ESTE INCIDENTE nos retrasó unos diez minutos más, pues, naturalmente, tuvimos que discutir su importancia y proyecciones. Yo mismo estaba inclinado a considerado como un buen agüero, pues me parecía que el SOS de Custerbell era simplemente otro esfuerzo más para conseguir un tranquilo alojamiento en la casa, y esto indicaba, a mi modo de ver, que nuestros oponentes estaban un tanto desorientados en cuanto a la forma de penetrar nuestras defensas.
Thrupp convino en que pudiera ser así, pero señaló que podría ser una especie de doble bluff, un proyecto destinado a hacernos creer que no tenían un plan establecido, mientras que al mismo tiempo podían tener pensado otra estratagema completamente distinta. De cualquier forma, poco se ganaba con especulaciones de esta naturaleza, y pronto decidimos que lo mejor que podíamos hacer era perseverar en el plan de campaña ya convenido.
Habiendo llegado a esta decisión, no nos entretuvimos más tiempo. Dejé a las mujeres a cargo de Smith y conduje al sótano a los dos detectives, y desde allí pasamos a lo largo del tenebroso pasaje subterráneo hasta que salimos cautelosamente al reservado de Abbots Lodging. No encendimos luces; apenas si cambiamos un susurro al salir del antiguo edificio y reconocimos sus alrededores con el mayor cuidado. La luz de la luna era ya demasiado brillante para mi gusto pero refugiándonos en la sombra me las arreglé para guiarlos a cubierto hasta el comienzo del cerco que los conduciría detrás de los matorrales. Allí, habiendo entregado a Thrupp una llave de repuesto de Gentlemen’s Rest, y a Haste el termo del café caliente de Barbary, me despedí de ellos en silencio y me volví cautelosamente por donde había venido.
Tuve especial cuidado de cerrar con llave y cerrojo las diversas puertas que atravesaba en mi viaje de regreso, y cuando hube vuelto a ganar el hall de Gentlemen’s Rest, tenía la completa seguridad de que ni el más hábil asaltante podría entrar a la casa por el túnel. No obstante, como una precaución final, arrastré un macizo mueble de roble, junto a la puerta que conducía a la escalera del sótano. Soy un hombre fuerte, y tuve que recurrir a todas mis energías para llevar a su posición esta barricada. Estaba perfectamente seguro de que ningún hombre nacido de mujer podía tener la esperanza de levantarla desde el otro lado de la puerta.
Para asegurarme doblemente, revisé de nuevo todas las puertas y ventanas del piso bajo.
Después apagué las luces del estudio, recogí al otro termo de café de la mesa del hall y subí las escaleras precedido de Smith, quien, como por algún extraño instinto, parecía saber exactamente lo que se esperaba de él y su función precisa en el esquema de las cosas.
Podría haber entendido las mismas palabras de nuestra reciente conversación, pues en lo alto de la escalera, se fue en derechura al pequeño sofá, situado en el descansillo, y después de una astuta ojeada en mi dirección, alzó, sus grotescos miembros hasta el asiento y se acostó confortablemente contra los almohadones de seda. Después bostezó cavernosamente, me hizo guiños dos o tres veces y siguió los meneos, golpeando el sofá con su cola roma. Satisfecho de que este particular centinela, por lo menos, estaba bien y verdaderamente colocado, puse otro tazón de leche delante de él, le di un cortés, buenas noches y me fui a mi destino.
Barbary estaba abriéndome la puerta exterior cuando el timbre del teléfono resonó de nuevo. El agudo sonido, llegado tan inesperadamente en el silencio de la casa, estuvo a punto de hacerme caer el termo. Un minuto después estaba yo de vuelta en el oscuro estudio y había levantado el receptor. Mi primera idea fue que Custerbell, frustrado su intento de ser mi huésped durante la noche, había pensado otro proyecto. Pero no fue Custerbell.
—Habla Poynings —dije malhumorado.
—Buenas noches, Capitán Poynings, ¿puedo hablar con Miss Hurst?
Me alabo de que ninguno de mis propios héroes pudo haber reaccionado mejor a este ataque sorpresivo.
—¿Con quién? —pregunté agudamente.
