pensaba.

Ella soltó un bufido, pero había en él una nota traviesa.

¡Menuda recomendación…!

Que no se te suba a la cabeza.

Vale, si tú no dejas que se te suba a ti lo que voy a decirte. Hizo una pausa de un segundo. Creo que eres un buen Alfa. No te desenvuelves como Sam, tienes un estilo propio, pero eres digno de ser seguido, Jacob.

Me quedé a cuadros, y tardé un momento en recobrarme lo suficiente como para ser capaz de contestar.

Vaya, gracias. No sé si seré capaz de contener la euforia. ¿Cómo se te ha ocurrido todo eso?

La loba no respondió en ese momento, por lo que tuve que seguir el hilo de sus pensamientos.

Leah cavilaba sobre el futuro y recordaba lo que yo había dicho a Jared la mañana anterior, cuando le aseguré que este lío iba a terminarse enseguida. Le había prometido que, tras la marcha de los Cullen, mi intención era regresar a los bosques y que ella y Seth regresaran a la manada.

Querría quedarme contigo, me dijo.

El estupor me corrió patas abajo y me encasquilló las articulaciones. Ella continuó avanzando hasta que se percató de que me había dejado atrás, momento en que echó el freno y regresó con paso lento hacia mi posición.

Prometo no ser un incordio. No pulularé a tu alrededor. Tú irás adonde te venga en gana y yo haré otro tanto. Sólo deberás soportarme pacientemente cuando ambos seamos lobos. Leah caminaba de un lado para otro, moviendo la larga cola gris con nerviosismo. Además, es posible que eso no ocurra a menudo, pues planeo dejarlo tan pronto como consiga dominarlo…

No supe qué responderle.

Soy más feliz ahora que formo parte de tu manada de lo que lo he sido en años.

Yo también quiero quedarme contigo, pidió Seth. Hasta ese momento no me había fijado en cuánta atención nos estaba prestando mientras corría por el perímetro. Me gusta esta manada.

Eh, un momento. Esto no va a continuar siendo una manada por mucho tiempo, Seth. Intenté poner en orden las ideas a fin de que le sonaran convincentes. Ahora tenemos un objetivo, pero yo voy a llevar una existencia de lobo cuando todo esto acabe. Eres un tío legal, la clase de persona que siempre tiene un propósito por el que luchar, una cruzada. Pero ahora no tienes forma de marcharte de La Push. Vas a terminar el instituto y hacer algo con tu vida. Debes hacerte cargo de Sue. Mis problemas no pueden fastidiarte el futuro.

Pero…

Jacob tiene razón, me secundó Leah.

¿Estás de acuerdo conmigo?

Por supuesto que sí, pero nada de eso se aplica a mí; de todos modos, yo ya tengo mis propios planes: voy a conseguir un curro en algún sitio lejos de La Push y quizá haga algún curso. Me meteré en clases de yoga y de meditación hasta ser capaz de controlar mi genio. No veas lo bien que le sienta a mi coco formar parte de esta manada. ¿Le ves el sentido, no, Jacob? Ni tú ni yo nos incordiamos el uno al otro y todo el mundo es feliz.

Me di la vuelta y eché a andar despacio hacia el oeste.

Esto es mucho para mí, Leah. Déjame pensarlo, ¿vale?

Claro, tómate tu tiempo.

El viaje de regreso duró más que el de ida. No hice esfuerzo alguno en apretar el paso, pues tenía puestos los cinco sentidos en no abrirme la cabeza contra la rama de algún árbol. Seth no dejaba de refunfuñar en un rincón de mi mente, pero yo le ignoraba. El chaval sabía que yo tenía razón. No podía abandonar a su vieja. Seth regresaría a la reserva y protegería a la tribu como era su obligación.

Pero no era ése el caso de Leah. Y, la verdad, me asustaba lo suyo.

¿Una manada de dos lobos? La distancia física era irrelevante a la hora de evaluar la intimidad de la situación. Yo no podía ni imaginarlo, y me preguntaba si ella se lo había pensado de veras o simplemente estaba como loca por sentirse libre.

