16

EL COMANDANTE Jayne habló por fin.

—Aclaremos bien todo de una vez por todas —dijo aparentando más tranquilidad que la que sentía—. Es un asunto serio y no creo que sea éste el momento para andar con parábolas y con acertijos. Creo entender, Thrupp, por qué ha elegido este rodeo para exponer su punto de vista, pero ha llegado el momento de que hablemos claramente y demos la cara a los hechos.

Voy a hacer una pregunta directa, Thrupp:

—¿Debo acaso entender por lo que usted y el Padre han dicho, que esta joven, Bryony Hurst, pertenecía a alguna clase de club dedicado al culto del Diablo y que el crimen tiene relación directa con ese hecho?

—A grandes rasgos, señor, eso es lo que sostengo —dijo Thrupp.

—¿Qué quiere usted decir por «a grandes rasgos»? —preguntó el Comisario Principal de manera chabacana—. ¡Al diablo, hombre! Que no quiero que hable usted a grandes rasgos; quiero que lo haga usted detalladamente, con agudeza y al grano.

—Dije «a grandes rasgos», señor, porque pudo usted tener una impresión completamente errónea si yo hubiera contestado simplemente «sí» a su pregunta. Hecha como usted la hizo, no daba lugar a una respuesta directa de sí o no.

—¡Vamos, vamos, hombre! No busque usted pelos al asunto.

—Muy lejos de mi intención, señor. Déjeme explicarle y permítame modificar los términos de su pregunta y decir exactamente lo que opino. Primero, tenemos toda clase de razones para creer que en Londres existe un club o círculo igual a los que mencionó el Padre Prior. Además creemos que este círculo no es en realidad una simple sociedad, sino dos círculos concéntricos, uno dentro del otro. El círculo exterior aparece como un club secreto, patrocinado por cierta gente joven de la sociedad que encuentra los entretenimientos ordinarios de la West End demasiado aburridos y respetables para sus gustos, y que puede, formando parte del club, gozar de las emociones y sensaciones que desea, Pero que no le están permitidas por la ley o por las convenciones. Ya saben a qué me refiero…

—¡Sí, sí, sí, sí! No necesita entrar en detalles.

El comisario Principal dirigía miradas significativas a Barbary y al padre Párroco, quienes en verdad, estaban mucho más serenos que los demás.

—Este club —continuó Thrupp— se llama Naxos Club y se reúne en una gran habitación en la casa de Xantippe Gnox, una poetisa en Shepherd Market. Difiere del corriente club «dudoso» en que sostiene ser una recreación de los antiguos «misterios dionisíacos» que se practicaron en la isla de Naxos, ideado no sólo para diferenciarlo de otros establecimientos similares y como excusa para hacerlo muy exclusivo y sumamente caro, sino también para ofrecer una novedad y escenarios más llamativos para lo que, en sitios más comunes, resultaría repugnantemente crudo y plebeyo a las mentes fastidiosas de su distinguida clientela. Una atmósfera pseudomística, una ceremonia elaborada de iniciación, un coro de hermosas sacerdotisas, y un ritual planeado con sensualidad. Todo esto, y algo más produce un sabor excitante e inédito, a los procedimientos, pero sirve también, por así decir, como excusa o pretexto para ellos. Actos que podrían estigmatizarse como «prohibidos» a sangre fría, toman nuevo significado y atractivo cuando se los presenta como parte de un ritual que celebran los iniciados de un club secreto con trajes y escenarios de fantasía: Vestiduras, incienso, luces, gestos, movimientos rituales y postraciones. Espero que el Padre Prior no me interprete mal cuando diga que las Iglesias cristianas más antiguas no han dejado de reconocer que tales cosas obran sobre los sentidos de los adoradores, ni cuando diga que el ritualismo era muy antiguo cuando la Iglesia católica era aún muy nueva.

El Padre sacudió la cabeza en silencio.

