ME DESPERTÉ justamente siete horas más tarde, encontrándome con que la luz del sol desbordaba en la habitación.
Tenía el dolor de cabeza más espantoso que nunca había conocido. Mis ojos estaban legañosos y fuera de foco. Mi boca sugería vívidamente una abandonada conejera. Mi cerebro también estaba tan obscurecido y entorpecido, que todos los nervios y músculos de mi cuerpo estaban momentáneamente paralizados. Durante unos segundos no pude moverme ni recordar el motivo por el que tenía que ponerme en movimiento sin tardanza.
Y después, como un relámpago, se me presentó la realidad. Con un esfuerzo hercúleo me puse de pie, solamente para volverme a sentar, ya que mis piernas no me sostenían. Impotente, permanecí sentado, boqueando durante un instante, cuando en la Parroquia la campana daba las ocho.
A la tercera tentativa conseguí separar la lengua de mi paladar y encontrar mi voz.
—¡Barbary! ¡Barbary!! ¡¡¡BARBARY!!!…
Nadie contestó.
—¡Barbary!, ¿estás ahí? ¡¡Barbary!!… ¡Condenada!, ¿no me escuchas?
Nadie contestó.
El pánico se apoderó de mí. Algo terrible había sucedido. Yo debía obrar sin demora. Algo espantoso había sucedido, no solamente a mí, sino también a los otros. Yo debía, yo debía…
Reforzando toda mi fuerza física con la última onza de voluntad, conseguí ponerme de pie otra vez. Mi cabeza estallaba, pero esta vez mis piernas consiguieron cumplir con su obligación.
De una u otra forma pude ponerlas en movimiento, y un par de horribles torceduras me llevaron a la puerta de comunicación. Otro supremo esfuerzo y mis torturados ojos pudieron contemplar la escena.
La cama estaba en algún desorden, como si la ropa hubiera sido apartada muy precipitadamente. En un lado de la cama, el menos desordenado, estaba la insensible figura de mi prima Barbary. Durante un horrible momento creí que estaba muerta, tan blanca e inmóvil parecía. Pero al mirarla se movió desasosegadamente y dio un suspiro extraño como un estertor.
De Bryony Hurst no había vestigios, salvo el hueco de la almohada donde se había apoyado su hermosa cabeza, y sus abandonados vestidos arrojados descuidadamente en un par de sillas próximas. La muchacha había desaparecido, desaparecido como un sueño.