EL PADRE Prior, con los labios apretados en una línea severa, asintió.
Un estremecimiento recorrió la mesa y una oleada de náusea se apoderó de los presentes.
Barbary me contó después que aunque ella conocía estos horrores por Montague Summers, nunca había entrevisto la posibilidad de que la pobre Bryony hubiera estado mezclada en cosas tan espantosas; Thrupp hablaba nuevamente:
—Puede ser que esté describiendo un cuadro demasiado bestial —dijo— y que estos satanistas no hayan llegado a los extremos de horror de sus predecesores. Esperemos que haya sido así, por Bryony. De cualquier manera, los detalles no son de importancia. Mi punto de vista es que Bryony Hurst vió, y oyó cosas tan horrendas que la chispita de decencia y respeto que tenía todavía viva en su interior se encendió, con el inevitable resultado de que se rebeló, tal vez en secreto más que abiertamente, contra la maldad pútrida de la que se la quería hacer participar. Digo secretamente más que abiertamente porque creo que si hubiera traducido sus verdaderas reacciones, no hubiese salido con vida de su iniciación. El satanista, que se ve complicado en crímenes y vicios mucho más que los demás mortales, no puede exponerse a la traición. Su vida, su libertad y la continuidad de su culto dependen, antes que nada, de la lealtad de sus asociados, y es por esta razón que la admisión al círculo secreto de devotos es tan difícil de obtener. No debe existir la posibilidad de una quinta columna en sus filas, y no evitará matar para protegerse y proteger sus ritos. Recordaréis que la última vez que nos reunimos mencioné una extraordinaria serie de fatalidades que preocuparon hace algún tiempo a la Yard: los llamados suicidios del joven Geoffrey Perfect, Margaret Foane, Joy Wyon, Iseult Cork y John Traquair; todos jóvenes del grupo de Mayfair y todos amigos o conocidos de Bryony Hurst.
Tal vez sea temerario afirmar que sus muertes se aclaren ahora, pero por lo menos los casos se examinarán nuevamente a la luz de lo que sabemos sobre la muerte de Bryony Hurst. Si me es permitido adivinar, diré que estos jóvenes, hombres y mujeres, enfrentaron la misma situación que Bryony. Desgraciadamente no pudieron disfrazar su repulsión y hubo que eliminarlos. Por otro lado, como; no hay duda de que Bryony Hurst sobrevivió a su iniciación y continuó viviendo su vida normal, «en el West End» de Londres, creo que habrá hecho un estupendo esfuerzo de voluntad para ocultar el horror y repugnancia y para esconder completamente sus verdaderos sentimientos, de cuya integridad no sospecharon los satanistas. Pero el horror y la repugnancia deben de haber persistido y tal vez aumentado y deben de haberse hecho más intensos a medida que pasaba el tiempo. Es posible que nunca conozcamos el infierno de temor y espanto por el que pasó la pobre niña antes de decidirse, después de una seria lucha interior, a traicionar a sus socios. No había qué elegir. No se trataba sólo de renunciar como socia, de retirarse del círculo y de explicar cortésmente que su iniciación se debía a un mal entendido y que prefería no continuar. Si no hubiera hecho más que insinuar algo en ese sentido; hubiera pronunciado su sentencia de muerte. Además, imagino que hasta el proceso de entrega debe haber tropezado con grandes dificultades. He estudiado en los archivos de esta clase de cosas algunas de las complicadas precauciones que se toman para conservar el anonimato de los adictos a las prácticas satanistas. Una de las más comunes es que todos los socios se presentan enmascarados o disfrazados y sólo se conocen entre ellos por nombres supuestos. Sólo uno, tal vez, conozca a todos sus discípulos por su nombre verdadero y, naturalmente, ha de cuidarse muy bien de revelarlos. Como simple «neófita», Bryony Hurst debe haber ignorado hasta la dirección del sitio donde se llevaban a cabo las abominaciones; posiblemente se la llevara por algún camino secreto, con los ojos tapados o en un auto con las cortinas bajas. La nota que descubrió Roger Poynings en su escritorio en la que indicaba que Xantippe Gnox y Luke pasarían por ella, da pie a esta suposición. Así es cómo, cuando el resto de conciencia que le quedaba le dictó a Bryony la obligación de arrancar de raíz y destruir el mal que había