BARBARY traía una bandeja con unas tazas de café.
—He dejado la tuya en el estudio, Roger —dijo—. Te necesitan abajo ahora; yo me quedaré con Bryony. De todas maneras, creo que me acostaré. ¿No debería tener yo un revólver o algo por el estilo? Mr. Thrupp dijo que cree conveniente que me provea de uno.
Del bolsillo del lado izquierdo saqué el automático 32 y sus balas.
—Solamente para hacer uso de ella en el caso más desesperado —le previne—. Apunta a los hombros o a las piernas más bien que a cualquier parte vital. No te ofenderé preguntándote si te acuerdas cómo sé usa.
Mi prima sonrió.
—Ni tampoco hace falta que me digas que es una locura ponerla debajo de la almohada, que es el primer sitio que miraría el intruso que la buscara. Anda, Roger. Haz lo que tengas que hacer, y vuelve lo antes posible. A propósito, en la mesa del hall encontrarás dos termos llenos de café.
Uno es para Mr. Thrupp y el Sargento y el otro es mejor que te lo lleves a la cama, no sea que lo necesitemos durante la noche.
—Muy bien —agregué, y me marché—. A portarse bien hasta que yo vuelva.
Encontré a Thrupp y a su ayudante en el estudio, fumando y haciendo planes todavía. El perro estaba extendido con toda comodidad sobre mi mejor alfombra persa. Como era un perro de la comunidad, claramente tenía la facultad de estar en cualquier parte como en su casa. Un tazón vacío que había contenido leche, indicaba que Barbary no lo había olvidado cuando nos sirvió el café a todos.
Thrupp dejaba sobre la mesa su taza vacía cuando yo entraba en la habitación.
—¡Qué buen café es éste! —observó saboreando el trago—. Yo me pregunto si habrá algo en el mundo que tu prima no haga bien. Bueno, me parece que acabamos de completar ahora nuestras disposiciones, Roger, y creo que podríamos ir preparándonos. ¿Entendiste bien cuál es el puesto de cada uno? Las dos jóvenes juntas en la cama en tu habitación. Tú en el cuarto contiguo. El perro recorriendo la casa y un refugio en lo alto de la escalera. Haste y yo afuera, entre los matorrales, vigilando las ventanas y las cercanías de la casa. En vista de ello, puedes cerrar la puerta que comunica tu habitación con la de las jóvenes, pero es mejor que no la cierres con llave, por si tuvieras que acudir allí rápidamente.
—Bueno —asentí—. ¿Y por la mañana?
—¡Ah! Por la mañana —Thrupp sacó su diario de bolsillo y lo consultó rápidamente ¿A ver? El sol sale alrededor de las cuatro y cuarenta y cinco, lo que quiere decir que será completamente de día a las cinco. No puedo creer que nuestros amigos tengan la audacia de atacar en pleno día, pero, por otra parte, pueden confiar en tomamos por sorpresa apenas haya amanecido. Por si acaso, permaneceremos en nuestros puestos hasta las seis. ¿Puedes estar despierto para entonces?
—Difícil que me despierte más tarde de las cinco y media en estas mañanas claras, por muy tarde que me haya acostado —expliqué—. Supongo que es una costumbre de mis años en la India, cuando me levantaba con los gorriones.
—Una buena costumbre, además. Muy bien, entonces. A las seis en punto, ¿quieres entrar en la habitación de las muchachas y exponer tu barba al aire fresco de la mañana en la ventana queda al noroeste? Probablemente la confundiremos con el nido de un pájaro y procuraremos robarle los huevos. Pero una vez que la hayamos identificado debidamente, avanzaremos hacia la ventana y conversaremos contigo: Tendré tiempo de sobra durante la noche para discurrir lo que haremos cuando sea de día, si no sucede nada durante la noche.
—Si no sucede nada —refunfuñé mientras terminaba mi café—. Sin embargo, supongamos que suceda algo, ¿qué haremos entonces?
