8

ESE DÍA fue fecundo en acontecimientos. Después que Barbary telefoneó a Thrupp para comunicarle sus descubrimientos, se fue juiciosamente a la cama y durmió hasta después del mediodía. Cuando despertó recibió por teléfono la seguridad de que todavía estaba yo con vida. Se hizo subir una bandeja del restaurante de abajo y no me visitó hasta media tarde. El camello, tal vez disgustado porque me había atrevido a desafiar su profecía, no había venido, pero el escocés, aunque con su cautela y circunspección características, admitió que mis perspectivas no eran tan negras como la noche anterior.

Después de asegurarse de que se haría todo lo posible, Barbary volvió a Mark Street donde Thrupp se le reunió a la hora del té.

—Hubo novedades —le dijo con cansancio—. Tantas novedades que todavía no tuve tiempo de analizarlas. No necesito decirle que su brillante razonamiento referente a Naxos cambió por completo el panorama del caso. Usted y Roger y su profesor de griego nos han puesto, seguramente, sobre la pista del hipotético «Club secreto» que buscábamos. La idea está, por otra parte, confirmada. Por ejemplo, la extraña habitación de la casa de Xantippe es adecuada para representar una versión moderna y cómoda de un templo griego, seda en vez de mármol, por ejemplo, y sin embargo colgada y drapeada con tanta habilidad que da la impresión de mármol cuando uno lo ve por primera vez. Además ese libro, El polvo de Día, con que nos encontramos a cada paso. Había un ejemplar a la cabecera de Bryony, otro en el bolsillo de Roger cuando lo encontramos herido, y otros muchos volúmenes en la biblioteca de Xantippe. ¿No lo ha visto, verdad?

—No. Roger hizo mención del que había en la habitación de Bryony, pero no lo trajo consigo.

—¿Lo ha leído? ¿De qué trata?

Thrupp se encogió de hombros.

—La poesía inglesa moderna no es mi fuerte —admitió—, y la poesía moderna americana parece ser aún peor. Sí, hojeé El polvo de Día y aunque no le entendí del todo, formé una idea de lo que trata. Como poesía, la llamaría espantosa, horriblemente espantosa, surrealista, y oscura con ganas. Sin embargo no tan oscura como para que uno no llegue a entender el tema.

—¿Qué es?

Thrupp se encogió de hombros.

—Es esencialmente una descripción de los ritos antiguos del misterio de Naxos —dijo—. Completamente sin expurgar y de acuerdo a mi criterio, obscena. No necesita usted conocer más detalles, querida. No se hubiera publicado aquí, por supuesto. —Aparentemente no son tan estrictos en los Estados Unidos. Esta mañana hice algunas averiguaciones con respecto a la mujer Oriel Ostrich Organ, que lo escribió. No descubrí mucho en Londres; así que hice una llamada transatlántica a Nueva York. Me dijeron que su verdadero nombre era Docker, Janet Docker, y que era un espécimen bastante decadente. Parece que se había dedicado a estudiar los misterios griegos y también especializado en los de la marca «Naxos» como los de más fruto. Ella y otros pocos maniáticos se habían dedicado a revivir el ritual del antiguo culto, o más bien una versión moderna del mismo, con Oriel (esto es Janet), como sacerdotisa o diosa. La idea agradó a una cantidad de gente rica y viciosa y levantaron un majestuoso templo, en el distrito Riverside para sus orgías. Todo se mantuvo en la mayor reserva, hasta que mataron a una muchacha y allanaron el lugar. El culto se dispersó y Oriel Ostrich Organ se abrió las venas. Eso es todo por ahora.

Como ya hice notar, mi prima: Barbary tiene materia gris.

—¿Xantippe Gnox era concurrente al templo de Riverside? —preguntó inocentemente.

Thrupp la miró y sonrió con satisfacción.

