A SU DEBIDO tiempo pude recibir visitas. Barbary primero, después Thrupp y más adelante los dos juntos. Una o dos veces vino a verme Ann Yorke, lo que no dejó de agradarme.
De las conversaciones cortas y a medio hilvanar que sostuve con estas tres personas, deduje lo que había sucedido desde que perdí el sentido en el escritorio de Xantippe.
Ésta es la historia que compuse uniendo los informes que recogí de distintas fuentes.
Parece que debo mi existencia a la rápida acción del muchacho pathan Khushdil Khan, pues fue él quien dio la alarma. Tal vez se deba a mi conocimiento de la lengua pushtu y a la curiosidad vulgar de Khushdil. Es cierto que habíamos conversado solamente cinco minutos en la antesala rosa y negra; pero mi actitud amistosa, mi familiaridad con su idioma, la invitación que le hice para que me visitara y el billete que deslicé en su mano, se habían unido para predisponerlo en mi favor.
Cuando llegué a la casa de Shepherd Market, Khushdil y el joven África, que se odiaban mutuamente como al aceite de castor, estaban solos con Xantippe. Un matrimonio que completaba el servicio doméstico había salido, pues era su día franco. Khushdil, que hacía ya unas semanas estaba en la casa y conocía sus tejemanejes, quiso saber el porqué de mi visita. Al principio no pudo enterarse por la estrecha vigilancia a que lo sometía el joven África. Mientras yo esperaba a que la poetisa se vistiera y le exigía que me diera audiencia en otra habitación, el joven África se deslizó en la alcoba de su ama por si quería ordenarle algo. Inmediatamente se le despachó con alguna misión. Como yo no lo vi, es muy probable que haya pasado mientras exploraba el dormitorio de Maurice Hurst.
Lo cierto es que Khushdil vió a su detestado colega correr escaleras abajo y alejarse a prisa de la casa, y creyó llegado el momento oportuno para tratar de averiguar qué ocurría. Sin embargo, sus esperanzas desvaneciéronse ante la súbita aparición de Xantippe, convenientemente vestida y nuestro descenso al piso inferior.
Pero el pathan es de un natural inquisitivo y, aunque sólo conocía unas pocas palabras de inglés, creyó conveniente escuchar detrás de la puerta. No era (creo yo) que esperara oír algo interesante; pero en esa casa uno nunca sabía lo que podía suceder. De modo que, explotando la congénita delicadeza de tacto que coloca a gente de su raza entre los ladrones más hábiles del mundo, abrió la puerta muy suavemente y aplicó su oído.
En cierto moda, claro, Khushdil se vió defraudado, pero lo que vió premió con creces su empresa. En resumen, llegó justo a tiempo para verme sacar la pistola automática y amenazar a Xantippe. Sería un grave error describir al joven como falta de honor a de caballerosidad. Su código de moral y de honor difiere del nuestra en muchos aspectos. Se veía claramente que yo quería robar a su ama, temporaria y nominal, amenazándola con la pistola, diagnóstico que confirmó cuando vió a Xantippe desprenderse del anillo de platino contra su voluntad. Pero, mientras cualquier muchacho inglés hubiera corrido en su ayuda, Khushdil reaccionó a la inversa.
Los patanes tienen ideas peculiares y anticuadas acerca de las mujeres y, de cualquier modo, Khushdil no simpatizaba con Xantippe. Más aún; en la frontera noroeste de la India, el robo a mano armada se considera como un pasatiempo nacional y de tradición. Considerando todas estas cosas, la actitud de Khushdil en el drama que se desarrollaba ante sus ojos excitados fue de no beligerancia, con una inclinación marcada a mi favor. Para su modo de ver era inadmisible que una mujer se negara a complacer a un hombre que le pedía las joyas, o cualquier otra cosa. Las cosas andaban mejor en su país…
También se le ocurrió que posiblemente Xantippe esperaba que los acontecimientos se desarrollaran de ese modo. Fue la única explicación que encontró para la precipitada partida del joven África. Seguramente había ido en busca de ayuda. No habían usado el teléfono por temor a ser oídos.
Que una mujer tuviera la osadía de oponerse a las ambiciones de un hombre y especialmente de un hombre de habla pushtu. Era demasiado para el sentido de la decencia de Khushdil. ¡Toha! «¡Vergonzoso!». ¡Por fortuna estaba allí Khushdil!
Y de pronto, todos sus cálculos se esfumaron. Esta maldita mujer, este espécimen del sexo infinitamente inferior, había sacado ventajas de mi ensimismamiento en el examen del anillo para arrebatarme la pistola y, según la pareció, para matarme.