La loba no metió baza mientras yo buscaba el modo de hincarle el diente a semejante problemón. Leah parecía querer indicarme con esa actitud lo fácil que iba a ser todo si estábamos a solas ella y yo.

Nos tropezamos con un grupo de ciervos de cola negra poco después de que apareciera el sol, iluminando levemente las nubes situadas a nuestra espalda. Leah suspiró en su fuero interno, pero no vaciló. Su arremetida fue limpia y eficiente, incluso grácil. Se lanzó a por el macho, el más grande del grupo, y lo abatió antes de que el sorprendido mamífero se hubiera percatado del peligro.

Para no ser menos, me abalancé a por el siguiente más grande la manada, una hembra a la que le partí en dos el cuello para no hacerla sufrir de forma innecesaria. Percibí cómo en Leah se enfrentaban el asco y el hambre, por lo cual intenté ponérselo más fácil y dejé salir al lobo que habitaba en mí. Había vivido bajo la forma lupina el tiempo suficiente para saber cómo comportarme en todo igual que un lobo, pensar y verlo todo como él. Dejé aflorar los prácticos instintos de depredador para que también los sintiera ella. Al principio, vaciló, pero luego pareció relajar sus defensas e intentó verlo igual que yo. Fue de lo más raro cuando nuestras mentes se unieron en una sola, más cerca de lo que lo habían estado jamás, porque ambos habíamos intentado pensar juntos y en sintonía.

Y por extraño que parezca, funcionó. La loba rasgó con los dientes la pelambrera del lomo de su víctima y desgarró un trozo de carne chorreante de sangre. En vez de hacerle ascos, como habría correspondido a los instintos humanos que tanto apreciaba, se dejó llevar por su lado lobuno. Fue como un sopor, un aletargamiento que le permitió comer en paz.

Me resultó muy fácil hacer lo mismo, y me alegró un montón no haber olvidado ese instinto, ya que así iba a ser mi vida al cabo de poco tiempo.

¿Y si Leah formaba parte de esa existencia? La idea hubiera resultado horrorosa hacía apenas una semana y se me hubiera antojado insoportable, pero ahora la conocía mejor, y con independencia de que siguiera siendo un grano en el culo, Leah no era ni la misma loba ni la misma chica.

Nos pegamos una panzada de comer y no paramos hasta encontrarnos ahítos.

Gracias, me dijo después de haberse limpiado el hocico y las patas sobre la hierba húmeda. Yo ni me molesté en contestar, pues había empezado a caer un fino calabobos y estaba pensando en que debíamos vadear el río durante el viaje de vuelta. No está tan mal si lo ves desde tu punto de vista.

De nada.

Seth iba dando tumbos de fatiga cuando llegamos al perímetro, por lo que le indiqué que se fuera a dormir mientras Leah y yo le hacíamos el relevo. El joven Clearwater se quedó roque en cuestión de segundos.

¿Vas a volver a la casa de los vampiros?, inquirió Leah.

Tal vez.

Se te hace duro estar allí y lo pasas mal cuando no estás. Sé cómo te sientes.

Mira, Leah, quizá deberías replantearte otra vez tu futuro, pensar en lo que quieres de verdad. Mi sesera no es el lugar más alegre del mundo y vas a tener que soportarlo conmigo.

La loba meditó la respuesta.

Uf, quizá te parezca mal, pero siendo francos, será más fácil afrontar tus penas que las mías.

Está bien.

Sé que vas a pasarlo mal, Jacob. Lo entiendo (quizás mejor de lo que tú crees). Bella no es de mi agrado, pero… ella es tu Sam. Es todo lo que tú deseas y todo cuanto no puedes tener.

No fui capaz de responderle.

Sé que para ti es peor, pues Sam, cuando menos, es feliz y está sano y salvo. Le amo lo bastante como para desearle lo mejor. Suspiró. Yo lo único que quiero es no estar cerca de él y tener que verlo.

