THRUPP se acarició la barbilla y contestó:
—Me encuentro en un aprieto, señor. Quiero decir que no sé exactamente cuánto es necesario o conveniente que diga de mi relación previa con este caso. No debe creer que soy reticente si me reservo por ahora parte de lo que sé. Lo hago así con el único objeto de ahorrar tiempo y porque mi participación se debe enteramente a una teoría que no sólo parece fantástica, sino que puede serlo en realidad. Es una teoría en la que yo mismo creo, a mi pesar, y me resisto a influir en los demás para analizarla con profundidad antes de asegurarme estar en lo cierto. No obstante, puedo darle por lo menos una idea de por qué me veo envuelto en este asunto. Ustedes han de recordar —continuó— una extraña ola de muertes en la sociedad, que tuvo lugar hace aproximadamente unos dieciocho meses. Primero, la de un joven adinerado, llamado Teniente Geoffrey Perfect, de la Brigada. Se lo halló, en su piso de Jermyn Street, con la tapa de los sesos saltada. Todo hacía creer en un suicidio y fue sólo la falta de motivos lo que hizo que la policía seccional pidiera a la Yard las pruebas. A mí me encomendaron la tarea y los detalles me intrigaron tanto como al detective Inspector de División. No había la menor falla en las pruebas de suicidio, pero tampoco había, aparentemente, el menor motivo para que ese joven se quitara la vida. Sus negocios eran florecientes, gozaba de popularidad; en su regimiento no tenían para él más que alabanzas. Por cierto, gustaba de las niñas y las niñas gustaban de él; pero no se podía hallar el menor rastro de amor desgraciado ni de nada que oliese a escándalo. Sus vicios, tales como eran, eran vicios amables, y tenía muchas virtudes mayores. En resumen, si yo hubiese dado con el menor indicio, hubiera estado dispuesto a sospechar algún asunto turbio. Tal como estaban las cosas. En el sumario recayó veredicto de muerte accidental simplemente porque no había motivo para suicidio o crimen, pero se sobreentendía que el coroner[2] había querido beneficiar al joven Perfect con la duda, y se creyó mientras tanto en el suicidio. El mismo día que se reunía el jurado, se hallaron en Steatham Common los cuerpos de dos bonitas jóvenes de sociedad. Tal vez recuerden el caso, pues una de las víctimas era la hija menor de la Marquesa de Tyndon, Lady Margaret Joane, y la otra víctima era amiga de ella, la Honorable Joy Wyon. Un colega mío, el Inspector Kilsyth, tomó a su cargo el caso desde el principio y su informe inicial señaló que todo parecía indicar un caso de suicidio. Ambas jóvenes aparecieron con el corazón atravesado y se halló un cuchillo ensangrentado en la mano de Lady Mugaret. Ambas jóvenes debían haber concurrido a la presentación en sociedad de una amiga, la noche anterior, pero no lo hicieron, y el testimonio del médico señaló que la muerte se había producido probablemente cerca de medianoche. Veinticuatro horas después, Kilsyth se encontró en la misma situación difícil en que había estado yo con respecto al joven Perfect. Tenía un caso de suicidio perfecto, pero sin el menor indicio de motivo valedero, ni la menor prueba que encaminara hacia el crimen. El hecho más significativo era, sin embargo, que mis investigaciones entre los conocidos de Perfect probaron que mantenía amistad casi íntima con estas niñas. En efecto, yo mismo las había entrevistado e interrogado, aunque sin resultado, hacía sólo dos días. Me impresionaron… como… bueno, diría jóvenes más bien ligeras, de un tipo muy parecido al de Bryony Hurst. Sin maldad tal vez, pero ciertamente sin moral. Querían divertirse y hacían cualquiera cosa para logrado. Y, por lo que pude apreciar, su concepto de la diversión correspondía en mucho al del joven Perfect. De ahí su intimidad con él. Aparentemente, no existía entre ellos más que eso, no había indicio alguno de asunto amoroso serio, ni de los trastornos que pueden surgir de tales amistades.
Thrupp se detuvo para encender un cigarrillo.
