ENTONCES jugué mi última carta, no con la seguridad reconfortante del que juega al as de triunfo, sino simplemente creyendo poder ganar una mano. Saqué del bolsillo la breve carta, que, por uno u otro motivo, había guardado allí, quizás porque la letra era sugestiva, la firma poco usual y porque era la única de su clase que había en el escritorio. Le eché una mirada para refrescar mi memoria antes de mostrársela a Ann.
Eran unas pocas líneas escritas con letra peculiar, curiosamente cuadrada y griega, pero evidentemente femenina. El papel era grueso y caro, de color terracota, con el domicilio y el teléfono impresos en plata. Un perfume ligeramente afrodisíaco, que recordaba las compras de Barbary en la Farmacia Francesa, se desprendía aún de la misiva.
99 Shepherd Market, W. L.
Maylai, 09393
Martes 5
Querida.
Fuera de la cuestión; está contra las reglas. Dime cuándo nos encontramos. L. y yo pasaremos a buscarte en seguida. Está pronta.
Con todo amor
X. G.
Ann Yorke me quitó la hoja perfumada, la examinó y me miró interrogativamente. Pude haberme equivocado pero creí ver una nueva luz expresiva en sus ojos, cuando lo hizo. Por lo menos supe que había procedido con inteligencia cuando separé aquella carta de las otras La conversación que sostuvimos a continuación lo confirmó.
—No la había visto —dijo de pronto con su medida y agradable voz—. ¿Estaba entre los otros papeles?
—Sí. La puse en mi bolsillo cuando usted no miraba.
Me pareció importante y creo que usted está por decirme que estaba en lo cierto. ¿Le sugiere algo, verdad?
Ella dudó:
—No estoy muy segura. Aunque resulta curioso que usted la haya elegido. No hay nada en ella, comparada con cualquier otra. —Traté de poner cara de curioso investigador para parecer un gran detective, pero echaba de menos la barba.
—Tal vez haya tenido mis razones —repuse vagamente.
—¿Tales cómo…?
Me vi obligado a emplear un subterfugio.
—Para empezar —dije—, es la única que hay de este tipo, quiero decir la única carta dirigida a Bryony por X. G. (quienquiera que sea) a pesar de que se trataban de querida. Y a sé que querida no significa nada hoy en día, pero el hecho de ser la única carta me inquietaba. ¿Quiere decir, que era la primera carta que Bryony había recibido de X. G. o si no, que había destruído cuidadosamente todas las otras?, y el destruir la correspondencia no parece haber sido el fuerte de Bryony. Bueno, vayamos a nuestro asunto. ¿Qué puede decirme de esta carta? —Ann Yorke inspeccionó nuevamente la hoja, como buscando inspiración.
—No mucho —confesó—. Naturalmente, sabe usted de quién es.
—Todo lo contrario, no tengo la menor idea. No conozco la letra, la dirección ni las iniciales. Y eso que esas iniciales son curiosas. Conocí a uno o dos hombres que tenían una X entre sus iniciales; X de Xavier, pero ésta parece ser de una mujer.
—Claro, lo es. Sí, es de Xantippe Knox.
—¿Xantippe Knox? —repetí confundido por la homofonía. Pero… entonces sería X. K.
Ann Yorke me miró incrédulamente.
—Pero seguramente ha de saber que lo escribe con G —dijo.
—¿Con G?
—¡Claro!, como gnomo, o gnóstico. Creí que todo el mundo lo sabía.
—¡Xantippe Gnox! —exclamé asombrado—. ¡Xantippe, por Dios! Xantippe y ¡Gnox con G! ¡Increíble! ¡No puedo creerlo! ¡Esa persona no existe!
La incredulidad de Ann no era menor que la mía.
—No me va a decir que no la ha oído nombrar. ¡Nunca oyó nombrar a Xantippe Gnox!… ¡Y usted, que es escritor!
—¿Yo que soy escritor? ¿Qué diablos tiene eso que ver?
—¡Pero no es posible que no haya oído hablar de Xantippe! Dicen que es la más grande poetisa contemporánea.
—¿Poetisa? —bramé—. ¡Oh!, ¿poetisa, no? La más grande poetisa contemporánea. ¡Válgame Dios! ¿Y con qué nombre escribe?
