LOS SEGUNDOS se sucedían y los tic-tacs de mi cerebro se sucedían más rápidamente aún. Muy pronto había llegado yo a ciertas decisiones.
—Mira, Thrupp —dije—. Todo esto me ha colocado en una situación embarazosa. ¿Te das cuenta?
—Sí, condenadamente embarazosa. Me imagino que tu primera dificultad es que has prometido a Miss Hurst ocultarnos sus andanzas a nosotros, la policía, así como a los demás; y que, por consiguiente, no puedes admitir nada de lo que he dicho o sugerido, sin romper tu promesa. ¿No es así?
—Exacto. Supongo que de hecho la he roto al admitir que ésta es mi dificultad. Estrictamente hablando, yo debería seguir manteniendo con firmeza que nunca la he visto. —Se me ocurrió un pensamiento, y lo expresé—. Suponiendo que te diga que nunca he oído hablar de Bryony Hurst, y que tampoco la he visto, y que niegue con indignación tu absurda sugestión de que ahora está escondida en mi propio dormitorio, ¿qué vas a hacer? ¿Tienes una orden de allanamiento?
Se sonrió y me dio unos golpecitos en la rodilla.
—Pareces salido de la pluma de Stanley Weyman cuando se te eriza la barba así, Roger —sugirió.
Naturalmente que no tengo una orden de allanamiento, bobo. Por mí y por lo que toca a la Ley puedes tener todo un ballet ruso en tu dormitorio, siempre que no se necesite a ninguno de ellos por ofensa criminal, en cuyo caso serías culpable por ampararla. No me interpretas, querido amigo. Necesito saber dónde está Bryony Hurst y necesito tener con ella una corta conversación.
Pero te aseguro que necesito estas dos cosas pura y simplemente para su bien. No intento arrestarla ni cosa por el estilo.
Sentí un gran alivio en todo mi ser.
—¿Eres sincero?
—Puedes estar seguro, Roger.
—Entonces, ¿ella no ha hecho nada malo?
Hizo un gesto con los labios.
—Técnicamente, puede que sí, pero no la necesitamos para nada, te lo prometo.
—La conoces, ¿no es cierto? —proseguí.
—La he visto dos o tres veces. Eso es todo. Ya hace algún tiempo.
—Entonces, estrictamente hablando, me llevas ventaja, Thrupp. Hasta ahora nunca la he visto desde que era una chiquilla. Dime qué piensas de ella.
Thrupp estuvo un momento sin contestar y después su fraseología me alarmó.
—La considero más bien una joven ligera, como dirías tú —decidió—, pero con todo, simpática.
Moderna, viciada del todo, probablemente sin moral alguna, y sin embargo, aun aparte de sus encantos, es la clase de joven a la que es un placer conocer. Hablando simplemente como varón; la encuentro extraordinariamente atractiva.
Asentí con la cabeza y le hice otra pregunta:
—Y hablando como detective, ¿no tienes nada contra ella? —inquirí.
—Ya te he dicho, Roger, que no la necesito para nada, lo que no es completamente lo mismo.
Estrictamente hablando y completamente entre nosotros, pienso que no sería difícil encontrar uno o dos cargos contra ella, pero son de tal naturaleza, que nunca recurrimos a ellos a menos que se nos obligue. Y de cualquier forma, no vienen al caso ahora. En realidad, naturalmente —agregó—, lo mejor que podría sucederle es que levantáramos algún cargo contra ella. Pero no quiero hacerla sino como último recurso.
Lo contemplé perplejo.
—Mi querido Thrupp, ¿qué demonio quieres decir con ello? —murmuré.
—Quiero decir —contestó ceñudo y sin vestigio de su acostumbrada sonrisa— que una celda sería el lugar más seguro para ella precisamente ahora. En rigor, en mis momentos más sombríos, me parece qué las únicas alternativas para ella son una celda o un ataúd.
—¿Eh?
—Hablo en serio, Roger, muy en serio. Sé que no te gusta el melodrama y lo mismo me pasa a mí, pero te aseguro qué el problema que me preocupa ahora es si tu dormitorio constituye o no una tercera alternativa posible. Si es así, es ciertamente más confortable que cualquiera de las otras dos. Pero, francamente, lo dudo.
—¿Quieres decirme que Bryony —interrumpí urgentemente— está en un enorme peligro? ¿Qué esa gente, quien quiera que sea, está dispuesta a matarla, a sangre fría? ¿Dudas, ahora que mi dormitorio, con Barbary y yo como cuidadores, sea un refugio seguro para ella? Mi querido Thrupp…
—Quiero decir todo eso —replicó tranquilamente—. Mi querido Roger, no tienes ni la más ligera idea de dónde te has metido.