—Para abreviar —continuó inmediatamente—, las tres muertes quedaron como misterios sin solución. Era evidentemente casi imposible disociadas; sin embargo era también imposible descubrir cuál era el punto de contacto. Kilsyth y yo trabajamos juntos y con dedicación durante algunas semanas. Por fin tuvimos que declararnos derrotados y el asunto se archivó. Pero la Yard, como el elefante del proverbio, nunca olvida, lo sabéis, y aunque sé me había asignado otra tarea, revolvía los cajones de vez en cuando y mantenía los ojos y los oídos abiertos, a la expectativa de cualquier cosa que pudiera ser concluyente. Pero nada ocurrió durante seis meses, esto es, hasta hace justamente hoy cerca de un año; en que otro suicidio de Mayfair apareció en las noticias. Esta vez se trataba de una joven americana de nombre Iseult Cork, una protégee de la condesa de Ghalke, quien, debo agregar, era una de esas damas emprendedoras que aumentan sus entradas manteniendo bajo su protección a jóvenes cuyos padres no son gente de sociedad. Iseult Cork, que no sólo era famosa por su belleza, sino también, como Bryony Hurst, por su… vaya, su desprecio por las convencionales normas morales, apareció herida de muerte dentro de su coche en una callejuela poco frecuentada en Hertfordshire. ¡Oh, sí! Nuevamente se habló de suicidio. ¿Qué otra cosa podría ser? El informe médico dijo que el suicidio no sólo era posible, sino probable, y nosotros no pudimos encontrar fallas a la teoría en la Yard, salvo que —una vez más— había carencia de motivos. Iseult Cork tenía, aparentemente, todo cuanto una joven pudiera desear: belleza, riqueza, posición, muchos buenos pretendientes, innumerables amigos y considerable popularidad. No tenía, al parecer, razón alguna para suicidarse, pero tampoco parecía haber causa alguna para que la asesinaran. No podía pensarse en un accidente. Era, por lo tanto, otro misterio sin resolver. El Superintendente Boex, mi superior inmediato, tomó el caso Iseult Cork en sus manos, pero no probó nada. Se discutieron en la Yard toda clase de teorías, pero no se llegó a conclusión alguna. El hecho que destacamos fue que Lady Margaret Grane, Joy Wyon, y, a través de ellas, Geoffrey Perfect, todos se «habían suicidado» seis meses atrás. Eso fue en junio del año pasado, caballeros. En diciembre último, justamente antes de Navidad, un hombre joven, John Traquair, sobrino y heredero de John Traquair del servicio diplomático, «se suicidó» en su piso de Albermale Street. Se repetía la historia. Ningún motivo de suicidio. Ninguna prueba de asesinato; la posibilidad de un accidente fuera de cuestión. Caso sin resolver. Si John Traquair había sido amigo, en verdad considerablemente más que amigo, inferí, de Iseult Cork, y compañero habitual de los tres «suicidas» previos… Extraño, ¿verdad?
—Muy extraño —agregó con aspereza el Comisario—. Prosiga, Thrupp. Supongo que ahora nos dirá que Bryony Hurst era también amiga íntima de John Traquair…
—Le diré que Bryony Hurst era amiga de cada una de las personas que nombré; que era, en verdad, el eslabón de enlace. No, no debo decir eso, pero era por lo menos el eslabón de enlace entre todas las tragedias misteriosas. Ustedes comprenderán que ni bien ocurrió cada una de las tragedias, el detective a cargo del caso, como cuestión de rutina, naturalmente, hizo una lista de todos los amigos y compañeros del muerto, e interrogó a la mayoría con la esperanza de recoger algún dato útil. Bryony Hurst aparecía en la lista que yo confeccioné con motivo de la muerte de Perfect, pero sucedió que no la entrevisté por encontrarse entonces en el extranjero. No podía estar complicada con su muerte. Aparecía también en la lista del Inspector Kilsyth respecto a Lady Margaret Joane y Joy Wyon pero, como permanecía en el extranjero, no se la entrevistó: El Superintendente Boex le tomó declaración cuando investigaba la muerte de Iseult Cork, pero no pudo sacarle nada, parecía muy trastornada, pero juró no saber nada. El Inspector Principal Davidson estaba a cargo del caso John Traquair y nuevamente Bryony figuraba en la lista de amigas. Nuevamente se la interrogó, pero otra vez sin resultado. Había dejado Londres para concurrir a una fiesta de Navidad en Suffolk, veinticuatro horas antes de la muerte de Traquair y de cualquier modo parecía que sólo una amistad corriente la unía a él.