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EN ESTE punto, Ann Yorke me recordó con un temblor de su voz, que le había contado poco o nada de las circunstancias que rodeaban la muerte de Bryony, así que procedí a recompensar su paciencia dándole un detalle completo de todo cuanto había sucedido en Sussex.

Hice el relato breve y sintético y exprofeso evité toda mención de Ronald Custerbell Lowe y de la Bestia Rubia. Dije, sencillamente, que Bryony había acudido a mí en busca de ayuda contra un peligro sobre el cual se negó a dar detalles, que casi contra mi opinión la había refugiado en mi casa tomando todas las precauciones para evitar que pudieran penetrar en ella, que a pesar de todas estas providencias alguna persona o personas desconocidas habían conseguido verter drogas en el café que bebimos y se habían llevado a Bryony con sus ropas de dormir y la habían asesinado con toda bestialidad en un paraje solitario de los Downs.

Aunque me repugnaba hacerlo, le di todos los detalles de este último punto. Ann Yorke había querido sinceramente a Bryony, y mi propósito era exaltar su indignación para que deseara cooperar en la captura de los asesinos. Como ya creo haber dicho, no soy quizás tan tonto como parezco, y aunque nunca me mezclé seriamente con la Psicología ni con las jactanciosas ciencias afines, sé muy bien el efecto enorme que unas cuantas palabras sencillas, dichas oportunamente, tienen sobre el oyente. Las palabras que dije eran sumamente sencillas.

Me daba perfecta cuenta, porque soy un hombre de buen corazón, de mi cruda bestialidad al decirle a Ann Yorke lo que le decía, pero se lo dije y el juego dio resultado. Podría ser ligera y amariposada pero no tenía nada de frívola ni de inconstante. Era tan centrada y tenía tanto control de sus actos como mi prima Barbary, claro está que en otro estilo, y yo no temía su histerismo ni sus desmayos. Una o dos veces se estremeció durante mi relato, y en dos oportunidades, dejó escapar una exclamación, y cuando hube terminado, abundantes lágrimas corrían por sus bonitas mejillas. Pero permaneció perfectamente tranquila y serena y tuve la satisfacción de ver nacer destellos de cólera en sus ojos pardos.

Tal vez, para decir verdad, mis propias emociones escapaban a mi control, y debo haber contagiado a la muchacha algo de mi firme determinación.

Después de serenarse y de secarse los ojos me dijo unas pocas palabras extrañas y titubeantes. No tendría objeto reproducidas aquí pero su significado fue bastante claro. Cuando las pronunció supe que podía confiar en la ayuda leal y desinteresada de Ann Yorke. Me dispuse, pues, al trabajo.

Primero la interrogué con respecto al verrugoso o bizco y amarillento Ronald Custerbell Lowe. Lo había oído nombrar y recordaba su primer apellido por lo poco usual, pero nunca lo había encontrado, ni creía haberlo visto. No pudimos encontrar ninguna carta suya, en el escritorio. Ann aseguraba, además, que Bryony nunca había hecho referencia a su domicilio ni a su profesión, y que a pesar de que lo había nombrado entre los asistentes a algún baile o fiesta a los que había concurrido, nada hacía suponer que hubiera sido íntimo amigo.

Esto coincidía, por otra parte, con lo que Bryony me había dicho. Solicitada a ser más explícita, Ann Yorke admitió que tenía la impresión de que a Bryony le desagradaba. Después describí a la Bestia Rubia, y la reacción fue entonces más violenta. Ann la había visto y sabía su nombre aunque no lo recordaba en el momento. Nunca le había hablado y era muy poco lo que sabía de él.

—Muy rara vez salía con Bryony, ¿sabe? —me dijo—. Siempre me invitaba pero por lo general yo tenía que hacer. Mr. Forrester necesita atención continua y solamente estamos Caird y yo para cuidado. Como Caird es más antigua, tenía más autoridad y por consiguiente yo no tenía muchas oportunidades de pasear. Sin embargo, una que otra vez salía con Bryony. Generalmente por la tarde, y una noche fuimos a un lugar llamado el Bird in the Bush que queda por la Grek Street.

Era una tertulia donde nos reunimos media docena de hombres y tres o cuatro chicas. La Bestia Rubia, como usted la llama, estaba en el club pero no en nuestro grupo y no se acercó a nosotros en toda la noche. Al entrar me pareció ver que saludaba a Bryony con la cabeza, pero cuando más tarde le pregunté quién era, me dijo que lo conocía de vista y que sabía que se llamaba Fulano de Tal. ¡Ojalá recordara el nombre!… Creía entonces haberme equivocado cuando me pareció que saludaba pero no di importancia al incidente y no hablé más de ello. Ahora lo recuerdo perfectamente. Su cabello es lo más extraordinario que he visto. No podía apartar de él mi mirada, y sin embargo, me repelía. No podía soportar sus patillas ni…

—¿No recogió ningún otro dato?

—No… A ver, espere un minuto. Sí, cambié unas palabras respecto a él con uno de los hombres del grupo. Fue mientras bailábamos. La pista estaba muy concurrida y chocamos contra la Bestia Rubia y su compañera. Pregunté a mi compañero, que se llamaba Christopher y que era un Teniente naval con licencia, únicos datos que conozco, quién era la Bestia Rubia, y Christhoper que, entre nosotros, había bebido de más, dijo algo tonto de las niñas que hacían muchas preguntas y de lo peligroso que podía resultar. Claro que ahora, mirando hacia atrás, se me ocurre que Christopher debía saber más de lo que quiso decirme y que lo que dijo fue sólo un modo de hacerme callar. Puede que esté equivocada. No se me ocurrió en el momento.

Suspiré. Todo era muy vago aunque sabía que debía agradecer las migajas de cualquier dato que pudiera encontrar en mi camino. Ignoraba aún la identidad de la Bestia Rubia pero por lo menos conocía el nombre del club nocturno que frecuentaba y dónde podría averiguar más datos.

Era, manifiestamente absurdo tratar de identificar a un Teniente naval de nombre Christopher que seguramente debía estar ya navegando.

Interrogué a Ann Yorke, con tacto y firmeza, acerca del Bird in the Bush. Insistió, no obstante, en que había ido allí una sola vez y que era poco lo que sabía. Le pareció un lugar típicamente aparatoso y ridículamente caro, con poco que distinguiera de muchos otros y excepto que estaba entonces de moda para el grupo de Bryony.

A Ann le pareció que constaba de una gran sala con pista de baile rodeada de mesas. Había visto también guardarropas y una oficina pero ningún indicio de otra actividad. Admitió saber que muchos de esos clubes tienen departamentos privados para el uso de drogas, para juego y otros pasatiempos ilícitos y afirmó que si el Bird in the Bush los tenía no lo sabía ni por referencias.