¿Es necesario hablar de esto?

A mi entender, sí, ya que mi deseo es hacerte comprender que yo no voy a empeorarte las cosas. Demonios, tal vez incluso te sirva de ayuda. No nací para ser una arpía despiadada, antes era una tía de lo más legal, y tú lo sabes.

La memoria no me llega tan atrás.

Nos echamos a reír al mismo tiempo.

Lamento todo esto, Jacob. Siento que estés dolido, me fastidia que las cosas vayan a ir a peor y no a mejor.

Gracias, Leah.

Ella se detuvo a contemplar las imágenes más negras de mi mente, mientras yo intentaba evitarlas. Leah era capaz de verlo todo con cierta distancia, con perspectiva, y tuve que admitir que eso era de gran ayuda, pues me hacía suponer que, tal vez, también yo fuera capaz de analizarlo de ese modo en cuestión de pocos años.

También vio el lado divertido de mi fastidioso trato diario con los vampiros. Le gustaban mis rifirrafes con Rosalie, se partía de risa, e incluso me proporcionó varios chistes sobre rubias para que yo pudiera usarlos. Pero de pronto, sus pensamientos adquirieron un cariz serio y se demoraron sobre el rostro de Rosalie de un modo que me dejó confuso.

¿Sabes cuál es la mayor locura de todas?, me preguntó.

Bueno, en este momento, casi todo es una locura, pero ¿a qué te refieres?

No sabes hasta qué punto puedo ponerme en el lugar de la vampira rubita que tan mal te cae.

Pensé por un momento que intentaba contarme un chiste, de pésimo gusto, por cierto, pero luego, cuando pillé la seriedad de sus palabras, me invadió una rabia tan grande que me costó controlarla. Qué bien me vino que nos hubiéramos distanciado un poco para ir de patrulla, porque de haberla tenido cerca, no veas el mordisco que le hubiera atizado…

¡Aguarda, tiene una explicación!

No deseo oírla. Me las piro.

¡Espera, espera!, me suplicó cuando me hube recuperado lo suficiente para cambiar de fase.

¡Vamos, Jake!

Leah, ésta no es la mejor forma de persuadirme para que en el futuro pase horas y horas en tu compañía.

¡Jacob! Te estás pasando. Ni siquiera sabes a qué me refiero.

Bueno, pues dime, ¿a qué te refieres?

Ella se vio abrumada por un dolor que venía del pasado.

Te estoy hablando de ser un punto muerto genético, Jacob. La nota cortante de sus palabras me hizo titubear. No esperaba que su comentario venciera mi mala leche.

No te entiendo.

Me comprenderías si no fueras como los demás, si no salieras por piernas como un macho estúpido ante la mención de mis «asuntos femeninos». El sarcasmo presidió sus pensamientos al hacer mención a esas dos palabras. Por lo menos ahora podrías prestarme un poco de atención

Oh.

Cierto, a ninguno nos gustaba darle vueltas a ese asunto. ¿A quién iba a apetecerle? Por supuesto, me acordaba del pánico de Leah durante el mes posterior a su incorporación a la manada, y también de mi predisposición para escurrir el bulto, como todos los demás. Porque ella no podía quedarse embarazada, no a menos que se pusiera en marcha alguno de esos artificios religiosos al estilo de la inmaculada concepción, pero a lo bestia. Leah no había estado con nadie, salvo con Sam, y con el paso de las semanas, cuando vio que nada sucedía, comprendió que su cuerpo no iba a seguir los patrones biológicos normales.

Entonces, llegó el temor de preguntarse en qué se había convertido. ¿Había cambiado su cuerpo por culpa de la licantropía? ¿O era una loba porque su cuerpo estaba mal? Se trataba de la única mujer lobo de la historia. ¿Y si eso se debía a que no era una mujer como es debido?

Ninguno de nosotros quería tener nada que ver con aquella anomalía, y resultaba obvio que no éramos capaces de ponernos en la piel de Leah.