—Muy bien, entonces —prosiguió Thrupp—. Para abreviar una larga historia, esta emprendedora joven que se hace llamar Xantippe Gnox estableció en Londres algo así como un templo griego sofisticado donde iniciados cuidadosamente seleccionados (se me ocurre elegidos de acuerdo a los balances de sus bancos y de su temperamento) podían satisfacer su sensualidad bajo el pretexto atrayente de actualizar el antiguo ritual de los misterios de Naxos. Y ahora, volviendo a la última pregunta del Comisario Principal, puedo contestarle diciendo que Bryony Hurst era, con seguridad, socia de este Naxos Club. Pero es sumamente importante que conozcamos a esta desventurada muchacha en su verdadera personalidad. No daría resultado tratar de justificarla, pero tampoco se trata de condenarla indebidamente. Creo, que no era peor que muchas de las jóvenes de su clase, pero era, ciertamente, una descocada. Como ya le dije vez pasada, yo tuve un contacto intermitente con ella, y debo admitir que el hecho de pasar el fin de semana con un hombre le resultaba tan natural como una partida de golf a vosotros o a mí. De todas maneras, nunca hubo en su conducta (salvo lo que pueda haber ocurrido en ese Club) nada que motivara mi intervención.

Éste es aún un país más o menos libre, y si una muchacha elige ese camino, no es misión de la policía el evitarlo. Además, acertadamente o no, siempre tuve la impresión de que aunque la moral de Bryony Hurst dejaba mucho que desear no había en ella mal verdadero. Es decir, no era viciosa en el verdadero sentido de la palabra. Era casquivana pero siempre creí que eso era en ella algo natural, instintivo y que hacía lo que hacía, sencillamente porque le resultaba divertido. Cualquiera haya sido su conducta no creo que fuera una pervertida. Puede haberse comportado como tal pero me parece que el fondo estaba todavía sano e incorrupto… Barbary, usted es la única persona, aparte de mí, que la trató de cerca. ¿Qué opina?

Mi prima frunció el ceño.

—Cuando Roger me llamó por primera vez a Pease Pottage para hablarme de ella —contestó lentamente— le pregunté, naturalmente, cómo era. Roger me respondió que se trataba de «una joven ligera… pero simpática» o algo por el estilo, y después dijo que no tenía moral pero que parecía decente. A pesar de lo poco que la traté estoy de acuerdo con el juicio de Roger, que, además, parece coincidir bastante con el suyo.

—Gracias —dijo Thrupp—. Bien, terminemos entonces con el Naxos Club y con el hecho de que Bryony era socia. Pero recuerdo, señor —se dirigió al Comisario Principal nuevamente—, que hablé de dos clubes parecidos a dos círculos concéntricos, y que el exterior servía de biombo, y también de antecámara al interior. Y le pedí que tuviera en cuenta que este Naxos Club con sus misterios griegos era sólo el Club exterior. —Calló por un instante frunciendo el ceño pensativamente mientras miraba a su auditorio—. Espero —prosiguió— que nadie me interprete mal cuando diga que con todas sus fruslerías y sus ritos bacanales este Naxos Club no es peor que docenas de instituciones de la misma clase que se encuentran en el West End de Londres. Cuando Xantippe Gnox comparezca ante un magistrado se la acusará, entre otras cosas, de mantener una «casa dudosa», y cuando se la prive de todas sus vestiduras eso resultará el Naxos Club. Ante la ley la Gnox no podía parecer culpable de nada peor. La idea de dramatizar el vicio, de presentarlo con traje de disfraz, no es nueva. París y la mayoría de las capitales están llenas de lugares semejantes. No se trata de una taza de té, por supuesto, pero si nos dejamos impresionar demasiado por cosas semejantes perderemos el sentido de la proporción. También cometeremos un error si consideramos a los que patrocinan tales establecimientos como a monstruos del vicio o cultores del mal. En lo más mínimo. Su condición es sencillamente psicopatológica y la mayoría son personas decentes y normales en su trato diario. Muchos, como Bryony Hurst, son simplemente malos. Se trata sencillamente de su concepto de «pasarlo bien». Estoy haciendo grandes circunloquios, señor, pero quiero aclarar el hecho de que si un muchacho o una joven frecuentan «fiestas» como las que proporcionaba el Naxos Club no quiere decir que todos sean «naturalmente corruptos» en el sentido que dio al término el Padre Prior.

El Comandante Jayne se secó la frente enrojecida. Era una tarde calurosa y esta clase de cosas no parecían incumbir a un rústico Comisario Principal. Pero la Armada Británica nunca conoce la derrota.

—Ya sé lo que quiere decir —gruñó—. Acabemos con eso.