Creo que hubo genuino asombro en mi voz, no en verdad porque confiara en que quien me llamaba pudiera notarlo, sino porque yo estaba verdaderamente intrigado en cuanto a la identidad del que llamaba. Era una voz masculina, pero en un todo distinta a la de Custerbell, una voz de barítono ligero, de acento educado, que arrastraba algo las palabras, no exactamente una voz afectada, sino más bien con un dejo de fastidio, real o simulado, del mundo en general.
—Miss Hurst —contestó la voz cortésmente—. H…u…r…s…t. Creo que está ahí con usted.
—Nunca oí hablar de ella. Me temo que esté equivocado de número. Esto es Gentlemen’s Rest. Habla Roger Poynings.
—Ya sé.
La voz insistía tranquila.
—No es cuestión de número equivocado. Deseo hablar con Miss Hurst que actualmente reside con usted.
Confieso que no soy un mentiroso habitual, pero cuando miento no me paro en medias tintas.
—Aquí no hay ninguna Miss Hurst —repliqué firmemente—. Lamento no poder ayudarlo. Buenas noches.
—Un momentito.
Un tono amenazador había sucedido a esta voz suave que se arrastraba ligeramente:
—Siento tener que insistir, pero sé que esa información es incorrecta.
—¡Eso es una insolencia, señor! —exploté furiosamente—. ¿Tiene usted la desvergüenza de llamarme embustero?
—No necesariamente, capitán Poynings. Es posible que su huésped se haga llamar por otro nombre. Usted admite que tiene un huésped.
—No alcanzo a ver qué es lo que a usted le interesa —argüí—, pero, en resumidas cuentas, sucede que, efectivamente, tengo un huésped en casa. Sin embargo, puedo asegurarle que no se llama Hurst, sino Openshaw.
—Ya veo. Muy bien, ¿entonces me permitirá dos palabras con Miss Openshaw?
—Tiene usted metidas a las mujeres en el cerebro —insistí—. Mi huésped no es «ella», sino «él».
Esto pareció desconcertarlo.
—¿Está seguro? —inquirió un momento después.
Me volví sedosamente sarcástico.
—Mire —le dije—. En realidad usted debe buscar a alguien que le explique estas casas. Es lo más fácil distinguir los sexos cuando se sabe la forma de hacerlo. Repito que mi amigo Openshaw es definitiva e incontrovertiblemente un hombre.
—¿Un hombre? —El individuo pareció extrañamente lento en captar la onda.
—Un hombre —reiteré can paciencia. Y fui benditamente inspirado al recordar una apta definición de Darnford Yates—. Ya sabe usted: piernas separadas y se afeitan los jueves.
Hubo una pequeña pausa. Supongo que ya debí haber colgado el tubo, pera tenía la curiosidad de saber qué es lo que iba a decir. Mi curiosidad estuvo pronto satisfecha.
Mi desconocido amigo arrastró las palabras: Está mintiendo deliberadamente, Capitán Poynings, o bien he sido mal informado. Me desagradaría que fuera la primera.
—Oiga, amigo —corté secamente—. Ya hemos hablado bastante. Mire, me importa un comino que me crea o no me crea. No sé quién es usted, y no significa nada para mí. Todo lo que sé es que no le permito a nadie que me llame embustero y no veo por qué he de extender un privilegio a un desconocido maniático, que está al otro extremo del teléfono. He sido muy paciente con usted pero ya se me agotó la paciencia. Me voy a dormir, y le recomiendo que haga lo mismo y que tome las cosas con más agua en la sucesivo. Por la mañana, a pesar de un ligera cabeceo, puede que consiga recordar dónde perdió a su amiga Miss Horse o como sea. Y aun podía tener la cortesía de hablarme por teléfono y decirme cómo le fue. A cualquier hora, después de las nueve, me tendrá por aquí. Y estaré deseando que me llame. Mientras tanto, váyase a la cama, mi querido señor, váyase a la cama.
—¡No me voy a la cama! —fue la malhumorada contestación—. Yo…
—¿No? —inquirí suavemente—. Estamos en distinto estado de ánimo, ¿verdad? Entonces, ¿dónde vamos?
—Voy —dijo tranquilamente la voz— a encontrar a Miss Hurst donde quiera que se encuentre.
—Por mí puede usted irse al diablo —repliqué colgando de golpe el receptor.