18

CONTRA lo esperado, Thrupp llegó antes que mi prima. Había vuelto a guardar todo en la valija y trataba de hacer algo útil preparando las cosas para el té cuando vi aparecer su gran auto negro, que poco, después se detenía frente de la casa.

Thrupp parecía fatigado. Calenté la pava, abrí una lata de bizcochos, y tomamos el té. Como todos los detectives, los de las novelas y los de la vida real, Thrupp tiene la facultad de tragar el té hirviendo y ya había bebido dos tazas antes de que yo empezara.

Palpó el bolsillo de su saco y sacó de allí un objeto pequeño que reconocí como el monedero de Bryony.

Era, como todos sus avíos, a la vez sencillo y costoso, una bolsita simple de cuero verde oscuro con un cierre relámpago dorado. Thrupp la abrió y eligió entre su contenido un estuche pequeño de gamuza negra con un broche de presión rojo.

—Échale una ojeada —dijo Thrupp—, y dime qué opinas.

Abrí el estuche y confirmé mi primera impresión. Contenía un anillo. Era una argolla de platino, muy delicada, delgada y muy bien terminada. Tenía un aspecto muy fino, difícil de describir.

—Un anillo de compromiso —diagnostiqué con ligereza, mientras sostenía el adorno en la palma de la mano—. De ahí deriva, sin duda, la pregunta que me hiciste por teléfono. Bien, no hay duda de que es un anillo de compromiso y con toda seguridad no lo compraron en Wol worth. Es bueno. Pero, querido Thrupp, no te lo tomes muy a pecho.

—Eso depende de lo que quieras decir —respondió.

—Quiero decir que no hay que dar mucha importancia al hecho de que Bryony tuviera ese anillo ni que eso pruebe que estuviera casada en secreto. Non sequitur, amigo, non sequitur. Vivimos en un mundo perverso. Los fines de semana son un vicio de moda. El hotelero británico, en general, retiene el antiguo prejuicio de las apariencias. Aunque no estoy enterado, me imagino que el anillo de compromiso debe ser tan indispensable entre las chucherías de algunas esferas como el lápiz de labios o el polvo compacto. Y Bryony…

—Siento notar —interrumpió fríamente Thrupp— que no abandonaste tu pedantería junto con la barba. Yo también tengo algún vestigio de materia gris y ya había llegado a esas conclusiones por mi cuenta. Tal vez quieras ejercitar alguna de tus otras facultades, la de la visión, por ejemplo. Observa el interior del anillo.

Así lo hice, algo picado, porque no se me había ocurrido antes. Tengo muy buena vista y en seguida noté unas inscripciones minúsculas además de los consabidos signos de los joyeros. Al pronto no pude descifrarlos. A la manera de Holmes y de Thorndyke, Thrupp había sacado ya una lupa que me pasó en silencio. Con ayuda de ésta pude leer todo cuanto decía. Aparte de las consabidas marcas, había solamente cuatro letras griegas, grabadas en lo que podrían llamarse los puntos cardinales de un círculo, vale decir en uno de los extremos estaba la letra sigma, equivalente a nuestra S; a noventa grados la letra nu, o N; en sentido opuesto a la letra sigma la letra alpha, nuestra A, y frente a la letra nu se veía la letra Xi o X. De esta manera:

ς

Γ ξ

α

Mi pulso se aceleró cuando comprendí el posible significado del hallazgo. Pero rehusé reconocerlo. Observé al azar:

—Si se introdujera un pequeño cambio en las letras y se agregara la letra omicrón u o, uno podría relacionar este anillo con el Saxon Club, ¿no?