Thrupp gesticuló con las manos.
—No quiero sujetarme a ningún plan por anticipado, Roger. Somos todos personas de moderada inteligencia, por lo menos, y será un caso de improvisación de acuerdo con las circunstancias.
Si, aunque parezca imposible, alguien entra en la casa, no obstante nuestra vigilancia, tú y Barbary tendrán que sostener un sitio hasta que podamos ir en auxilio. Si, por otra parte, hacen la tentativa desde afuera, Haste y yo resolveremos si entramos y arrestamos tranquilamente a los intrusos o si disparamos desde el refugio. En este último caso tu tarea será impedir que las muchachas se pongan en nuestra línea de tiro, atisbando por las ventanas, y que tú también dispares a la retaguardia si se presenta la oportunidad. Hasta ahí, estoy preparado Roger. Como digo, no somos locos, y tenemos que hacer frente a las situaciones con la mayor inteligencia posible, como y cuando se presenten.
—Muy bien. Entonces, si no hay nada más que discutir, podemos preparamos. Se está haciendo tarde y debemos estar ya en posición. A propósito, si oigo tiros fuera de la casa y me encuentro con que está trenzada más gente de la que puedes enfrentar, ¿será mejor que llame a la policía local?
—Sí, siempre que tu teléfono siga funcionando. Sería interesante ver si han vuelto a cortar la línea. Pero, de cualquier forma…
Y en aquel punto ocurrió una de esas coincidencias que, sin duda, son el origen de proverbios de las series Habla el Diablo. Pues conforme Thrupp estaba hablando, el timbre del teléfono resonó estridentemente. La interrupción fue tan repentina, que durante uno o dos segundos nadie se movió. Luego Thrupp me hizo señas de que atendiera yo mismo al llamado y así lo hice.
—Habla Roger Poynings —anuncié con voz tan disgustada y tranquila como pude—. ¿Quién habla?
—¡Oh! ¿Es… Mr. Poynings? —inquirió una voz más bien vacilante del otro lado de la línea. La reconocí en seguida, y, en consecuencia, aumentó mi interés—. Perdone por llamarlo a estas horas.
—¿Quién habla? —interrumpí con una nota de convincente mal humor.
—Habla Custerbell, Mr. Poynings. Probablemente no recordará mi nombre, pero nos encontramos esta mañana…
—¿Custerbell? —Repetí el nombre principalmente para beneficio de los detectives, que se inclinaron simultáneamente—. Sí lo recuerdo, Mr. Custerbell. —Su voz me parecía familiar, pero no estaba seguro—. ¿En qué puedo servirle?
De nuevo otra pausa breve y vacilante.
—Es una enorme impertinencia llamarlo en esta forma —se disculpó al fin—; pero el asunto es que estoy en un apuro. Verá usted. ¿Recuerda lo que le dije esta mañana de una cita con mi amiga?
—Sí, recuerdo —dije pacientemente—. ¿Se encontró con ella al fin? Se equivocó y fue a Berrington o cosa parecida, ¿no?
—Hombre, no. Aparentemente no fue así. ¡Ahí está todo el asunto! Cuando lo dejé a usted yo tenía la seguridad de que se habría confundido, pero no pude encontrar rastros de ella en Berrington ni en ninguna otra parte del camino. Le aseguro a usted que he tenido un día infernal, Mr. Poynings. He estado recorriendo así todo Sussex para localizarla, pero parece ser que usted ha sido el único que la vió. Francamente, nunca vi nada tan misterioso.
—¡Qué cosa! —observé con negligente simpatía—. Me imagino que se cansó de esperarla y se volvió a la Capital. Si hubiera volcado en alguna parte, usted hubiera visto el auto o se habría enterado. Es algo extraordinario.
