10

BARBARY se dejó deslizar en la habitación. Como le es característico, no perdió tiempo riñéndome porque estaba aún levantado. Simplemente me sonrió con una de sus acostumbradas sonrisas, a través de la mefítica máscara de su maquillaje. Había terminado su farsa y ahora asomaba a sus ojos una luz que me hizo sentir lleno de ansiedad.

—¿Conseguiste algo? —pregunté.

—Creo que sí —afirmó—. Aunque tal vez no tenga importancia. No te entusiasmes, Roger. En seguida te contaré, pero no puedo soportar más estos afeites. Sé bueno y consígueme algo de beber mientras me preparo el baño. Después puedes venir a conversar conmigo a través de la puerta.

Poco después estaba yo sentado al borde de la cama de mi prima y a través de la puerta del baño llegaba a mí el ruido que hacía Barbary mientras se quitaba vigorosamente la pintura y el polvo.

Cuando se aplacó la primera furia de la campaña antigrasa la oí recostarse en el agua con un suspiro de alivio.

—¿Estás ahí, Roger? Te diré que, en general, tuve bastante suerte, aunque no sé si lo que descubrí puede resultar de interés. De cualquier modo, vi a Ann Yorke…

—Un momento —dije—. Siento interrumpirte, querida, pero considerando que mañana tengo que ir yo allí, y que no deben sospechar que tengo algo que ver contigo, debo pedirte todos los detalles. ¿Cómo entraste? ¿Qué nombre diste? ¿Con qué excusa viste a esa chica Yorke?

—Bien. Tuve en cuenta lo que me habías dicho acerca de que no tenían noticias de la muerte de Bryony, por lo tanto, con todo desenfado, fui a la puerta principal, toqué el timbre y le pregunté al mayordomo si estaba Bryony. A propósito, debe de haber sido el mismo Dukes el que abrió, juzgando por lo que Bryony me había contado. Una respetable reliquia de setenta a ochenta, con la cara como la de uno de los obispos de la coronación de la Reina Victoria. Un poco duro de oído, pero no mucho, y creo que se está poniendo un poco corto de vista o de lo contrario está inmunizado contra las mujeres decadentes y pintadas que puedan llegar preguntando por Bryony. De todas maneras, creo que se guiaba por mi voz más que por mi aspecto, porque se mostró muy respetuoso y dijo que sentía decirme que Miss Hurst no se encontraba en la casa. Yo dije: «¡Al diablo!», y pregunté cuándo volvería, a lo que Dukes contestó que no tenía informes precisos pero que creía que su ausencia; no se prolongaría demasiado. Un viejo ardid que me hubiera hecho la mar de gracia en ocasión menos trágica. Bien, yo repetí que era un gran trastorno, y luego, como si se me ocurriera en ese momento, pregunté si Miss Yorke estaba en casa y desocupada. Dukes me dijo que si yo pasaba, él se iba a asegurar (¿por qué tienen siempre los mayordomos que «asegurarse», querido?), y me introdujo en una pieza de recibo en la planta baja. Di el nombre de Miss Rever (no tengo la menor idea por qué), me serví un cigarrillo con boquil a rosada que encontré allí en una caja plateada y me senté a ver qué pasaba.

—Bien —la animé—. Todo bien hasta ahora, desde mi punto de vista. ¿No adelantaste a Dukes ninguna información acerca de quién eras ni de tus relaciones con Bryony?

—Ni una palabra. De todas maneras no fue necesario. Dukes pareció aceptarme a ojos vista, o más bien a voz oída, y no era nada curioso. Bien, unos minutos después apareció Ann Yorke en persona. Una chica terriblemente bonita, Roger; pequeña, morocha, de tipo apasionado, ¿entiendes? Supe por instinto e inmediatamente por qué había congeniado con Bryony. Son de tipo completamente distinto, pero se adivina que eran pájaros del mismo plumaje. ¡Oh!, me imagino que sabes lo que quiero decir. No hay nada obvio o evidente en Ann. En realidad, parece demasiado decente para que sea cierto, y sus ojos tienen esa maravillosa mirada ultrainocente que tenían los de la pobre Bryony cuando se acordaba de algo. No sé decir si Ann Yorke podría engañar o no a un hombre. A mí por cierto no me engañó.

—Juego oculto, ¿o qué…?

—Un ardid viejo, pero seguro. De todos modos, mañana la juzgarás. Bien. Pareció sorprenderse de verme, naturalmente, pero no se mostró suspicaz ni demasiado alarmada. En verdad debo vanagloriarme de que me aceptó sin vacilar porque pretendía ser una vieja compañera de Bryony y no le pareció extraño que Bryony nunca le hubiera hablado de mí. Pronto descubrí que Bryony y ella se conocían sólo desde los últimos tres meses, mientras que yo decía haber conocido íntimamente a Bryony hasta que, hacía un año, me había ausentado a América, de donde había regresado hace una semana. Me había encontrado con Bryony en un club nocturno, habíamos charlado de los viejos tiempos y prometido vemos a menudo en un futuro cercano. Traté de dar la impresión de que fue entonces cuando Bryony la había nombrado, que eso era naturalmente lo que me impulsaba a preguntar por ella al no encontrar a Bryony en casa.