descubierto, se impuso una tarea no sólo peligrosa en extremo, sino también de suprema dificultad. Dejando aparte toda otra consideración no había objeto en denunciar a la policía lo que sabía. Aunque se le creyera, debía procurarse pruebas de la dirección y ubicación del círculo. Como, por otra parte, los cerebros directores del asunto podrían haber tomado todas las precauciones imaginables para que esos datos no se conocieran, podemos comenzar a darnos cuenta de la inmensidad de la tarea a que se veía abocada. No puedo decir si alguna vez sabremos del éxito que hubiera podido tener. Lo que puedo asegurar es que parece haber logrado lo que quería, pues por lo menos consiguió alarmar a la asociación. De los términos de la carta amenazante que recibió se desprende que de un modo o de otro consiguió sustraer un documento o libro en que se registraban los pormenores de la sociedad. Es obvio que había robado algo, algo que era vital para la seguridad de los socios. Le dieron cuarenta y ocho horas para restituir y olvidar. Dos cosas que no pudo o no quiso hacer. Ignoro qué hizo, o qué pensaba hacer con el documento robado. Pudo haberlo destruído (lo que no es probable), o pudo haberlo ocultado en algún lugar inaccesible o insospechado. Pudo haberlo depositado en algún banco o ante algún abogado, con instrucciones precisas para proceder de una manera especial de acuerdo a las circunstancias que pudieran surgir (su muerte, por ejemplo), o la expiración del límite de tiempo estipulado. En realidad, ya hice averiguaciones en su banco y ante la firma de abogados que atienden los asuntos de su abuelo (parece no haber tenido abogado propio) y no ha hecho depósito semejante en ninguno de los dos sitios. Claro que eso no quiere decir que no pueda haber hecho algún otro arreglo para tratar esta situación crítica. Temo que haya todavía muchos espacios en blanco en mi historia, pero confío poder llenarlos a su debido tiempo. Lo que podemos asegurar es que la joven robó algo muy comprometedor para esa gente, y que no sólo se descubrió el robo, sino que se la consideró su autora, que se la vigiló y persiguió hasta que se le dio caza y fue asesinada.
Thrupp hizo una pausa y cerró la libretita, que no había consultado una sola vez. Durante un momento reinó el más profundo silencio. Después lo rompió el Superintendente Bede.
—Sabe usted, Inspector Principal —dijo con voz sorprendentemente amigable—, ésta es una historia sumamente interesante y para hacerle justicia debo admitir que resulta la explicación exacta y verdadera de lo ocurrido. Por otra parte, debo justificarme diciendo que por ahora son todas conjeturas.
Thrupp sonrió.
—Llámela profecía —respondió suavemente—. Admito que mi relato contiene no poco de conjetura, pero tan razonablemente fundada en deducciones de hechos bien establecidos que las probabilidades de que mi relato resulte correcto cuando se completen las investigaciones están en proporción de mil a uno.
—No quisiera oponerme —concedió el Superintendente con cautela—, pero siento decir que no estoy tan satisfecho con sus hechos bien establecidos y sus deducciones «lógicas y legítimas» como parece estarlo usted. ¿Puede usted decirnos en pocas palabras cuáles son esos hechos y cuáles las deducciones que le dan tanta seguridad?
Thrupp frunció el entrecejo.
—Omitiendo hechos tan evidentes como el de que Bryony Hurst esta muerta y que su muerte fue un asesinato deliberado —comenzó a decir—, creo que le contestaré si consigo demostrarle que el motivo oculto detrás del crimen fue la traición de la joven a la sociedad o club secreto que se dedicaba a la práctica del satanismo o culto del Diablo. Si logro probar que tengo fundamento para trabajar en torno a esa hipótesis, ¿estará usted pronto a reconocer que todo lo demás resulta bastante razonable?
—Ése es el punto cardinal sobre el que gira toda su teoría —dijo Bede—. Si lograra convencerme que ésa no es más que una conjetura estaría dispuesto a creer el resto. Por ahora, tengo la impresión de que está confiando demasiado en el principio de Sherlock Holmes, de eliminar lo imposible; que porque no puede usted imaginar nada peor ni más secreto que el satanismo, sostiene usted que es satanismo lo que hay detrás del crimen.
Thrupp meneó la cabeza.
