—¡MUY BIEN, muchacha! —dije, dándole palmaditas en la espalda—. Naturalmente, omití, decirle que, aunque usted dormirá en mi cama esta noche y todas las noches, hasta nuevo aviso, yo no estaré con usted. Lamento desilusionarla, queridita. Sin embargo, no estaré muy lejos: en la habitación de al lado.
Me pareció que se sintió aliviada y asombrada.
—Entonces, ¿por qué?…
—Me explicaré. Si he de ser responsable de su seguridad, Bryony, considero que es absolutamente esencial que no esté usted sola ni un momento, ni aun por la noche, ¿comprende? En rigor, me inclino a pensar que las noches pueden ser más peligrosas que los días, y por esta razón usted no puede permitirse tener una habitación individual. Por consiguiente, dormirá con mi prima Barbary. Pero puesto que la habitación de Barbary tiene solamente una cama, mientras que la mía tiene una de dos plazas, será necesario un ligero reajuste. Además, las dos habitaciones se comunican, así que estará usted bastante segura, especialmente si prescindimos de los convencionalismos y dejamos abierta la puerta de comunicación.
—¿Barbary? ¿Quién es Barbary? —Bryony interrumpió ansiosamente—. Yo no sabía que vivía alguien con usted. No sé por qué, pero tenía la impresión de que vivía solo.
—Técnicamente hablando, vivo solo, pero Barbary está conmigo en estos momentos. Es mi prima, Barbary Poynings. Unos años mayor que usted, pero toda un alma de Dios. Somos hermana y hermano, por decirlo así, desde muchachos. La mitad de su vida transcurre en Gentleman’s Rest, y conmigo, más de la mitad. No tiene hogar propio, y así divide su tiempo entre una tía nuestra y yo.
—¡Oh! —murmuró Bryony con interés, saqueando mi cigarrera—. Y ¿qué opina, de esto la vieja gente de Merrington?
—Creí que sería innecesario —contesté— decirle lo que piensa sobre esto Merrington, siempre exceptuando las personas que conocen a Barbary personalmente. Sin embargo, en general, los «merringtonianos» son buena gente, con lo cual no quiere decir que no piensan lo que piensa usted, pero su mente estrecha se lo explica perfectamente bien, recordando que soy escritor y que Barbary es pintora y música. En resumen, temperamento artístico, sinónimo de «vive como quieras». No obstante, es buena gente y, por fortuna, las personas que interesan no son miembros de la brigada mal-y-pense.
—Ya veo —dijo Bryony, un tanto dudosa.
—De cualquier forma, ya no nos preocupamos de ellos. ¿Qué nos importan, si sabemos —continué— que es una relación estrictamente fraternal?
Bryony arrugó la nariz y se deslizó de sobre mis rodillas.
—¿Y qué dirá Barbary de mí? —preguntó pensativa.
—Barbary tomará su llegada con toda filosofía, y contemplará el asunto como parte del trabajo diario, o acaso como una gran diversión —le aseguré—. Esto me recuerda que tengo que telefonearle en seguida para anular su fin de semana. Desgraciadamente, se fue a Pease Pottage.
—¡Oh!, pero ¿es necesario, Roger? Seguramente no hay razón para…
—Perdón. Sí la hay —dije con firmeza—. Vendrá velozmente. No se preocupe.
—Pero no puede haber peligro esta noche, Roger. El ultimátum no vence hasta medianoche y después tienen que saber dónde estoy. ¿Por qué han de suponer que estoy con usted? Nunca se lo dije a nadie.
—No sé —repliqué con sinceridad—; pero al mismo tiempo no quiero aventurarme. Aparte de todo, debo recordarle a usted que estamos todavía en King of Sussex, a ocho millas y media de Merrington, y que el problema de que llegue usted a Gentlemen’s Rest reservadamente está todavía sin solucionar. Barbary tiene mi auto. El de usted es demasiado llamativo, y me parece que no podré llevarla sobre el volante de mi bicicleta. Ergo, es esencial que Barbary la lleve desde aquí.
Es más: sabemos que un miembro de la pandilla. Custerbell o Lowe o sea cual fuere su inmundo nombre, está por los alrededores, y puede que haya otros. A lo mejor, ya están montando la guardia en casa.
Arrugó el entrecejo, perpleja.
—¿Por qué han de estar haciéndolo, Roger? Cómo van a saber siquiera que lo conozco a usted, si apenas hace una o dos horas que nos encontramos. No pueden haberlo previsto.
La interrumpí.
—¿Que no? Entonces, ¿acaso puede usted decirme cómo es que el granuja de Custerbell vino a parar aquí, hoy, buscando encontrarse con la chica pelirroja del Maraton amarillo?
—Debe haberme seguido desde la Capital…
—¿Desde las cuatro y media de la mañana? ¡Vamos, vamos!… ¿La siguió todo el camino desde Londres a Portsmouth, y después hasta aquí, para perderla de vista en el último momento?
Su expresión de disgusto se hizo más intensa.
—Entonces, ¿cómo? —inquirió.
—Lo ignoro —dije alegremente—. Lo único que sé, es que esta cara averrugada cayó por aquí, y que no hay duda de que la andaba buscando a usted. Es un punto a nuestro favor, ciertamente, que no sospechara que yo estoy relacionado con usted, de alguna manera, y a menos que no sea muy buen actor, se tragó el cuento de que la vi lanzarse por este lado del camino. Pero hay que recordar, Bryony, que a esta altura no solamente no habrá podido encontrarla por el camino de Berrington, sino que tampoco habrá encontrado quien le diga que la vió en esa dirección, a menos que, por una improbable coincidencia, dé la casualidad de que otra pelirroja hubiera estado manejando un Maraton amarillo esta mañana en este camino. Ahora bien: es un espectáculo llamativo, para decir poco, ver a una pelirroja manejando un Maraton amarillo con almohadones verdes. Y me imagino que al amigo Custerbell le parecerá extraño, y con razón, que ni un alma la haya vislumbrado desde aquí a Berrington o en el mismo Berrington. Hay varias tabernas a lo largo del camino, y sé de un cruce donde siempre hay policía caminera. Por consiguiente, no me parece imposible que nuestro joven haya empezado a dudar de mi buena fe, y a preguntarse si no habré sido yo, por casualidad, la persona a quien usted había venido a ver en Sussex. Más aún: ahora él conoce mi nombre, lo supiera o no antes, y lamento decir que cualquiera que viva en un radio de doce millas de Merrington podrá decirle dónde vivo. Entre nosotros, mi barba y yo somos lamentablemente notorios en estos sitios. Al no encontrarla, él y sus compinches, pueden pensar que no estará de más no perder de vista mi humilde morada. Y así… —alcé los hombros, terminando la declamación.
Bryony me correspondió con una risita retorcida.
—¡Demonios! ¡Qué imaginación tortuosa tiene usted, Roger!
—La necesito —repliqué—. Me gano el pan de cada día, y ocasionalmente, un poco de queso y manteca con mi tortuosa imaginación. De todas maneras, siempre es un error fatal menospreciar la inteligencia del enemigo. Además, repito: todavía sigo sin creer que Custerbell Lowe la siguiera hasta aquí hoy. De una u otra forma, él sabía que usted iba a venir.