Ya sabes cuál es la razón de las imprimaciones, según Sam, pensó, ahora mucho más sosegada.

Claro. Perpetuar el linaje.

Exacto, asegurar otra camada de lobeznos. Este rollo va de la supervivencia de la especie, y se reduce a puro control genético. Te sientes atraído por la persona con mayores posibilidades de transmitir el gen de la licantropía.

Permanecí a la espera de que me dijese adonde quería llegar con todo aquello.

Yo habría atraído a Sam de haber sido válida.

Su dolor resultaba tan tangible que interrumpí mi caminar.

Pero no le atraigo. Algo falla en mí. No puedo transmitir el gen, a pesar de mi maravillosa línea de ascendencia, y eso hace de mí un monstruo. Me he convertido en la chica lobo de un espectáculo sólo para hombres, alguien que no vale para nada. Soy un punto muerto genético y ambos lo sabemos.

No lo sabemos, le repliqué. Eso es una teoría de Sam. La imprimación es un hecho sin motivo conocido. Billy sospecha que hay algo más.

Lo sé, lo sé. Tu padre cree que sirve para hacer lobos más fuertes, monstruos descomunales como tú y Sam, que sois mayores que vuestros padres; pero eso da igual de todos modos, porque sigo sin ser candidata apta. Soy menopáusica, con sólo veinte años tengo la menopausia…

Puaj. Con razón no quería yo mantener esta conversación.

No lo sabes, Leah. Lo más probable es que todo se deba al asunto ese de la suspensión en el tiempo. Estoy seguro de que las cosas irán mejor cuando se acabe lo de ser lobo y envejezcamos de nuevo; sí, entonces todo… eh… mejorará.

Tal vez aceptara esa posibilidad si no fuera porque no despierto la imprimación en nadie, sin importar mi impresionante pedigrí. ¿Sabes que Seth sería el macho con mejores opciones para ser el Alfa si no estuvieras tú en medio?, comentó pensativa. Bueno, al menos por cuestión de linaje. A mi nadie me tomaría en cuenta, por supuesto…

¿De veras quieres imprimar a alguien, o recibir la imprimación, o lo que sea?, inquirí. ¿Qué hay de malo en salir y enamorarse como las personas normales, eh? La imprimación no es más que una forma de alejar de ti a quien eliges.

A Sam, Jared, Paul y Quil no parece importarles ni pizca.

Ninguno de ellos tiene ni pizca de personalidad.

¿No deseas la imprimación?

¡Diablos, no!

Dices eso porque estás enamorado de Bella, pero la imprimación te alejaría de ella, ya sabes, y ya no tendrías que sufrir por su causa.

¿Acaso quieres tú olvidar lo que sientes por Sam?

Ella le estuvo dando vueltas durante unos instantes.

Eso creo.

Suspiré. Su mente era un lugar mucho más saludable que la mía.

Pero volviendo a mi afirmación del principio, Jacob, comprendo a la perfección por qué tu Barbie es tan fría (en un sentido figurado, claro está). Ella está obcecada. Tiene los ojos puestos en el trofeo, ¿no lo ves? Lo que más quieres es lo que nunca puedes tener.

¿Te comportarías como Rosalie? ¿Llegarías al asesinato?, porque lo que hace con Bella no tiene otro nombre, está garantizando su muerte al impedir toda interferencia. ¿Llegarías a ese extremo para tener un bebé?

Sólo deseo lo que no puedo tener, Jacob. Quizá jamás habría pensado en ello si no hubiera algo mal en mi cuerpo.

¿Llegarías a matar por eso?, inquirí. No dejé que se escabullera sin contestar a mi pregunta.

No es eso lo que ella hace. A tenor de su comportamiento, me da la impresión de que está viviendo la experiencia de la maternidad a través de otro, de Bella; y si ella me pidiera ayuda, en ese caso… Hizo una pausa para considerarlo. Lo más probable es que hiciera lo mismo que la sanguijuela, incluso a pesar de que no tengo a Bella en mucha estima. Solté un gruñido entre dientes. Verás, si se volvieran las tornas, me gustaría que Bella hiciera lo mismo por mí, y así es como se conduce Rosalie. Ambas haríamos lo mismo.

