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COMO PODRÁN recordar los estudiosos de las crónicas del crimen en la prensa popular, el caso resultó menos difícil de lo que creían Thrupp y el Comisario Principal.

En resumen, podría decirse que se resolvió por sí mismo, casi sin intervención de la policía, razón por la cual os presenté a mi amigo Thrupp en el papel de profeta y no de sabueso. Aunque el caso se resolvió, hay que reconocerle a Thrupp el haber predicho en la reunión la naturaleza exacta del asunto con una visión y una habilidad inductivas rayanas en lo misterioso.

Los antedichos fanáticos del crimen recordarán, sin duda, que en la mañana del octavo día después de la muerte de Bryony, un pequeño abogado judío, dueño del real nombre de Cohen, se presentó a New Scotland Yard e insistió en ver personalmente al Comisario Auxiliar de la CID y le entregó un paquete relativamente abultado y sellado, en cuyo exterior estaban escritas las siguientes palabras:

«Para ser entregado a la autoridad de la CID en persona, el martes 23 de junio, a menos que yo misma dé una contraorden antes de las 8 a. m. de ese día.

Mary Forrester».

Con muchos encogimientos de hombros y gestos de menosprecio, Mr. Cohen explicó que diez días antes lo había, visitado una joven desconocida por él, en su oficina de Crighton Street, W. Dio el nombre de Mary Forrester, pero no dejó dirección y sorprendió al abogado (al que no le iban muy bien los negocios) ofreciéndole la bonita suma de diez guineas si aceptaba guardar a buen recaudo el paquete y seguir las instrucciones, a menos que la misma Miss Forrester lo reclamara en la fecha mencionada o con anterioridad. A Mr. Cohen, claro está, le intrigaba la naturaleza de la propuesta, pero estaba demasiado ansioso por embolsarse las diez guineas para hacer preguntas indiscretas. No parecía haber nada ilícito en lo que se le pedía que hiciera, así que se tragó su curiosidad y aceptó el negocio. La señorita le pagó la comisión en efectivo, cuidó de que el misterioso paquete quedara encerrado en un compartimiento interior de la caja de caudales del abogado, y se retiró. Desde entonces no había vuelto a verla. Mr. Cohen no perdió tiempo en cumplir su parte del convenio, en la fecha señalada.

Cuando le pidieron una descripción de Miss Forrester, replicó que era una joven muy atrayente, próxima a los veinte años, de cabellos castaños y ojos gris verdoso. Parecía (Mr. Cohen vacilaba antes de pronunciar el epíteto) una señorita más bien «ligera» pero sólo en el sentido más agradable de la palabra. Vestía bien, hablaba y se conducía como una dama, y tenía unos modos agradablemente seductores. Ciertamente, no era una señorita cuyos deseos Mr. Cohen hubiese encontrado fácil contrariar. No obstante su atractivo, Mr. Cohen admitió que daba la impresión de estar preocupada, pues había en sus ojos tal inquietud que sus labios sonrientes no alcanzaban del todo a disimular. Mientras que Mr. Cohen hacía su relación, el Ayudante del Comisario había abierto cautelosamente el paquete y hecho un examen preliminar del contenido. Encerraba dos libros grandes y una carta. Los libros estaban provistos de cerradura de bronce, que denunciaban su naturaleza confidencial. La carta, sin embargo, estaba abierta; escrita en papel gris siluriano de buena clase, con un delicado borde escarlata, tenía la dirección de Mayfair grabada en relieve en la parte superior de la primera hoja. Volviendo la última hoja, el Comisario Auxiliar se sobresaltó al ver la firma: Bryony Hurst.

Se llamó precipitadamente a Thrupp, y después de interrogar nuevamente a Cohen y de despedirlo, se revisó más detenidamente el contenido del paquete. La carta de Bryony era breve y precisa. Establecía simplemente que el ser recibida por el Comisario Auxiliar significaría la muerte de quien la había escrito, y que los libros adjuntos a la carta aclaraban los motivos del asesinato. También confiaba a la policía el castigo de los asesinos. Incluía media docena de direcciones pertinentes.