—Pues con el de ella, si es verdaderamente el suyo, como se supone, ¿parece algo rebuscado verdad? Aunque sus padres se llamaran Gnox (con G) es difícil creer que se hayan permitido bautizar a su hija con el nombre de Xantippe. Sin embargo, a veces hay cosas raras. Yo fui a la escuela con una chica que se llamaba Scholastica Weeril. Fruncí el entrecejo pensativamente.
—Los padres —concedí— son capaces de las mayores enormidades. Cometen a diario infamias inefables con infantes impotentes, en la pila bautismal. Pero es la primera vez que oigo nombrar a esta Xantippe. Nunca la oí nombrar y ocurre que soy aficionado a la poesía, aunque no la escribo, y pertenezco a la Sociedad de Poetas y estoy en contacto con esa gente. Pero nunca oí nada que se parezca a Xantippe Gnox y es un nombre que no puede pasar inadvertido. De todos modos, ¿qué ha escrito?
Ann Yorke atravesó la habitación y fue hasta un estante con libros que había cerca de la cama. De entre una veintena de volúmenes, eligió tres muy delgados, encuadernados en piel de perro, de un repulsivo color pardo oscuro. Me los alcanzó en silencio, y vi que el título del primero era La vela de la Virgen, el del segundo, Los pensamientos no saben silbar y el tercero se titulaba simplemente Cromos.
Una mirada a la página del título bastó para que mis ojos expertos vieran que todas las ediciones habían sido costeadas por la autora y en dos de ellos se leía «circulación privada». Una rápida ojeada a su contenido revelaba un eufemismo futuro e incompetente y su análisis un noventa por ciento de cloaca diluída y un diez por ciento de escepticismo.
Noté con satisfacción que aunque los volúmenes estaban efusivamente dedicados a Bryony, la mayoría de las páginas estaban sin cortar.
Alcé la vista y sorprendí una sonrisa infantil en la atractiva cara de Ann Yorke. Se me ocurrió en ese instante que era extremadamente núbil.
—Bien, bien —dije devolviendo su sonrisa—. Dejemos por ahora de lado la posición precisa de Xantippe en el mundo de las letras y dígame lo que usted sepa de ella como mujer y, en especial, sobre su amistad con Bryony. A propósito, ¿es también amiga suya?
—No, ni siquiera he hablado con ella. En verdad, sólo la vi una vez.
—¿Y cuándo fue eso?
—Bien, la misma noche que fui al Bird in the Bush con Bryony y vi al hombre que usted llama la Bestia Rubia, Ella —Xantippe— estaba en su grupo, pero al cabo de un rato desapareció.
Bryony me dijo quién era y me preguntó si quería que me presentara. Le dije que sí, pero cuando Bryony quiso hacerlo, Xantippe se había ido del club.
—Ya veo —una pequeña llama de satisfacción comenzaba a encenderse en mi interior. Me parecía que una nueva pista surgía ante mí.
—¿Qué edad tiene esa mujer?
—Es difícil decirlo. Debe estar cerca de los treinta.
—Me la imagino como una criatura, digamos, algo exótica, ¿verdad?
—Creo que exótica es el término exacto. La describe muy bien. Me causó la impresión de que si no tuviera la suerte de ser sumamente bien parecida sería una extravagante. Me refiero a sus ropas, completamente fantásticas. Dice mucho en su favor el hecho, de que pueda vestirse así.
Esa noche, por ejemplo, llevaba pijamas y un velo, y por pijamas no quiero decir pijamas de playa o de casa ni ninguna otra clase de pantalón de los que están de moda, sino pijamas de dormir, de los que se usan para ir a la cama. Eran de color anaranjado brillante con franjas carmesí; una combinación horrible. Sin embargo, a ella le quedaban muy bien. Es muy alta y de cabello oscuro y lo usa muy largo. En esta ocasión lo llevaba recogido en una enorme trenza que colgaba hacia adelante por sobre uno de sus hombros, hasta casi cerca de la cintura. Tenía la cabeza y los hombros envueltos en un velo o túnica de seda color marfil, bastante corto, que dejaba ver la trenza y la parte inferior de la blusa. En verdad, Mr. Poynings, sus ropas eran completamente extravagantes.