—Pero ¡gran Dios!, ¿porqué? ¿Qué ha hecho ella?
—¿No te lo ha dicho?
—Ni una sola palabra. Estoy tomando su historia en confianza. En parte, supongo, porque soy un idiota, y en parte porque su madre fue en un tiempo una buena amiga mía. Te aseguro, Thrupp, que al principio pensé que me estaba engañando, pero de una forma u otra, sin presentar la más mínima evidencia verosímil se las arregló para persuadirme de que no era engaño. Pero todavía no me ha hecho la más mínima insinuación del asunto, y estoy completamente a obscuras. ¿Conoces la historia anterior?
Thrupp se contempló las uñas pensativamente.
—Digamos que puedo hacer una especie de conjetura —replicó—, y si accidentalmente estoy en lo cierto, lleva un largo tiempo explicar por qué tu joven amiga no se confía en ti. Me imagino que no está avergonzada y no quisiera ser indebidamente reticente sobre la mayor parte de las cosas, pero puedo ver perfectamente que si mi suposición es correcta, ella se cortaría la lengua antes de reconocerlo.
—Dímelo —dije de repente. Pero Thrupp movió la cabeza negativamente.
—Todavía, no —dijo—. Después de todo, puede ser que me equivoque. Y de cualquier forma, ello no afecta tu situación.
—Pero ¡demonio!, ¡claro que la afecta! —grité exasperado—. Me he comprometido a cuidar de esta mujer, Thrupp, y cuando yo me propongo hacer una cosa, no paro hasta el fin. Y siendo así, me parece que si hay alguien que tenga títulos para saberlo todo, ése soy yo. Mira, hombre: no soy ni una muchacha ni un tarado mental, y tampoco lo es Barbary. Ya tengo decidido que hay algo deshonroso, pero no soy ni un pimpollo ni una lila. Como tú dices, puede que Bryony tenga alguna excusa que le impida decirme exactamente qué le sucede, aunque no sea más que porque somos extraños y de diferente sexo. Pero tú no tienes excusa alguna para ocultármelo. Los dos somos, hombres hechos y derechos, y supongo que no hay mucho que no sepamos del lado peor de la vida.
No podrías escandalizarme, aunque te lo propusieras.
Thrupp volvió a encender su pipa, que se había apagado.
—No me siento inclinado a hacer el experimento, Roger —dijo—, y lo lamento, pero en el estado en que se encuentran los procedimientos no puedo entrar en detalles, aunque no sea más que porque todo el asunto es en gran parte conjeturas. Solamente diré esto (y lo digo porque no quiero que sigas pensando demasiado mal de esa chica): que aunque el asunto en que creo está mezclada es, como tú supones, bastante sucio, ella misma está en este enredo, principalmente porque ha reconocido su suciedad y ha rehusado contaminarse. Por desgracia su conocimiento de la verdad, agregado a la negativa de ser contaminada la ha puesto en una situación imposible. Además, para empeorar las cosas, un resto de decencia (de nuevo me sobresalté al escuchar que Thrupp usaba otra frase mía) la inspiró a hacer activas diligencias para exponer a la luz del día la desvergüenza de los otros. Esto, naturalmente, firmó y selló su sentencia de muerte, como se dice en los libros, y ahora ha llegado el momento de poner en ejecución la sentencia, a menos que podamos salvarla. Bueno, no pensaba decirte tanto, Roger, pero lo he hecho porque, como te digo, se debe a Miss Hurst el que sepas que es relativamente inocente comparada con los otros. Ha sido una locuela, ¡oh!, una locuela perfectamente sangrienta, pero se ha detenido de repente al borde del precipicio en vez de atravesarlo con el resto de los puercos gadarenos.
Después de un corto silencio, dije:
—Thrupp, los puercos gadarenos estaban poseídos por los demonios, ¿no es cierto?
—Espíritus impuros. Y su nombre era «Legión» —murmuró Thrupp, hurgando su pipa con un tallo de hierba—. Pero como escritor, deberías saber algo más que tomar los símiles y metáforas demasiado literalmente, Roger. No estoy haciendo una relación ya preparada, y la alusión a cerdo vino instintivamente al través de la imagen algo vulgar de un precipicio. De cualquier forma, todo ello está fuera de la cuestión. Y la cuestión es cómo estamos y qué es lo que vamos a hacer.