CON EXCEPCIÓN de mi ausencia y la del Dr. Houghligan, la conferencia que se reunió esa tarde tenía idéntica composición que la que se había reunido pocas horas después del crimen de Bryony.
Hasta el perro Smith había vencido su muy comprensible antipatía hacia Gentlemen’s Rest para venir desde el monasterio acompañando al Padre Párroco. Había sin embargo una mirada desconfiada en sus ojos, comparable solamente a la del magro Superintendente Bede mientras examinaba con detención a sus rivales metropolitanos, alerta y siempre pronto para asirse de cualquier situación sin fundamento que pudiera surgir.
Como la vez anterior, abrió el procedimiento con unas pocas palabras escuetas el Comandante Poyne, de mejillas atomatadas. Él entendía que el Inspector Principal Thrupp estaba ahora en situación de aclarar el crimen de Bryony Hurst. Le parecía muy meritorio que Scotland Yard hubiese desenmarañado un caso terriblemente complicado en tan poco tiempo. Tal vez fuera conveniente que el Inspector Principal hiciera su exposición sin más demora. Thrupp comenzó cautelosamente pesando sus palabras con escrupulosidad. Su obligación era corregir cualquier impresión equivocada que pudiera haber trascendido de que el caso estuviera ya disecado, analizado y rotulado con exactitud.
—Lejos de ello, —continuó plácidamente alisando su libreta de apuntes sobre la mesa—. Hay todavía mucho que hacer para poder presentar el caso prolijamente detallado ante el jurado, pero ese trabajo es cuestión de rutina y puede encomendarse a mis propios ayudantes de Londres y al Superintendente Bede, y a la policía local en lo que se refiere a lo ocurrido aquí. Si recuerda lo que dije en nuestra primera reunión se acordará que yo manifesté mi impresión de que el caso incluía un problema mayor: ¿Por qué asesinaron a Bryony Hurst?, y un número de problemas menores agregados a la otra pregunta: ¿Cómo la asesinaron? En otras palabras, el motivo del crimen y su mecanismo. Recordarán, también, que di una explicación sumaria de la mecánica inmediata del crimen, quiero decir, del modo en que sacaron a la desafortunada joven de esta casa y la mataron en los Downs. No tuve la pretensión de que se tratara de una explicación completa y de todos modos, esta parte del asunto tuvo nuevas complicaciones por el asesinato de un muchacho pathan, Khushdil Khan, y por el atentado contra Roger Poynings. Quisiera aclarar que esta tarde no os voy a dar más detalles del mecanismo de ninguno de estos crímenes. Lo que os voy a ofrecer es para mí mucho más importante: una explicación completa y satisfactoria del motivo que llevó a estos hechos trágicos. Como me recordó Miss Poynings esta mañana, no se trata de una novela de detectives. No somos personajes de ficción en el último capítulo de una novela del Club de Crímenes.
»Nuestra misión no es armar un rompecabezas, ni confeccionar elaborados horarios para demostrar dónde estaban los personajes a la hora del crimen. Estas cosas se harán después porque los jurados, con toda razón, necesitan aclarar todo antes de formar juicio. Pero creo que estaréis conmigo en que el motivo que inspiró el crimen era de importancia mucho mayor que el mecanismo.
»En algunos casos de asesinato, el motivo es tan obvio que todo el interés converge en la identidad del asesino y en la técnica que usó. Pero en este caso el gran misterio fue desde el principio por qué una joven deliciosa y encantadora como Bryony Hurst fue brutalmente muerta y no cómo ocurrió ni quiénes lo hicieron. Espero que comprendan mi punto de vista. —Concluyó Thrupp, dirigiéndose al Comisario Principal.
—Perfectamente —asintió este último—. Dénos la idea general, Thrupp. Bede y su gente pueden aclarar los detalles.
El saturnino Superintendente gruñó con una mirada de suficiencia en los ojos.
—La Yard se lleva todo el mérito y deja el trabajo más desagradable para los otros. El Jurado tal vez quiera saber quién mató a la joven, señor —opinó con gran sarcasmo.
Thrupp asintió alegremente.
—¡Qué criterios tan poco razonables! —agregó—. No obstante, creo que la contestación surgirá de lo que ahora voy a deciros. Así que prosigamos y consideremos el motivo. Sin ir más lejos encuentro ya el primer obstáculo. No me refiero a que haya la menor duda en cuanto a la exactitud de mis conclusiones, pero debo advertiros de antemano que estoy preparado para que os riáis de mí o no me creáis. Hasta mi propio ayudante, el Inspector Browning, se muestra en desacuerdo y cree que estoy algo loco. ¿Verdad, Browning?
El Inspector de cara de zorro sonrió amablemente y se sonrojó.
—Bueno, no creo que haya llegado a tanto, señor. Thrupp dejó escapar una carcajada.
—Sus labios demasiado sinceros no conocen la diplomacia, Browning —dijo—. De todas maneras yo creo que estoy en lo cierto. Admito que hubiera preferido una teoría más corriente y menos fantástica, pero no se trata de elegir. Como detective de la Yard, no siempre estoy de acuerdo con Sherlock Holmes, pero debo admitir la incontrovertible lógica de su sentencia que manda eliminar lo imposible y aceptar lo que quede, por improbable que parezca.
—Eso es perfectamente lógico, mi querido Thrupp y le prometo no reírme de su teoría si llega a su conclusión por ese proceso —observó el Comandante Jayne.
Thrupp sonrió esbozadamente.
—Puede que sea usted demasiado gentil para reírse, pero, seguramente, no ha de dar crédito a mis ideas. No obstante, aquí van. Hablando con toda seriedad, señor, tengo sobradas razones para creer que la causa de este crimen y probablemente la de varias otras muertes, puede expresarse en una palabra: satanismo.