ESTUVE por un momento tan trastornado, que apenas si podía mover un músculo, pero después recobré mi control, y la arrebujé entre mis brazos como si hubiera sido una criatura. Soy un bruto áspero, y hago una niñera bastante cómica, pero en aquel momento ninguno de los dos estábamos como para observar lo absurdo de nuestros respectivos papeles. Arreglándomelas como pude, la puse sobre mis rodillas, apoyé su linda cabeza sobre mi hombro y la acaricié como a un perrito mientras ella lloraba y se estremecía. Creo que al mismo tiempo murmuré un absurdo surtido de disculpas y encarecimientos.
La tormenta se calmó al cabo de uno o dos minutos, y Bryony alzó hacia mí sus ojos manchados de lágrimas. En este momento se parecía asombrosamente a Lulú, y tuve que hacer serios esfuerzos para no besar sus labios y sus ojos. En vez de ello, conseguí retorcer mi rostro en una amistosa sonrisa, y momentos después ella me sonrió.
Cinco minutos más tarde, era de nuevo la misma.
—Exactamente igual que antes —balbuceó, enjugándose los ojos con un minúsculo pañuelo—. Recuerdo estar sentada en sus rodillas en mi habitación de Naini, Roger, cuando Lulú y usted acostumbraban a venir para llevarme a la cama. Usted no tenía entonces esa barba color ratón —agregó—. Si la hubiera tenido, lo habría tomado por el hombre de la bolsa y me hubiera asustado.
—¡Bah! —dije—. En aquellos días no se asustaba usted de nada, señorita, ni siquiera del tuerto villano de Mauricio. Y apostaría a que tampoco hoy se asusta de nada excepto de un sarcasmo estúpido. Siento mucho esto, Bryony. Fui un cerdo.
—¡Oh!, no es nada. —Se deslizó de mis rodillas y se arregló el vestido—. Supongo que yo me lo he buscado. —Rebuscó en su cartera y sacó una pequeña polvera de oro—. Otro regalo —observó con una sonrisa—. Olvidé decirlo antes. De Aspreys…
Permanecí sentado un minuto en silencio, mientras se acicalaba. Era una artista relámpago, y en un abrir y cerrar de ojos estuvo como nueva. Después encendió otro cigarrillo y volvió a sentarse en el sofá, a mi lado.
—Y ahora —dije alegremente—, supongamos que me dice en dos palabras exactamente qué es lo que quiere que haga por usted. Haremos un convenio, Bryony. Créame que no tengo el menor deseo de atisbar sus asuntos particulares, y si usted simplemente me pide que haga algo que pueda hacer con relativa facilidad y sin violar demasiadas leyes, lo haré sin preguntar nada, aunque espero que encontrará la forma de decirme de qué se trata lo antes posible. Si, por otra parte, su pedido me resulta violento o excesivamente difícil, creo que, por lo menos, tengo títulos como para que se me den adecuadas razones del porqué tiene que hacerse el asunto. Esto es razonable, ¿no es cierto?
—Seguramente, Roger.
—Bueno. Puedo agregar que por algún motivo, que no puedo al presente definir, me gusta usted, Bryony, y que por usted, para no decir por Lulú, estoy dispuesto a sufrir algunas molestias o inconvenientes, y aun a violar algunas leyes, si fuera necesario, para ayudarla. Al mismo tiempo tiene que darse cuenta que no es posible conseguir promesas incondicionales de personas relativamente extrañas. Esto, sencillamente, no se hace. Y éste es el único motivo de que agregue mi condición. Llámelo miedo si quiere, pero tengo que admitir que estoy haciendo algo que puede llevarme a la cárcel o al patíbulo, sin saber por qué lo estoy haciendo. ¿Verdad que esto no es razonable?
Negó con la cabeza.
—En absoluto —admitió—; y acepto su pacto, Roger. Ahora puedo decir que no voy a pedirle que viole la ley, sino todo lo contrario.
—¡No diga! —murmuré con burlón asombro—. Continúe, criatura. ¿Qué es lo que quiere que haga?
Transcurrieron algunos segundos antes de que realmente continuara, y yo podía darme cuenta que estaba seleccionando y ordenando sus palabras. Sospeché nuevas sofisterías y estaba a la expectativa. Sin embargo, cuando se decidió a hablar, había en su tono algo que convencía.
—Bueno, mire, el asunto es así —empezó valientemente, procurando estar tranquila y desapasionada—: Es absolutamente necesario que yo desaparezca durante algunos días en está próxima semana, y necesito que usted me ayude, Roger. Como le dije, estoy metida en un infierno. No exagero. Y por lo que alcanzo a ver, mi única esperanza, literalmente, es desaparecer por un tiempo de la tierra de Dios. No tengo otro remedio. No hay otra solución. Usted creerá que estoy loca, pero ésta es la verdad lisa y llana. Tengo que desaparecer hoy a media noche, o… hacer frente a lo que venga. Y ¡no puedo hacerlo, Roger!… —Su voz vaciló, quebrándose nerviosamente.
Me pasé la mano por la barba, medité, y levanté la vista hacia ella.
—¿Policía? —inquirí conciso.
Pero Bryony movió la cabeza negativamente y me miró de frente.
—No, ¡asesinato! —susurró estremeciéndose levemente—. Y, ¡oh, Roger!, ¡no quiero morir todavía!…