—Se podría —dijo Thrupp, esbozando una sonrisa—. La verdad es que ya pensé en eso y se me ocurrió que posiblemente el círculo del anillo suplantase a omicrón u o y que las letras inscriptas no debían leerse siguiendo la dirección del reloj, sino en cruz. Reemplazándolas por las letras equivalentes de nuestro idioma tenemos S-A-X-N, y la O que falta sería el mismo anillo. Lo que no entiendo por ahora es por qué se usaron letras griegas, a menos que fuera para hacerlo más misterioso. Un subterfugio pobre porque hay miles de personas en este país que conocen el alfabeto griego, aunque no sepan una palabra del idioma. ¡Hasta los ignorantes como yo! Pero hablando en serio, Roger, quisiera saber si te parece una solución demasiado antojadiza, teniendo en cuenta los descubrimientos que hizo Barbary anoche.

—Francamente, no creo que lo sea —contesté—. Por otra parte, sería mucha coincidencia, ¿no es cierto?

—Estoy en completo acuerdo. Hablando de todo un poco, por lo que me dijiste por teléfono esta mañana, deduzco que no le pudiste sacar nada referente al club a Ann Yorke.

—Absolutamente nada. Se me ocurrió que no sería de buena política hacerle preguntas directas sobre el asunto. Algo me dice que no conviene hacerle creer que conocemos a Barbary. A pesar de todo, estuve muy cerca del tema gracias a la frase «contra las reglas» de la carta de la Gnox. Tuve una idea muy plausible al inferir la existencia de un club o sociedad que interesaba por igual a Bryony y a la Gnox, y no di motivo para que Miss Yorke sospechara que lo sabía. Le ofrecí oportunidad para que hablara si se sentía dispuesta a hacerla. Pero, desgraciadamente, no mordió…

Pasaron algunos minutos antes de que volviéramos a hablar. Luego, Thrupp dijo, pensativo:

—Hay otro punto oscuro acerca de este anillo, Roger.

Tú crees que es un anillo de compromiso, ¿verdad?

—Claro.

—Yo también. Sin embargo, lo curioso es que no se adapta al dedo de Bryony. Decididamente, es demasiado grande y se le hubiera caído si hubiese intentado usado. El razonamiento de Thrupp no podía ser más acabado.

—Entonces, tal vez no le perteneciera —aventuré.

—Lo habría comprado otra persona, o algo por el estilo.

—O algo por el estilo —regañó Thrupp—. Lo notable es que el anillo le queda bien en el dedo mayor, pero no conocí ninguna mujer que usara el anillo de compromiso en ese dedo. ¿Y tú?

—Tampoco. Y además, pensándolo mejor, es muy probable que cualquier anillo femenino le quede bien, en alguno de los dedos, a cualquier otra mujer. Las manos de Bryony eran pequeñas y es perfectamente concebible que un anillo que le quedara bien en el dedo mayor sirviera a muchas mujeres en el anular. Todas éstas no son más que conjeturas, claro está, pero tus ideas también lo son.

—Querido amigo —dijo Thrupp riendo, todo este maldito caso no es más que una red de conjeturas. Los hechos, esas cosas sólidas y admirables, que según mi Superintendente deben ser los cimientos de toda buena pesquisa, brillan por su ausencia. En verdad, tenemos sólo un hecho incontrovertible, que nos pertenece.

—¿Y es?

—Que asesinaron a Bryony. Todas nuestras ideas vagas referentes a clubes secretos y las cosas que allí se hacen, no son más que conjeturas. Esto no quiere decir que no puedan ser exactas. Es más creo que lo son, pero, a pesar de ello, son conjeturas…

Yo protesté:

—No creo que se te haya escapado el hecho de que a este anillo se le puede seguir la pista.

—La posibilidad se me había ocurrido, si a eso te refieres.

—¡Maldita, posibilidad! Yo la llamaría certeza. Ese anillo es de platino macizo, Thrupp, y ha costado mucho dinero. Un anillo como éste no se hace como los chorizos, ¿sabes? Sencillo como es, trasluce la habilidad del artífice, y apuesto a que no tendremos dificultad en dar con la firma que lo vendió. Si después los sabuesos de la Yard no son capaces de trazar su historia desde el joyero hasta, el dedo, de la dama, me sentiría decepcionado.

—Comprendo, señor —dijo Thrupp sonriendo.

En ese momento se abrió la puerta y apareció Barbary.