LA ESTRATAGEMA fracasó. Hurst, que ya no tenía dominio sobre sus nervios, logró sin embargo volver hacia su interlocutor los ojos genuinamente asombrados.
—Yo no le comprendo, Inspector Principal —protestó—. Demonología y Magia, por Montague Summers. ¿Qué diablos…? .
—¡Qué diablos! Está bien —dijo Thrupp con mal humor—. Sírvase contestar a mi pregunta.
—Pero es que no puedo hacerlo. No comprendo a dónde quiere usted llegar, Mr. Thrupp.
¿Qué tengo que ver yo con este libro? En mi vida lo vi ni oí hablar de él.
—¿Sí? Resulta que yo sé que está usted mintiendo, Coronel, y debo advertirle que si no se ciñe usted a la verdad al contestar mis preguntas se va a encontrar en situación muy difícil. Un volumen ya gastado de Montague Summers es una de las primeras cosas que uno ve al entrar en el estudio de su hija en Shepherd Market. Usted vivió en esa casa, y no es posible que no lo haya visto.
Pero Hurst era difícil de conmover.
—Puede que lo haya visto —concedió—. Pero no me ha llamado la atención. Para decir verdad, sólo entré en esa habitación una o dos veces y le aseguro que no reparé en los libros que había allí.
—Es raro —murmuró Thrupp secamente.
Abrió su portafolio y sacó la copia de El polvo de Día que había encontrado sobre mi cuerpo inconsciente.
—De todas maneras, no negará usted haber visto este libro —sugirió.
—Éste… no —Hurst parecía algo incómodo.
—Muchas gracias —continuó diciendo Thrupp.
—En la primera página están sus iniciales; creo que es su letra. Está flamante y supongo no equivocarme si digo que proviene de la biblioteca de su hija. Hay allí como una docena de ejemplares en uno de los estantes, ¿verdad?
—Sí; pero…
—Junto a esos volúmenes, en el mismo estante, hay un ejemplar de Montague Summers. Es increíble que no lo haya visto usted. Thrupp hablaba con mucha confianza pero no sentía interiormente la misma seguridad, y sus dudas aumentaron cuando Hurst se encogió de hombros una vez más.
—Mi querido inspector, creo en su palabra —dijo—. Yo sólo puedo repetir que no tengo conciencia de haberlo visto, y que si lo vi no reparé en él. A propósito, me encuentro desorientado.
Tal vez quiera usted decirme a dónde conducen estas preguntas.
—Lo haré —dijo el detective—. Pero antes debo pedirle que me conteste otra pregunta y cuídese de decir la verdad. Por lo que usted manifestó, parece haber estado al tanto de todo lo relacionado con el llamado Naxos Club. Lo que quiero ahora saber es si usted era socio.
—¿Yo? ¡No, por Dios! —El tono y la actitud de Hurst expresaban negación enfática—. ¿Por quién me toma usted, hombre? No soy un subalterno ni un estudiante para encontrar diversión en esas pamplinas. Además, viendo a mi propia hija…
—Hijas —corrigió Thrupp con toda calma—. Bryony Hurst era socia. ¿Lo sabía usted? Muy bien. Voy a creer en su palabra. Por otra parte, me imagino que habrá comentado usted la existencia del club con Xantippe y que tendrá una noción exacta de lo que allí ocurría.
—En realidad, Inspector Principal, mi conocimiento es en un noventa por ciento sólo imaginación. Nunca lo discutí en detalle con mi hija. —Por otra parte, no tengo razones para creer que mi imaginación esté mal encaminada.
—Bien, puede usted entonces refutar mis conjeturas.
En términos generales, el objeto del Club era reconstruir y revivir los antiguos misterios de Naxos. Estos misterios toman la forma de bacanales, vale decir de orgías en honor de Dionisio.
¿Verdad?
—Sí.
—Hasta en las islas de Grecia los misterios eran de naturaleza tal, que debían celebrarse en secreto y sólo los iniciados podían asistir.
—Bien.
—Si eso ocurría en aquellos lejanos días del paganismo, ¡cuánto más sería necesario guardar el secreto en el moderno Londres! ¿Está usted de acuerdo?