A esta altura hubo un breve interludio de esponja y salpicaduras. Cuando terminó y el sumidero dejó de hacer gárgaras, Barbary resumió su historia.

—Bien; las dos estuvimos de acuerdo en que Bryony era un tesoro, muy divertida y otras cosas semejantes. Ann es una chica entretenida y pronto nos hicimos amigas y creí que no sería arriesgado jugar mi mano como se había, planeado. Dije que Bryony me había hablado de un club bastante divertido al que pertenecía y que había prometido hacerme ingresar si así lo quería, e insinué que como había estado fuera del país todo un año, me hallaba fuera de contacto con el aspecto «divertido» de la vida de Londres, y que era precisamente «diversión» lo que ahora precisaba. ¿Sabía ella «Ann» algo acerca de este club? ¿Era ella socia? ¿Dónde estaba? ¿Cómo se llamaba? Riendo dije que Bryony estaba un poco bebida cuando me lo contó y quería averiguar algún otro detalle, por eso había venido a ver a Bryony. ¡Qué trastorno que no estuviese!

—¡Barbary, eres maravillosa! —exclamé lleno de admiración—. Pero la idea de que te hayas rebajado así se me hace imposible.

—¿Rebajado? ¡Cuernos! —se oyó desde el baño—. Bryony fue asesinada, Roger, asesinada por los diablos contra quienes prometimos protegerla, y lo menos que podemos hacer es aseguramos de que se van a hamacar para purgar su crimen. Nada de melindres, me dije, y si crees que me vaya mostrar como una puritana…

—¡Perdón! —interrumpí—. Tienes razón, querida, sólo que resulta bastante desagradable verte maquillada de ese modo. Prosigue. ¿Averiguaste algo útil?

—Más o menos. Útil en cuanto Ann aceptó abiertamente la existencia del club y hasta me dio su nombre; no tan útil porque ella no pertenece al club, ni sabe dónde queda, ni quién es socio.

Comprendí que el hecho de que no sea socia es sólo cuestión de libras, chelines y peniques. Como sugirió Bob Thrupp, parece ser una asociación sumamente cara, y nuestra Ann, aunque señora de nacimiento, tiene que trabajar para vivir. Me confió que Bryony había ofrecido pagarle la cuota de ingreso y la suscripción, pero no habían llegado a nada definitivo. No aludió, sin embargo, al hecho de que si yo me hacía socia pudiéramos encontramos algún día.

El plan de mi prima había ido mucho más allá de lo presumible. Cuando lo sancioné no esperaba que Ann Yorke reconociera la existencia de ese club, aun cuando, esperaba que Barbary consiguiera verla. Es más, consideraba casi seguro que ignorara su existencia.

—Se llama Saxon Club —continuó Barbary mientras seguían las abluciones—. Parece un nombre inapropiado para un club de esa clase, pero cuando se lo dije a Ann Yorke sonrió y me dijo: «¿Qué hay en un nombre?», y en seguida advertí lo que quería decir. Si se quiere mantener un club tranquilo y sin despertar sospechas, no resultaría llamarlo «La pasión púrpura» o «La carne y el demonio» o cualquier otra cosa parecida. En cambio, Saxon Club suena terriblemente respetable y nórdico, ¿no es cierto? De todos modos existe. Ann está casi segura de que se halla situado en la ciudad por el sur de Londres, aunque no sabe exactamente dónde. Dice que una vez Bryony le dijo que quedaba a media hora de Devonshire Square. ¿No es mucho averiguar, verdad Roger? Pero no era el caso aparecer demasiado interesada. Por otra parte, no creo que Ann sepa más.

—Querida, has estado milagrosa —la alabé.

—Incidentalmente, Thrupp me dijo una vez que uno de los principales axiomas de toda buena pesquisa es: «Nunca desdeñes lo obvio». Por lo tanto, espera un minuto mientras consulto la guía telefónica. Es muy improbable, ya lo sé, pero si explotan ese lugar bajo las apariencias de un club respetable hay una probabilidad.

Pero fracasé, como me lo había imaginado. Cuando volví al dormitorio el ruido que hacía el agua al caer indicaba que Barbary estaba dando fin a su baño con una ducha. Pocos momentos después salía desarreglada y húmeda, con una salida de baño de toalla escarlata tirada al descuido sobre sus hombros. Me dirigió una mirada interrogante.

—No tuve suerte —le dije—. Pero era de esperar, y ya es algo saber qué buscamos. Lo ignorábamos hace una hora. Mañana me encargaré de ver qué efecto le produce a esta chica Yorke la noticia de la muerte de Bryony. Es probable que el golpe le haga recordar algo que no te dijo.

Barbary asintió y bostezó significativamente.

—O de lo contrario la sellará como a la proverbial ostra. No se puede decir. Roger, si quieres usar el baño es mejor que te apresures porque me voy a acostar y no me hará gracia un desfile masculino por mi alcoba. Hasta los socios distinguidos del Saxon Club duermen a veces, ¿sabes?