AUNQUE apoyaba los derechos y las libertades del individuo, el Comisario Auxiliar de la Policía Local era lo suficientemente enérgico para arriesgarse cuando las circunstancias lo requerían. En el sentido estricto y técnicamente legal de la palabra, no tenía pruebas suficientes para arrestar a nadie que apareciera como autor implicado en el atentado de asesinato contra mí, puesto que su único testigo valedero, Khushdil Khan, había sido asesinado antes de que pudiera atestiguar formalmente lo que había visto. «Lo que dijo el soldado no sirve como prueba», es un axioma perfectamente legal, a pesar de su origen jocoso, y la versión de segunda mano que podía ofrecer Barbary tenía poco valor ante el jurado a menos que la respaldaran buen número de pruebas circunstanciales o directas que no había habido tiempo de reunir. No obstante, el Comisario Auxiliar era de la clase de hombres que asume sus responsabilidades. Ordenó la detención de Xantippe Gnox y de Ronald Custerbell Lowe en la Comisaría de Cannon Row esa noche y hasta que fueran debidamente interrogados. Les informó muy cortésmente del derecho que les asistía de llamar a sus abogados defensores, pero después de corta consulta decidieron que lo harían al día siguiente.
Ambos protestaron enérgicamente contra la indignidad ultrajante a que se los sometía. Con referencia al asesinato de Khushdil Khan, no había prueba alguna, aparte del testimonio de Barbary y el de un chofer de la policía que lo había visto caer. El arma de fuego con la que lo habían matado estaba provista de un silenciador, y nadie había visto al que disparó el tiro. La dirección se había establecido aproximadamente lo mismo que el calibre de la bala, pero nada más. La escasa información tampoco resultaba de gran ayuda para descubrir la identidad del asesino, ni su paradero.
Cuando se ordenó la detención de Xantippe Gnox, y de Ronald Custerbell Lowe, Thrupp era un hombre muy cansado. No era para menos.
Confrontando las alternativas de irse a casa a dormir y continuar devanándose los sesos en la Yard, llegó a una conclusión muy razonable, por la cual, en vez de irse hasta Roehampton, donde vive, llamó por teléfono a Barbary. La encontró todavía despierta y le pidió un sitio donde tenderse esa noche. Mi desafortunada prima acababa de volver del sanatorio de la pava real y se encontraba, por culpa mía, en un lamentable estado de ansiedad.
Thrupp y ella intercambiaron sus nuevas, llegaron a la conclusión de que esa noche no tenían nada que hacer, y se las compusieron para dormir.
A las siete de la mañana Thrupp estaba nuevamente en Shepherd Market. Debe recordarse que él no había tenido todavía tiempo de registrar la casa con detención, aunque naturalmente conocía los informes del Superintendente Boex y del Inspector Cheseldine. Pero a Thrupp le gusta ver las cosas con sus ojos y estuvo dando vueltas una hora.
Encontró en total, sólo cuatro cosas que podrían despertar interés. Dos figuraban ya en los informes de Cheseldine: la pistola calibre 32 y la habitación tan extrañamente decorada. En cuanto a la pistola, debo decir que yo no había sido justo para con Maurice Hurst cuando me apoderé del arma; tenía permiso policial, y la pistola estaba registrada como de su propiedad en la policía.
De todos modos, la reciente presencia del padre de Bryony en la casa de Mayfair se había confirmado por las declaraciones de Xantippe Gnox, de Ronald Lowe y del joven África. Sin embargo, no había duda alguna de que se encontraba a cientos de millas, en North Wales, en el momento del crimen.
El hecho de pertenecer a la policía le hace a uno desconfiar de toda coartada, y Thrupp procedió a revisar escrupulosamente el dormitorio y los efectos de Maurice Hurst. Fue entonces cuando descubrió algo que el Inspector Cheseldine, tan cuidadoso de costumbre, no había visto un sobre alargado de manila, que estaba en el fondo de uno de los cajones de la cómoda. La inscripción del sobre indicaba que contenía el testamento y última voluntad de Maurice Ulrich Contopher Hurst. No tenía sellos y contenía un documento. Thrupp se puso un par de guantes de gamuza, extrajo el papel con unas pinzas, y teniendo cuidado de no borrar ni alterar las marcas digitales, echó una mirada al Testamento. Como es de costumbre era breve y claro, legaba las 7/8 partes de sus bienes «a mi hija Bryony Mary Hurst» y lo restante a «mi hija Atiene Van Huysen, conocida con el nombre de Xantippe Gnox»…
El testamento estaba firmado en Londres, cinco meses antes.