—Totalmente.
—Se desprende entonces que, en ambos casos, los que deseaban ser admitidos debían jurar mantener el secreto.
—Eso es obvio.
—Se trataba de un juramento serio, con penas horrendas para el que revelara los misterios.
—Es de suponer.
—¿La pena de muerte?
Hurst se sobresaltó.
—¡Oh, yo creo…! quiero decir, Inspector Principal, que en estos días de luz…
Thrupp sonrió.
—¿De luz? Está bien —observó—. Puede que esté usted en lo cierto. El crimen no sólo es drástico y comprometedor sino que puede también ser peligroso; y hay, por otra parte, otra amenaza que puede ser de efecto para los naxianos modernos. Me refiero al chantaje.
—¿Chantaje?
—Sí, chantaje. En nuestra sociedad moderna la amenaza de escándalo tendría más importancia qué una amenaza de muerte. Difícilmente se tomaba una amenaza de muerte en serio, pero se creería en una amenaza de escándalo. Además, sería muy fácil de llevarla a cabo. En las reuniones de esa índole no es difícil colocarse en situaciones comprometidas de la peor naturaleza ante cualquiera de los concurrentes, ya sea con o sin conocimiento de la víctima. He conocido casos en que a los candidatos se les exigía una confesión escrita antes de ser admitidos, para asegurarse de que lo que los masones llaman «el shock de la entrada» y el «shock del esclarecimiento» no se apoderara de ellos y les hiciera revelar los secretos de la sociedad. Yo me inclino a creer que alguna salvaguardia similar se había instituído en el Club Naxos. De todos modos vamos a considerarlo por ahora, bajo el aspecto de duda… Tal vez le parezca ilógico a usted, Coronel, que le diga a continuación que estoy convencido de que su hija Bryony fue víctima de un crimen de ritual, vale decir de un crimen impuesto como castigo por revelar los secretos de una sociedad. Claro, la sociedad en cuestión puede haber sido el Naxos Club, pero lo dudo. Dígame, ¿le dejó entrever su hija que hubiera variado o agregado algo a los ritos dionisíacos, modernizándolos, tal vez? ¿O se trataba de una reproducción exacta de los originales?
Hurst se sintió más seguro.
—Si los ritos se parecían o no a los antiguos misterios no lo sé —dijo—. Ella admitía que no había testimonio escrito de los mismos y que la reconstrucción se basaba en las escasas pruebas arqueológicas que ella pudo reunir gracias a su imaginación infinitamente fértil. Por otra parte, aseguraba que la reconstrucción era cabal.
—Ya veo. ¿Sin agregados modernos?
—Yo diría que no. No se cómo explicarme, Inspector Principal, pero más de una vez se me ocurrió que Athene, o Xantippe, como se hace llamar, es una especie de regreso a los tiempos antiguos: No me gusta sugerir la palabra «reencarnación» y sin embargo resultaría gráfica. Tiene un sentido del período, notable. Aunque mi sangre corre por sus venas, es indudable que tiene el antiguo espíritu de Naxos en grado extraordinario. Y estoy seguro que es incapaz de adulterar el concepto de los misterios con algún anacronismo o adelanto moderno.
Thrupp gruñó y, golpeando a Montague Summers con su dedo delgado, preguntó:
—¿Así que le parece poco probable que haya introducido algo de esto en su ritual?
Otra vez Hurst pareció verdaderamente sorprendido.
—Temo no entenderlo todavía…
—Demonología y Magia —agregó Thrupp—. En otras palabras, satanismo, o culto del demonio.