—Dio usted en el blanco —concedió—. Eso fue justamente lo que pregunté a Nueva York antes de colgar. Parece que no tenían la lista completa de socios y nunca habían oído hablar de Xantippe Gnox. Pero entonces, por feliz coincidencia, recordé el testamento que había hallado en la habitación de Hurst, y pregunté si el nombre de Athene Van Huysen significaba algo para ellos. La conocían. En verdad el nombre de Athene Van Huysen encabezaba la incompleta lista, y colegí que había sido la mano derecha de la Organ, sacerdotisa ayudante o candidata a diosa o cualquier otro nombre que queráis darle. La buscaba la policía en razón del allanamiento, pero nunca pudieron echarle mano. Teniendo en cuenta los resultados, hasta la policía local tuvo que admitir que mi llamado transatlántico no significaba un despilfarro del dinero público.

Barbary asintió.

—Confirma nuestra teoría «Naxos» —dijo—. Xantippe o Athene o cualquiera sea su nombre ha hecho una segunda edición de los misterios aquí.

—Pero… —se interrumpió con incertidumbre.

—¿Si?

—Hay todavía uno o dos puntos que no me hacen muy feliz —observó mi prima—. ¿Por qué Ann Yorke lo había llamado Saxon Club?

Thrupp frunció la nariz.

—No necesito señalar que «Saxon» es un anagrama de «Naxos» e imaginar que los socios del club prefieren el anagrama al nombre verdadero por razones de camouflage. «Saxon» es una palabra inocente mientras que «Naxos» llamaría la atención de los extraños aunque desconocieran el significado. Con respecto a Ann Yorke, hay dos posibilidades: una, que sea socia. Y que obedece a los reglamentos del club cuando usa el anagrama. La otra que no sea socia.

Pero Bryony lo era y Bryony posiblemente no le haya, revelado el secreto del anagrama.

Barbary asintió.

—No creo que Ann Yorke sea socia —meditó—. Creo que fue sincera conmigo. Pero creo que no hay duda con respecto a Bryony.

—Ninguna diría yo. Las pruebas son concluyentes.

—Exactamente, y ésa es la otra cosa que me preocupa —añadió Barbary—. Mire usted, no creo que tengamos necesidad de andar con rodeos ¿verdad? Puedo decirle lo que siento, y lo que siento es esto: no quiero ser perversa, especialmente con una pobre muchacha a quien acaban de matar, pero estamos de acuerdo, ¿verdad?, en que no era una santa aunque me resultaba simpática. Muy simpática teniendo en cuenta el poco tiempo que la conocí. Era picante, terriblemente picante.

Llamarla una «joven ligera… de cascos» es una ridícula subestimación. Era una pecadora joven y divertida, y Dios me perdone si juzgo la moral de otra muchacha. De todas las maneras, no la critico. Estoy estableciendo un hecho. Uno la imaginaba como a la muchacha a quien atraería enormemente la idea de «Naxos», y que podría resultar la más entusiasta de todos los cultores. ¿Está usted de acuerdo?

—Sí… —murmuró Thrupp con cautela—. Y ya veo a dónde quiere usted llegar, Barbary. Si Bryony era esa clase de muchacha, y «Naxos» era lo que era, ¿cómo fue que no sólo cayó en desgracia, sino que llegaron a matarla? ¿Es eso, lo que la preocupa?

—Justamente. Parece no tener sentido, ¿no es cierto? No puedo darme cuenta.

Su voz se perdió y durante unos momentos reinó el silencio.

Después habló Thrupp nuevamente con ligero desgano.

—Pero, Barbary, usted olvida. ¿No recuerda acaso la teoría que hemos estado sosteniendo de un club dentro de otro club? Admito que nos quedamos cortos cuando imaginamos un club comparativamente inocente disfrazando a otro que no lo era. No hay rastros de disfraz en «Naxos»; el templo es una habitación en una casa particular. Parece ser que «Naxos» es el club relativamente inocente (aunque bien sabe Dios no es el adjetivo que le cuadra) y creo que todavía debemos descubrir algo más, algo más nocivo, de lo que Naxos no es más que el círculo exterior o la antecámara. ¿Me comprende?

Barbary levantó sus párpados pesados para encontrar su mirada.

—¿Quiere usted decir Montague Summers? —Preguntó con cansancio—. Yo… creí que nos dispensarían eso, después de todo.

—Ya lo sé, ya lo sé. —La voz de Thrupp era acariciadora, pero el movimiento de la cabeza muy expresivo—. Yo también creí eso, pero comienzo a pensar que…