¡Bah, eres tan mala como ellas!

Eso es lo más irónico cuando sabes que no puedes tener algo. Te convierte en un desesperado.

Mira, éste es mi límite, hasta aquí. La conversación ha terminado.

Vale.

No me bastaba con que estuviera de acuerdo en dejar la conversación. Necesitaba poner punto y final a aquello con mayor contundencia.

Me hallaba a kilómetro y medio de donde había dejado las ropas, de modo que cambié de fase y me encaminé hacia allí tras adoptar mi forma humana. No pensé en nuestra conversación, y no por la ausencia de temas sobre los que reflexionar, sino porque no lo aguantaba. Yo no compartía los puntos de vista de Leah, y no era fácil distanciarse de todo aquello una vez que ella me había metido en la cabeza sus ideas y emociones.

No iba a permitir que ella me acompañase cuando todo esto acabara. Podía ser desdichada en La Push, no me importaba. Me bastaría con dar una simple orden con mi voz de Alfa, nadie iba a morirse porque yo diera un solo mandato como cabeza de la manada.

Era muy temprano cuando llegué a la casa. Lo más probable era que Bella continuara dormida. Pensé en asomar la cabeza para ver qué se estaba cociendo allí dentro y darles luego luz verde para que fueran de caza. Después, me buscaría una zona de hierba mullida para dormir a pierna suelta como humano. No pensaba volver a mi forma lupina hasta que Leah hubiera conciliado el sueño.

A juzgar por la cantidad de bisbiseos procedentes de la edificación, Bella estaba desvelada.

Entonces oí el sonido de una máquina procedente de lo alto de la escalera. ¿El aparato de Rayos X? Estupendo. Parecía que el día cuatro de la cuenta atrás empezaba con una traca.

Alice me abrió la puerta antes de que pudiera entrar. Asintió en señal de reconocimiento.

—Hola, lobo.

—Hola, pequeñaja —el gran cuarto de estar se hallaba vacío y todos los murmullos se escuchaban en el segundo piso—. ¿Qué sucede ahí arriba?

Ella encogió sus pequeños hombros puntiagudos.

—Creo que le ha roto algo más —sugirió con indiferencia fingida, aunque la delataban los rincones enrojecidos de los ojos. Aquello no sólo era un tormento para Edward y para mí. Alice también quería a Bella.

—¿Otra costilla…? —pregunté con voz ronca.

—No, esta vez ha sido la pelvis.

Resultaba curioso lo mucho que me afectaba. Cada novedad era una sorpresa. ¿Cuándo iba a salir de ese permanente pasmo? A posteriori, cada nuevo desastre parecía algo más que obvio.

Alice miró fijamente mis manos, presas de un temblor incontrolable.

Entonces, se escuchó la voz de Rosalie en el piso de arriba.

—¿Lo ves? Te dije que no había oído chasquido alguno. Necesitas revisarte los oídos, Edward.

No hubo respuesta.

La vampira hizo un mohín.

—Edward va a terminar por hacer picadillo a Rosalie, sí, eso creo. Me sorprende que ella no se dé cuenta, o tal vez piense que Emmett será capaz de frenarle.

—Puedo encargarme de Emmett —me ofrecí—. Tú puedes ayudar a Edward a destrozar a Rosalie.

Alice esbozó una media sonrisa.

La comitiva descendió las escaleras en ese momento. Esta vez era Edward quien llevaba en brazos a Bella, blanca como la pared, que sostenía con ambas manos una copa de sangre. Pude apreciar lo dolorida que estaba por mucho que él se moviera para compensar sus sacudidas.

—Jake —me saludó con un hilo de voz.

Me sonrió a pesar del dolor y yo me quedé mirándola, sin decir nada.

