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CINCO minutos más tarde, después de una animada discusión con Thrupp, lo dejé bajo la sequoia y entré en la casa. Encontré a las dos mujeres en mi dormitorio, y las ansiosas miradas con que me saludaron me hicieron ver que temían lo peor. Tuve que confirmar sus temores, pero no di importancia al descubrimiento de Thrupp, y presioné a Bryony para que le concediera la entrevista. Pero la simple sugestión de ello llevó el pánico a sus ojos. Después siguieron las lágrimas, y a todas mis súplicas contestaba con aterrorizadas negativas. En vano procuré asegurarle que no tenía nada que temer de Thrupp, cuyo solo deseo era ayudarla a salvar la vida. Mi prima me apoyó muy noblemente, pero ninguno de los dos pudimos hacerla cambiar de actitud. Sea lo que Thrupp pudiera decir, ella estaba definitivamente asustada de encontrarse con él.

Fracasando las súplicas y los razonamientos, pretendí recurrir a la coerción. Si —yo dije— ella persistía en sus negativas, tendría que considerar yo muy seriamente si podría seguir proporcionándole asilo. No era convencionalista, pero me desagradaba dispensar hospitalidad a personas que esquivaban encontrarse con la policía. Bryony, en una repentina explosión de cólera, me conjuró a que dispusiera de mi casa, de mi hospitalidad y de mis policías. Hasta me exhortó a que me tirara por la ventana y anunció que se marcharía sin esperar siquiera a ser espectador de este despliegue acrobático. En resumen, se hubiera ido del cuarto y marchado escaleras abajo si Barbary no la hubiera detenido firmemente por la muñeca y arrastrado hacia atrás. Por un momento pareció como si fuera a producirse una viva pelea y estaba yo a punto de intervenir, cuando mi prima, como un relámpago, me hizo seña de que me fuera. Me fui dando un portazo.

Thrupp pareció serio cuando le informé de mi fracaso, pero en seguida se encogió de hombros filosóficamente.

—Bien; no podemos obligar a nadie a aceptar la protección de la policía contra su voluntad, Roger, pero al mismo tiempo estoy completamente convencido de que esta joven necesita muchísima más protección que el noventa por ciento de la gente que acude a la Yard. Tú la retendrás, ¿no es cierto?, contra su voluntad, si es necesario. Sí, ya sé que esto es ilegal, pero te apoyaré en el caso improbable de que ello diera lugar a dificultades. Supongo que no tendrás inconveniente en improvisarme una cama para esta noche.

—Encantado, mi querido amigo. Me quitaría un gran peso de encima si te quedaras. Tenemos tres dormitorios desocupados, y Barbary siempre tiene todo listo.

—Gracias. Sin embargo, no creo que vaya a molestar con un dormitorio. Me parece que sería prudente estar sobre aviso esta noche.

—Entonces, ¿es serio el asesinato?

—En realidad, probablemente no, pero no quiero correr riesgos. La precaución excesiva es un defecto en mi profesión en estas ocasiones. A propósito, no se debe dejar dormir sola a esta joven.

Brevemente expliqué las disposiciones que había tomado para pasar la noche: Barbary y Bryony compartirían la cama de dos plazas de mi propio dormitorio, mientras yo haría uso de la habitación contigua, que acostumbra a usar mi prima.

—Pero —agregué— no voy a permitir que estés levantado toda la noche tú solamente, amigo Thrupp. Nos turnaremos, y así el que no esté de guardia puede descansar.

Thrupp movió la cabeza negativamente.

—Muy razonable lo que dices, pero completamente innecesario —dijo—. No estoy solo en este asunto, ¿sabes? Ciertamente, vine manejando solo como para dar la impresión de que estaba de paseo, pero tengo un colega en la población. Si llamas por teléfono a Green Maiden y preguntas por Mr. Openshaw te encontrarás conversando con el detective sargento Haste, un hombre íntegro, entre paréntesis. Le echaré mano en seguida y entre los dos nos repartiremos los turnos de la noche, mientras tú te acuestas en la habitación contigua. ¿Qué te parece?

Asentí.

