NUEVAMENTE volvió el color a sus mejillas, y con sus ojos sonreía como disculpándose, cuando cerré con llave la consola, giré sobre el taburete del órgano y me preparé para llevar a ejecución la siguiente parte de mi plan. Se había puesto de nuevo la mantilla, además, y me oprimió ligeramente el brazo conforme empezábamos a descender la escalera de caracol. Correspondí a su sonrisa y momentos después habíamos vuelto a ganar el claustro.
Los canónigos regulares de St. Hilary no constituyen una Orden «cerrada» y por consiguiente no hay objeción rigurosa y estable que impida a los seglares entrar en los claustros, siempre que se justifique su permanencia allí. No son bien recibidos los turistas de Cook y las caravanas, aunque siempre encuentra favorable acogida un cortés pedido de autorización para contemplar el jardín y los paseos del claustro, si se hacen en momento oportuno. Barbary y yo tenemos el privilegio de entrar durante las horas del día. Barbary, como organista de la Comunidad y yo como inquilino de Gentlemen’s Rest. Pero cuidamos escrupulosamente de no apartamos nunca, sin una invitación especial, del camino directo entre la galería del órgano y la puerta lateral.
Aquella noche, estando ansioso por hacer entrar a Bryony en casa con la mayor reserva posible, tuve aún menos inclinación que de costumbre a hacer «eses». Bryony, sin embargo, reveló todavía otra faceta de su carácter cuando, se extasió ante la extraordinaria llamarada de color que presentaban los canteros de flores en el jardín donde grandes masas vivientes de flores pasadas de moda y de gardenias convergían desordenadamente sobre la fuente central coronada por una estatua. El jardín de la Parroquia de Merrington es verdaderamente uno de los más hermosos de Sussex, y aún a esta avanzada hora las abejas estaban, literalmente, zumbando. El entusiasmo de Bryony era contagioso, y yo me detuve junto a ella.
Y así sucedió que en vez de escapar sin ser vistos de los claustros, fuimos en cambio interceptados y capturados por el Padre Prior y el perro Smith. Justamente cuando habíamos alcanzado la puerta lateral y estaba yo a punto de abrirla, sobrevino un gran alboroto, en parte humano, pero principalmente canino, desde el claustro que corría perpendicularmente al lugar en que nos encontrábamos. La pobre Bryony se detuvo como paralizada y me agarró el brazo, aterrada. No había por qué censurarla ya que la concatenación de estruendos era nueva para ella, y por consiguiente, aterrorizadora. Yo ya estaba familiarizado y conocía los secretos de su orquestación, por decirlo así; pero para cualquier extraño que la oyera por primera vez y que al mismo tiempo no pudiera discernir su origen, el efecto podría sugerir poco menos que un rebaño de toros o elefantes aullando un desafío a las cataratas del Zambesi. En realidad, su origen es mucho más doméstico, pues consistía simplemente en que el Padre Prior se sonaba la nariz y en que el perro Smith aullaba una simultánea fusilería de protestas, todo ello extraordinariamente revuelto y amplificado por la curiosa acústica de los claustros.
Es esencial que sin demora sean presentados al lector estos recién llegados:
El muy reverendo Padre Plácido C. R. H., Prior de Merrington, es un hombre alto y delgado, que parecería más alto de lo que realmente es, si no fuera por la costumbre de inclinar la cabeza hacia adelante y hacia abajo, presentando generalmente el aspecto de un surrealista signo de interrogación. Es el hombre mejor, más cariñoso y más santo que he conocido, pero su aspecto parecería haber sido modelado con gran exactitud sobre la concepción de Kensit acerca de un inquisidor general del medievo. Su cabeza larga y estrecha, con una frente enormemente alta y ojos grises profundos. Su nariz es larga y gibosa, y cuando la suena, resuena casi como un graznido.
Esto lo hace con frecuencia y una piadosa tradición dice que cuando el viento está en el cuarto derecho se puede escuchar el sonido en la Parroquia próxima.
Hay quienes, irreflexivamente, afirman que el Padre Plácido es un santo, pero yo sé mejor.
He examinado el asunto desde todos los ángulos, y estoy convencido de que, en realidad, no es otro que el Arcángel San Gabriel, y que su nariz es la trompeta del Juicio Final. En Merrington practica para el Día del Juicio, pues, como el profeta Belloc tan claramente lo ha probado, ese temido día el mundo entero será completamente destrozado y consumido por el fuego, con excepción de nuestro gran reino de Sussex, el que será preservado milagrosamente.
