COLGUÉ el receptor y me enjugué el sudor de la frente. Había salvado un obstáculo, pero tenía todavía muchas por delante. Una voz muy suave llegó a mis oídos.
—No estoy muy segura de ese fondo decente, Roger.
Di una rápida media vuelta como si hubiera recibido un tiro, y me encontré con Bryony que me contemplaba junto a la puerta. Debía haber entrado sin hacer ruido, pues no la oí. Sonreía, pero por sus ojos parecía curiosamente pensativa.
—Bryony —protesté—, ¿qué diablos está usted haciendo aquí? Creo haberle dicho que permaneciera arriba.
Puso un dedo en sus labios.
—Ssh… ¡No tan fuerte! —me amonestó violentamente—. No vine a espiarle, ¡imbécil! ¿No oyó llegar el auto?
—¿Auto? ¿Qué auto?
—¡Oh!, calma, Roger —susurró angustiada—. Está ahora en el bar.
—¿Quién es?
—El hombre que llegó en el auto, naturalmente. No sé quién es.
Escuché con atención.
—No oigo nada desde aquí —murmuré.
—Mejor que mejor —comentó—, pues eso quiere decir que no pudo él haberlo oído a usted hablar por teléfono. Naturalmente, puede que no tenga nada que ver con mi… con nuestro asunto, pero creí que sería mejor bajar cuidadosamente para prevenirle. A lo mejor, después de haber telefoneado, se apresuraría a volver al bar.
Asentí comprensivamente y me acerqué de puntillas a la puerta que daba al bar. Pero The King of Sussex aunque no era en forma alguna una taberna vieja, había sido construida no obstante, en aquellos tiempos de oro cuando la madera era madera y los ladrillos, ladrillos. Aparte de un leve murmullo de conversación, no alcancé a oír nada.
En tales circunstancias, me pareció buena idea volver a nuestro punto de observación, en las regiones superiores. Observé que Bryony, muy sensatamente, había bajado con los pies descalzos, y ahora yo hice lo propio antes de subir la crujiente escalera.
Desde la ventana de nuestra sala dormitorio tenía una excelente vista de un gran auto negro que parecía un Vauxhall, detenido en el patio del frente. Estaba desocupado, y no había nadie en sus cercanías.
—¿Seguro que no lo reconoció? —susurré.
La lisa frente de Bryony se surcó de arrugas.
—No dije eso —contestó con el mismo tono—. Solamente dije que no sabía quién era. En resumidas cuentas, creo que lo reconozco, pero no puedo localizarlo. A lo mejor estoy equivocada.
Acaso es justamente un tipo…
—¿Ninguno de los sospechosos?
—No; no lo creo. No puedo relacionarlo con ellos. Creo, que lo he visto en alguna parte, o era alguien que se le parece. Salgo mucho de la Capital y siempre estoy viendo a muchísima gente…
Permanecimos algunos instantes en silencio, y de repente Bryony me tomó el brazo. Un hombre había salido de la taberna y se disponía a entrar en el Vauxhall.
Lo contemplaba atentamente, pues estaba resuelto a hacer una detallada nota mental del aspecto de cualquier individuo que pudiera estar relacionado, aunque fuera remotamente, con el asunto de Bryony. Pero no estaba preparado para la impresión que recibí al echar la primera, ojeada al recién venido. Era un individuo de buen aspecto, acaso de cuarenta años, de mediana estatura, con rostro ligeramente de militar, agradable, adornado con lentes de asta y bigote corto. Vestía simplemente una camisa de cuello abierto y pantalones cortos de franela gris y tenía la cabeza descubierta. Llevaba una pipa entre los labios, y antes de entrar al auto sacó una caja de fósforos del bolsillo y volvió a encender la pipa. Después subió, sentóse al volante, oprimió el arranque y se deslizó suavemente en dirección a Merrington.
Lo miré marchar con muy encontradas sensaciones, pues, mi primer impulso había sido abrir la ventana y llamarlo: Solamente a costa de un supremo esfuerzo pude contenerme. Hubiera sido una cosa muy acertada haberlo hecho así, pero recordé a tiempo que los secretos de Bryony no me pertenecían.
Conforme el Vauxhall desapareció a la vuelta de la esquina me volví hacia Bryony y la contemplé pensativamente.
—Bien, ¿lo ha localizado ya? —inquirí suavemente. Pero de nuevo arrugó el entrecejo y movió la cabeza negativamente. Después me miró burlona.
—No —dijo—; pero usted sí, ¿no es cierto?
—Sí —dije—. Este individuo, mi querida señorita, no era otro que Robert Thrupp, Inspector Principal de New Scotland Yard, y un buen amigo mío. Sería extraordinariamente interesante saber cómo es que usted también lo reconoció, Bryony…