—Tú —dije—, desde ahora diriges el espectáculo, querido Thrupp, y yo estaré encantado de hacer lo que me digas, aunque no veo por qué he de irme a dormir cómodamente, mientras que tú y Haste estarán levantados. Por otra parte, me parece muy buena idea que alguien esté cuidando continuamente a las jóvenes.

—Precisamente —dijo Thrupp, levantándose con lentitud—, y tú, sin duda, eres el hombre indicado. Bueno, voy a telefonear para que Haste esté aquí al anochecer. Supongo que el teléfono está todavía en el mismo sitio, ¿no? .

Afirmé con la cabeza y pensativamente lo contemplé mientras se encaminaba con lentitud hacia adentro. Yo tenía mucho que pensar, y mi cerebro estuvo tan activo durante algunos minutos que al principio no me di cuenta del tiempo que empleó en telefonear. En rigor, transcurrió casi un cuarto de hora antes de que apareciera, y aunque su aspecto parecía bastante indiferente, sus ojos me dijeron que algo le había inquietado. Pero volvió a sentarse y se sirvió más cerveza antes de hablarme sobre el asunto.

—El caso se complica —dijo tranquilamente un momento después—. Puede que te interese saber que algún granuja, premeditadamente, ha cortado los alambres del teléfono donde salen de la casa, a la vuelta. Como sé lo defectuosas que son las comunicaciones en el interior pasó algún tiempo antes de que me diera cuenta de ello.

—¡Diablos! —exclamé excitado—. ¿Estás bien seguro?

—¡Claro que lo estoy! Revisé el cable interno en toda su longitud, y no encontrando nada anormal saqué la cabeza por la ventana de la despensa y miré hacia arriba. El corte probablemente no se ve desde afuera por la enredadera, pero desde abajo se nota claramente. ¿Qué te parece esto?

—Pues —repliqué—, parece como si alguien quisiera empezar ya el acto. En todas las obras de Burt y en una o dos mías, el corte de los alambres telefónicos es el tiempo preliminar establecido para hacer toda clase de crueldades. Y también señalaría que los villanos de Burt son los superiores intelectuales y que yo ciertamente nunca hubiera cometido error tan infantil.

—¿Cómo error?

—¡Hombre!, cualquier tonto sabe que si alguien va a cortar la comunicación es una cosa elemental que debe hacerlo lo más tarde posible y no con horas de anticipación. Hay siempre la probabilidad de que la víctima necesite el teléfono, como nosotros ahora, y que habiendo descubierto la maniobra se ponga en guardia. Ha sido una suerte que hayas tenido que comunicarte con el sargento, ¿verdad?

Thrupp gruñó un asentimiento, pero antes de que pudiera discutir el asunto, un fuerte grito de Barbary nos hizo mirar bruscamente hacia la casa. Barbary estaba en la puerta y nos hacía señas. Nos levantamos y fuimos hacia ella.

—Es hora de comer —nos dijo—. He encerrado a la joven en su cuarto, Roger, con media gallina fría, una botella de ginebra y jugo de lima, así es que por un rato no tenemos que preocuparnos por ella. Y a propósito, pensé que sería mejor comer afuera para estar listos en caso necesario, aunque no puede suceder nada todavía. ¿No es cierto, Me. Thrupp?

Thrupp parecía dudoso.

—No me fiaría mucho —dijo al sentarnos a la mesa.

—Sé que el ultimátum oficial vence a medianoche, pero no me fiaría ni media pulgada de estos granujas. Por lo que sé de ellos, podrían hacer el chiste de darle tiempo hasta medianoche y después dar el golpe a las once. ¿No ha podido conseguir usted algunos detalles de ella, Barbary?

—Ni uno. Y a propósito, esto me recuerda que estoy absolutamente a obscuras en el asunto, aunque ustedes parecen haberlo pasado por alto. Ha sido todo tan precipitado desde que Roger me llamó por teléfono que no he tenido tiempo de descubrir nada. Antes de que sigamos más adelante debo insistir en que se me diga todo lo que saben ustedes. Es lo que corresponde, y tú me lo prometiste, Roger.

