TUVO QUE haber resultado muy humillante para Thrupp, admitir hasta qué punto nuestra táctica, al parecer perfecta, había sido destruí da por la habilidad y la astucia de nuestros enemigos y, más aún, porque debió hacerlo en presencia del Superintendente, crítico profesional muy inteligente. Pero no intentó excusarse, como hubiera hecho si fuera menos hombre.
—No estoy orgulloso del episodio de anoche —dijo en ese momento—, pero hice todo lo que pude y es cuanto se le puede pedir a un hombre. Lo único que quiero agregar, es que con la colaboración del Superintendente Bede y de la policía local estoy haciendo lo posible para enjugar la leche que se derramó. La policía de todo el país busca a los tres hombres, sobre los que recaen bien fundadas sospechas, y no tengo la menor duda de que pronto caerán en nuestras manos. Que tengamos o no pruebas para condenados es otro tema, pero tengo la esperanza de que no nos faltarán…
—¿Quiénes son esos tres hombres? —inquirió el Comisario—. ¿Cómo se llaman y qué sabe usted de ellos?
—Desgraciadamente sólo conozco el nombre de uno de ellos —contestó Thrupp—. Un tal Lowe, Ronald Custerbell Lowe, que siguió a Miss Hurst hasta Susex ayer, y que sabía o sospechaba que la encontraría en The King of Sussex en el curso del día. No sé de él más que el nombre y eso por lo que la misma Miss Hurst dijo al Capitán Poynings. Como Miss Hurst parecía conocerlo bastante bien, podemos creer que Ronald Custerbell Lowe es su nombre; aun cuando dijo al Capitán Poynings que se llamaba simplemente Custerbell. Desconozco su domicilio, su profesión y cualquier otro dato, excepto que estuvo en The King of Sussex entre la una y las dos de ayer, y en el Green Maiden de esta población, anoche. Allí parece haberse unido con el segundo hombre, un individuo de cabello rubio, cuya presencia en la iglesia de la Parroquia durante la ceremonia de la tarde, pareció alarmar considerablemente a Miss Hurst. Por averiguaciones que hice en el hotel, éste llegó cerca de la hora del té en un Hispano gris, y tomó una habitación a nombre de Barker. No creo que ése sea su nombre verdadero, pero nos servirá por ahora. Dio su domicilio simplemente como Londres y nadie parece conocerlo, exceptuando a Miss Hurst, que lo conocía lo suficiente para alarmarse de su presencia, pero que se negó a confiar lo que sabía. Lowe arribó al Green Maiden dos horas después, preguntó por Barker, comió con él y se encerraron, posiblemente en la habitación de Barker, pues nadie los vió por allí hasta algo más tarde. Mientras tanto, es interesante destacar que mientras Lowe llegó a The King of Sussex guiando un coche sport Speedwell color escarlata, apareció en el Green Maiden a pie y sin equipaje. Cerca de las diez y media, Lowe hizo una llamada telefónica al Capitán Poynings. Se refirió a su breve encuentro de la mañana y manifestó que como su coche se había descompuesto en un descampado, había tenido que caminar muchas millas para llegar a Merrington y ahora se encontraba con que el hotel estaba completo y no había habitación. El hotelero atestiguó la veracidad del hecho, pero agregó un detalle bastante significativo: el hombre llamado Barker tenía dos camas en la habitación, así que Lowe podía haberse acomodado fácilmente con su amigo. En cambio, llamó al Capitán Poynings y le pidió albergue aquí, en Gentlemen’s Rest. Desafortunadamente para él, contrariamos su deseo y le ofrecimos la habitación que el Sargento Haste, bajo el nombre de Openshaw, había tomado en el Green Maiden, lo que dio por tierra con ese intento de penetrar fácilmente en la casa. Un cuarto de hora después, cuando Haste y yo habíamos tomado posiciones afuera, el Capitán Poynings atendió otro llamado telefónico, esta vez del compañero de Lowe, el supuesto Mr. Barker. Este llamado fue menos sutil y de naturaleza más directamente amenazadora. Barker, aunque, claro está, no dio su nombre, exigió ver a Miss Hurst. El Capitán Poynings negó con entereza que estuviese aquí o que supiese algo acerca de ella, y Barker cortó escupiendo fuego y profiriendo amenazas. Fracasados los dos intentos, Barker y Lowe abandonaron el hotel juntos y desde entonces nadie los vió, ni se supo más de ellos. Le dijeron a Venables, el dueño, que salían a dar un paseo a la luz de la luna, y como era tarde, éste les dio una llave para que entraran a su regreso. Por lo que se sabe, no volvieron. Sus camas estaban intactas, y Barker abandonó una valija con algunos objetos de tocador y una muda de ropa interior, todo difícil de identificar. Entonces o después, se llevaron el coche de Barker del garage de Green Maiden, que está, como ustedes saben, a unas doscientas yardas del hotel. Afortunadamente el encargado del garage es un muchacho despierto que trabaja con seriedad, hasta el punto de que toma nota no sólo del número de la patente de todos los coches que llegan, sino también del número del motor. No es que vayamos a detener a cada Hispano gris del país para controlar el número del motor, pero el dato puede resultar útil de todos modos. Es probable que Barker haya falsificado el número de la patente para hacer este viaje, pero es difícil que haya corregido el número del motor.
—¡Hum! —gruñó el Comisario—. ¿Y qué hay del tercer hombre?
—Siento decirle que lo que sé de él es menos aún —dijo Thrupp—. Es, por supuesto, el hombre que se presentó como obrero telefónico, y aunque el Capitán Poynings y yo pudimos mirarlo bien, no tenemos idea de quién es ni en dónde buscarlo. Como sospechábamos, en horas de la tarde había sustraído del correo local el carrito que traía con materiales telegráficos. Nadie, excepto nosotros, parece haber visto al sujeto.
—¿No pueden haber sido Lowe o Barker disfrazados? —preguntó el Inspector Browning.
Thrupp se encogió de hombros.
—Debe recordar —contestó— que yo no conozco de vista a ninguno de los dos, de modo que no estoy en condiciones de juzgar. Pero el Capitán Poynings, que vió a ambos, está casi seguro de que ésa era otra persona. ¿No es verdad, Roger?
Asentí.
—Tenía otra constitución —observé—. Era un tercer miembro de la banda, estoy casi seguro.
—Además, tienen idea —musitó el Comisario— de que mientras él, distraía su atención en la puerta de calle uno de los otros adulteraba la leche a través de la ventana de la despensa. Bien, bien, me parece bien… Esto casi esclarece los acontecimientos de anoche, ¿verdad, Thrupp? Como usted dice, estos pequeños detalles no son muy importantes comparados con el hecho principal. Ahora podremos continuar con los sucesos vitales. De lo que todavía no he podido darme cuenta es de su intervención en el asunto, Inspector Principal. ¿Cómo es que está usted aquí, y cómo sospechaba que esta joven estaba en tal peligro?