Me explicaré. No soy muy erudito pero tengo la impresión de que cualquiera de estas cosas resultaría anacrónica si se la asociase con los antiguos misterios griegos de la era pagana o precristiana. Los sacerdotes y los pastores me acogotarían si me oyeran hablar así, pero me parece que Satanás o Lucifer, o cualquier nombre que se le dé, es un concepto esencialmente cristiano. La cristiandad dio origen al Diablo, como el comunismo suscitó al nazismo, basándose en la inmutable ley científica de que «a cada acción corresponde una reacción igual y contraria». Lo que quiero demostrar es que el culto del demonio y los misterios griegos no se pueden mezclar a pesar de que tienen muchos rasgos desagradables en común. Ambos celebran orgías que según nuestro criterio son obscenas; pero mientras que en un caso la obscenidad es simplemente el criterio pagano de diversión, en el otro es deliberada, hecha casi a sangre fría y en combinación con la blasfemia calculada y consciente, para exaltar el principio de malignidad y desafiar las leyes de Dios y los cánones de la moral cristiana. En los misterios paganos no se encuentra el motif de la blasfemia y no hay goce consciente en el mal absoluto. De acuerdo con su modo de ver las cosas, los antiguos naxianos eran bienintencionados cuando celebraban sus orgías, porque simplemente ofrecían a uno de sus dioses, Dionisio, la clase de adoración que creían de su agrado. Por el contrario, el satanista realiza sus blasfemias u obscenidades con un motivo esencialmente maligno: el de insultar y profanar el culto prescripto por la cristiandad en honor de Cristo. La «misa negra» o «misa del Diablo» es una parodia blasfema de la misa cristiana. Pero los misterios paganos no parodiaban a ningún otro culto. Podemos decir que eran descarriados y censurables, pero por lo menos no eran malévolos.
—Mi querido Inspector —balbuceó Hurst, con un gesto de cínica diversión en su rostro—, verdaderamente usted asombra con su lógica y erudición. Creo que está perdiendo el tiempo en la Yard.
—En absoluto —resumió Thrupp con aspereza—. Es probable que se asombre usted más cuando se aclare el caso, Coronel Hurst; y por cierto que no ha de ser el único sorprendido. Perdóneme un momento. Oigo el teléfono…
El que llamaba era el Comisario Principal Comandante Jayne, que quería saber cómo marchaba la investigación; Thrupp creía que tendría informes que dar. Con una renovada sensación de confianza en sí mismo, Thrupp se aventuró a replicar que tendría novedades a las tres de la tarde, hora en que se reuniría con los representantes de la policía local. Negándose con gentileza a proporcionar mayor información, cortó la comunicación y fue al encuentro de Barbary, que buscaba distracción en las labores domésticas.
—Dígame, ¿cómo reaccionaría el Cura Párroco si me llegara hasta el monasterio y le pidiera una entrevista? —preguntó—. ¿Me recibiría y conseguiría hablar con él a esta hora del día?
—No me sorprendería si lo hicieran —contestó ella—. Y por otro lado, no creo que sea mala hora. ¿Por qué? ¿Está usted cerca de la solución?
—Muy cerca ahora; querida. Es decir, para mí está ya resuelto. Pero debo convencer a otros de que estoy en lo cierto. En realidad no se trata tanto de probar el caso, sino de demostrar que tengo un caso que probar. Cuando lo haya demostrado, otros podrán probarlo.
Mi prima asintió comprensivamente.
—Ya veo —dijo—. Yo estoy de acuerdo con usted.
Por lo general me agradan los cuentos policiales y me encanta ver todos los detalles debidamente aclarados, enumerados y prolijamente archivados, pero no puedo considerar esto como una novela de detectives. Es demasiado allegado e íntimo. ¡Al diablo con los detalles! Lo que quiero es conocer la solución en general, la causa de los hechos, si logro explicarme. ¿Cree usted conocerla?
—Sé que sí.
—¿Y es lo que pensábamos Roger y yo?
—Sí. No hay sorpresas para nosotros. Para otros habrá demasiadas, tantas que rayan en lo increíble. Por eso quiero el apoyo del Padre Prior para cuando enfrente a la gente de la policía.
Iré a verlo y trataré de convencerlo para que venga esta tarde. ¿Ha visto usted a Browning?
—No. Pero el Sargento Haste está en el comedor.
—Él me servirá. Quiero que alguien vigile al galante Coronel mientras dure mi ausencia. Y no es que crea que pretenda escapar ni que se perdería mucho en tal caso. Hasta luego, Barbary.
—Hasta luego —dijo mi prima—. Almorzamos a la una.