—No hay mucho más —lo consoló Thrupp—. Pero se sabrá más un día de éstos, cuando se complete nuestra investigación. No obstante, lo que puedo decir ahora se resume en unas pocas palabras. Hablé de dos círculos concéntricos y de que el exterior servía de pantalla al interno, y en algunos casos de antecámara. Lo que quiero decir es que aunque una institución como el Naxos Club sirva como almácigo fértil para el círculo interior, que se dedica a cosas aún peores, no quiere decir qe todos los socios de Naxos sean candidatos adecuados para iniciarse en el círculo interno. Como habrán adivinado, este círculo interior es nada menos que una banda de satanistas «convención» (creo que es el término técnico), cuyo espíritu dirigente es un hombre llamado Luke, uno de cuyos ayudantes es un tipo joven de nombre Ronald Custerbell Lowe. También es probable que Xantippe Gnox ocupe un lugar importante en ese coro. De todas maneras se sabe que es carne y uña con Luke y Lowe y no puedo concebir que se conforme con explotar el Naxos Club y actuar como sargento de reclutamiento para Luke sin participar en las andanzas del círculo interno. Y ahora —prosiguió Thrupp—, volvamos deliberadamente nuestra atención hacia la afirmación ambigua que hice al comenzar esta reunión, cuando dije qué no estaba seguro de si éste era un caso de satanismo verdadero o simplemente de una adaptación de los horrendos ritos del satanismo como pretexto para otras cosas, más o menos del mismo modo en que Xantippe Gnox ha adoptado «los misterios» naxianos como pretexto para disfrazar su «casa dudosa». Creo ahora haber alcanzado lo que quise decir. Ninguno de ustedes puede creer que Bryony Hurst y sus consocios hayan pensado seriamente en adorar a los antiguos dioses griegos. Haciéndose socios de ese Club nunca pensaron en cambiar sus convicciones religiosas, si es que tenían alguna. Simplemente simulaban rendir culto a Dionisio (en quien no creían) porque el ritual de los misterios naxianos incluía el emborracharse mucho y otras cosas que les atraían y porque en verdad les proporcionaba una excusa para hacer cosas que no se atreverían a hacer de otro modo. Siendo así, es probable que un estado de cosas semejantes exista en esta «convención» satanista que forma el secreto círculo interno de la organización. Estoy dando mucha importancia a este punto, porque no quiero que esforcéis Vuestra incredulidad. A vosotros, a mí y a cualquier persona normal, nos parece completamente absurdo que un grupo de hombres y mujeres jóvenes se puedan reunir solamente con el propósito expreso de burlarse de Dios y adorar al Diablo. Como dijo el Padre Prior, parece absurdo por estas dos razones: primero, si se cree en Dios, no se ha de blasfemar deliberadamente contra Él y menos con tanta malicia premeditada; y segundo, si no se cree en Él la blasfemia deliberada y la profanación activa de los Sacramentos no significaría nada más que una pérdida de tiempo sin objeto. En noventa y nueve de cada cien casos, por consiguiente, el motif de la blasfemia del satanismo puede tener poca o ninguna fuerza. En el centésimo caso (o tal vez debiera decir en el milésimo o aún en el diezmilésimo) podrá haber un verdadero satanista. Lo demás es una operación de suma y resta. Si el satanismo es igual a la blasfemia más la obscenidad y se quita la blasfemia; ¿qué queda? «¡Exactamente!». Es sólo una conjetura, claro está, pero no me sorprendería si este nido de satanismo contuviera a un verdadero satanista, y nada más que a uno, el tal Luke, aunque tal vez no sea justo con él. Luke, no sólo por inclinación, sino también por profesión es lo que podríamos llamar un entrepreneur, usando la palabra en su sentido más amplio. Provee entretenimiento y lo proporciona para todas las clases y todos los gustos, y es más que probable que esta excursión suya en el satanismo no sea sino un buen negocio. No lo sé, y no creo que importe mucho. Lo que importa es que Luke controla, en el círculo concéntrico interior, a una «convención» de satanistas reales o ficticios. Con esto no quiero sugerir que el ritual satanista que emplean no sea el verdadero, sino que es más probable que lo practiquen como sensación que como legítimo deseo de blasfemar contra Dios y de adorar al Diablo. Desde luego, tal vez el ritual no sea más que una farsa.

