SE LA veía fatigada, los brazos caídos con abandono y las piernas más largas que nunca, pero traía color en las mejillas y luz de triunfo en los ojos.
—Siento haberme retrasado —dijo, mientras me revolvía el cabello con sus manos y saludaba amistosamente a Thrupp—, pero no pude irme antes. Ya tomé té, gracias. Pues bien, averigüé lo que querían saber. Se llama Luke.
—¿Quién se llama Luke? —preguntó Thrupp, intrigado.
—Presumo que será la Bestia Rubia —agregué.
—¿Luke qué, Barbary?
—Luke y nada más —contestó dejándose caer en una silla—. Luke a secas. Si tiene otro nombre nadie parece saberlo.
—Pero…
—Pertenece a un mundo en que los nombres a solas están tan de moda que son casi de rigueur —prosiguió mi prima sin querer darse cuenta de los esfuerzos que hacía yo por interrumpida—. Un mundo de entretenimiento y diversión, para ser más precisa, el mundo de los directores y cantores de orquesta y dueños de restaurantes. Según tengo entendido, Luke es un hombre múltiple y tiene más de una especialidad. No sólo es dueño de un cabaret, sino que canta en el espectáculo que ofrece y los rumores dicen que es también dueño de por lo menos dos orquestas de jazz.
—¿A que el nombre del cabaret es The Bird in the Bush? —preguntó Thrupp.
Barbary sacudió sus rizos oscuros. Siento desilusionarlo, pero no acertó. Es un sitio que nunca oí nombrar. Está en Bun Street y se llama Chez ma tante…
—¿Cómo? —exclamé enderezándome repentinamente—. Aclaremos esto. ¿Quieres decir que nuestra querida Bestia Rubia, cuyo nombre es Luke, es el dueño de Chez ma Tante de Bun Street?
—Eso dije —repitió mi prima, sorprendida—. Por lo menos es cuanto me dijeron Dolly y Potty Ryon, y ellos deben estar enterados. (Potty y Dolly son, como todos sabéis, la hija y el hijo mellizos de Lord Larspur, el Barón de la prensa. Viven juntos, van a todas partes y saben cuánto ocurre, especialmente ciertos aspectos de la vida londinense que ni el dudoso diario de su padre se atreve a comentar).
Que esta pareja brillante de noctámbulos infatigables hubiera identificado a la Bestia Rubia como a Luke de Chez ma Tante resultaba de sumo interés. Ahora me arrepentía de no haber prestado más atención a las indirectas de Raffaela, condesa de Chalke. Sin embargo, el asunto tenía remedio. Después de decir unas palabras para reprimir la curiosidad de mis compañeros llegue al teléfono, consulté la guía y disqué el número de la casa de Charles Street.
Raffaela, Condesa de Chalke, se estaba bañando, lo que no parecía obstáculo para comunicarse con ella. Oía correr el agua mientras me hablaba.
—¡Mi muchachito malo! —dijo con terneza y risa falsa de contralto cuando hice mi pregunta—. ¿Más datos de Chez ma Tante? ¡Qué vergüenza, Roger!… ¡Y a tu edad!… ¿Qué dices?… No, nunca estuve allí… ¿Cómo te atreves a sugerirlo?… pero me han contado… por supuesto, un pajarito…
¡Oh!, qué sinvergüenza. Ya sabes cuánto aborrezco la adulación… pero esas cosas se saben, ¿verdad?… Sí, toda la diversión del mundo… ¿Que quién lo explota?… Algún judío. ¿Que cómo se llama?… ¿A ver?… ¿Paul? ¿Saul? ¿Mattnew? ¿Mark?… un nombre apostólico, muchacho… ¡Ah!, ya sé… Luke… Sí, Luke… No, nunca lo he visto, pero un pajarito me contó que es divino… ¿Eh? Sí, exactamente… Bueno, bueno, ¡no seas malo! ¿Tu Bestia Rubia? No creo… Sin embargo, tal vez… es rubio… y en cuanto a «Bestia»… ¡Pero, muchacho!… ¿Cómo podría saberlo?… ¡A mi edad!… ¡Bribón!, ¡bribón!, ¡bribón!…
Y así prosiguió hasta que conseguí recordarle que se enfriaba el baño. Aun después de colgar seguía oyendo el choque de las olitas perfumadas contra las curvas empalagosas de Raffaela.