—Presente mal mi caso —dijo—, pero me interesaba más darles una idea general que detenerme a probar todos los detalles. Mi convicción de que se trata de un caso de satanismo está lejos de ser resultado de conjeturas sin fundamento, y no depende enteramente del principio de eliminación de lo imposible. Le advierto, Bede, que el mero hecho de que la máxima de Holmes sea una perogrullada, no la hace menos cierta, punto que a veces no nos detenemos a considerar cuando gritamos nuestro desprecio por las perogrulladas y otras proposiciones de por si evidentes. Como razonamiento puro, no estoy nada seguro que bastara por si solo, para basar mi caso, pero tomado junto tres o cuatro factores que mencionaré, no creo que deje lugar a dudas. Examinemos esos factores y veamos cómo todos convergen hacia un mismo punto. Primero, consideremos la carta amenazadora que recibió Bryony Hurst. ¿Hay en sus términos algo que les llame la atención? «Le damos hasta la medianoche del Domingo 15 de junio para que restituya y olvide. Si no lo hace, éste será su último sábado en la tierra…». Reparen en la palabra sábado ¿Qué significa? Si, ya sé que hoy en día se usa como sinónimo descuidado de domingo, y a primera vista podría parecer que el que escribió lo usó simplemente para evitar la repetición de la palabra domingo en dos oraciones consecutivas. Tal vez sea así, pero quiero que se fijen en dos cosas significativas: a) sábado en realidad no significa lo mismo que domingo; es el antiguo nombre israelita del séptimo día de la semana, no del primero; b) he copiado la siguiente definición de la palabra del Concise Oxford Dictionary: «orgía de medianoche del Diablo, demonios, hechiceros, y brujas». Todos habéis oído decir «el sábado de las brujas», y yo os pido que lo recordéis mientras trato de explicar algunos puntos. Además, tenemos el testimonio de Roger Poynings que dice que en dos oportunidades su empleo totalmente inocente de la palabra Diablo conmovió de modo extraño a la pobre Bryony Hurst. Primero, cuando trataba de apaciguar sus temores y para asegurarla de que estaría perfectamente a salvo a su cuidado, le dijo de modo familiar: ¡Que me condene sí no he de arreglar las cosas de modo tal que ni el mismo Diablo podrá encontrarla! Él me contó cómo estas palabras descuídadas, dichas pura y exclusivamente para reanimar a la infeliz muchacha, tuvieron el efecto contrario y la hicieron estremecerse como sí se encontrara bajo un serio temor interior. En una segunda ocasión, cuando Bryony estaba ya acostada, no muchas horas antes de su muerte, Roger Poynings usó otra figura de lenguaje con propósito idéntico. Bryony estaba aterrorizada y deprimida por la presencia del tal Luke en Merrington. Le dijo a Roger que era un perverso, y Roger, quitando importancia a sus temores, terminó diciéndole: Personalmente, ya estoy harto de la insolente impertinencia de estos tipos y, cuando me revuelven la sangre, soy capaz de liármelas con el mismo Diablo. Y nuevamente, según me contó, esta mención figurada y al descuido, del Diablo, pareció sumir a la muchacha en un estado de temor más intenso aún. Tanto es así, que desde ese momento en adelante Roger comenzó a imaginarse la verdad de las cosas. Consideremos ahora una o dos palabras que Bryony dejó caer durante una conversación que sostuvo con Roger Poynings. Cuando estaban tratando de resolver sus dificultades en The King of Sussex dejó perplejo a Roger al calificar de perversas a las personas a quienes temía. Usó esa palabra de modo tan extraño y deliberado que Roger se preguntó cómo tendría que ser de mala una persona para que una joven ligera, del tipo de Bryony, la calificara de perversa. Además, hace un instante os recordé el uso deliberado que dio ella a la palabra perverso cuando se refirió a Luke. Todos pequeños detalles, Superintendente, pero no hay que negar que tienen un valor acumulativo que no hemos de ignorar.
Bede asintió lentamente, casi a regañadientes.
—Ciertamente, lo tienen —admitió—. En verdad, no necesita proseguir. Damos por probado su caso.
Thrupp se encogió de hombros.
—Hay sólo otra cosa que deseo mencionar —declaró—, y es la presencia sugestiva de un ejemplar de Demonología y Magia de Montague Summers que se encontró en la biblioteca de cabecera de la habitación de Bryony Hurst. Y de otro ejemplar del mismo en el estudio de Xantippe Gnox.
»Y, por cierto, no es un libro que pudiera llamarse común. Admito que Roger Poynings tiene un ejemplar aquí, pero debemos recordar que se trata de un escritor y que su biblioteca de consulta, aunque pequeña, es sumamente completa. Sostengo que la presencia de este libro de satanismo en las habitaciones privadas de Bryony Hurst y de Xantippe Gnox (que eran después de todo medías hermanas y consocias del Naxos Club) es demasiado significativa para pasarla por alto. Puede ser coincidencia, claro, pero sostengo que sería una coincidencia demasiado grande.
Hubo un corto silencio.
—Unida a otras pruebas, yo la llamaría, casi concluyente —dijo el Comandante Jayne—. Yo la doy por buena, de todos modos. ¿Está usted satisfecho, Bede?
—Sí, señor —suspiró el delgado Superintendente.
—Debo decir que raya en lo increíble, pero parece que hemos de creerlo de todas maneras.
—Y ahora —gruñó el Comisario Principal—, sólo falta vestir esta sorprendente teoría con hechos que puedan probarse ante el Jurado. —Emitió una risa breve—. ¡De primer orden, Thrupp! Me parece que todos tendremos bastante que hacer.
Thrupp sonrió gentilmente.
—Tiene razón usted —observó—. Habrá bastantes obstáculos que vencer. Sin embargo, estoy seguro de que estamos dispuestos a salir airosos, y yo confío en que lo lograremos.
—Amén —murmuró piadosamente el Padre Prior, y su comentario encontró eco en nuestros corazones.