—Así es; completamente misterioso. De cualquier forma, como le digo, no debería molestarlo a usted con todo esto. Si hubiera tenido un poco de sentido, habría terminado con este asunto hace un rato largo, y me hubiera vuelto a casa. Pero… bueno… estoy bastante interesado en ella, ¿sabe?, y siento que no debo darme por vencido hasta que haya hecho lo imposible. Y al final (esto fue hace un par de horas), ocurrió lo único que faltaba. Mi auto se paró a millas y millas de todo lugar habitado, y rehusó continuar. Entiendo bastante de autos, pero me di cuenta en seguida de que nada podía hacer para arreglarlo. Así es cómo no tuve otro remedio que ir caminando hasta que mis piernas no dieron más. Por fin pude llegar de nuevo a Merrington.
—Ha tenido usted un lindo día, mi querido amigo —dije, pero al mismo tiempo que hablaba, yo había conseguido un cuadernillo para escribir, y pude escribir en él para beneficio de Thrupp: «C está a punto de pedirme albergue para dormir esta noche. ¿Qué contesto?».
Y mientras el detective leía esto y escribía a la ligera algunas palabras, yo volqué en el teléfono un torrente de charla amable, pero que no venía a cuento.
—No hay esperanza de poder volver a la Capital esta noche —Custerbell prosiguió cuando al fin pudo meter baza—. Y lo peor del caso, Mr. Poynings, es que la Green Maiden, desde donde estoy hablando, no tiene habitación disponible. Según dice el dueño, están durmiendo en la misma cama hasta tres personas. Es esta ola de calor la que echa a la gente de la Capital. De cualquier forma…
En este punto Thrupp, que indudablemente había escuchado la sustancia del asunto, susurró en mi oído: «Dile que pueden darle la habitación de Mr. Openshaw». Tardé un segundo en recordar quién era Openshaw, pero en, seguida comprendí, y asentí con la cabeza.
—Mire —interrumpí las lamentaciones de Lowe—. Yo puedo ayudarlo.
—¡Oh!, sería una gran amabilidad. ¿Está usted seguro de que puede conseguirme habitación?
—Un momento —insistí—. En rigor no le estaba ofreciendo una habitación aquí. Lo haría si pudiera. Pero escuche: si hubiera llamado una hora antes le hubiera dado la habitación reservada, pero por desgracia alguien llegó antes, un señor llamado Openshaw que paraba en la Green Maiden, y a quien insistí para que viniera a dormir aquí. Es un viejo amigo mío, ¿sabe usted?, y vinimos a encontramos inesperadamente. Bueno, el asunto es que Openshaw tiene una habitación en la Green Maiden que no va a usar esta noche, y tengo la seguridad de que con mucho gusto se la cederá. Si espera un, momento voy a preguntarle.
—Pero esto no puede ser. Quiero decir que, yo no puedo permitir…
—No se preocupe —exclamé cordialmente—. Openshaw no va a tener inconveniente alguno. Espere un momento mientras le habló, aunque tengo la seguridad de que no va a poner la menor objeción.
Y con esto, aparté el receptor de mi oído, coloqué una mano sobre el micrófono e hice una sonrisa amable a mis compañeros. Me sonrieron éstos a su vez, y Thrupp murmuró en mi oído algunas palabras. Hablé de nuevo con Custerbell.
—Dice que estará encantado —le comuniqué—, y sugiere que, para que no tenga usted inconveniente alguno, él llamará al dueño para decirle que no dormirá ahí esta noche y que le cede a usted su habitación. ¿Qué? ¡Tonterías!, mi querido amigo. Encantado de poder haberle sido útil. Si quiere tener la amabilidad de llamar al dueño…
Custerbell, para hacerle justicia, consiguió ocultar bastante bien su mortificación, pero sus gracias algo incoherentes no me engañaron. Dos minutos después, Haste había arreglado el asunto manteniendo una breve conversación con el dueño, y Custerbell se encontró en legal posesión de la habitación desocupada por el detective.