Pero en cuanto al perro Smith, la única teoría que me he aventurado a formular se refiere a sus antepasados y ella no es una teoría cortés. En resumen, no ensuciaré las castas páginas de este libro ni siquiera sugiriendo los tenebrosos y privados hechos que deben haber mancillado los anales caninos de Merrington con el correr de los tiempos para producir el «perro» Smith. Me contentaré con decir que es de forma completamente cuboide, excepto su cabeza que es rudamente parabólica. Sus patas son cortas y combadas, y su cuerpo a veces barre literalmente el suelo. Con todo esto es un perro grande y escandaloso, y con sólo observar sus ojos bizcos y astutos y sus fuertes colmillos, se da uno cuenta de que allí por lo menos no hay un «camarada del ladrón». Barbary, que tiene gran imaginación, dice que en realidad es un bulldog al que se olvidaron de hacerle entrar la cara.
Sin embargo, con toda su feroz apariencia y su voz formidable, cuando se llega a conocerlo, se aprecia que el perro Smith es un animal juguetón y de buen genio, con una pronunciada inclinación a la religión. Si se me pregunta quién es el dueño, estaré obligado a generalizar y a contestar que pertenece a Merrington más bien que a un individuo, pero durante los dos últimos años ha estado durmiendo y comiendo dentro de los sagrados recintos de la Parroquia. Empezó a vivir, si uno va a creer todo lo que oye, como custodio o perro guardián de la hermandad anglicana en el convento, fuera de la población. Pero poco tiempo después, objetando razonablemente la dieta de desperdicios de pescado con que se le regalaba los días de abstinencia, y encontrando, por consiguiente, que el ritual practicado allí no era del todo canónigo, abandonó el convento y entró al servicio de un pastor no conformista, quien, inconsideradamente se murió al cabo de algunos meses. De sus subsiguientes vagabundeos corporales y espirituales en las casas religiosas no tengo antecedentes precisos, y solamente puedo decir que desde hace algún tiempo ha estado ensayando su vocación como un canónigo regular de St. Hilary. Oficialmente, ni a las mujeres ni a los perros se les permite entrar en los claustros, pero mientras que la regla se cumple bastante estrictamente respecto a las mujeres (excepto para Barbary y algún turista ocasional) parece, estar considerablemente relajada a favor del perro Smith.
Smith parece adaptarse bastante bien a los principales aspectos de la vida de la comunidad, pero no está del todo reconciliado con el trompeteo de la nariz del Padre Prior. Acaso sería más correcto decir que considera dichos trompeteos como una especie de responso litúrgico y que reclama, expresamente, su propia participación. Sea como fuere, hay algo que definitivamente recuerda el versículo y su respuesta en las exclamaciones antifonales del Prior y del perro.
Nos vieron cuando daban la vuelta a la esquina del claustro, y se dirigieron a nosotros, cada uno de acuerdo con sus modalidades. Así, el perro Smith se detuvo en medio de sus ladridos, bajó la cabeza, y se lanzó a la carga, dando la impresión de un tanque. Esto hizo dar un chillido de terror a Bryony. Cuando el perro se detuvo de golpe a un pie de distancia, Bryony se dio cuenta de que su actitud era completamente amistosa. El perro Smith no tiene cola y por eso da la impresión de que todo su cuerpo ondula ligeramente. Se movía babeando y emitiendo toda una serie de amistosos jadeos y resoplidos.
El Padre Prior también bajó la cabeza, pero se acercó a un paso más digno, Sus labios secos y placenteros estaban caídos, como si quisieran sonreír cínicamente al contemplar a Bryony.
—¡Ah! —exclamó con una voz profunda y rezongona mientras se acercaba a nosotros—, mujeres en los claustros, Sombras de María Monk y de las pequeñas mujeres jesuitas. Un nuevo papa Joan. El último señuelo de la Mujer Escarlata…
Sonreí burlonamente y le estreché la mano.
—Permítame presentarle a la Srta. Hurst, Padre Prior, una amiga… de Barbary. Bryony, acérquese al Padre Prior.
—¡Oh!, sí —dijo vivamente el Padre Prior, extendiendo a Bryony una mano larga y huesosa—. Naturalmente tendría que ser una amiga de su prima. No de usted, no. El querido Roger no tiene amigas señoritas, naturalmente.
Estrechó la mano de mi compañera y de nuevo la miró apreciativamente.
—Muy encantadora, en verdad, ¿es la señorita Hurst… de… la Congregación de la Fe, Roger? —Inquirió.
—¡Ah!, sí —farfullé.
—Pero una fiel mirada pagana —observó el Prior astutamente, desplegando una inesperada familiaridad con la mejor producción de Strong—. Bien, bien. Esto lo explica, naturalmente.
—¿Qué es lo que explica? —pregunté. Bryony estaba extrañamente muda.
—Las séptimas dominantes —respiró el Prior con suavidad, mirando el policromo jardín—. Muy distraído, Roger, muy distraído; naturalmente comprensible, en las circunstancias. Estas flores son realmente hermosas, ¿no es cierto, Miss Hurst?