—Eso es algo que aclararemos cuando la «convención» se haya allanado —interrumpió el Padre Prior—. Si alguno de los socios resulta ser un cura renegado que se haya ordenado debidamente para después colgar los hábitos, hay una posibilidad de que el ritual sea legítimo. Por otra parte, no puede practicarse la verdadera «misa del Diablo», sin la presencia de un sacerdote ordenado ni de una hostia debidamente consagrada que se haya robado a una iglesia católica. Eso es lo que debía usted buscar cuando llegue la ocasión, Mr. Thrupp.

—Así lo haré —dijo el detective tomando nota—. Y ahora que dispuse el escenario lo mejor que pude, me propongo delinear la sucesión de acontecimientos que llevan al asesinato de Bryony Hurst. Francamente, no estoy en situación de dar pelos y señales de los hechos, pero mi teoría se basa sobre el principio de eliminación de lo imposible. Comienza con la certeza de que Bryony Hurst era socia del Naxos Club (donde fue presentada por su fundadora y directora, Xantippe Gnox, con propósitos propios) y no tengo la menor duda de que participaba activa y entusiastamente en todas las atracciones prohibidas que ofrecía el Club. En verdad, tan activa y entusiasta se mostraba que llegó a considerársela como candidata promisoria para iniciarse en el círculo interno o «convención». Me parece probable que los socios del círculo exterior conocen la existencia del círculo interior, pero no han de conocer la verdadera naturaleza del mismo. Probablemente, se les deje imaginar que se especializa en alguna forma de «diversión» excitante desconocida, cuyos secretos conocen sólo los iniciados, estado de cosas calculado para acuciar la curiosidad y para que la admisión a la pandilla interior resulte una distinción muy codiciada. Siendo así, uno imagina que cuando la desafortunada criatura Bryony Hurst fue informada de que al fin se la consideraba ya a punto de ser iniciada entre los selectos, aprovechó la ocasión que se le brindaba de completar su educación, por así decirlo. Aceptó gustosa la propuesta y se presentó como neófita para ser iniciada. Como era una joven atractiva y condescendiente, es de imaginar que el regocijo no fue suyo solamente. Todo está preparado y se inicia a Bryony. Pero no bien conoce el secreto que le ha sido revelado, se le hace terriblemente claro que alguien es culpable de un serio error de juicio. Hay, repito, mucho de conjetura en lo que estoy diciendo, pero parece el único razonamiento que coincide con los hechos conocidos. De ningún otro modo pueden explicarse satisfactoriamente los acontecimientos, según me imagino, comprenderéis. Quiero decir que Bryony Hurst, no obstante su moral relajada y sus excursiones por campos prohibidos, a pesar de su aparente corrupción como socia del Naxos, retenía lo que Roger Poynings reconoció y describió como un fondo interior de decencia y bondad, que, aunque delgado y frágil, era suficiente para que el horrible y absoluto mal del satanismo que ahora encontraba, le repugnara. Hasta ahora, siempre había sido culpable. Cada nueva sensación que experimentaba había sido sólo otra etapa de su viaje en busca de diversión (idea depravada o pervertida de lo divertido, pero así es como ella la consideraba). Pero ahora, por primera vez en su corta vida, se encontraba en presencia de algo verdaderamente, corrupto y perverso: el culto de la maldad diabólica, la profanación de todo lo que aprendiera cuando niña y que sostenía como bueno y sagrado, el cometer ultrajes deliberados y calculados, abominables y que no se podían repetir, contra el Dios al que había descuidado pero en el que nunca había dejado de creer desde el fondo de su corazón. Si completó su iniciación, caballeros, debe haber visto cosas terribles, capaces de destruir la mente de cualquiera a quien el Diablo no hubiese hecho ya suyo. No voy a particularizar ahora, no hay razón para enfermaros. Sólo diré que es muy posible que haya presenciado hasta crímenes…

—¿Eh? ¿Qué es eso? ¡Crímenes!… —El Comisario Principal se incorporó a medias de su silla.

—Temo, señor —dijo Thrupp—, que el Padre Prior me apoye cuando diga que el sacrificio sangriento de un recién nacido forma parte integral de algunos de los monstruosos ritos del satanismo.