A pesar de todo, a ella le quedaban soberbias. Entre nosotros, yo creo que está loca, pero no se lo diga a nadie que la conozca, porque todos la adoran.
—Gracias —murmuré débilmente—. Resulta muy intrigante. ¿Acaso se enteró usted de algún chisme relacionado con su vida privada, sus relaciones con el hombre que llamamos la Bestia Rubia, por ejemplo?
—No, no en especial. Pero parecían muy amigos. Tal es mi opinión.
—Ya veo. ¿Qué sabe usted de su amistad con Bryony?
Ann Yorke aceptó uno de mis cigarrillos y lo encendió antes de responder.
—No sé cómo comenzó —dijo por fin—. Debe recordar que hace sólo tres meses que estoy aquí y Bryony y ella se conocían ya desde hace mucho. Xantippe no venía aquí a menudo, que yo sepa, pero Bryony la veía con frecuencia —creo que en fiestas y demás— y siempre hablaba de ella. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que aunque me hablaba con frecuencia de, ella, era poco lo que me decía. Es difícil de explicar, pero Bryony y yo nos «entendíamos», quiero decir, que intuitivamente sabíamos nuestras cosas sin discutirlas. Nunca nos contábamos los detalles, pero yo daba por sentado que Xantippe celebraba la clase de fiestas que divertían a Bryony —concluyó embarazosamente.
—Ya entiendo —dije en seguida—. ¡Dígame!: ¿nunca se le ocurrió que la «preocupación» de Bryony tuviese que ver con esta mujer, Gnox?
Movió la cabeza lenta y pensativamente.
—No. No sabría decirle. ¿Cree usted acaso?
—No creo nada —dije—. Simplemente estoy explorando una de las muchas avenidas y tratando de ver las cosas con claridad. Me está usted resultando sumamente útil aunque no lo parezca…
Bueno, vamos ahora a la carta. Sabemos que es de Xantippe Gnox y el sobre demuestra que fue dirigida a Bryony. Con premeditación o sin ella, las palabras resultan vagas, aunque posiblemente hayan querido decir otra cosa, para quien las escribió, y para quien las recibió. ¿Tienen algún otro significado para usted?
Le alcancé la misiva color terracota y Ann inclinó sobre ella su cabeza oscura. A menos que fuese una excelente artista, las líneas de caracteres griegos no le decían nada. Tal vez menos que a mí todavía.
—Yo no soy detective —dije de pronto—, pero creo, sin embargo, deducir una o dos cosas. En primer lugar, se ve claramente que es respuesta a una carta de Bryony, una carta en la que Bryony hacía una sugestión o un pedido. ¿Puede usted imaginar alguna sugestión o pedido que Bryony pudiera haberle hecho a Xantippe Gnox?
—Temo que no.
—No importa. Xantippe contesta rechazando la sugestión y el pedido porque está «contra las reglas». ¿Contra qué reglas, me pregunto?
Estaba observando atentamente a Ann Yorke y creí sorprender una leve sombra en sus, ojos claros, pero contestó simplemente:
—Yo no sé.
—La palabra reglas —proseguí de un modo muy profesional— parecería sugerir algún club o sociedad u otra clase de organización, cuyos socios, deben avenirse a ciertas condiciones.
—Sí —dijo Ann Yorke—. Por otro lado contra las reglas se usa a veces en sentido más bien idiomático que literal. Muchas veces he oído decir que tal o cual cosa está «contra las reglas» cuando se quería decir simplemente que no debían hacerse:
—Esto es acertado —acepté—. No se me había ocurrido. Quizás tenga razón. ¿Puedo creer, mientras tanto que usted prefiere su interpretación a la mía?
Dudó un instante y dijo:
—Puede usted.
Hasta aquí estaba casi seguro de que decía la verdad, pero ahora sabía que comenzaba a mentir. No obstante, por varias razones, no di señales de sospecha.
—Combinemos nuestras deducciones —sugerí—; por lo menos nuestras interpretaciones de la carta: Xantippe sigue diciendo que ella y «L» pasarán a buscar a Bryony como antes. ¿Tiene usted idea de quién pueda ser «L»?