—¿Cuáles? —repitió Bryony, hablando por primera vez—. ¡Ah!, ¿se refiere a esas flores malva y rosa? Sí, son muy hermosas.
—Y todo por dos peniques de semilla de Woolworth. Es notable. ¿Es ésta su primera visita a Merrington, Miss Hurst?
—Sí, Padre Prior.
—Supongo que habrá venido solamente por un día.
—Creo que voy a estar algunos días, ¿no es cierto, Roger?
—Por lo menos una semana —confirmé—, o más tiempo, si le gusta.
—¡Ajá! —dijo el Padre Prior, y jugaba con su escapulario rojo oscuro—. Bien; tengo entendido que la Green Maiden es muy confortable. Sin embargo, es una lástima que no avisara usted su llegada, pues entonces Miss Poynings no se hubiera ido a pasar el fin de semana, y podía usted haber permanecido en Gentlemen’s Rest.
En la empinada cabeza del Padre Plácido se habían posado algunas moscas. Tuve que sonreír.
—Barbary está de vuelta —dije, percibiendo la señal de desasosiego en los ojos de Bryony— o por lo menos ya debería estar. La carta de Miss Hurst llegó después que se había marchado a Pease Pottage. Le hablé por teléfono y vuelve esta noche.
—¡Ajá! —exclamó el Padre Prior otra vez, mirándonos radiante—. Entonces todo va bien. Bueno, no debo retenerlos. Muy encantado de haberla conocido, Miss Hurst.
El perro Smith, sintiéndose abandonado emitió un suave ladrido, y plantó sus patas delanteras sobre el estómago de Bryony, obligándola a retroceder un paso. Entre el Prior y yo contuvimos su vehemencia, pero el incidente me sugirió una idea. Como espectáculo, el perro Smith está lejos de ser ornamental, pero es bien conocido como incomparable perro vigilante.
Mi mano derecha estaba todavía sobre el brazo de Bryony, y con él le di un subrepticio apretón para asegurarle que le agradaría lo que yo iba a decir.
—Estrictamente entre nosotros, Padre Prior; —empecé bajando la voz—, nuestra amiga se encuentra en una situación un tanto incómoda. Prescindiendo de los detalles, lo esencial es que ha venido aquí escapando a las impertinentes atenciones de cierto hombre. Por esta razón vino algo precipitadamente, si es que necesita usted saberlo, y por esta misma razón, voy a hacerla pasar reservadamente a casa por Abbots Lodging y el pasaje subterráneo en vez de hacerla entrar por la puerta principal. ¿Comprende usted la idea?
La única contestación del Padre Prior fue sacar un enorme pañuelo rojo y hacerlo sonar como una trompeta, a la manera del cuerno de Guthrum el Danés. El perro Smith ladró como un sabueso agonizante, torciendo su cuerpo exaltadamente.
—Por desgracia —proseguí cuando el barullo hubo disminuído— tenemos razones para creer que el hombre en cuestión la ha seguido hasta aquí, y que es probable que la localice. En ese caso puede producirse alguna perturbación, cuanto menos, algo desagradable. Y por lo que Bryony me dice, es un individuo de esos que no tendría escrúpulos en entrar por una ventana durante la noche, si viera en ello alguna probabilidad de lograr lo que se propone. En este tiempo no podemos tener cerradas todas las ventanas, y no desearía estar en vela esperándolo toda la noche. Y estaba pensando, Padre Prior, si usted tendría inconveniente en prestarme el perro. Es un animal inteligente, a su manera, y si podemos meterle en la cabeza que tiene que dar la alarma si alguien intenta entrar, podría evitamos muchas molestias.
El Padre Prior hizo con manos y hombros un ademán de indiferencia.
—Mi querido amigo, el perro Smith es tan suyo como mío —declaró—, y en rigor es tanto más así cuanto que hice voto de pobreza, y por consiguiente, no tengo posesiones personales. Lléveselo y téngalo todo el tiempo que quiera. Como Custus Emeritus de una hermandad Anglicana tendría que saber sus deberes y servirle bien, y no tengo la menor duda de que cumplirá noblemente sus funciones de proteger la persona y la virtud de Miss Hurst. —Puso gentilmente su mano huesosa sobre el brazo desnudo de Bryony, y atrajo hacia ella la atención del perro—. Cuídala, Smith —instruyó brevemente.
Un centelleo de conocimiento resplandeció en los ojos del animal que quedó allí. Permaneció tieso y gruñó suavemente, temblorosas sus ancas expectantes.
Un minuto después, habiéndonos despedido del Padre Prior ya recibido su bendición, salimos los tres del claustro y nos dirigimos hacia Abbots Lodging. Smith, al frente, se daba gran importancia.