—Muy acertado —replicó Thrupp—. Podría agregar que yo mismo apreciaría muchísimo una detallada relación de todo lo sucedido. Necesito saber todo lo que te ha dicho Miss Hurst, y una relación completa de todas tus andanzas en ese bodegón. Hay una probabilidad de que ella haya dejado escapar algo que pudiera ajustarse a lo que ya sé y dar sentido a algunas cosas que ahora parecen tonterías. Y antes que nada, Roger, me gustaría saber, en primer lugar, cómo vino Miss Hurst a pedirte ayuda, cómo la conociste y por qué te eligió a ti entre todos sus amigos para salir del lío en que se ha metido. Esto no es curiosidad frívola o vulgar. Puede resultar muy importante que sepamos la historia desde el principio. Y no necesitas ahorrarte nuestros rubores ni los tuyos.

—Tienes una imaginación bien sucia —rezongué, mientras me servía ensalada.

—De cualquier forma estás completamente equivocado, pues no me encontré con Bryony en esa forma.

Luego, entre bocados hice una larga, detallada y consecutiva narración, empezando con una delicada referencia a mis juveniles indiscreciones con la pobre Lulú, y saltando desde allí hasta que recibí la carta de Bryony el día anterior. Describí mis dudas respecto a la procedencia y autenticidad de la carta, mi indecisión respecto a si debía acudir a la cita o no, mi eventual rendición a la curiosidad. Conté mi sudorífico viaje a la taberna The King of Sussex, la llegada de Bryony, su monstruosa sugestión de que yo podía ser su padre, y todo lo que ella había relatado, y las conclusiones a que yo había llegado durante mi larga permanencia en la taberna. Mencioné la visita del rubio Custerbell Lowe y de la significativa conversación que yo había mantenido con él.

Dilaté, en beneficio de Thrupp, el relato de mi decisión de buscar a Barbary, y del proyecto que habíamos elaborado para poner reservadamente a salvo a Bryony en Gentlemen’s Rest. Narré en detalle nuestra presencia en Compline (sin omitir siquiera los menudos incidentes del agua bendita y del siete dominante) y destaqué debidamente el terror de Bryony al ver la «Bestia Rubia» (a quien describí lo mejor que pude) en el fondo de la iglesia. Aunque no parecía venir al caso, entré en particulares sobre nuestra subsiguiente conversación con el Padre Prior, y de cómo vine a tomar prestado al perro Smith, siguiendo mi relato hasta el fin, con el hecho de nuestra consternación cuando Barbary nos salió al encuentro en la puerta del túnel y nos dijo de la llegada de Thrupp.

No tengo la pretensión de ser un buen narrador, pero en mi propio beneficio como en el de los demás, hice todo lo posible para asegurarme que no había omitido nada de la historia. Los acontecimientos se habían desarrollado tan rápidamente en las pasadas diez horas que aproveché la oportunidad para poner en ellos un poco de orden.

Mis dos oyentes me escuchaban con atención; Barbary con perplejidad, pero Thrupp con una especie de satisfacción. Era evidente que él sabía bastante más que yo de los antecedentes del asunto, y llegué a la conclusión de que mucho de lo que me había dicho se ajustaba bastante bien a lo que él sabía. Varias veces durante el desarrollo de mi relato vi en sus ojos un significativo resplandor, y más de una vez asintió comprensivamente a algo que para mí no tenía sentido alguno.

Terminé, al fin; me refresqué con un gran trago de whisky y soda, y me repantigué con fruición, agradablemente consciente de una tarea bien cumplida. Thrupp no me había interrumpido ni una sola vez, y ahora estaba yo a la expectativa de un interrogatorio astuto y amplio. Pero cuando al fin rompió el silencio con algunas palabras, éstas parecían más bien un simple comentario que preguntas que requerían contestación, y así, ante mi gran asombro, simplemente se reclinó en su silla, se acarició la barba y mirando abstraído las grandes vigas de roble del techo, murmuró:

—Así que tomó agua bendita…

En este preciso instante resonó agudamente el timbre de la puerta de entrada, tan repentina e inesperadamente que los tres saltamos de nuestros asientos.