INTERLUDIO
DE PROFUNDIS

¡Ah! ¿Muerto? ¡Imposible!

¡No puede ser!

No lo creería aunque

él mismo me lo jurara.

HENRY CAREY

INDISTINTA Y sin embargo clara, como campanada distante traída por el viento a través de un gran valle, oí una voz, una voz que se elevaba y caía, y surgía y desaparecía poco a poco, y crecía y menguaba, pero que siempre sollozaba e imploraba.

«¡Oh Dios!, no lo dejéis morir… ¡Oh Dios!, no me lo quitéis. Lo amo, Dios; no puedo vivir sin él. ¡Perdónalo, Señor! ¡Oh Dios! ¡Os lo ruego! ¡Por nuestra Bendita Madre, dispénsalo…! María, Madre de Dios, ten piedad de él y de mí e intercede por él… ¡Oh Dios!, no permitáis que muera. Lo amo tanto… Os lo ruego, dejadle vivir…».

*

Y nuevamente, un año o un minuto después, oí otra voz; y esta segunda voz también rezaba, aunque en términos más ricos y más coherentes que los otros. Rezaba en una lengua que los tontos llaman muerta, aunque no puede morir, y decía: In nomine Patris et Filii et Spiritiis sancti, extinguatur in te omnis virtus diaboli per impositionem mannumnostrarum, et per invocationem omnium Sanctorum Angelorum, Archangelorum, Patriarcharum, Prophetarum, Apostolorum, Martyrum, Confessorum, Virginum, atque omnium simul Sanctorum

Y de pronto, algo suave y balsámico me rozó los párpados, y la voz rogó: Per istam sanctam Unctionem et suam piisimam miserieordiam indulgeat tibi Dominus quidquid per visum deliquisti… La voz era infinitamente consoladora, compasiva, piadosa, confiada, ligeramente familiar.

Los dedos suaves llegaron hasta mis oídos, mi nariz, mis labios, mis manos y mis pies y la voz serena siempre murmuraba la sagrada fórmula: Per Islam sactan Unctionen et suam priisiman misericordiam… y luego una petición más larga: Respice quasumus Domine famulum tuum Rogerum in infirmítate sui corporis fatiscentem, et animam refove quan creaste… ut eastigationibus emendatus, se tua sentiat medicina salvatium, per Christum Dominum nostrum

Aunque mis ojos permanecían cerrados, sabía que había velas encendidas y vacilantes.

*

Después, las velas se apagaron, Y una gran oscuridad se adentró en mí. No era oscuridad negativa e impalpable, que es la mera ausencia de luz, sino una oscuridad espesa, positiva y casi tangible. En esa oscuridad me agité y luché como un palo en un remolino, de agua, ciego, impotente, lleno de temor. Sombras extrañas hacían cabriolas en esas impenetrables tinieblas y extendían sus manos espectrales para apoderarse de mí. Había aún más silencio; un silencio tan tenso y sobrecargado que, por analogía con la oscuridad, no era ausencia de sonido, sino una cualidad completamente positiva por derecho propio.

Aquí en este espantoso mundo a medias, aprendí una verdad muy extraña, ajena a toda experiencia humana normal: que dos positivos forman un negativo. Pues la oscuridad positiva y el silencio positivo se unían para formar la negación de la vida que no es lo mismo que esa cosa positiva por excelencia: la Muerte. No estaba vivo en el verdadero sentido de la palabra, pero tampoco estaba muerto. Parecía estar, en el sentido más lógico del término, in suspense.

*

Y luego, después de un siglo de nada, volvieron las voces, ahora suaves, ahora altas, ahora solas, ahora en concierto, a romper el silencio como los ruidos de la naturaleza en una noche callada.

Un murmullo decía: «¡Oh Dios!, dejadle vivir para mí…».

Un susurro rogaba: neque vindictam sumas peccatis eius

Una pava real chirriaba: «No hay que hacerse muchas ilusiones…».

Un camello gruñía: «No se puede decir y no estoy nada seguro…».

Un terrier ladraba: «Bien, Bien, Bien…».

El murmullo recrudecía: et ad gandta sempiterna perducat

El susurro se perdía… «Hágase tu voluntad… pero… ¡Oh Dios!».

*

El silencio perturbado pareció cortar el hilo que me unía al negro suspenso. Me sentí caer, caer, caer nuevamente a la tierra y adquirir mayor momento mientras alguna fuerza metafísica de gravedad me arrastraba hacia abajo.

Llegué con un estallido que me hizo abrir los ojos. Estaba acostado en una habitación extraña, desnuda, blanda y silenciosa, terriblemente higiénica. El murmullo se arrodilló a mi lado con sus rizos oscuros contra la colcha. La pava real con su gorro almidonando y su delantal resplandeciente escuchaba atentamente las órdenes dadas en voz baja por el camello de over all blanco. El terrier, el escocés y el cura no sé veían. Tuve conciencia de que algo andaba muy mal en mi abdomen.

No podía hablar, pero sin embargo hablé.

Dije:

—Barbary, amor mío, esa sigma nos jugó sucio. Era, otra forma. Era otra forma. Final no inicial. Dile a Thrupp…

Y después, perdí nuevamente el sentido.