SI EL lector ha recorrido pacientemente todo este asunto descriptivo habrá ahora alcanzado a comprender mi proyecto de hacer llegar secretamente a Bryony a Gentlemen’s Rest, sin que alcanzara a verla cualquiera que estuviera acechando desde el exterior.
Los domingos por la tarde, los fieles, después de todo, van a la iglesia para la Bendición, y mis providencias para hacer las veces de Barbary como organista, vinieron a las mil maravillas, puesto que se llega a la enrejada galería del órgano no desde la nave de la iglesia, sino por un rincón de los claustros, donde no se admite al público. Por consiguiente, durante el servicio, Bryony estaría a salvo conmigo en la galería del órgano, y después nos deslizaríamos a los claustros por la puerta lateral, siguiendo el camino cubierto que conduce a Abbots Lodging, y desde allí por el pasaje subterráneo a los sótanos de Gentlemen’s Rest donde Barbary estaría esperándonos. Sin embargo, yo no hubiera querido entrar en la casa por ese camino, ya que si por casualidad la casa hubiera estado bajo vigilancia, mi aparición misteriosa llamaría la atención de los observadores y los haría sospechar de algún oculto camino para llegar a la casa, descubrimiento al que yo no deseaba dar lugar aunque el pasaje «secreto» no es ningún secreto para nuestros habitantes locales.
Yo, por consiguiente, volvería a lo largo del pasaje, habiendo dejado a Bryony al cuidado de Barbary, y en seguida saldría por la puerta, principal de la iglesia, detrás del público. Si mi mensajero había cumplido fielmente su papel, mi vieja bicicleta estaría esperándome junta a la puerta de la iglesia. Montado en mi máquina volvería ya, entonces, par el camino a Gentlemen’s Rest en igual forma, precisamente, a la que había salida algunas horas antes.
«Un plan a prueba de tontos», decía para mis adentros, conforme el Viejo Fiel resoplaba lentamente a través de Merringtan, y dando la vuelta a la izquierda desde High Street entraba en Hill Barn Lane. Musité una advertencia a Bryony, y un momento después sentimos que el auto iba dando vaivenes por la derecha del estrecho y poco frecuentado camino, conocido como Abbots Walk.
No bien el auto se detuvo, Barbary murmuró «Sin novedad», y los ocultos pasajeros descendimos, un tanto arrugados y cansados, pero, no obstante, con buen ánimo. Mi prima hizo seguir el coche, sin demora, mientras que Bryony y yo saltamos rápidamente los escalones hacia el seto que conduce desde esta punta a las terrenos de la Parroquia.
Para ocultar sus rojos cabellos, hice que se pusiera la mantilla. Tenía un aspecto notablemente formal y virginal, en tanto que sus pícaros ojos estuvieran velados por sus largas pestañas.
Al principio estuvo silenciosa y sumisa, pero en seguida habló.
—Roger, usted es un tipo raro, ¿no es cierto? Tan pronto es bonísimo conmigo como completamente perverso. Estoy dándole mucho que hacer, y ni siquiera chisto. Pero lo odiaba a usted cuando habló a Barbary en esa forma. ¿Por qué la hizo? No lo comprendo, Roger.
Su tono era interrogativo. Procedí en consonancia con mi barba (que no es una barba suave y diplomática, sino un modela indómita y feroz) y dije:
—Entonces no es usted tan perceptiva, como yo pensaba, jovencita. Se le podía haber ocurrido a usted que siendo yo, digamos, civil e incivil a un mismo tiempo, era porque la había contemplado desde dos diferentes puntos de vista.
Consideró lo dicho y sugirió:
—¿Quiere usted decir que es bueno conmigo por Lulú y malo por mí misma?
—¿No es esto razonable? —pregunté.
Se detuvo en su camino, detrás de mí, y me miró con dureza un instante; después continuó andando en silencio. Seguí dando zancadas, con mi barba bien en ristre, pero continuaba mirando de reojo su vestido de lino verde, temiendo que se escapara. En verdad, una o dos veces vi que vacilaba, como si se preparara a hacerlo. Pero continuó a mi lado, y a su debido tiempo llegamos a destino.
Las grandes campanas de la iglesia seguían aún tañendo, vigorosamente, cuando entramos, y nos deslizamos en silencio a través de la reja hacia la enorme puerta de roble que conduce a un rincón de los claustros. Desde este rincón una obscura escalera de caracol conducía a la galería del órgano.
Al volver la cabeza para hacer señales a Bryony de que me siguiera, mi subconsciente sintió como una vaga discrepante impresión: la sensación de que estaba viendo algo raro o inesperado, aunque no tenía idea en aquel momento de lo que era. Estaba a mitad de camino en la escalera de caracol, cuando me di cuenta de lo que sucedía. Quedé tan sobrecogido, que tuve que detenerme un instante.
Una pequeña ventana gótica filtraba un estrecho rayo de luz justamente detrás de mí. Me volví y vi a Bryony, cuyo rostro estaba entonces al nivel de la ventana. Como si contestara a una muda pregunta mía, percibí una microscópica partícula de humedad colgando todavía en su suave y blanca frente. Me di cuenta de que mis ojos y mi subconsciente habían registrado su impresión con acierto: la impresión de Bryony tomando agua bendita cuando pasábamos por el patio exterior.
La interrogante de sus ojos igualaba a la mía cuando se acercó.
—Acabo de recordar —dije como explicación en voz baja— que Lulú era papista. Lo que quiere decir que usted…
Se mordió los labios y apartó la vista.
—Lulú cumplió con su deber —admitió en seguida—, a pesar de Mauricio y de todo lo demás. Usted sabe que yo estaba en el colegio de Poles y Lulú me llevaba siempre a la iglesia mientras vivió. Yo… yo no fui muy a menudo desde entonces —y terminó desafiante—: ¿Qué diablos se saca con ello?
No contesté y continué subiendo.