Edward la depositó con todo cuidado en el sofá y se sentó en el suelo, junto a su cabeza. Se me ocurrió de pasada que por qué no la dejaban en el piso de arriba, pero luego supuse que sería idea de Bella. Ella querría actuar con la mayor normalidad posible, lejos de la parafernalia de un hospital, y su marido le seguía la corriente, por supuesto.

Carlisle bajó la escalera con paso lento y la preocupación escrita en el rostro, hasta el punto de que, por una vez, aparentaba ser lo bastante entrado en años como para ser un médico.

—Hemos llegado casi hasta medio camino de Seattle sin hallar rastro alguno de la manada, Carlisle —anuncié—. Tenéis vía libre.

—Gracias, Jacob. La noticia llega en un buen momento —dirigió una mirada a la copa que Bella aferraba con todas sus fuerzas y agregó—: Nuestra necesidad es grande.

—Creo que podéis ir en grupos de más de tres, de veras. Estoy convencido de que Sam permanece acuartelado en La Push.

Carlisle cabeceó en señal de asentimiento. Me asombraba la facilidad con que aceptaba mi consejo.

—Si lo crees así, Alice, Esme, Jasper y yo iremos primero. Luego, Alice puede llevarse a Emmett y Rosal…

—Ni en broma —bufó Rosalie—. Emmett puede acompañarte ahora.

—Tú también deberías ir de caza —repuso Carlisle con voz amable.

El ademán conciliador del doctor no suavizó el discurso de Rosalie.

—Y lo haré, pero en el mismo grupo que él —refunfuñó mientras señalaba a Edward con un movimiento brusco de la cabeza; luego, se echó hacia atrás los cabellos.

Carlisle suspiró.

Jasper y Emmett bajaron los escalones en un abrir y cerrar de ojos y Alice se unió a ellos cerca de la puerta trasera abierta en la pared de cristal. Esme se dirigió enseguida hacia Alice.

Carlisle me puso una mano en el brazo. El toque helado de su palma no me hizo gracia alguna, pero aun así no me aparté. Seguí ahí, helado, quieto, en parte de puro pasmo, y en parte porque no deseaba herir sus sentimientos.

—Gracias —repitió.

Luego, salió disparado por la puerta en compañía de los otros cuatro vampiros.

Los seguí con la vista mientras atravesaban el prado a toda prisa. Desaparecieron antes de darme ocasión de inspirar otra vez. Su necesidad debía de ser más urgente de lo que había imaginado.

No hubo sonido alguno durante cerca de un minuto. Noté que alguien me taladraba con la mirada y adiviné quién debía de ser. Tenía pensado largarme para dormir a pata suelta, pero la posibilidad de aguarle la mañana a Rosalie parecía demasiado buena como para dejarla pasar. Por eso, deambulé cerca del brazo del sofá en donde se había sentado Rosalie y al tomar asiento, me estiré de tal modo que mi cabeza basculó hacia Bella y el pie izquierdo acabó delante del rostro de Rosalie.

—Puaj, que alguien saque al perro —murmuró al tiempo que arrugaba la nariz.

—A ver si te sabes este chiste, psicópata. ¿Cómo muere la célula del cerebro de una rubia?

Ella no dijo ni mu.

—¿Y bien? —inquirí—. ¿Te sabes el final del chiste o no?

La Barbie no apartó la mirada de la pantalla y me ignoró con toda premeditación.

—¿Se lo sabe? —le pregunté a Edward, en cuyas facciones no había atisbo alguno de humor; sin embargo, pese a todo, me contestó:

—No.

—Genial. Seguro que este chiste te encanta, sanguijuela… La célula cerebral de una muere… en soledad.

Rosalie siguió sin dirigirme una sola mirada.

—He matado cientos de veces más que tú, chucho sarnoso. No lo olvides.

—Algún día vas a cansarte de amenazas, oh, reina de la belleza. Te prometo que me muero de ganas de que eso ocurra.

—Ya vale, Jacob —terció Bella.