Arrugó el entrecejo.
—Hay una chica Leslie Hospetter —meditó— que era amiga de Bryony y sé que concurre también a las fiestas de Xantippe. Puede que sea ella… o… a ver…, sí, podría ser Lucía Valles, pero no estoy segura de que conozca a Xantippe. O tal vez haya podido ser el hombre, por ejemplo, a quien se refería usted hace un instante, Ronald Lowe.
—Es posible —admití—. Pero me parece que ustedes los jóvenes de por aquí se llaman los unos a los otros exclusivamente por nombre y si Xantippe se hubiera referido a Lowe hubiera usado la «R» de Ronnie.
—¡Ah!, ésa es una de las peculiaridades de Xantippe —dijo Ann Yorke, excitadamente—. Recuerdo que Bryony me dijo que llamaba a los hombres invariablemente por sus apellidos. Así que es posible que fuese Lowe.
—¡Hum! Bien, veamos si encontramos alguna otra ayuda. Xantippe dice que ella y «L» pasarán por Bryony «como antes». Eso sugiere que tenían la costumbre de hacerlo. ¿No es cierto?
—Puede no creerme, pero no lo sé. Mucha gente visitaba a Bryony pero yo tenía mi quehacer, ¿sabe?, y me era imposible pasar el día vigilando con quienes andaba. Me atrevería a afirmar que Xantippe Gnox la venía a buscar a menudo, pero yo nunca la veía, y Bryony no se refería a nadie a quien yo pueda identificar como al misterioso «L». Por otra parte, ni siquiera sabemos cuándo escribieron esa carta. Está fechada «martes 5» pero no dice el mes. La tinta no parece estar muy fresca.
—El sobre y el matasellos completarán la información —observé—. Fue el cinco de mayo de este año, hace aproximadamente seis semanas. ¿Tampoco esto ayuda a recordar?
—Lo siento infinitamente, pero no. Debe recordar que Bryony siempre salía con gente distinta. En verdad no pasaba por lo general una tarde en casa. Cenaba afuera cinco o seis veces por semana y volvía a casa a cualquier hora, hasta las ocho de la mañana siguiente. Mire, Mr. Poynings, por favor no vaya usted a creer que me niego a ayudarle. Deseo hacerlo, pero posiblemente no sea yo la persona más enterada de este asunto. ¿Por qué no va a ver a Xantippe Gnox? Ella podría decirle.
—Ya sé. Tengo la intención de visitarla en un futuro no muy lejano. Es indudable que podrá decirme muchas cosas que me gustaría saber. Falta ver si quiere hacerlo. Ann pareció preocupada.
—¿Cree usted, entonces, que ella tiene que ver con el asesinato de Bryony? —dije.
—Seguro que no. Ella y Bryony eran íntimas amigas, y no creo que Xantippe fuera capaz de algo tan horrible. Además, ¿por qué iba a hacerlo? ¿Qué motivos podría haber?
—No puedo decírselo. —La ambigüedad de mi respuesta era estudiada—. Y, por favor, no se forme ideas equivocadas. Tal vez sea Miss Gnox tan inocente como un huevo recién puesto. Claro que me refiero a este asunto. Si lo es, no hay más que hablar. Francamente, no hago sino tratar de descifrar la única clave que he encontrado. Es posible que sea falsa pero no tengo otra y no he de desdeñarla. Trato de examinar el caso objetiva e imparcialmente. Todo lo que sé es que Bryony, cuando me dijo que estaba en peligro, me dio la impresión de estar perseguida por una organización y no por un individuo. No me dijo qué clase de organización era, y yo, ¡tonto de mí!, no la obligué a hacerlo. Ahora, después de examinar sus papeles, encuentro una migaja de prueba que induce a creer en la existencia de una organización de alguna clase, y creo que mi deducción se basa precisamente sobre estas tres palabras contra las reglas. Puedo estar completamente equivocado y hasta acertado al creer que Xantippe y Bryony eran socias de un mismo club o sociedad. Estar equivocado al creer que fue esa organización la que asesinó a Bryony es terriblemente raro y confuso, pero necesariamente debo seguir la única pista que tengo.