PERMANECÍ silencioso por un tiempo, contemplándola con cierta perplejidad. Entre otras cosas, yo me preguntaba qué rama de las humanas imperfecciones podría provocar tan fuerte desaprobación a los ojos de esta mujer.
Sin desear ser farisaico, yo imaginaba que las clases más normales de delincuencia moral apenas si podrían tomarse en cuenta como fundamento de su desagrado, pues, con todos los debidos respetos a sus muchas amables cualidades, la generación actual de los jóvenes de Mayfair no se destaca por su continencia moral, y se alaban de mirar con fastidiada ecuanimidad, prácticas e indulgencias cuya simple mención hubiera llevado a sus padres al borde del sincope. Sin embargo, yo me consideraba persona bastante bien informada respecto a las diversas posibilidades de sensualidad y vicio, y no podía pensar en absoluto en alguna que pudiera chocar a la conciencia de una joven de la edad y temperamento de Bryony. Podría ser un rústico ahora, pero en mis tiempos había vivido en Arcadia, y puedo confesar, también, que lo que más fuertemente me impresionaba respecto a las pocas admisiones de Bryony, era el uso tan vehemente que hacía de la palabra «perverso», término que uno raramente oye en Mayfair, fuera de la calle Farm.
Pero en seguida localicé el problema por el momento, y proseguí mi interrogatorio.
—Con respecto al asunto de este sindicato o pandilla —desafié bruscamente— no la voy a presionar de nuevo con detalles que usted no puede divulgar, pero, por lo menos, puede darme una idea más «clara» de lo que tiene que enfrentar. ¿No puede definir usted a esta misteriosa organización un poco más precisamente? Presumo, por ejemplo, que no usa usted la palabra sindicato en sentido de negocio o pandilla, al estilo norteamericano. Bien. Entonces, ¿qué quiere decir usted? ¿Es un club, una liga, una asociación secreta o qué?
Pareció sentirse incómoda.
—No se imagina usted lo difícil que es contestar, Roger —dijo en seguida—. No se puede aplicar apropiadamente ninguna de estas palabras. No es exactamente un club o una liga, y la palabra sociedad secreta da una impresión completamente equivocada. Quiero decir, que no tiene nada que ver con la IRA o con la política o cosa por el estilo. Y sin embargo, en cierta forma… ¡Oh, que demonios! ¿Realmente interesa?
Sonreí animoso, sabiendo que mi única esperanza, de conseguir información era evitar que se aturdiera.
—Me ha dicho usted todo lo que necesitaba saber —dije falsamente—; ahora, nada más que un detalle, ¿cuántos son?
Una duda auténtica oscureció su frente.
Tampoco es esto nada fácil, Roger. Podrían ser unos cuantos, veinte o treinta o acaso más.
Pero si usted quiere decir de cuántos tenemos que prevenimos realmente, cuantos están mezclados en esta amenaza de matarme, podría decir que acaso una media docena. No más de siete u ocho. Tenga en cuenta que no lo sé. Esto es una simple suposición.
Encendí mi pipa.
—Bastante bien —murmuré animoso—. Y de esos siete u ocho, ¿cuántos conoce usted?
—Como le he dicho, conozco a algunos y sospecho de otros. Ahora que estoy bastante segura de Ronnie Lowe, creo poder decir que conozco con seguridad a tres, y que sospecho de uno o dos más. Posiblemente, tres más —agregó reflexivamente.
—Espléndido.
—Pero no le voy a decir quiénes son —agregó en seguida, con ojos alarmados.
—No necesito que me lo diga —mentí volublemente. La joven estaba bastante nerviosa, y yo sabía cuán esencial era que conservara su calma todo lo posible.
—Lo que podría pedirle más tarde —continué con displicencia— sería una idea aproximada del aspecto de esos sospechosos, para que yo pueda reconocerlos si comienzan a dejarse ver. No hace falta que me diga sus nombres u otra cosa de ellos, y yo le prometo no ser excesivamente inquisitivo. Pero usted debe comprender, Bryony, que de nada vale tener un perro guardián que la proteja, si no sabe distinguir el amigo del enemigo. Después de todo, no podemos vivir en un estado de completo asedio.
Siguió un breve silencio, en el curso del cual volví a encender mi pipa. Cuando levanté la vista, vi que Bryony me estaba observando atentamente con una más nueva y más suave luz en sus ojos. Después, casi repentinamente, extendió sus largas piernas sobre la incómoda silla, trepó sobre mis rodillas, me rodeó el cuello con un brazo y me besó suavemente en la coronilla.
—Roger, es usted un verdadero ángel —susurró—. Estoy… estoy empezando a comprender por qué Lulú pensaba tanto en usted.
Yo rezongaba incómodo.
—Todo lo toma con tolerancia —prosiguió— y yo desearía poder decirle lo agradecida que estoy, pero no sé cómo hacerlo…
—¡Oh!, ¡está bien! —dije con aspereza—. Puede darme las gracias después, cuando hayamos salido de todo esto. Ahora hay cosas más importantes en que pensar.
Asintió, deslizando una delgada mano a través de sus cabellos cortos y brillantes. Después de un pequeño susurro, comenzó a cantar suavemente:
«¿Dónde voy a dormir esta noche?».
Dijo Rollicky, el marinero.
Le hice una mueca y dije en tono de mofa:
—Si sabe esa canción libertina, sabrá también que el verso siguiente da la respuesta. Cuando uno piensa en eso, se da cuenta que viene a propósito. Usted va a dormir en mi cama, ya que…
—¡Oh!
—Ni más ni menos. Recuerde que prometió hacer exactamente como le dijera.
—Sí, pero…
—¡Lo dicho! —dije incisivo.
Observé con cínico placer que había caído en mi emboscada y parecía completamente alarmada.
—No necesita preocuparse —agregué tranquilo, encendiendo otro fósforo—. Yo duermo con la barba fuera de las cobijas, de manera que no le hará cosquillas ni la irritará.
Durante algunos segundos sus insondables ojos me miraron con estupor.
—Bien —capituló, trémula—. Como le parezca, Roger.