Bajé la mirada mientras ella fruncía el ceño. Parecía que el buen rollo de ayer había desaparecido. Bueno, tampoco tenía mayor interés en fastidiarla.

—¿Deseas que me vaya? —le ofrecí.

Ella parpadeó y aligeró el ceño antes de que yo temiera o esperara que al final se hubiera hartado de mí. Parecía totalmente sorprendida de que hubiera llegado a semejante conclusión.

—No, por supuesto que no.

Se me escapó un suspiro, y a Edward otro, aunque casi imperceptible. Su marido habría preferido que ella me hubiera despedido, bien que lo sabía yo, pero ni por las malas le habría pedido a Bella nada que le hubiera hecho desgraciada.

—Tienes pinta de cansado —comentó Bella.

—Estoy reventado —admití.

—Ya me gustaría a mí reventarte a palos, ya me gustaría… —murmuró la Barbie, demasiado bajo para que su protegida la oyera.

Me repantigué bien a gusto en el sofá y empecé a menear los pies desnudos delante de las napias de Rosalie, que se puso tiesa como una escoba. Bella le pidió a Rosalie que le rellenara la copa y la rubia salió disparada hacia las escaleras en busca de más sangre. Reinaba un silencio sepulcral. Supuse que tal vez podría echar una cabezadita.

—¿Has dicho algo? —preguntó entonces Edward con un tono de manifiesta perplejidad.

Era extraño, ya que nadie había abierto el pico y él tenía un oído tan fino como el mío y sabía que ninguno habíamos hablado.

Clavó los ojos en Bella, que le devolvió la mirada. Ambos parecían confusos.

—¿Yo? —inquirió ella al cabo de un segundo—. No he dicho nada.

Edward se removió hasta quedarse de rodillas y se inclinó hacia delante con una expresión súbitamente concentrada. Fijó los ojos negros en el rostro de su esposa.

—¿Qué acabas de pensar ahora mismo?

Ella le miró con gesto de total confusión.

—Nada. ¿Qué ocurre?

—¿Y en qué pensabas hace un minuto? —insistió.

—Pues únicamente en… la isla Esme… y en plumas.

Aquello me parecía un galimatías de primera, pero entonces ella se puso roja como un tomate y tuve la corazonada de que era mejor no saberlo.

—Di algo, lo que sea —pidió él en un susurro.

—¿Como qué…? ¿Qué ocurre, Edward?

El rostro del interpelado volvió a alterarse e hizo algo que me hizo abrir la boca y me dejó con la mandíbula colgando; detrás de mí oí una exclamación entrecortada, era Rosalie, ya de vuelta, que estaba tan alucinada como yo.

Edward se movió con extremo cuidado mientras colocaba ambas manos sobre el enorme vientre redondeado.

—El fet… —tragó saliva—. A la… al bebé le gusta el sonido de tu voz.

Reinó un silencio sepulcral durante una fracción de segundo. No era capaz de mover un músculo ni de pestañear.

—¡Cielo santo, puedes oírle! —gritó Bella.

Pero un segundo después contrajo la cara a causa del dolor.

Edward movió la mano hasta el punto más prominente de la barriga y acarició con suavidad la zona donde la cosa debía de haber propinado la patada.

—Calla —musitó—. Le has asustado.

Ella abrió los ojos con desmesura a causa del asombro y luego palmeó un costado del vientre.

—Lo siento, peque.

Edward permaneció a la escucha con la cabeza ladeada hacia la barriga de su mujer.

—¿En qué piensa ahora? —quiso saber Bella con avidez.

—El fet… Él o ella está… —hizo una pausa y alzó la mirada para contemplar los ojos de Bella—. Está feliz —apostilló Edward con una nota de incredulidad en la voz.

La madre contuvo la respiración. Resultaba imposible no ver en sus ojos un brillo fanático, el de la adoración y la devoción. Unas gruesas lágrimas le desbordaron los ojos y le corrieron en silencio por las mejillas y los labios curvados en una sonrisa.

Cuando miraba a su esposa, el rostro de Edward ya no mostraba temor, enfado, tormento o ninguno de los sentimientos que le habían desgarrado desde su llegada. Estaba fascinado con ella.

—Claro que eres feliz, bonito, por supuesto que sí —canturreó con las mejillas bañadas en lágrimas mientras se acariciaba el vientre—. ¿Cómo no ibas a serlo, estando sano y salvo, y siendo tan querido? Te quiero mucho, pequeño E. J. Por supuesto que eres feliz.

—¿Cómo le has llamado? —preguntó Edward con curiosidad.

Ella volvió a sonrojarse.

—Le he puesto un nombre, en cierto modo… No pensé que tú quisieras, bueno, ya sabes…

—¿E. J.?

—Tu padre también se llamaba Edward, ¿no?

—Sí, en efecto, pero ¿qué significa…? —hizo una pausa y luego dijo—: Vaya. —¿Qué?

—A él también le gusta mi voz.

—Naturalmente que sí —por el tono de su voz parecía que estaba alcanzando el culmen de la dicha—. Tienes la voz más hermosa del mundo. ¿A quién no le iba a gustar?

—¿Has previsto una alternativa? —preguntó Rosalie—. ¿Qué ocurre si él resulta ser ella?

Bella se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano.

—He estado haciendo algunas combinaciones. He jugado con Renée y Esme. Estaba pensando en algo así como… Ruh-nez-may. —¿Ruhnezmay?

—R-e-n-e-s-m-e-e. ¿Es demasiado raro?

—No, me gusta —le aseguró Rosalie.

—Todavía sigo pensando en mi criatura como si fuera un chico, un Edward.

Su marido se quedó mirando a las musarañas y con el rostro inexpresivo mientras permanecía a la escucha.

—¿Qué…? —preguntó Bella, con un rostro tan resplandeciente que se veía desde lejos—. ¿Qué piensa ahora?

Él no contestó en un primer momento, pero luego, dejándonos anonadados a todos, apoyó tiernamente la oreja sobre el vientre de Bella.

—Te quiere —susurró Edward, que parecía encandilado—. Te adora por encima de todo.

En ese momento supe que me hallaba totalmente solo.

Me quise dar de bofetadas cuando tomé conciencia de lo mucho que había contado con aquel aborrecible vampiro. ¡Qué idiota…! Era como confiar en una sanguijuela. Al final, iba a traicionarme. Por supuesto.

Había contado con tenerle de mi parte y que las pasara canutas, peor que yo, y por encima de todo, había contado con él para odiar aún más que yo a esa cosa revoltosa que mataba a Bella.

Había confiado en él para ese fin.

Y ahí estaban ahora, juntos los dos, inclinados sobre el invisible retoño de monstruo cuya existencia les encendía chiribitas en los ojos. Ahora estaba yo solo con todo el odio y la pena. Resultaba tan atroz como estar sometido a tormento, como arrastrarse lentamente sobre un lecho de cuchillos afilados, tan insoportable que recibirías la muerte con una sonrisa sólo para librarte de una cosa así. El calor me permitió sacudirme el agarrotamiento de los músculos y ponerme en pie.

Tres cabezas se alzaron de pronto. Presencié cómo mi sufrimiento ondulaba en las facciones de Edward como si de la superficie de una charca se tratara cuando él me leyó la mente.

—Ay —exclamó con voz estrangulada.

No sabía qué hacer. Estaba allí de pie, temblando de los pies a la cabeza, listo para salir por patas a la menor oportunidad.

Edward se dirigió enseguida hacia una mesita de esquina con movimientos sinuosos y extrajo algo de uno de los cajones; acto seguido, me lo tiró y yo lo tomé de forma refleja.

—Ve, Jacob, sal de aquí.

No me habló con dureza, sino más bien como alguien que preserva una vida. Me estaba ayudando a encontrar la vía de huida tan deseada.

Miré la palma de la mano, donde descansaba el juego de llaves de un coche.